Hace ya algunos años que se habla sobre el «futuro del trabajo» y la relación con la formación y las competencias.
Y es interesante ver cómo las previsiones, por lo general, se van cumpliendo con bastante precisión. Cómo cambian los trabajos, cómo va cambiando la demanda de perfiles, cómo se adapta la formación.
En él se expone el impacto de la tecnología en la reconfiguración de todo el ámbito laboral, que va mucho (mucho) más allá del uso de las TIC en el trabajo.
Allí, se apunta un cambio radical tanto en las competencias necesarias para desarrollar el propio trabajo, la imprescindible estrategia de reeducarse, de estar constantemente aprendiendo, de tener nuevas formas de medir y certificar el aprendizaje, etc.
El informe va más allá del aprendizaje, las capacidades y la formación y entra a fondo en la profunda transformación del puesto de trabajo.
Una parte interesantísima del informe de 2016 son los vectores de cambio a nivel demográfico, socioeconómico y tecnológico. 8 años después están totalmente vigentes y sólo han cambiado en materia de ponderación, pero no de orden de magnitud de significatividad.
En él podemos ver claramente cómo el impacto en el trabajo no es una mera evolución, sino una transformación a fondo que cuestiona conceptos básicos sobre el trabajo, como qué significa saber hacer algo, ser productivo, ser efectivo, ser eficiente.
Los conjuntos de funciones que se ven afectadas (en positivo o en negativo) son transversales a todos los sectores y están más relacionadas con qué tipo de gestión del conocimiento se realiza en un sector que con el tipo de actividad llevada a cabo.
En la misma línea, las competencias más demandadas también estarán relacionadas con la gestión del conocimiento: a conocimiento más rutinario y estandarizable -y automatizable-, menos demanda; a mayor complejidad (análisis, equipos), mayor importancia.
El informe de 2020, The Future of Jobs Report 2020, empieza ya a preocuparse seriamente por la poca velocidad de adaptación a las nuevas competencias en relación a la alta velocidad del cambio que está ocurriendo.
Los avances en materia de «reskilling» y «upskilling» van realmente muy atrasados.
Así, el salto entre lo que se tiene y necesita en materia de competencias se incrementa.
Y, a diferencia de otras oleadas de cambio, esto no va de trabajos de mayor o menor calificación: ¡afecta también, y muy especialmente, a los trabajos más calificados!
Un posible resumen de todo esto es que Internet no suma (ni resta): Internet multiplica.
Quién sepa actualizarse, verá multiplicadas sus capacidades; quien no, las verá reducidas (multiplicadas en negativo). Quizás no en términos absolutos, pero sí en relación al resto.
Acicates (nudges), buen gobierno y buena administración (Juli Ponce i Solé, coord.)
En los últimos años se nos ha advertido sobre «el fin de la historia», caracterizado por la desaparición de cualquier otro mundo posible distinto al llamado modelo capitalista occidental.
Nada más lejos de la realidad: en vez de entrar en un orden mundial homogéneo y monolítico, estamos siendo testigos de su desmembramiento. El mundo actual se ha entregado al desbocado relativismo de la sociedad posmoderna. Las democracias de hoy en día son según parece imitaciones realizadas por instituciones posdemocráticas de cartón piedra. Las burocracias, estimuladas por la revolución industrial, están teniendo dificultades para adaptarse a una sociedad de redes. El crecimiento económico se ha dado de bruces con la realidad finita del cambio climático. Mientras los estados nación protegen celosamente sus fronteras, empresas virtuales procedentes de realidades virtuales crean nuevas identidades para nuevas sociedades sin fronteras. Antes de que los humanos se den cuenta de estos cambios y empiecen a adaptarse a ellos, algunos serán sustituidos por robots y algoritmos.
Sin otra escapatoria posible, cuando los humanos vuelvan a ser confrontados con la soledad, en su espejo solo verán que ya no son seres racionales. Que nunca lo fueron.
Se trate de un nuevo orden mundial o «simplemente» de una cuarta revolución industrial, sin duda alguna parece que la acción colectiva tal como la conocemos pende de un hilo. Y, sin embargo, la acción colectiva puede que sea más necesaria que nunca: para influir, para definir, como sociedad, cómo tendría que ser el mundo del futuro.
Ahora bien, si queremos construir una nueva sociedad —y esto exigirá un nuevo concepto de Estado, lo cual a su turno exigirá un nuevo concepto de Administración pública—, desde luego no debería levantarse sobre las ruinas de esta sociedad en decadencia.
De un lado, como ya hemos dicho, algunos de sus cimientos se han desmoronado. La globalización, la digitalización, la asunción de la finitud de la Tierra y la alarmante crisis de legitimidad de las instituciones democráticas son torpedos lanzados contra la línea de flotación de los procesos tradicionales de toma de decisiones y de diseño de políticas empleados en la actualidad. Del otro, las herramientas con las que se quiere reconstruir la sociedad están hechas de barro. Conceptos que llevamos utilizando desde el siglo XIX, como el homo economicus, la racionalización, la jaula de hierro, la elección racional o incluso la propia burocracia, empiezan a peligrar en el momento en que las ciencias conductuales manifiestan con claridad, pero también con firmeza, que tal vez no somos tan racionales como pensábamos.
De ahí que nos encontremos ante una tormenta perfecta: con una necesidad imperiosa de reconstruir nuestras instituciones, en un mundo que ha cambiado radicalmente y con unas herramientas que de pronto, si no se han vuelto obsoletas, han perdido toda fiabilidad.
Un replanteamiento prácticamente desde cero solo puede ocurrir y prosperar mediante una investigación intensiva. Una investigación sobre decisiones públicas, sobre instituciones públicas y, de forma más específica, con instituciones públicas y servidores públicos. Tenemos que poner a prueba y evaluar nuestras posiciones y enfoques actuales para poder diseñar nuevos esquemas que nos permitan construir nuevas administraciones públicas para nuevos estados y nuevas sociedades. Esto no va a impedir que sigamos transmitiendo nuestros sesgos y defectos como diseñadores de instituciones públicas, pero aun así nos permitirá colocar las señales de advertencia necesarias en los lugares adecuados para que nos prevengan de las malas decisiones.
No sabemos si la historia ha terminado ya o si estamos empezando un nuevo capítulo de nuestra historia futura. Probablemente la diferencia entre ambos caminos se encuentra en la Administración, la cual tiene un papel activo en dar forma al futuro. Su futuro. Un futuro caracterizado por una investigación que aspire, en primer lugar, a comprender mejor cuál debe ser ese papel activo.
No hay un proceso canónico de creación de conocimiento. Encontraremos, desde la epistemología hasta el management, multitud de formas con las que explicar cómo la Humanidad baja del árbol y, una vez en pie, convierte una rama en una herramienta para mejorar su existencia.
Sin embargo, sí podemos definir dos direcciones opuestas en las que sucede esta creación del conocimiento, que la filosofía ha categorizado, a grandes rasgos, en racionalismo y empirismo. El racionalismo comienza haciéndose una gran pregunta, por qué, a partir de la cual va deduciendo la solución a su problema en concreto. El empirismo, al contrario, empieza por lo más concreto, cómo, hasta que llega a poder inducir la razón general.
El aprovechamiento práctico y la aplicación en la vida cotidiana del conocimiento, sin embargo, no tiene una aproximación —si se me permite la simplificación— tan direccional, sino, como mínimo, bidireccional, cuando no circular. La paleontología, la antropología y la sociología nos enseñan que si bien las inquietudes o los comportamientos acaban determinando cómo evoluciona el conocimiento, también el nuevo conocimiento acaba modulando los comportamientos. Así, las distinciones entre investigación básica, investigación aplicada, tecnología, innovación o técnica ni son claras ni, sobre todo, tienen una secuencia bien definida. La necesidad de moverse rápido puso el motor de explosión sobre unas ruedas, de la misma forma que el coche determina absolutamente la forma de los asentamientos humanos del siglo XX en adelante, y ahora sus habitantes tienen que investigar en energías renovables para revertir los nocivos efectos de los combustibles fósiles.
La revolución digital ha acelerado exponencialmente todas estas cuestiones. Cuando un mismo factor —la información— es a la vez input, herramienta y output, la epistemología, la antropología y la sociología saltan por los aires —la paleontología pasa a estudiar lo que aconteció antes de ayer.
Una de las críticas clásicas a la tecnología de vanguardia es que es una solución en busca de problemas. Y que no deberíamos dejarnos llevar por solucionisme y aplicar acríticamente y sin criterio la última novedad en el mercado tecnológico. Y es cierto.
Pero es igualmente cierto que estas tecnologías, probablemente como nunca, cuestionan no sólo maneras de hacer sino maneras de ser y razones de ser de lo que dábamos por supuesto. En el ámbito de la democracia lo que estamos cuestionando no son conceptos nada menores: identidad, comunidad, representación, institución, poderes, reputación, transacción, trazabilidad, transparencia, agenda pública, masa crítica, agencia, formalidad, garantía, neutralidad, tendencia , territorio, moneda, ley, derecho, ciudadanía.
Comprender qué es y cómo funciona la inteligencia artificial, las cadenas de bloques y las tecnologías de libro mayor distribuido, el cifrado o las identidades electrónicas son maneras no sólo de encontrar soluciones a problemas reales, sino de avanzar y decidir a tiempo hacia dónde queremos que evolucionen los conceptos básicos que conforman nuestras democracias y, con ellos, nuestras propias sociedades. No estar presente en este debate es dar por hecho que lo que venga será el estándar de facto, sea el que sea. Las democracias suelen morir así, por inercia.
Entrada originalmente publicada el 12 de diciembre de 2020, bajo el título Solucions a la cerca de problemes i estàndards de factoen el número 39 de la revista Eines de la Fundació Irla dedicado a la Inteligencia Artificial. Todos los artículos publicados en ese medio pueden consultarse aquí bajo la etiqueta fjirla.
Las piezas son buenas, pero se ha sometido a sobreesfuerzo y se ha gripado.
El confinamiento –la pérdida de contacto físico entre profesores y alumnos– ha supuesto un cambio tan radical para él que no ha bastado el sobreesfuerzo que muchos están haciendo por superarlo. La sensación de trimestre perdido sólo es superada por el temor –el pánico– a perder el próximo curso. Entero.
No obstante, y aunque la crisis de la covid-19 es razón suficiente para el colapso del sistema, lo cierto es que este tampoco tenía ya mucho margen de maniobra. Iba apurado y el “súbito cambio de tercio” ha sido fatal. El sistema ha caído.
¿Por qué no tenía margen? ¿Por qué iba tan apurado?
El sistema educativo español tiene un gran problema: no sabemos para qué sirve
Hasta ahora el sistema había funcionado bastante bien. La enmienda a la totalidad no se aguanta con datos en la mano. En general, el sistema educativo español sale bien parado tanto en indicadores absolutos como relativos –los famosos ránkings. Y muy especialmente bien parado si comparamos no con otros países, sino con otros tiempos: el salto cualitativo y cuantitativo de los resultados educativos en España ha sido abismal en dos generaciones, porque ha sido un abismo lo que se ha saltado.
Para qué sirve la escuela
Pero el sistema educativo español tiene un gran problema: no sabemos para qué sirve. Y como no sabemos para qué sirve, no sabemos qué hacer con él. Especialmente estos meses de excepcionalidad, donde cada uno arrima el ascua de la escuela a su sardina particular.
Si uno busca qué dicen los pensadores sobre cuáles son las funciones de la escuela, ni siquiera en el plano teórico hay consenso. Desde emancipar a los (¿futuros?) ciudadanos hasta reproducir las relaciones de dominación entre el poder y las personas, el abanico de funciones es amplio y variado.
– Aprendizaje: la escuela como lugar donde se adquieren conocimientos para ser persona, para ser ciudadano y para incorporarse a la economía productiva.
– Socialización: la escuela como lugar que vela por la salud psicológica y la incorporación a la sociedad de la persona.
– Custodia: la escuela como lugar que trabaja por la justicia social, no solamente del escolarizado, sino de su entorno familiar próximo.
El primer frente es si la escuela debe seguir siendo el lugar de aprendizaje por excelencia o bien puede y debe abrirse el aprendizaje a los entornos virtuales
Estas tres funciones pueden definirse de mil formas y otorgar a cada una de ellas distintas amplitudes. La función de aprendizaje incluye un amplio rango de cuestiones y acepciones de qué es educación y qué es instrucción; la función de socialización se solapa, en parte, con el aprendizaje de ser ciudadano, así como la transmisión (y reproducción) de la cultura y valores de una sociedad; la función de integración tiene, a su vez, sus puntos de intersección con algunos ámbitos de la socialización. No es el objetivo de esta reflexión hablar de pedagogía, sino de política educativa: valgan estas (in)definiciones para ilustrar, precisamente, la falta de consenso sobre para qué sirve la escuela.
Aunque el debate de estas funciones tiene (la fecha es totalmente arbitraria) 250 años, en España no empieza a tomarse en serio hasta la primera década del s.XX, para verse interrumpido por la Guerra Civil y la dictadura y no retomarse hasta pasada la Transición.
Con los deberes todavía por hacer a nivel de política de país (a nivel de centros ha habido cientos de iniciativas interesantes), varios terremotos socioeconómicos han tenido lugar, entre otros: la incorporación de la mujer al mercado de trabajo, las crecientes migraciones internas y externas desde el segundo tercio del s.XX, la cronificación de las desigualdades a partir de la segregación social y la precariedad laboral y la revolución digital.
Con ello, se añade al debate pendiente sobre las funciones de la escuela dos debates más:
– Cómo transitamos de un paradigma centrado en la enseñanza a otro paradigma centrado en el aprendizaje. Aquí se gestan los dos grandes lemas educativos del s.XXI –aprender a aprender; aprender a lo largo de la vida– posibilitados y a la vez espoleados por la revolución digital, que permite el aprendizaje en cualquier sitio y en cualquier momento.
– Cómo transitamos de un paradigma centrado en el centro educativo (valga la redundancia) a un paradigma de organización del aprendizaje en un sistema educativo. Este debate tiene, además, dos frentes diferenciados: por una parte, la apertura del aprendizaje a espacios y actores no formales e informales (bibliotecas, museos, clubes y asociaciones… la familia); por otra parte, la interseccionalidad del aprendizaje junto con los factores de inclusión social y emancipación personal tanto de los menores como de sus familias (especialmente la mujer), entroncando con políticas de servicios sociales, de acceso al mercado de trabajo o de vivienda, por mencionar sólo unos pocos.
¿Recapitulamos? La crisis de la covid-19, y muy especialmente lo que vendrá después de ella, ha pillado a los sistemas educativos de todo el mundo sin haberse repensado. Hay avances aquí y allá. Pero no nos engañemos: no ha habido una transformación a fondo en ninguna parte del mundo. A lo sumo, ha habido transformaciones parciales –las más llamativas en el ámbito de la digitalización de las aulas, algunas en el apartado organizativo– pero nada a nivel de sistema. Mientras la inercia duraba, se ha podido ir capeando el temporal. Cuando ha habido que cambiar las cuatro ruedas del coche en marcha, el pánico a descarrilar ha colapsado el incipiente debate que había sobre la cuestión.
Los frentes abiertos del sistema educativo
Este debate no es otro que cómo habrá que volver a la escuela. Y a qué escuela. O escuelas. Y qué parte deberá suceder en casa. Y qué parte en la biblioteca, el centro cívico, el museo, el fab lab, el campus virtual, el móvil.
El problema es que este debate es una guerra. Una guerra que, como la de Afganistán, la de Irak, la de Siria o la crisis de Ucrania, es subsidiaria: con la excusa de la escuela, se enfrentan contendientes que poco o nada tienen que ver con la educación. Y lo hacen en tres frentes que, –esperemos que sin forzarlo demasiado–, vamos a hacer coincidir con las tres funciones de la educación que apuntábamos más arriba.
El segundo frente es si la escuela debe seguir siendo el lugar de socialización por excelencia o bien puede y debe abrirse a los entornos de aprendizaje informal
El primer frente es si la escuela debe seguir siendo el lugar de aprendizaje por excelencia o bien puede y debe abrirse el aprendizaje a los entornos virtuales. La digitalización ha cambiado para siempre tanto nuestro acceso a la información –uno de los pilares básicos del aprendizaje– como quién puede acompañarnos en nuestro desarrollo personal –el otro gran pilar del aprendizaje. No cabe ninguna duda, absolutamente ninguna, de que el aprendizaje (empezando por la enseñanza) tiene que apoyarse fuertemente en el acceso a la información digital y en la creación de comunidades (tácitas o explícitas) de aprendizaje (muchas de ellas virtuales, todas ellas facilitadas digitalmente). Sin embargo, la digitalización viene con tres condiciones: tener acceso a los dispositivos conectados, tener capacidad para usarlos y saber cómo y para qué vamos a utilizar la información que consigamos. Estas tres condiciones van estrechamente ligadas al desarrollo socioeconómico del individuo. Y sabemos, también, que la digitalización no suma: multiplica. Si el punto de partida es positivo, multiplica los resultados para bien. Si el punto de partida es negativo, multiplica la situación a peor. El dilema está servido: digitalizar, sin más, ahonda las desigualdades; no digitalizar es igualar por abajo.
El segundo frente es si la escuela debe seguir siendo el lugar de socialización por excelencia o bien puede y debe abrirse a los entornos de aprendizaje informal. La creciente segregación y desigualdad en la sociedad española se acentúa en la escuela. El debate de la escuela como socializadora está moviéndose hacia el concepto de entorno educativo. Como sucede con la digitalización, todo lo que sucede en la periferia del centro educativo acaba no sumando sino multiplicando los activos (y pasivos) que uno trae de casa. Extraescolares, asociaciones deportivas, educación en el tiempo libre, bibliotecas, museos, padres con altos niveles de formación, padres con ganas y tiempo de ser padres. De nuevo, es abrumadora la evidencia de que la socialización debe extenderse fuera del centro. Extender la socialización del centro educativo al entorno de aprendizaje tiene impactos positivos en el desempeño académico, en la salud (física, psicológica, emocional) y en los diversos vectores de inclusión/exclusión social y económica. El monopolio de la escuela como lugar de socialización se acabó. Lo contrario es acentuar la segregación, la que se da de forma creciente tanto entre los diferentes modelos de escolarización (pública, concertada, privada) como la que se da dentro de esos mismos modelos (entre escuelas públicas, por ejemplo). Lo que nos trae un nuevo dilema, aquí ya paradoja: la escolarización aumenta la justicia social y, al mismo tiempo, acentúa la segregación social.
Extender la socialización del centro al entorno tiene impactos positivos en el desempeño académico, en la salud y en los vectores de inclusión/exclusión social y económica
La última batalla se libra es en el ámbito de la custodia y no es otro que si los niños tienen que estar con sus familias o bien “aparcados” en la escuela. La función de la escuela de custodia no es nueva (no hay que ser experto en etimología para saber de dónde viene guardería), pero su importancia ha crecido en las últimas décadas y se ha colocado en el mismísimo ojo del huracán con la cuestión del confinamiento y el teletrabajo, factores que han marcado claramente el impacto diferencial que ha tenido (y tendrá) la crisis. Más allá de quién se queda con los niños si tenemos que ir a trabajar está la cuestión de sobre quién recaen los cuidados en nuestra sociedad, la conciliación familiar, el encogimiento del tamaño de las familias (antes compuestas por familiares de hasta tercer y cuarto grado). Esta cuestión, que tiene en la educación gratuita de los 0 a 3 años su mascarón de proa, tiene múltiples ramificaciones en la lucha por los derechos de la mujer, en la mejora del desempeño académico, en el funcionamiento del ascensor social a través del impacto en las futuras rentas y, en consecuencia, en la recaudación de impuestos.
Retomar la escuela o transformar el sistema educativo
El debate de las últimas semanas se ha centrado en cómo retomar la escuela, cómo retomar la normalidad o la nueva normalidad.
No obstante, en el debate de cómo retomar la escuela se han colado los frentes que permanecen abiertos por no haber hecho los deberes a tiempo. Deberes que no ha hecho la sociedad en su conjunto –no solamente las instituciones políticas, no solamente las instituciones educativas– y que llevan como mínimo dos décadas sin prácticamente plantearse en serio y de forma sistémica.
Porque de esto, de sistemas, va el asunto: el “problema de la escuela” no es sobre qué deben o pueden hacer los centros, o los equipos de docentes dentro de su centro. Sino si hay que pensar en términos de sistema educativo y de si este sistema educativo puede seguir limitándose a unas escuelas vagamente coordinadas por una ley, un currículum y una serie de recursos mejor o peor articulados por el territorio.
La educación requiere una visión interseccional, como ocurre con la cuestión del género. De lo contrario, las soluciones propuestas son parciales y rápidamente se deslizan por la pendiente de los ejes del privilegio, la dominación y la opresión, como bien se ha demostrado al considerar el enorme potencial emancipador o de exclusión (según la posición de quien lo mire) de la digitalización, la socialización o la segregación y la conciliación o el problema de la custodia.
Cómo debe ser la escuela tras la crisis es una mala pregunta. Mala porque no va a la raíz de los problemas, a las causas, al por qué. Por qué, o para qué, una escuela, por qué, o para qué, un sistema educativo, por qué, o para qué, un instrumento de política pública (y la educación pública lo es, por antonomasia) son las preguntas que debemos hacernos. Ahora y siempre.
A la hora de plantear la sostenibilidad, la escalabilidad y el impacto transformador de la participación ciudadana, deviene estratégico el fomento y articulación de un ecosistema de participación global que comparta los mismos valores, visión y objetivos. Este modelo de participación, además de ser compartido tiene que ser eficaz y eficiente, per lo cual se considera necesario que comparta, también, unas infraestructuras globales en el ámbito de la participación. Estas infraestructuras son, entre otros, una Administración coordinada a todos los niveles que optimice los recursos disponibles, un sector empresarial que comparta el modelo de participación y colabore en su mejora, unas metodologías de consenso, una tecnología que incorpore en su diseño estos valores y metodologías y, por último, una red de actores de la formación que comparta marcos competenciales, conceptos y recursos de aprendizaje.
Red de equipamientos públicos dentro de un ecosistema de participación ciutadana
La Administración (tomada en su conjunto) dispone de varias redes de equipamientos cívicos —telecentros, bibliotecas, centros cívicos, centros de jóvenes y de gente mayor, etc. Un ecosistema de participación ciudadana puede colaborar con las redes de equipamientos públicos de la Administración superponiendo una (nueva) capa de innovación democrática a la red existente de equipamientos. Se trata, entonces, no de crear una nueva red de equipamientos, sino de ofrecer a las existentes un portafolio de servicios relacionados con la participación ciudadana, la calidad democrática y la innovación social en política y democracia, de manera que enriquezcan y complementen lo que actualmente ofrecen al ciudadano.
Al mismo tiempo, se trata de contribuir a la ya iniciada transformación de los equipamientos cívicos, de equipamientos que dan servicios a equipamientos que se convierten en infraestructuras ciudadanas.
La entrada en la sociedad de la información, así como los adelantos en todos los ámbitos de las ciencias sociales, hacen que la misión y organización de estos equipamientos estén en proceso de redefinición. Entre otros, hay algunos aspectos de este proceso de redefinición que queremos destacar:
La evolución hacia modelos más centrados en el ciudadano, donde la asistencia y el acompañamiento dejen lugar también a estrategias de apoderamiento.
El modelo de gobernanza del equipamiento como factor importante en la consecución de su misión, el diseño organizativo y los servicios que ofrece.
La inclusión de elementos de innovación social para el co-diseño y co-gestión de los centros.
La incorporación de códigos éticos y de integridad, así como de calidad democrática tanto en el funcionamiento como en los valores intrínsecos de los servicios.
Objetivos de la red de equipamientos públicos dentro de un ecosistema de participación ciudadana
Estratégicos
Convertir los equipamientos cívicos en espacios de referencia en el municipio en materia de participación ciudadana.
Sensibilizar a los ciudadanos sobre la calidad democrática, la participación ciudadana y la innovación en procesos políticos y democráticos.
Acompañar al mundo local en proyectos de participación ciudadana e innovación social en procesos políticos y democráticos.
Acompañar a los ciudadanos en los procesos de participación ciudadana, incrementar su participación y abrir el abanico sociodemográfico de los participantes.
Impulsar proyectos de innovación social en el ámbito de la acción cívica, la política y la democracia.
Operativos: procesos de participación
Capacitar a los dinamizadores de los equipamientos cívicos en conocimientos de Gobierno Abierto: transparencia, datos abiertos y participación.
Creación de un protocolo de mediación digital en materia de participación ciudadana para los equipamientos públicos de la Administración, con el objetivo de acompañar a los ciudadanos con menor competencia digital en procesos de participación en línea.
Acompañar a los ciudadanos que tengan más dificultades para participar en los procesos de participación ciudadana en plataformas digitales.
Implicar ciudadanos expertos en plataformas digitales de participación en el acompañamiento de los ciudadanos menos conocedores de las plataformas o con mayores dificultades para utilizarlas.
Operativos: innovación social en política y democracia
Capacitar los dinamizadores de los equipamientos cívicos para que sean agentes promotores de creación de proyectos de innovación democrática.
Ayudar los ciudadanos a definir, pilotar, replicar y escalar proyectos de innovación social en el ámbito de la acción cívica, la política y la democracia.
Fomentar y apoyar al desarrollo de proyectos de innovación democrática dentro de lógicas de innovación social.
Articular redes de innovación social en materia de democracia a nivel local.
Estandarizar y posibilitar la replicabilidad y escalabilidad de los pilotos de innovación democrática.
En junio de 2019 me escribió Bernat Puigtobella. Me invitaba a reflexionar para las páginas de la revista Barcelona Metròpolis sobre un tema interesante:
En los últimos años ha aparecido una nueva concepción de la cultura que ha puesto el foco en la participación y las prácticas comunitarias. La incubación de proyectos culturales hoy ya no se valora sólo a partir de su retorno económico o impacto mediático sino por su capacidad transformadora para crear conciencia ciudadana, ataduras, tejido ciudadano, comunidad, etc. […] Estas nuevas prácticas comunitarias nos invitan a preguntarnos qué rol tendrán los artistas y creadores en este nuevo marco en el que los ciudadanos están invitados a ser co-creadores y no meros receptores. […] ¿Crees que la participación puede ser un fin en sí misma o debe ser un medio para alcanzar objetivos ulteriores? ¿Qué espacio reservamos al artista en este nuevo ecosistema cultural?
Esto es lo que salió:
Artivismo, hacktivismo y cooperactivismo
La tentación de traspasar la cuarta pared para convertir al espectador pasivo en un actor partícipe de la obra no es nueva. Tampoco lo son el arte y la cultura para la transformación social.
La revolución que supone que todo lo que hacemos se convierta, de forma automática, un hecho comunicativo global ha dado un nuevo significado a este arte que comunica para transformar. La introducción de la cotidianidad en la creación —como los objetos encontrados de Duchamp o lo más popular en Andy Warhol—, del transeúnte —como en las performances de Abramovic— o de la propia intimidad y persona —el caso de Ai Wei Wei— han visto multiplicado exponencialmente su alcance así como su configuración.
El artivismo y la performance son así precursores del hacktivismo y el cooperactivismo: espacios de redefinición cultural donde la reflexión, la estética y el impacto se dan a menudo de forma más articulada que programada, donde el creador teje una red posibilitada por actores en contacto mediante pequeñas expresiones culturales: datos, memes y líneas de código.
Cuando todo es comunicación, cuando todo el mundo puede comunicar, basta con que unos cuantos nodos tomen conciencia para que la práctica comunitaria sea acción cultural, creando tendencia, facilitando masas críticas, desarrollando patrones.
Vivimos en un mundo transmedia con muchas historias, formatos y canales. Como en una realidad cuántica, será arte, cultura, entretenimiento, acción política o transformación cívica dependiendo de cuando abramos la caja de Schrödinger. Que dentro nos encontremos a un creador, un rebelde o un impostor dependerá de cuando la abrimos. Y si la abrimos.