Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 01 septiembre 2010
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Se atribuye a Séneca la frase «Errare humanum est, perseverare diabolicum», que traducida vendría a decir «equivocarse es humano, pero perseverar en el error es de tarugos rematados».
Como errar es humano, los medios de comunicación — producidos por humanos, por muy sorprendente que esta afirmación pueda sonar en muchos casos — contienen errores. En la prensa escrita esto es más grave, porque los errores perduran mucho más allá que el eco de las palabras en el área Temporal del cerebro. Para no perseverar en el error, se inventaron las fes de erratas. Como toda fe, el papel de las fes de erratas es en parte testimonio en parte acto de contrición. Testimonio y contrición de las erratas cometidas durante una edición anterior del periódico, normalmente la inmediatamente anterior.
En el mundo digital escrito, ante un error, hay varias opciones.
La primera es, simplemente, cambiar el texto original para la corrección. Aunque el resultado final queda limpio y repulido, siempre queda un cierto regusto a engaño y alevosía: «si ahora dice B y antes decía A, ¿qué no harán con las noticias de años atrás? ¿qué no harán con las declaraciones de aquel político que antes era tan simpático y ahora un completo desgraciado (porque ha caído en desgracia, se entiende)?
Para solucionar esto, algunos medios escritos digitales — y muy especialmente los blogs — ha optado por tachar los errores y poner la corrección a continuación, es decir, literalmente tachar los errores como si de una hoja de papel se tratara.
Otra opción es la tradicional fe de erratas, con dos particularidades: la primera es que en los medios impresos se tenía que rescatar el diario del día anterior para ver el contexto de la errata, la segunda es que si uno iba a la hemeroteca y daba con la pieza con la errata pero no a la de la fe de erratas, se llevaba la errata a casa a pesar de haber sido testimoniada y contricionada a posteriori. Hoy en día, los medios digitales permiten por un lado enlazar a la noticia original (la de la errata) desde la fe de erratas y, por otra, incluir la misma fe al inicio o al final del escrito original: sigue manteniendo la integridad del original y queda más elegante que la tachadura.
Hay, sin embargo, una última opción, y es empeñarse como un tarugo rematado en el error y no corregirlo. O, lo que es peor, no corregirlo aunque los comentarios de los lectores a la noticia lo hagan notar. Lo que, probablemente, pone de manifiesto un segundo error: habilitar la posibilidad de que el lector comente una noticia y o bien no leerlos o bien pasárselos por el arco de triunfo.
Eso es lo que le está pasando en estos momentos en el diario ABC en su versión digital, aunque podríamos encontrar ejemplos en otras cabeceras hasta llenar un blog entero.
En su noticia Un muerto al impactar un rayo contra un avión en el Caribe, el redactor de ABC confunde (el efecto de) la «Jaula de Faraday» con una «Campana de Gauss» en un error que debería hacer sonrojar al más desvergonzado. Los lectores llevan cuatro días (contando el mismo de la publicación) advirtiéndolo con más o menos humor los comentarios [nota: eran cuatro días al escribir el artículo original: ahora van ya 15]. Ni caso. Quizás en algún momento se corregirá (tal vez no), quizás se tachará o puede que haya una fe de erratas. Siempre nos quedará la captura de pantalla en el artículo de J. Miguel Rodríguez, mi fuente, en Salvados ¿por la campana? (De Gauss).
Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 19 julio 2010
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Hace unas semanas, el profesor de la Universidad Rey Juan Carlos Francisco Vacas me envió su último libro: La Comunicación Vertical. Medios personales y mercados de nicho (La Crujía Ediciones, 2010). La dedicatoria es, como mínimo, curiosa — «Para Ismael que seguro que le saca provecho» — y se puede interpretar de diferentes maneras. Una de ellas como «no tienes ni idea: a ver si aprendes algo con el libro». Otra como «sé que te gusta el rompecabezas de la Sociedad de la información: te envío dos piezas más». Para saber a qué se refería, no quedaba más solución que leerlo.
La colección de la editorial Wiley & Sons «para Dummies» se ha introducido siempre (y especialmente en inglés) como «[un tema cualquiera] para inútiles. Y una referencia para el resto de nosotros». El libro de Vacas cumple, a la perfección, con esta definición: quien no conozca nada o poco sobre el impacto de las tecnologías digitales sobre los medios de comunicación encontrará una iniciación incomparable, bien explicada, con un cuidado orden vez cronológico y conceptual, fácil de entender pero no por ello superficial. Quien ya sea un iniciado en estas cuestiones encontrará en el libro, como mínimo, un buen esquema con el que ordenar los propios conocimientos de la temática y, en muchos casos, lleno de detalles que se desconocían. En cualquier caso, un buen vademécum al que recurrir de forma sistemática.
De las muchas cosas que me han gustado del libro — y sobre las ventas del cual no tengo ninguna comisión ni recompensa pecuniaria por escribir este comentario — apunto las siguientes:
- Por un lado, el factor competitivo (y no complementario) de Internet y los medios. Mientras hay todo un debate sobre cómo los medios pueden expandirse a Internet como un canal más, el autor también nos advierte que los recursos (económicos) y la atención del lector son finitos, y que aunque ha habido un pequeño incremento de lectores en los últimos años, el pastel es el mismo y el canal digital compite con los canales tradicionales en financiación y audiencia.
- Por otra, la merma de credibilidad de los periodistas. Contrariamente al argumento de tipo cualitativo que se suele leer en las blogosferas — el blogger está a pie de calle y además tiene capacidad de respuesta inmediata, frente al periodista en la oficina y encorsetado por la hora de cierre — Vacas esgrime un argumento cuantitativo: el periodista seguirá siendo un profesional legitimado y reputado, pero tendrá sí o sí competencia en los blogs, y no porque sean mejores, sino porque hay miles, y millones de «twitts» cada día que necesariamente detraerán tiempo de lectura de los «gurús de la información» que, en consecuencia, tendrán menos poder de influencia. Esta es, en mi opinión, una perspectiva tan interesante como prácticamente inédita y que, en cambio, se hace difícil, muy difícil de rebatir.
- En la misma línea, explica cómo Google (1) ha quitado a los medios el monopolio de la atención (2) haciendo las cosas tan fáciles que la gente se ha volcado en masa. Nuevamente, el argumento cuantitativo por encima del cualitativo.
- Por último, quiero destacar la reflexión que el autor hace sobre la movilidad y como la única barrera para una adopción ya total e incondicional hacia los soportes digitales son las todavía
zonas de sombra donde aún no hay cobertura
y que, una vez solucionados los problemas técnicos, se conseguirá equiparar la experiencia de consumo en continuidad de los medios convencionales estacionarios con los móviles
.
Resumiendo, un libro interesante, muy recomendable, que pone un poco de orden y secuencia en la vorágine de cambios que los medios han sufrido y están sufriendo y, sobre todo, da algunos apuntes de reflexión que bien vale la pena conocer… y pensar en ellos.
Y, como decía la dedicatoria, sí, le he sacado y le sacaré provecho: muchas gracias Francisco.
Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 10 julio 2010
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Siguiendo un muy buen consejo, los de casa fuimos a ver la exposición Cerdà y Barcelona. La primera metrópolis. 1853-1897, en el Museo de Historia de Barcelona.
La historia del Ensanche barcelonés es, de hecho, una multitud de historias entrelazadas y solapadas entre ellas, historias que hablan de urbanismo, arquitectura, economía, historia, guerra, sociedad, cultura … y política, mucha, muchísima política.
En un momento de estas historias, toda la prensa catalana se hace una sola voz — inaudito, dicen algunos — y pide al gobierno del Estado que no haga una ampliación extramuros de Barcelona tan pequeña que la haga irrelevante y, sobre todo, inútil. Poniendo sobre la mesa un montón de argumentos bien fundamentados, los diferentes periódicos, cada uno desde su posición y con su estilo, van defendiendo la necesidad del Ensanche de Barcelona haciendo especial énfasis en el valor estratégico y estructural de las infraestructuras.
Lo que los periódicos defienden — y, por boca suya, la burguesía barcelonesa — es que la revolución industrial no ha sido algo pasajero, y que si queremos sacarle provecho (o, al menos, que no nos pase por encima), debemos alinearnos con ella. Entre otras cosas, esto quiere decir que las infraestructuras de transportes y comunicaciones son esenciales, y que la ciudad debe adaptarse: nuevas calles, nuevos trazados, nuevos espacios de producción y distribución de mercancía, etc.
Cada vez hay menos voces que afirmen que la revolución digital será algo pasajero. En consecuencia, si queremos sacarle provecho (o, al menos, que no nos pase por encima), tenemos que alinearnos con ella. Entre otras cosas, esto quiere decir que las infraestructuras de la información y la comunicación son esenciales.
Y los medios?
Los medios divididos en tres frentes:
Uno, definitivamente alineado. Es, sin embargo, si se me permite, residual. Con la que está cayendo, se han malgastado docenas de oportunidades de hacer editoriales y artículos de fondo sobre el poder transformador — económico y social — de ordenadores, Internet y móviles. Cuando se habla de realidades (cada vez más cotidianas) como la administración electrónica, la e-salud el e-comercio o la formación en línea, parece que se hable de la última entrega de la Guerra de las Galaxias. Nada más alejado del la cotidianidad que pintan, por poner un ejemplo, en sus informes los investigadores (Horrigan, Lenhart, Madden, Smith, Fox, Rainie…) del siempre interesante Pew Internet Project.
Otra, definitivamente centrada más en defender el statu quo y debatir hasta la náusea si los bloggers son periodistas o no. Que tiene que haber un debate sobre el futuro de los medios, seguro. Que a menudo sería más productivo sentarse a pensar en lugar de abroncar a la parroquia (que siguen leyendo periódicos) y los «intrusistas» (que, paradójicamente para el argumento, también lo hacen), quizás también.
Y la tercera, y abrumadoramente más numerosa que las precedentes, dedicada por igual a meter el miedo en el cuerpo sobre las vilezas y peligros de la red (de forma más destructiva que pedagógica) o las futilidades más fútiles y las frivolidades más frívolas de la industria del sector.
Por favor, pónganse en línea, que el ensanche digital no es cosa de broma.
Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 13 junio 2010
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Perdonen que no suba a las buhardillas virtuales a desenterrar las referencias. Pero las hay y bastantes. De forma creciente, los informes sobre los patrones de uso de Internet nos muestran que los usuarios «no ven» los anuncios. Se lo podemos preguntar, podemos mirar a través de los clics, o a través de sus ojos: la cuestión es que el usuario «no ve» la publicidad en las páginas web.
En un artículo de hace más de un año, Montse Peñarroya afirmaba que el triángulo de oro de Google seguía siendo válido y que los menores de 25 tienen muy claro que los Adwords laterales son publicidad y que por lo tanto no merecen su atención
. Contundente.
Leo una de las últimas entradas de Silvia Cobo — Pensaments en veu alta al voltant del nou model del Times (Pensamientos en voz alta sobre el nuevo modelo del Times) — y me hago las mismas preguntas sobre el hecho de que The Times pase a tener sus contenidos cerrados a cal y canto. Básicamente: ¿la gente pagará por entrar?
Pero la otra pregunta es: ¿si no cerramos, tendremos que cerrar? es decir, si no ponemos los contenidos detrás de un pago, tendremos que abandonar el negocio?
La invisibilidad de la publicidad en Internet no es una cuestión trivial. De hecho, no es ni siquiera una afirmación figurada, sino literal.
Hace unos días cerraban Balzac.tv y Nikodemo. De los diversos lugares donde se debatía la noticia, me sorprendió especialmente la afirmación que hacía un comentarista anónimo: Muchas gracias, usuarios de Ad-block, vosotros habéis ayudado un poquito en este cierre
.
Adblock Plus es un pequeño programa que, instalado en el navegador Firefox, bloquea gran parte de la publicidad online. El funcionamiento es bastante sencillo: allí donde el código de una página dice «aquí va el anuncio», Adblock lo detecta y lo hace invisible. Y como el directorio de anuncios lo alimenta una comunidad de usuarios y se actualiza constantemente con sus contribuciones, yo hace tiempo que no veo anuncios ni en Google ni en Facebook. Y cuando cambien la forma de enseñármelos, Adblock ya encontrará la forma para hacérmelos invisibles de nuevo.
A las preguntas sobre si cerrar los contenidos es una opción, se contraponen las preguntas sobre si confiar en la publicidad también es. Por sí sola no parece que funcione y las opciones que piden por favor-por favor a los visitantes de una página que hagan donaciones o clic en los anuncios me parecen tan bien intencionadas como poco fundamentadas (y lo dice un rousseauniano: pregunten a los hegelianos, pregunten …) .
Entre cerrar (contenidos) y cerrar (la empresa), qué opciones quedan?
Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 05 junio 2010
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Ayer tuve una charla con Pilar Pérez sobre cómo tienen las PYMES que jugar en las redes sociales, especialmente si desean buscar (y encontrar) profesionales que incorporar en sus plantillas.
Le advertí que este no es uno de mis temas habituales de conversación (académica) y que mi visión podía ser algo divergente del punto de vista mayoritario, pero le interesó saber mi opinión de todas formas.
En resumen, mi opinión es que dudo que las redes sociales profesionales — Linkedin, Xing u otras generalistas y verticales —, en sí mismas, sirven para poco o nada. Que es difícil encontrar talento, y que es difícil fiarse de lo que uno encuentra habida cuenta que no hay forma de saber si lo que allí se dice es verdad, medio-verdad o mentira.
Eso no significa que la red no pueda ayudar a encontrar dicho talento. En el fondo, Internet replica en muchos aspectos lo que hacemos o hacíamos offline en el mundo profesional (ferias, congresos, directorios de profesionales, etc.) y lo que hay que hacer es encontrar la réplica de esos espacios en la virtualidad. Y las redes sociales profesionales puede que sean solamente parte de los espacios profesionales en Internet.
La misma explicación, por puntos y más a fondo, siempre subjetiva y siempre personal y sin fundamentar con datos:
Redes sociales y búsqueda de talento
- Las redes sociales ayudan a hacer emerger los contactos que uno ya tiene. Como todo catalizador, facilitan las cosas (y a menudo mucho), pero no hacen magia.
- Ayudan a encontrar contactos de segundo nivel (amigos de tus amigos), pero de forma parecida a cuando antes pedíamos a un amigo que nos pusiese en contacto con «alguien que sepa de…». Antes era por teléfono, ahora mediante red social: nuevamente el papel de catalizador o multiplicador, no de generador.
- Dada la falta de rigor en el uso de las redes sociales, el «valor»
de los amigos de los amigos es, como poco, difícil de verificar: ¿a quién y en base a qué aceptamos como amigo/contacto? ¿a quién y en base a qué recomendamos en estas redes? Hay prácticas de todo tipo, y es difícil saber cuál es la que está en línea con nuestra propia filosofía.
- Esto perjudica especialmente a las grandes empresas o departamentos de Recursos Humanos «generalistas» que tienen que buscar perfiles dispares (p.ej. el departamento de RRHH de una multinacional selecciona decenas de perfiles distintos).
- Esto perjudica muy especialmente estrategias reactivas o pasivas, el actuar solamente cuando se necesita a alguien: hay prisas, hay desconocimiento de los principales activos de cada perfil (¿hasta dónde sabe un cazatalentos del perfil que busca si ayer buscó uno completamente distinto?.
Qué pueden (o deben) hacer las PYMES en Internet
- Ser proactivo: conocer el pulso del mercado antes de necesitar un profesional. Eso le permite saber los perfiles al alza y, sobre todo, quién despunta por tenerlos. Por supuesto, esta política trasciende la selección de personal misma, pero esto es otra cuestión.
- Tener un perfil propio (personal y/o institucional) en la red. Probablemente dicho perfil no deba estar necesariamente o únicamente en una red social, sino en varias, incluyendo la propia página personal/institucional. Como ya dije en otro lugar, abogo por una construcción del portafolio, por una vuelta a la web personal o institucional, utilizando los social media como un juego de espejos que nos refleje allí donde debamos estar también presentes.
- Establecer una relación (pro)activa con los profesionales del sector, tal y como solíamos hacer offline.
- aprender quién es quién a largo plazo a base de intercambiar
opiniones y recursos con profesionales del sector.
- Encontrar dónde se mueven los profesionales del sector y participar
en esos foros (redes). Es en el día a día donde conoceremos los potenciales profesionales con los que queramos trabajar (incorporándolos a nuestra plantilla o mediante otro tipo de colaboración).
Por supuesto, el departamento de RRHH de una multinacional no puede estar a todas. Pero hablamos aquí de una PYME o una microempresa, caracterizada por una alta concentración de profesionales de un mismo sector y donde la mayoría de profesionales trabajan en la cadena de valor de la misma. Pensemos en un estudio de diseño gráfico, una pequeña gestoría, un taller mecánico, una clínica veterinaria, etc.
¿Ejemplos?
A centenares, pero nos quedaremos con uno: Cadius, la comunidad de profesionales dedicados a la usabilidad, la arquitectura de información y el diseño de interacción
.
Por supuesto, Cadius está en Linkedin y Cadius está en Facebook y a partir de ahí uno puede tirar del ovillo. Sin embargo, lo que en mi opinión es el principal activo de Cadius es su ecosistema, centrado en la página web de Cadius, y que se extiende en la muy dinámica lista de correo, las comunidades locales (Zaragoza, Canarias, Granada…) que celebran encuentros presenciales, y todo ello crecientemente articulado a través de Twitter.
En definitiva, ¿las redes sociales nos ayudarán a encontrar y contratar buenos profesionales? Ni sí, ni no, sino todo lo contrario. Las redes sociales son una herramienta más, y lo que cuenta es quien la maneja y con cuanta habilidad, con lo que volvemos a lo de siempre: competencias profesionales, que poco o nada tienen que ver con Internet, y competencias digitales, para saber poner articular las anteriores en un nuevo paradigma digital.
Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 30 mayo 2010
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Todos los que utilizamos Internet — y por suerte cada vez somos más — hemos recibido alguna vez un mensaje de esos donde un personaje ilustre pontifica sobre la vida, la muerte, o lo que hay entre ambos estadios. Tarde o temprano, una de las víctimas de nuestros reenvíos nos hace notar que la atribución del escrito es falsa: porque (ilustre como es el personaje) sus biógrafos niegan la autoría, porque todavía está vivo y lo niega él mismo, o porque está fechado 200 años después de su muerte.
Hay, sin embargo, una cierta dificultad en verificar la autoría del escrito y, de todos modos, (a) lo que importa es lo que se dice y no tanto quién lo dice y (b) tampoco somos nosotros nadie para ir de investigadores por la vida, que la prioridad es pagar la hipoteca.
Cuando esto lo hacen los medios — por activa o por pasiva — la cosa cambia. Pongamos dos ejemplos.
El primero lo leo en casa de José Antonio Donaire bajo el título Fakes Polítics, donde explica que corre por Internet una falsa noticia supuestamente publicada por France Soir, noticia en que el diario presuntamente le arrancaba la piel a tiras al actual presidente español.
Donaire se ha tomado la molestia de buscar la noticia original y no la ha encontrado. Yo personalmente me he tomado la molestia de buscar la noticia original y buscar también un desmentido por parte de France Soir y no los he encontrado.
En mi opinión, France Soir debería haber respondido. Porque su reputación está en juego. ¿Y cómo sabrá France Soir que le están haciendo saltar por los aires su reputación en la red? Hay formas, muchas formas (publicidad: señores de France Soir, por una módica contribución a mi hipoteca, yo les echo una mano desinteresadamente ;).
El segundo ejemplo es, para mí, todavía más jugoso. A principios de este mes de mayo, el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) publicó su barómetro mensual sobre política española. Como era de esperar, la casta política ninguneó y despreció el dato más relevante (todos los políticos suspenden estrepitosamente y, de vivir el s.XVIII, la población les hubiera cortado la cabeza en la plaza del pueblo), y en cambio se ensañó sobre la metodología, las injerencias del gobierno en la encuestología, en el partidismo o neutralidad del ente científico, etc. Un caso de manual de matar al mensajero.
La mayoría de medios de comunicación se limitaron a amplicifar las voces de manipulación, contramanipulación y desmanipulación del CIS, también tapando, de paso, la noticia sobre la baja nota de nuestros políticos, y convirtiendo el caso de manual de matar al mensajero en un caso también de manual de cortina de humo.
Ante tantos casos de manual (y de juzgado de guardia), Alberto Penadés, de la Unidad de Apoyo del Centro de Investigaciones Sociológicas (fácilmente comprobable en la propia web del CIS), publicó un artículo en Debate Callejero titulado La encuesta de intención de voto y las mentiras sobre el CIS, donde defendía la actuación del CIS y, sobre todo, denunciaba cuan fácil era comprobar los argumentos que él mismo aportaba para defender el buen trabajo de su centro.
Alberto Penadés es una persona real que realmente trabaja en el CIS. Pudiera ser, sin embargo, que el artículo en Debate Callejero se le atribuyese falsamente. Pero la cuestión es que, como en los mensajes humanitarios de los poetas que mencionábamos hace unos párrafos, el contenido del artículo es del todo pertinente y es lo que de verdad cuenta.
Cuando se abre la caja de los truenos sobre el periodismo ciudadano, sobre si quien tiene un blog es un periodista, sobre el papel de los periódicos, sobre la calidad contra la cantidad… invariablemente aparece como argumento de la defensa que los periódicos son necesarios porque son los garantes de la democracia, porque son el cuarto poder que mantiene los candidatos a decapitación a raya, porque son los que pinchan donde duele hasta que la información ve la luz.
Y la pregunta es: mientras la arena política española se convertía en una insufrible y atronadora perrera, ¿que hacían los medios? ¿Denunciaban el maltrato a los animales? ¿O les quitaban el bozal y hacían sus apuestas? Yo, personalmente, hubiera agradecido un editorial explicando cómo funciona el CIS y su barómetro, dejando en evidencia los que suspenden no porque el profe los tenga manía, sino porque no hay forma de que se pongan a estudiar.