Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 28 enero 2013
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En España, la Ley Orgánica 5/1985 del Régimen Electoral General establece que los medios de comunicación públicos deben dar un determinado tipo de cobertura a la actividad de los partidos, lo que en la práctica se ha convertido en lo que popularmente se denominan bloques electorales. Los periodistas no han perdido nunca la oportunidad de posicionarse contra dichos bloques, defendiendo, sobre todo, que atentan contra la libertad de expresión.
Critican, los periodistas, que los bloques electorales no son fieles a la realidad informativa, a la actualidad. Así, más allá de una cuestión de derechos y libertades (libertad de expresión, derecho a la información, etc.), hay una o varias cuestiones técnicas: los bloques electorales no respetan lo que se entiende por noticia o hecho noticiable, con lo que se da voz a información irrelevante, poco nueva o poco pertinente, mientras que se silencian otros hechos o reflexiones que sí podrían contribuir a conocer y comprender mejor el mundo que nos rodea.
Más o menos como ocurre con los bloques deportivos.
Hace bastante tiempo que tenemos establecidos entre nosotros los bloques deportivos en los informativos de los medios de comunicación públicos — dentro de los privados también, pero estos no los pagamos directamente con nuestros impuestos y, por tanto, la reflexión pertenece al consumidor y no al ciudadano, que es el mismo pero distinto.
Estos bloques deportivos son, como los bloques electorales, espacios fijos dentro de los informativos en los que se dedica un determinado tiempo a cubrir la información deportiva. Como en los bloques electorales, la duración de los bloques deportivos es también más o menos fija, con independencia del día de la semana o el momento del día. Como en el caso de los bloques electorales, los bloques deportivos reparten de forma interna la cobertura en diferentes deportes y diferentes clubes o personalidades, con sólo leves adaptaciones en función de si lo que se reporta es verdaderamente noticiable o no.
Afirmaba recientemente Enrique Meneses en la revista Jot Down que enviamos más periodistas los torneos de fútbol que a la revuelta que ha habido en Mali
. Y ese es, creo, el drama de todo:
- Actualidad: los bloques deportivos, en su inmutabilidad, se hacen cortos de viernes a lunes, rebosantes de novedades deportivas, para pasar a cubrir las más absurdas trivialidades el resto de la semana. La mayoría de piezas de los bloques deportivos no superarían un examen basado en las 5W y otros criterios elementales de qué es una noticia.
- Proximidad: los bloques deportivos tienen siempre o casi siempre imágenes o cortes de voz de primera mano para ilustrar la noticia — cosa que no ocurre con muchas otras de las secciones de economía, política o internacional, donde se recurre mucho más en el archivo. Con independencia del contenido, el «continente» se nutre «democráticamente» de los mismos recursos (o más que el resto de secciones). Esto pasa a base de adulterar torpemente la proximidad de la noticia, haciéndonos seguidores de ligas extranjeras en persecución e idolatría del héroe local, no fuésemos a curzárnoslo, deportivamente hablando, en un probable futuro.
- Magnitud: los bloques deportivos se rellenan de corresponsales enviados o dedicados a cada liga o campeonato, o incluso a determinados clubes y personalidades. Mientras, en la prensa no deportiva, hay países por no decir continentes enteros que son cubiertos por un único corresponsal, un corresponsal que informa tanto de una emergencia nuclear a miles de kilómetros, como de una devaluación de la moneda a miles de kilómetros de la primera y de uno mismo. La magnitud de estos hechos, sin embargo, se ve mermada por construcción, por la cobertura que se da. Cerrando el círculo del mundo informativo paralelo.
Como sucede con los bloques electorales, los bloques deportivos distorsionan la realidad y desvirtúan el trabajo del periodista.
Aunque ningún periodista parece haberse quejado todavía. Quizás es que ya les/nos va bien a todos así.
Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 01 diciembre 2012
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En el debate de si Internet acabará con la televisión o si la televisión acabará con Internet, hay — como en la mayoría de debates — dos posiciones extremas opuestas:
- Internet volverá irrelevantes los canales de televisión, al servicio del capitalismo y los gobiernos, y democratizará la información y la comunicación y la revolución no será televisada.
- Los medios son los únicos tocados por la gracia divina de la verdad infundida, los garantes de la democracia bien democrática y el rigor, e Internet morirá aplastada por su propia irrelevancia, llena de ruido y cosas sucias.
Uno de los últimos informes del Pew Research Center, The Rise of the «Connected Viewer» (El surgimiento del televidente conectado), viene a decir dos cosas:
- La población en general encuentra este tipo de debates más bien estériles, y hace y deshace según le convenga en cada momento y al margen de consideraciones teleológicas y numismáticas.
- Un 58% de las personas que tienen teléfonos móviles inteligentes ven la tele con el móvil en la mano: se entretienen navegando durante los anuncios, comprueban en Internet que lo que dicen los bustos parlantes es verdad, visitan una web que ha salido en pantalla, intercambian mensajes SMS y alternativas con otras personas, comentan y leen los comentarios de otros en las redes sociales sobre el programa que están viendo e incluso algunos acaban participando en algún concurso.
En el fondo, estos datos no deberían sorprender a nadie. Y no porque esto haya sido ya teorizado hace diez años como transmedia, sino porque esta práctica es tan vieja como viejos son los medios.
El ejemplo más popular — exceptuando el caso de Internet, claro ‐ lo tenemos en ese «anunciado en TV» que acompañaba los anuncios de las marquesinas del autobús, los delantales en la prensa escrita o las cassettes de las gasolineras. «Anunciado en TV» y sabías que lo que comprabas era bueno, porque sólo lo que salía en la tele era de calidad.
La integración de los medios es antigua: los periódicos comprando radios, y las corporaciones de prensa y radio comprando cadenas de televisión. Mientras unos decían «la tele matará la radio», lo que hacían los demás era comprar cadenas de radio y cadenas de televisión y asegurarse de que el mensaje circulaba entre medios sin tropiezos. Con el tiempo, las estructuras de poder volvían a su sitio y aquí paz y mañana gloria.
¿Por qué, pues, esta insistente virulencia contra Internet como medio?
Por un lado porque de conservadores y reaccionarios hay en todas partes.
Por otra porque, probablemente, el problema es que Internet no se puede comprar. O, mejor dicho, no se puede comprar todo entero, y además cada vez parece más difícil hacerlo — especialmente desde que cualquier don nadie se puede hacer un blog o un usuario de Twitter. Vemos intentos: grandes corporaciones estableciéndose en Internet con gran despliegue de medios, compra de plataformas inicialmente «ciudadanas» por parte de corporaciones de medios, barreras legales a la entrada de nuevos micro-medios de comunicación personales, etc.
La diferencia, sin embargo, entre imprimir publicaciones «alternativas» y cerrar radios piratas es que las primeras costaban una fortuna y eran insostenibles y las segundas competían por un medio físico (las frecuencias de radio) que se debía regular y repartir (y pagar su reparto) para hacerlo practicable.
Internet no tiene ni estos costes ni estas limitaciones físicas. Así que quizás la estrategia de las grandes corporaciones de medios de comunicación, por una vez, tendrá que ser otra.
Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 01 agosto 2012
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A menudo hablamos de datos, información y conocimiento como si fueran la misma cosa, intercambiando las palabras como si se tratara de sinónimos para evitar redundancias en un redactado. Quizás (sólo quizás) una idea más clara de qué es cada uno nos ayudaría a confrontarlos con lo que los medios están haciendo hoy en día y qué es lo que algunos dicen que creen que necesita el ciudadano.
Siempre mejor un ejemplo:
- Datos: 25, 14, 1024, 21, 16, 1012, 19, 17, 998. O, en palabras: la temperatura máxima y la temperatura
mínima se acercan y la presión atmosférica está bajando.
- Información: Se acerca una depresión atmosférica, está cambiando el tiempo y nos movemos hacia la inestabilidad; refrescará durante el día, viento y mayor probabilidad de lluvias.
- Conocimiento: coged el paraguas u os mojaréis. Si podéis, evitad el coche: todo el mundo lo cogerá y se colapsarán las principales vías de comunicación. No aparquéis los coches en lugares con riesgo de avenidas o, cuando volváis, quizá no los encontréis. Los usuarios de la línea 1 de Cercanías de Barcelona, preparad la paciencia.
Otro ejemplo más complicado:
Unos años atrás, antes de la era Internet, los datos estaban en poder de quien los generaba, la información estaba en manos de quien era capaz de acceder a los datos, entenderlos y, en muchos casos, saber explicarlos. El conocimiento, por las dificultades de acceso a datos e información, así como datos e información complementaria a los primeros, estaban circunscritos al experto en una determinada materia.
Actualmente la información está prácticamente al alcance de todos. Todo el mundo cuenta lo que ve, su realidad más cercana, y lo hace público para el disfrute de los demás. La información, lo que sucede, es superabundante, y lo es porque todos nos hemos convertido en pequeños medios de comunicación que explican la actualidad desde un móvil, un ordenador o cualquier otro artilugio conectado a Internet.
Se da, sin embargo, la paradoja de que tanta información a menudo no está fundamentada en ningún dato objetivo: sabemos que llueve, pero no porqué, o sabemos que hay mineros que se rebelan, pero no estamos seguros de que los motivos que conocemos sean los verdaderos.
Se da también el hecho de que no sabemos qué hacer con tanta información. Llueve … pero ¿llueve mucho o poco para la época? Hay crisis financiera pero … ¿tenemos que sacar el dinero del banco y guardarlo en el colchón porque habrá «corralito» en la zona Euro?
Para remachar el trío de paradojas, muchos medios se van concentrando cada vez más en proveer información al ciudadano. Mientras somos bombardeados por docenas de canales diferentes que en Siria la ciudadanía es masacrada por el régimen, en la televisión o los periódicos o las radios se nos informa … que en Siria la ciudadanía masacrada por el régimen. Que nos recortan el sueldo o no encontramos trabajo ya lo sabemos, gracias, pero los medios dejan de contarnos (a) en qué se — en qué datos — el Gobierno su política económica y social y (b) qué alternativas hay y qué impacto tiene cada una a corto, medio y largo plazo — qué conocimiento tenemos de cada opción y lo que significa.
A veces ponemos nombre a las cosas y hablamos de la necesidad de un periodismo de datos o de un periodismo de investigación o de análisis. Y acabamos perdiéndonos en debates espurios sobre si los nombres están bien encontrados o no, o si obedecen a determinados intereses, o si todo es hablar por hablar, porque es fácil y no cuesta nada (no como hacer cuadrar sirialos balances y las nóminas a los medios).
Ejemplos de más y mejores datos, para fundamentar (y verificar) nuestra información: Qué hacen los diputados, Sueldos Públicos, ¿Dónde van mis impuestos? o el famós Mapa de Corrupción por Partidos Políticos o Corruptódromo.
Un perfecto ejemplo del conocimiento puesto en práctica, de cuál es el impacto de nuestras acciones (e inacciones), en Nada es Gratis.
Seguramente no hay tanta información de todas todas redundante y vamos faltos de porqués y para qués. Porque puede ser que el iceberg lo estemos viendo todos (información), pero que ni todo el mundo sepa que bajo el iceberg se esconde otro 90% de hielo (datos) ni que, si seguimos así, vamos a titaniquear de verdad de la buena (conocimiento).
Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 30 mayo 2012
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Una crítica que habitualmente se hace a los políticos es que han perdido el contacto con la gente de la calle. Se les acusa de vivir en una burbuja que los aísla de los problemas cotidianos de la ciudadanía, de sus tribulaciones, de lo que conforma su día a día.
La misma crítica se hace a menudo también a los académicos. Que viven en una torre de marfil, aislados de las distracciones mundanas, de lo prosaico y frívolo que les pueda distraer de lo que es «importante».
Leyendo los periódicos, escuchando la radio y viendo la televisión, uno tiene la impresión de que hay un buen grupo de profesionales de los medios que empiezan a desligarse de lo que solían reportar.
Por un lado están los sesgos e intereses habituales que, en cualquier grupo de poder, provocan desencuentros con la realidad. Estos desencuentros suelen resolverse a partir de cambiar una realidad por la propia «realidad». O por la desaparición de quien impulsa el cambio.
Por otro lado, hay un distanciamiento de la realidad debido a la repentina aparición de una nueva manera de explicarla y de vivirla: Internet.
Los tertulianos que no amaban a Internet
Durante los primeros años de Internet — y especialmente los primeros años de la llamada Web 2.0 — tuvimos que sufrir el espurio debate sobre si un blog era periodismo o no, o si existía algo parecido al periodismo ciudadano. Debate espurio y cortina de humo porque el verdadero debate estaba o está en otra parte, en la parte de si la retransmisión palabra por palabra de notas de prensa institucionales o de piezas de agencia es periodismo o no; o en la parte de si el apoyo acrítico a una opción política o grupo empresarial es periodismo o no.
Parapetados a la defensiva — una opción, por otra parte, totalmente comprensible — han pasado los años y todavía encontramos los mismos tertulianos negando Internet a la brava. Ni Internet es periodismo ni Internet es en absoluto. Internet, sencillamente, no es.
Ante la negación, un creciente número de ciudadanos (entre ellos también muchos periodistas) no entienden ya el puzzle de la información sin la pieza de Internet. La televisión se ve con los ojos y se comenta con los dedos en Twitter, los diarios se leen en papel y se busca su edición en línea para compartirla en Facebook; la radio se escucha, se graba, se edita y se pega un corte en el blog donde se añade el contexto que las ondas no han tenido tiempo de dar.
Pero Internet no sólo reproduce, sino que produce: Al-Jazeera — por poner un ejemplo cercano en el tiempo y neutral en casa — abrevó en Internet durante toda la revolución árabe, estableciendo una pauta que ahora es norma en muchos medios grandes y pequeños. En un excelente ejercicio de cinismo, abrevamos pero no reconocemos la fuente.
Y lo que hace realmente muy importante Internet es que, aun siendo «sólo» un instrumento, es un instrumento profundamente transformador que ha supuesto una Revolución Digital, a la altura de la del Neolítico o la Industrial. Una transformación que nos lleva a un cambio de era — la Sociedad Red.
Mientras muchos tertulianos siguen en su ciclo de Kübler-Ross negando Internet y dirigiéndole sus iracundos ataques, Internet se ha trascendido a sí misma y ha pasado a ser también un espacio: un espacio donde pasan cosas. Los estudios de radio y los platós de televisión hicieron posible que las cosas pudieran pasar fuera de las plazas, delante de un micrófono, ante un periodista: todos hemos sido testigos de cosas que han pasado en una entrevista. Del mismo modo, en Internet pasan cosas: se reúnen personas que se informan, deliberan, negocian y construyen nuevos proyectos de cualquier tipo. Pasan cosas. Mejores o peores, en Internet pasan muchas cosas. Cada vez más.
Pero, claro, para darse cuenta de ello hay que estar en Internet. Y pasar tantas horas como (todavía, también) pasamos frente al televisor o pegados a la radio.
Porque, en Internet, pasan cosas, estemos o no, como el agua baja río abajo tanto si estamos para verlo como si no.
Los periodistas en las torres de papel
Érase una vez que un político era alguien que salía de una comunidad de vecinos, de un ateneo, de un sindicato. Érase una vez que un científico trajinaba con legajos en la biblioteca, pasaba más tiempo con los cobayas del laboratorio que con la familia, viajaba sobre un barco desvencijado a «descubrir» nuevas culturas. Érase una vez que el periodista gastaba las suelas a pie de calle, no tenía más notas que las de su libreta y conocía personalmente el que-es-quién de su ámbito.
Todos tomamos distancia: hacemos equipos, nos especializamos, nos dividimos las tareas y nos hace más eficaces y más eficientes.
Hay periodistas que se sientan sobre una pila de papeles de periódico amontonados por las ondas hertzianas y la TDT. Hay tanto de papel amontonado que los pies les cuelgan, lejos del suelo. Es tan alta la pila de papel que hace falta quien la mantenga en su sitio: son los tertulianos que no amaban a Internet. Se cogen de las manos, de cara a la pila, y hacen un cinturón humano para estrechar en un abrazo mortal la torre de papel que tanto esfuerzo ha costado amontonar.
El periodista, con los pies colgando, se los mira desde su altura, altivo.
Los tertulianos, con la cara empotrada en el papel, se miran entre ellos — es todo lo que pueden hacer — y de vez en cuando miran de reojo hacia arriba.
Mientras tanto, en Internet pasan cosas.
Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 21 mayo 2012
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Los medios parece que no se ponen al día con la tecnología. Un primer impacto de este retraso pertenece al terreno de la eficiencia y la eficacia como organizaciones (como empresas), así como en la calidad del servicio que dan de cara a los ciudadanos (los clientes). Sin embargo, podemos considerar que es todavía más importante el impacto que el desconocimiento de la tecnología tiene no tanto en la calidad del servicio, sino en la calidad de lo servido, es decir, la información, el hecho de informar y de formar a la ciudadanía que también debe comprender el uso y el impacto del uso de estas nuevas tecnologías.
En materia de Tecnologías de la Información y la Comunicación, hay un cierto consenso que en los últimos veinte años se han vivido, como mínimo, un par de puntos de inflexión. El primero, a mitad de la década de 1990, con la apertura de Internet al público en general y la generalización del protocolo GSM que significó la telefonía de segunda generación. El segundo, durante la siguiente década, con la llegada de una web más participativa (la llamada web 2.0) y la telefonía móvil de banda ancha o 3G.
Han sido veinte años durante los cuales, mientras las personas a título individual iban adoptando las nuevas tecnologías, las instituciones quedaban atrás. Así, hay varios estudios que dicen que los profesores utilizan Internet pero no las escuelas; que lo hacen los abogados pero no los juzgados; que los políticos sí pero los partidos no; y así con todas y cada una de las instituciones que imaginemos… hasta llegar a los medios.
Es sorprendente ver cómo los periodistas mantienen blogs y twittean en Twitter mientras los medios que conforman por agregación todavía son en gran medida ajenos a ello.
Se hace difícil de explicar, por ejemplo, que tras varios meses de Primavera Árabe, con consecuencias políticas, sociales y económicas a toda una región del planeta — por no hablar de la repercusión internacional de las revueltas —, muchos medios (la hemeroteca está llena de ejemplos) clasificaran el movimiento del 15M bajo la categoría de «Tecnología», y encargaran la cobertura a los mismos periodistas que, dos días antes, habían cubierto el CES en Las Vegas o la presentación del último artilugio tecnológico. Es como haber analizado la política económica del ex-presidente Zapatero en la sección de deportes porque que un día dijo que era del Barça (aunque sí que se analiza el Barça en clave de política, economía, nacional, internacional, cultura y lo que haga falta, pero esa es otra cuestión).
Mucho más recientemente encontrábamos cómo el gobierno español, durante la presentación de los Presupuestos Generales 2012, informaba que toda la documentación estaba ya colgada en la web y se podía acceder mediante un código BIDI. Resultó que el código BIDI no era tal, sino que se trataba de un código QR, error que reprodujeron ampliamente muchos medios. El ejemplo puede resultar frívolo, pero denota dos cuestiones de mayor profundidad que la mera confusión de códigos:
- Que muchos medios y muchos periodistas, fruto de su ignorancia tecnológica, fueron cadena de transmisión del error. Si esto puede parecer, como decíamos, peccatta minuta porque lo mismo da BIDI que QR, la reflexión es si también hay confusiones de este calado entre otros conceptos, digamos «próximos» entre ellos, como musulmán, islamista o yihadista.
- Y no sólo muchos medios fueron cadena de transmisión del error, sino que, sabedores de que el lector no sabe (no como ellos) qué es un código BIDI (o QR), se emplearon en explicarlo en sus páginas… explicando el uno por el otro (afortunadamente, el nivel de explicación era lo suficientemente superficial como para ser válido el intercambio).
Peor, sin embargo, que no dominar determinados conceptos, es hacer bandera que sí se conocen haciendo ostentación de la jerga del sector. Un ejemplo lo tenemos en la pieza del diario Ara Mazoni, en un vídeo viral en defensa del mercado de la música. Los vídeos virales, seguramente el concepto más doscerista y «moderno» del mundo de la comunicación y el marketing en Internet, son aquellos que se propagan rápidamente, boca-oreja, y en muy poco tiempo son vistos por un gran número de personas, en cierto modo de la misma forma como un virus infecta una población.
Pues bien, el concepto «viral» en ningún momento puede atribuirse ex-ante, al igual que una epidemia no lo es hasta que no hay un alto número de infectados. Por si fuera poco, el supuesto vídeo viral tiene, casi dos meses después de su lanzamiento, seis tweets, un compartido en Google+ y 67 me gusta en Facebook. No sólo se precipitó el medio, sino que, en estos momentos, está dando una información errónea: el vídeo, más que viral, es una enfermedad exótica.
Un último ejemplo, especialmente irritante por repetirse casi a diario, es el caso del conductor de El Matí de Catalunya Ràdio, Manel Fuentes, que utiliza reiteradamente los términos «hashtag» y «egosurfing» al presentar los temas y el personaje del día. Desgraciadamente, el uso que se hace de ambos términos es incorrecto. Del todo. Sin matices.
En mi opinión, este mal uso es doblemente criticable:
- Por un lado, el uso incorrecto del término despista y desinforma a quien no lo conoce de primera mano, a quien tiene en un informativo una fuente de conocimiento. En Catalunya, esto sucede, seguramente, con la mayoría de oyentes de la emisora. Son oyentes que se acercan a un medio público para ser informados y, en cambio, salen desinformados y convencidos de lo contrario.
- Por otro lado, el uso incorrecto del término desacredita el medio y el periodista ante el colectivo que sí conoce el significado correcto del término. Como decíamos antes sobre la confusión de los códigos BIDI y QR, uno empieza a dudar de la profesionalidad del medio, del periodista y de su equipo y, en consecuencia, pone también en cuarentena cualquier otra información que difunda: si no sabe qué es un «hashtag» (que ha revolucionado el Norte de África), ¿comprenderá qué es el bosón de Higgs y su importancia? ¿comprenderá la diferencia entre democracia representativa, directa y deliberativa?
Estos usos incorrectos no son tolerables para los medios, menos aún cuando se trata de informativos, y mucho menos aún en el caso de los medios públicos.
Además, da a entender que se está a punto de perder el tren del periodismo en el siglo XXI, dada la capital importancia de los nuevos medios digitales de comunicación. Más allá de mostrar que se conoce o no un tema, más allá de dar información errónea y así desinformar al ciudadano, más allá de todo esto, las Tecnologías de la Información y la Comunicación tienen también un impacto crucial en el mundo del periodismo. No distinguir un grupo de tweets de una revuelta (árabe o nacional), no distinguir un BIDI de un QR, no distinguir un «hashtag» del tema del día hace pensar en el agricultor que no distingue un tractor de una guadaña.
El futuro del periodismo, tan necesario el segundo como incierto el primero, pasa, también, para conocer las propias herramientas de trabajo. Porque, en el fondo, es de eso de lo que estamos hablando.
Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 11 febrero 2012
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Tradicionalmente, los ciudadanos que querían dirigirse a los medios de comunicación tenían un puñado de vías y poco más: las cartas al director, una llamada a la emisora, una invitación a participar con un pequeño comentario … La voz del lector, del oyente o del espectador podía tener un espacio predefinido en el medio o no, pero, en todos los casos, era una voz que tenía que pasar un filtro: ya fuera a manos de un editor o un director que aprobaba la publicación, ya fuera — en el caso de un directo — a manos de un realizador o un director que aprobaban o mandaban cortar la emisión.
Desde que tenemos la Web y, sobre todo, desde que tenemos los llamados medios sociales, esto ha dejado de ser así. Y no es así en dos planos bien diferenciados. Primero, porque ya no depende de un editor, realizador o director que la opinión de un ciudadano vea la luz. Segundo, porque ya no hace falta la plataforma institucional del medio para hacerlo (el diario, el programa de radio o de televisión), dado que el mensaje tiene infinidad de plataformas para ser difundido.
El análisis de esta revolución, sin embargo, ha tenido a menudo una aproximación desde el punto de vista del contenido. Así, se habla de periodismo ciudadano (un término controvertido, por otra parte) y de cómo las personas a pie de calle pueden convertirse en cronistas de lo que pasa ante sus ojos. No obstante, se echa en falta el punto de vista del continente: ¿qué están haciendo los ciudadanos con estas herramientas en relación a las instituciones, los medios de comunicación?
Muchos, si no todos, los medios de comunicación han abierto ya, dentro de sus plataformas corporativas, canales de comunicación entre el ciudadano y la institución. Estos canales suelen tener dos vertientes: o bien acompañan la noticia, en forma de comentarios o un buzón específico para una determinada pieza (del tipo «corrige la noticia») o bien en un espacio desvinculado de la pieza y más asociado a la cabecera, normalmente en el espacio institucional en una red social.
Unos y otros no dejan de ser, sin embargo, la reencarnación digital (suponiendo que la Red sea un lugar de seres corpóreos) de aquellas cartas al lector o llamadas a la emisora ??que mencionábamos antes.
Resultan, por independientes y espontáneas, más interesantes aquellas participaciones que tienen lugar fuera de los espacios institucionales, pero apelando directamente a las instituciones y a aquello que hacen, sin entrar en el comentario centrado en la noticia.
Un primer ejercicio de este tipo es la crítica al medio en lo que se refiere a la forma. Más allá de la crítica fácil sobre contenidos poco cuidadosos o los (a los ojos de quien escribe) cada vez más presentes errores ortográficos, hay críticas a las formas de los medios que el muelle del hueso, a la esencia del periodismo. Un ejemplo es el profesor Josu Mezo de la Universidad de Castilla-La Mancha que, desde hace cerca de ocho años, mantiene Malaprensa, un blog (y un linkblog) que hace una revisión constructiva ya fondo de algunos errores garrafales que van apareciendo en los medios.
Otro ejercicio pertenece al ámbito del fondo o la política de la información, de la política comunicativa que, de forma explícita o implícita, queriendo o sin darse cuenta, siguen los medios. Un ejemplo de esta práctica es la del periodista Roger Vilalta, que en su blog hace un análisis de los porqués y porqué nos del tratamiento de determinadas cuestiones en los medios de comunicación.
Un último tipo de ejercicio, y quizás el más interesante por su naturaleza emergente y distribuida, es el que de repente acapara el debate virtual con motivo de una determinada actuación de un medio. Dos casos que rápidamente me vienen a la cabeza son la cobertura por parte de Antena 3 y la correspondiente «descobertura» por parte de Televisió de Catalunya — ambas emitiendo en directo en aquel momento — del desalojo de los indignados el 27 de mayo de 2011 en la Plaza Cataluña de Barcelona, ??o el poco menos que anecdótico seguimiento de la mayoría de medios de la manifestación, el 9 de julio del mismo año, del aniversario de la manifestación del 10 de julio de 2010 por la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña. En ambas ocasiones, Twitter hervía de indignación en tiempo real por la impasibilidad de Josep Cuní, en el primer caso, o del canal 3×24, en el segundo: medios públicos que se esperaba que fueran testigos y cronistas de los ciudadanos.
En los tres ejercicios presentados — y muy especialmente en el tercero — podemos aventurarnos a afirmar que lo que mueve a las personas a comentar sobre los medios no es el afán destructivo — como en algunos foros o páginas o piezas informativas —, ni tampoco una soberbia aleccionadora — como es también habitual encontrar en las redes más instantáneas —, sino una genuina preocupación por la salud del cuarto poder.
No es seguramente arriesgado pensar que muchos de estos comentarios no se hacen desde la posición del consumidor, sino desde la posición del ciudadano. El ciudadano que, inmerso en una grave crisis económica y, sobre todo, democrática, ve desfallecer las fuerzas de aquellos que se erigieron en los vigilantes legítimos del poder. Mientras muchos profesionales tienden a mirar desde la distancia a la crítica, a rechazarla por intrusista, a responder a la defensiva, me gusta pensar que, precisamente, se está dando la espalda al último aliado que le queda a los medios: aquel ciudadano que cree que el Periodismo, con mayúsculas, tiene todavía una función social.
Es por ello que algunos asumen la responsabilidad de vigilar al vigilante, de configurarse en un quinto poder que ayude al cuarto a ocupar el lugar que le corresponde. Un lugar que no está en las juntas de accionistas, sino en las ágoras de la polis.