Twitts al director: ¿hay un quinto poder?

Tradicionalmente, los ciudadanos que querían dirigirse a los medios de comunicación tenían un puñado de vías y poco más: las cartas al director, una llamada a la emisora, una invitación a participar con un pequeño comentario … La voz del lector, del oyente o del espectador podía tener un espacio predefinido en el medio o no, pero, en todos los casos, era una voz que tenía que pasar un filtro: ya fuera a manos de un editor o un director que aprobaba la publicación, ya fuera — en el caso de un directo — a manos de un realizador o un director que aprobaban o mandaban cortar la emisión.

Desde que tenemos la Web y, sobre todo, desde que tenemos los llamados medios sociales, esto ha dejado de ser así. Y no es así en dos planos bien diferenciados. Primero, porque ya no depende de un editor, realizador o director que la opinión de un ciudadano vea la luz. Segundo, porque ya no hace falta la plataforma institucional del medio para hacerlo (el diario, el programa de radio o de televisión), dado que el mensaje tiene infinidad de plataformas para ser difundido.

El análisis de esta revolución, sin embargo, ha tenido a menudo una aproximación desde el punto de vista del contenido. Así, se habla de periodismo ciudadano (un término controvertido, por otra parte) y de cómo las personas a pie de calle pueden convertirse en cronistas de lo que pasa ante sus ojos. No obstante, se echa en falta el punto de vista del continente: ¿qué están haciendo los ciudadanos con estas herramientas en relación a las instituciones, los medios de comunicación?

Muchos, si no todos, los medios de comunicación han abierto ya, dentro de sus plataformas corporativas, canales de comunicación entre el ciudadano y la institución. Estos canales suelen tener dos vertientes: o bien acompañan la noticia, en forma de comentarios o un buzón específico para una determinada pieza (del tipo «corrige la noticia») o bien en un espacio desvinculado de la pieza y más asociado a la cabecera, normalmente en el espacio institucional en una red social.

Unos y otros no dejan de ser, sin embargo, la reencarnación digital (suponiendo que la Red sea un lugar de seres corpóreos) de aquellas cartas al lector o llamadas a la emisora ??que mencionábamos antes.

Resultan, por independientes y espontáneas, más interesantes aquellas participaciones que tienen lugar fuera de los espacios institucionales, pero apelando directamente a las instituciones y a aquello que hacen, sin entrar en el comentario centrado en la noticia.

Un primer ejercicio de este tipo es la crítica al medio en lo que se refiere a la forma. Más allá de la crítica fácil sobre contenidos poco cuidadosos o los (a los ojos de quien escribe) cada vez más presentes errores ortográficos, hay críticas a las formas de los medios que el muelle del hueso, a la esencia del periodismo. Un ejemplo es el profesor Josu Mezo de la Universidad de Castilla-La Mancha que, desde hace cerca de ocho años, mantiene Malaprensa, un blog (y un linkblog) que hace una revisión constructiva ya fondo de algunos errores garrafales que van apareciendo en los medios.

Otro ejercicio pertenece al ámbito del fondo o la política de la información, de la política comunicativa que, de forma explícita o implícita, queriendo o sin darse cuenta, siguen los medios. Un ejemplo de esta práctica es la del periodista Roger Vilalta, que en su blog hace un análisis de los porqués y porqué nos del tratamiento de determinadas cuestiones en los medios de comunicación.

Un último tipo de ejercicio, y quizás el más interesante por su naturaleza emergente y distribuida, es el que de repente acapara el debate virtual con motivo de una determinada actuación de un medio. Dos casos que rápidamente me vienen a la cabeza son la cobertura por parte de Antena 3 y la correspondiente «descobertura» por parte de Televisió de Catalunya — ambas emitiendo en directo en aquel momento — del desalojo de los indignados el 27 de mayo de 2011 en la Plaza Cataluña de Barcelona, ??o el poco menos que anecdótico seguimiento de la mayoría de medios de la manifestación, el 9 de julio del mismo año, del aniversario de la manifestación del 10 de julio de 2010 por la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña. En ambas ocasiones, Twitter hervía de indignación en tiempo real por la impasibilidad de Josep Cuní, en el primer caso, o del canal 3×24, en el segundo: medios públicos que se esperaba que fueran testigos y cronistas de los ciudadanos.

En los tres ejercicios presentados — y muy especialmente en el tercero — podemos aventurarnos a afirmar que lo que mueve a las personas a comentar sobre los medios no es el afán destructivo — como en algunos foros o páginas o piezas informativas —, ni tampoco una soberbia aleccionadora — como es también habitual encontrar en las redes más instantáneas —, sino una genuina preocupación por la salud del cuarto poder.

No es seguramente arriesgado pensar que muchos de estos comentarios no se hacen desde la posición del consumidor, sino desde la posición del ciudadano. El ciudadano que, inmerso en una grave crisis económica y, sobre todo, democrática, ve desfallecer las fuerzas de aquellos que se erigieron en los vigilantes legítimos del poder. Mientras muchos profesionales tienden a mirar desde la distancia a la crítica, a rechazarla por intrusista, a responder a la defensiva, me gusta pensar que, precisamente, se está dando la espalda al último aliado que le queda a los medios: aquel ciudadano que cree que el Periodismo, con mayúsculas, tiene todavía una función social.

Es por ello que algunos asumen la responsabilidad de vigilar al vigilante, de configurarse en un quinto poder que ayude al cuarto a ocupar el lugar que le corresponde. Un lugar que no está en las juntas de accionistas, sino en las ágoras de la polis.

Entrada originalmente publicada el 8 de febrero de 2012, bajo el título Twitts al director: hi ha un cinquè poder? en Reflexions sobre periodisme, comunicació i cultura (blog de ESCACC, Fundació Espai Català de Cultura i Comunicació). Todos los artículos publicados en este blog pueden consultarse allí en catalán o aquí en castellano.

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