Bloques informativos electorales en tiempos digitales

Explica la Amin Maalouf en Las identidades asesinas que Arnold J. Toynbee (he sido incapaz de encontrar la referencia original) divide la historia de la humanidad en tres etapas.

  • En una primera etapa — la Prehistoria — las comunicaciones eran muy lentas pero la creación de conocimiento todavía lo era más, así que las ideas tenían tiempo de propagarse por todas partes antes de que surgiera una nueva.
  • En una segunda etapa — la Historia — la velocidad de creación de nuevas ideas era más rápida que su difusión, lo que conllevó la diferenciación de las sociedades.
  • En una tercera etapa — la etapa contemporánea — las comunicaciones se tornan muy rápidas, así que se debería esperar de nuevo una convergencia de las sociedades.

Más allá de las derivadas identitarias de esta clasificación, es interesante poner de manifiesto la evolución en paralelo de la creación de nuevas ideas con la velocidad de su difusión. En términos políticos esto significa que lo que se dice o lo que sucede es ampliamente conocido prácticamente al instante (podríamos aventurarnos a predecir una cuarta etapa en la que quizá ya nos encontramos: sabemos qué dirá un político antes de que ni siquiera lo piense …).

En este contexto, el Colegio de Periodistas de Catalunya reivindica que los periodistas puedan informar con independencia también durante las campañas electorales y, entre otras cosas, que se ponga fin a los bloques electorales, las imposiciones de tiempo y orden que la Junta Electoral Central establece en la cobertura informativa de las campañas electorales.

A esta reivindicación, fundamentada en el derecho a la información, se añaden otras voces que ponen de relieve la contradicción de amordazar a los medios tradicionales cuando, en la Red, no se tiene ningún tipo de barrera ni de cuota. No estaría de más recordar aquí al publicación de encuestas de intención de voto que hizo El Periòdic d’Andorra durante la jornada de reflexión de las elecciones de 2008, una práctica explícitamente prohibida en el territorio español, pero que El Periódico (de Catalunya) supo esquivar a través de su sucursal pirenaica.

El problema es que la información levanta conciencias y cambia pareceres. El profesor de la UOC Albert Padró-Solanet, en los resultados de su investigación sobre Internet y las elecciones legislativas de 2008, nos explica cómo las personas que recibieron información electoral en línea eran más propensas a la abstención o a abandonar el voto por los grandes partidos (PSOE, PP) en beneficio de los minoritarios, tendencia totalmente opuesta a quien recibía la propaganda electoral por los medios tradicionales (radio, televisión, papel).

Como la inmensa mayoría todavía recibe los lavados de cerebro fuera de Internet, la propaganda de los partidos (todos los partidos) todavía funciona, sobre todo a costa de la abstención. No sería de recibo, pues, que los partidos mataran la gallina de los huevos de oro, no al menos hasta que controlen Internet. Tendremos bloques electorales hasta que los blogs electorales tomen el relevo.

Entrada originalmente publicada el 10 de noviembre de 2010, bajo el título Blocs informatius electorals en temps digitals en Reflexions sobre periodisme, comunicació i cultura (blog de ESCACC, Fundació Espai Català de Cultura i Comunicació). Todos los artículos publicados en este blog pueden consultarse allí en catalán o aquí en castellano.

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¿El gobierno de los mejores o el gobierno de los que leen?

Decía el poeta que el poder es para cambiar el mundo. Y que los políticos no quieren el poder: lo que los políticos ansían es mandar.

Generalizando mucho — con las consecuentes injusticias de generalizar y más con el cedazo grueso — hay dos tipos de político:

  • El que domina un tema (incluida la gestión pública) y decide meterse en política para, como experto en esa cuestión, aportar su granito de arena para mejorar ese ámbito.
  • El que está en política sin ser experto en ningún tema.

Al margen de la valoración que haga cada uno de su gestión, de los primeros tenemos buenos ejemplos en Pedro Solbes y Rodrigo Rato en la cartera de Economía, o en Ángel Gabilondo o Federico Mayor Zaragoza en la de Educación, por mencionar algunos de los muchos casos que afortunadamente hay.

De los segundos tenemos también incontables casos. Se reconocen por su trayectoria meteórica: aparecen en la lejanía de una alcaldía periférica, ganan una dirección general, un ministerio y, como un cometa, después vuelven a perderse en el espacio estelar político, o bien volviendo a la administración local o catapultados hacia Bruselas, Naciones Unidas y demás cementerios de elefantes que tanto aportan al contribuyente a cambio de tan poco.

El presidenciable de las próximas autonómicas catalanas por Convergència i Unió, Artur Mas, insiste en su campaña en que quiere un gobierno de los mejores. La pregunta es a cuál de los dos tipos de político anteriormente mencionados se refiere Mas.

Teniendo en cuenta que la campaña sucede mayormente en mítines políticos — esa liturgia tribal dirigida a los miembros del partido y votantes incondicionales — uno querría comprender que «gobierno de los mejores» significa «compañeros, no me vengáis con el qué hay de lo mío cuando ganemos las elecciones», y que se creará un gobierno de competentes, no de incondicionales. No me parece mal.

Corre el peligro, sin embargo, que tan noble propósito se pase de frenada y, como denuncia José Antonio Donaire, ese gobierno de los mejores acabe en elitismo y aristocracia (cuyo origen del término es, precisamente, el gobierno de los mejores). Este riesgo ha sido históricamente una realidad que ha acuñado bonitos términos como despotismo ilustrado o maquiavelismo, por citar los más amables.

No comparto, sin embargo, algunas derivadas de la crítica a ese gobierno de los mejores, y que podemos resumir como (1) que tenga estudios y títulos no significa que vaya a ser mejor y (2) no solamente de técnicos vive la cosa pública, sino también de ideas/ideologías.

Creo que ambas aproximaciones son fruto de los desbocados relativismos moral e intelectual que nos sumen, respectivamente, en la impunidad y en la ignorancia.

Que uno tenga formación o experiencia en un área no es — ni debería ser — una condición suficiente, por supuesto. Sabemos que «doctores tiene la Iglesia» y que ello no es garantía de buen hacer. Sin embargo, sí debería ser, en mi opinión, una condición necesaria, una política de mínimos.

Exigimos al instalador del gas títulos y certificados de calidad para minimizar la probabilidad que nos vuele la casa por los aires; viajamos miles de kilómetros para que el cirujano que nos operará los juanetes tenga en su haber los juanetes de los mejores deportistas y vedettes de la televisión. Sin embargo, somos incapaces de exigir lo que damos por descontado en el último ayudante de la empresa a quien administrará un presupuesto multimillonario, público, y de quien acabará dependiendo no el presente, sino el futuro de un país (o una comunidad o una ciudad).

La segunda cuestión, la de que hay que construir los gobiernos con visionarios y no con autómatas, es condenable no en sí misma, sino por el lugar en el que nos deja a los demás. Creen algunos — como sucede con muchos religiosos — que solamente los políticos creen en algo, y que el resto de la humanidad cumple humildemente con su jornada laboral y deja para los demás el esfuerzo de pensar, o de imaginar, o de creer. Ocurre, no obstante, que es hasta probable que algunos «técnicos» tengan ideas, o incluso que piensen demasiado, tanto que no quepan en los aparatos de los partidos, como sospecho que fue el caso de Baltasar Garzón. Ideología sí, pero la justa.

Yo quiero un gobierno de los mejores. Sí, con mi dinero quiero contratar al mejor, como tengo el mejor coche que puedo permitirme o la mejor escuela que puedo pagar.

No quiero un gobierno de los mejores de cada partido, ni tampoco de unos mejores que de tan estupendos gobiernen de espaldas a la plebe, del resto de nosotros. Pero sí quiero un gobierno de unos mejores que saben de qué hablan, que conocen y comprenden los problemas a los que se van a enfrentar porque eran esos mismos problemas los que le quitaban el sueño antes de gobernar. Un gobierno de los mejores que lo son porque leen, porque se informan, porque son capaces de comprender, porque hablan y porque debaten.

Así entiendo yo ser mejor, y no creo que haya otra forma de serlo.

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Esforzándose en la sombra: el amanecer de la Política 2.0 en España

Hace año y medio, la profesora de la Universidad de Leiden Marga Groothuis me escribió para proponerme participar en un libro sobre innovación en la esfera de los gobiernos. Le interesaba, especialmente, mi punto de visto sobre «lo 2.0» en el ámbito de la política y la gobernanza en España.

El libro, provisionalmente titulado Innovating Government. Normative, policy and technological dimensions of modern government, tiene previsto ver la luz a finales de este año.

Mi capítulo, titulado con un inequívoco Striving behind the shadow — The dawn of Spanish politics 2.0 (traducción aproximada: Esforzándose en la sombra: el amanecer de la Política 2.0 en España), hace un repaso de la literatura existente sobre el tema para acabar concluyendo que «sí, pero no». Sí, se ha intentado; pero no, ni es 2.0 ni, en muchos casos, es ni tan solo política.

Cuando un libro tarda año y medio en publicarse (para ser honestos, un año desde que entregué mi manuscrito) uno siempre tiene la sensación de si lo que saldrá en papel seguirá teniendo validez alguna.

Me entero por Roger Senserrich, Carlos Guadián y Xavier Peytibí que un grupo de autores coordinado por Edgar Rovira ha publicado Los límites del 2.0 (PDF file, 295 KB), un manifiesto sobre el actual estado de lo que llamamos Política 2.0 y cuyo sentir es poco menos que pesimista:

Se puede comprobar fácilmente cómo parte del debate y la estrategia política en la red está aportando confrontación, con las organizaciones políticas intentando imponer su estructura vertical y su mensaje centralizado en las redes sociales, haciendo que parte de la conversación política en la red sea un mero cruce de eslogans. Entonces resulta que ese gran debate colectivo de ideas no se produce con la horizontalidad que se había anunciado: la red no es una gran ágora, sino un conjunto de habitaciones ideológicas con estrechos pasillos poco poblados donde interaccionar.

Aunque a posteriori, me gustaría añadirme a dicho manifiesto, al desencanto con que uno contempla lo que podría ser y no está siendo en materia de participación ciudadana, política, gobierno y Sociedad de la Información.

A continuación enlazo una versión prácticamente definitiva del capítulo sobre Política 2.0 en España que, dando más rodeos, acaba en el mismo punto que el manifiesto:

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Skolti, ciudadanos 2.0 a la escucha

Hace prácticamente un año, y para un escrito que me pidieron, hice el ejercicio de, desde mi punto de vista, describir qué es la Política 2.0.

Decía allí que la Política 2.0 son:

  • ideas con profundidad de debate (no simple propaganda),
  • datos abiertos,
  • participación a todos los niveles y por parte de todos los agentes,
  • una pérdida de control en la emisión del mensaje,
  • una pérdida de control sobre la creación misma del mensaje,
  • el ciudadano como alguien con capacidad real de construir,
  • la posibilidad de alcanzar todas las opiniones, y
  • la construcción de un ideario de forma continua y en tiempo real.

El equipo de Skolti nos trae ahora su primer experimento, Eleccions Parlament de Catalunya 2010, un concentrador de la actividad que partidos catalanes y candidatos a las autonómicas del 28 de noviembre de 2010 están teniendo en diferentes redes sociales.

Más allá del ejercicio de inventario, lo realmente interesante de esta herramienta es la presentación absolutamente plana y horizontal del mensaje de políticos y ciudadanos. Sin ponderación que valga, los twits de unos y otros pesan lo mismo.

Es delicioso también ver cómo fácilmente se detectan las redundancias en algunos contenidos (por ejemplo en Flickr, con fotografías re-publicadas urbi et orbe), así como lo estancos que son los compartimentos ideológicos en la red, con pocos y escasos cruces de palabras clave, es decir, con pocos unos hablando de los otros y otros de los unos. Tan curioso como la vida misma.

Vale la pena pasar un rato con la herramienta (a diario, antes de las comidas, por aquello de los cortes de digestión) y ver cómo los partidos están consiguiendo marcar como suyos los puntos cuantitativos anteriormente mencionados… y cómo los cualitativos les son todavía algo más esquivos.

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Huelga de la Huelga

Hoy, día 29 de septiembre de 2010, hay convocada una huelga general contra la refoma laboral. A continuación — y con alguna que otra digresión — expongo los motivos por los cuales no voy a ejercer mi legítimo derecho a la huelga.

El cambio sistémico.

En los últimos años, y de forma acelerada, estamos viviendo (o sufriendo) la rápida transición de una sociedad industrial a una sociedad del conocimiento. Esta última se caracteriza por un cambio tecnológico profundo, centrado en procesos de digitalización a todos los niveles; en una globalización que añade el factor tiempo (la inmediatez) a la ya dominante internacionalización o mundialización; y un radical cambio en las estructuras de demanda (en el mercado de bienes y servicios, en el mercado de trabajo, en los mercados financieros), con un papel predominante de la información y las estructuras de red en su formación.

Esta transición es llamada por muchos revolución digital, tercera revolución industrial… revolución al fin y al cabo. Una revolución es una ruptura, un antes y un después, no es un resituarse, no es remozar la fachada: es un cambio de sistema.

Las instituciones democráticas, las instituciones educativas, los gobiernos, los partidos, la forma de ser activo en sociedad, la forma de producir cultura, muchos procesos de producción y otros tantos de distribución, los medios de comunicación… incluso la propia identidad están siendo cuestionados y transformados tan radicalmente que es probable que en dos generaciones sea difícil hacer comparaciones con lo que había «antes».

El vacío total.

Ante esta situación, los principales agentes socioeconómicos o bien no hacen propuesta alguna o bien «exigen» (hoy en día ya nadie pide nada) aplicar soluciones del pasado. Gobierno, oposición, sindicatos y patronal parecen estar de acuerdo en que nada ha cambiado — más allá de lo anecdóticamente coyuntural — y enarbolan consignas que a lo mejor han funcionado estos últimos 250 años. Antes del cambio sistémico.

Este es un momento tan desconcertante como apasionante para los científicos, analistas y estadistas. Apasionante por lo nuevo; desconcertante por lo desconocido. Dicen que la Economía es una ciencia que predice el futuro como si condujese un coche solamente mirando hacia atrás por el retrovisor. Así, puede que no sepamos qué hay delante del coche. Pero, definitivamente, sabemos qué dejamos atrás y, en cierta medida, por qué.

El pueblo de los Estados Unidos en la ficción de El Ala Oeste de la Casa Blanca tenía la suerte de tener un gran Presidente con un gran gabinete. Y no porque el Presidente fuese un Premio Nobel de Economía, sino porque leía. Leía él y leía todo su equipo, y había debate y disensión y, ante todo, ganas de aprender juntos. Se pasaban las noches leyendo informes, artículos académicos, opinión; y se pasaban el día debatiendo y argumentando sobre los mismos.

En nuestro país, el debate de las ideas es un vacío cósmico. Con toda su misma radiación y con toda su misma vacuidad.

Los medios por los fines.

Si de algo se habla aquí, es de los medios, pero de los medios como fines. La confusión de los instrumentos por los objetivos es escandalosa.

La huelga, cualquier huelga, no debería ser un referendo sobre los sindicatos. ¿Desde cuándo los sindicatos, su existencia, es el objetivo? El objetivo de los sindicatos, como el de las ONG, debería ser desaparecer, no perpetuarse.

Sindicatos y partidos han tergiversado completamente la acción democrática. Los partidos vencen elecciones y los sindicatos ganan huelgas. ¿Perdón? Unas elecciones no son una carrera: unas elecciones son decidir en quien se delegará la responsabilidad de intentar alcanzar unos fines (económicos, sociales… colectivos) con unos recursos (los de todos). Ganar, si se gana, es al final de la legislatura; y no gana el gobierno, gana la sociedad con la gestión de este. Y las huelgas, si algo tienen, como las guerras, son perdedores: jamás ganadores.

Cuánto más «ganan» los partidos y los sindicatos, más perdemos los ciudadanos: tiempo, esfuerzos y recursos consumidos en los instrumentos y no en los fines.

Tampoco podemos justificar las acciones ni por los éxitos pasados, ni por los actores que los consiguieron. Es falaz pensar que los aciertos pasados justifican, en sí mismos, las propuestas presentes o futuras. Lo que justifica una huelga no es el papel de los sindicatos en conseguir mayores cuotas de libertad y derechos para los trabajadores: lo que justifica una huelga son las propuestas que hay sobre la mesa y los fundamentos que las sustentan. En este sentido no puedo sino recurrir a la cuestión del cambio sistémico, el vacío ideológico y la confusión de los medios por los fines.

Entonces.

Entonces no iré a la huelga.

Rechazo una huelga cuyo planteamiento no comparto por centrarse en los síntomas y no en la enfermedad.

Rechazo igualmente una casta política (y aquí incluyo a los sindicatos) que no da la impresión de documentarse, de proponer constructivamente, de debatir los fondos y no las formas.

Rechazo así mismo los mal llamados grandes inversores internacionales, especuladores cortoplacistas asilvestrados por la globalización que han convertido otro medio, el dinero o la financiación, en otro fin en sí mismo, dinamitando el sistema desde dentro. La especulación financiera es a la Economía lo que la especulación con alimentos y vivienda es a los derechos humanos más elementales.

Rechazo, por último, la connivencia de los unos para con los otros y los otros para con los unos. Connivencia que tiene secuestradas las ideas, incrementa la distancia entre los que tienen y los que no, y mina, sobre todo, las posibilidades de que los que no tienen tengan.

Carlo Cipolla clasificaba los seres humanos en inteligentes, incautos, malvados y estúpidos, según sus actos beneficiasen o perjudicasen a uno mismo y/o beneficiasen o perjudicasen a los demás. Que cada uno se encasille donde pueda.

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Algunos políticos buenos o efectos secundarios de la Política 2.0

En la última columna de Javier Marías para El País Semanal, Ustedes nos han hartado — reproducida en javiermarias.es —, el autor describe la pereza, aburrimiento infinito, gran desdén, desesperación, desaliento que le provocan los políticos en España.

Marías se pregunta si no habrá en cada partido personas más inteligentes, menos pagadas de sí mismas, que no hablen como gañanes ni suelten tantas sandeces, que no roben y sean cabales. Esta es una pregunta que yo personalmente me hago día sí y día también.

De vez en cuando uno cae en un blog de alguien que parece pertenecer a esa definición de un político mejor que la mayoría de los que aparecen en los principales medios de comunicación. De vez en cuando uno tiene la suerte de ir a un evento donde se ha invitado a un político a charlar, y cae en la cuenta que uno está tomando notas de ideas interesantes que aquel está proponiendo.

Los políticos buenos, como las meigas, haberlos haylos, pero deben estar enterrados bajo el aparato político.

Así, en el día a día, parece haber solamente dos perfiles:

  • El primero, el político de las encuestas, el que Marías define como una persona corrupta y ladrona, mendaz, desconsiderada y cínica, incoherente, contradictoria y con una cara que se la pisa.
  • El segundo, visto lo visto, el que traga con el primero. El que ante un caso de corrupción en el propio partido apunta a un caso (supuestamente) peor en las filas contrarias, en lugar de darle el empujón de gracia; el que siendo experto en una cuestión, aplaude las afirmaciones sandias e indocumentadas de su «líder», en lugar de corregirle con algo acorde con la realidad y los datos; el que calla su opinión por no «disentir», en lugar de enriquecer el debate a través del diálogo.

El problema es que el uso creciente de herramientas de creación de contenidos por parte de los políticos del «pelotón» (llamémosle la Política 2.0 «de verdad»), que dan su opinión en blogs o en servicios de publicación de vídeo, que conversan (aunque sea con los exiguos 140 caracteres) con los ciudadanos (o los votantes), que enlazan la opinión (favorable o contraria) de otros políticos, hace cada vez más insostenible la dicotomía anterior.

Cuando uno no sabe que hay políticos mejores que los que a uno le venden (literal, porque las elecciones son sobre la compra de una sonrisa forzada, no de un programa electoral), coge y se conforma con lo que hay. A lo sumo se resigna.

Cuando uno constata, sin embargo, el talento que hay en algunas filas y el poco o ningún peso o voz que se les da, la resignación da paso a la sublevación. Y las herramientas de la Política 2.0 son perfectas para dicha sublevación en el votante que sigue de cerca la vida política.

La cada vez mayor presencia de los políticos en todo tipo de medios, incluidos pseudo-blogs y pseudo-twitters y pseudo-facebooks, y la mayor independencia de algunos polílticos en sus poli-blogs y poli-twitters y poli-facebooks nos está llevando a una situación cada vez más insostenible intelectualmente.

Y digo intelectualmente, porque, para mi desazón, creo que los aparatos políticos se fortalecen, cierran filas y eluden la crítica y la reflexión gracias a los medios 2.0. El aparato está a salvo y con mejor salud que nunca, gracias.

Pero en el terreno de lo intelectual — no de la lucha por el poder — el panorama es espeluznante y cada vez más vergonzante: las alfombras bajo las que esconder la basura se están terminando y uno no sabe qué hacer ya para no tropezarse con ella.

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