Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 23 mayo 2011
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Tras lo que hemos visto estos días a raíz de las movilizaciones del 15m, y viendo los resultados de las elecciones locales 2011 en España, creo que se puede dibujar el siguiente mapa o perfil político del ciudadano en España en base a dos ejes:
En un eje, estar o no informado: por una parte, los ciudadanos que están informados, saben quién es quién y qué propone, tienen conocimientos de política tanto teóricos como sobre la historia reciente de la política; por otra parte, los que no están informados (o son incapaces de comprender o analizar críticamente la información que les dan — también los hay, por desgracia). En otro eje, la forma de entender la política, bien como forma de articular una ideología, bien como forma de cultivarse una carrera personal, de promoverse social y económicamente, de perpetuarse (una vez alcanzado) en el cargo, etc.
Sé que es una generalización burda, pero también creo que hay algunas cosas que son más fácil de explicar que lo que tendemos a hacer. Algunos apuntes sobre las agrupaciones:
- Izquierda que no gobierna ni gobernará: el mundo ha cambiado para siempre. Cambió el 9 de noviembre de 1989 cuando cayó el muro, y volvió a cambiar en 1995 cuando Internet se abrió a todos los ciudadanos. Uno puede ser fiel a sus convicciones y sin embargo acomodar las ideas a la realidad circundante. O bien pedir que el Sol salga por poniente, que también es legítimo.
- Izquierdas que votan derechas: para muchos, la gran paradoja. La ortodoxia politológica afirmará que se rinden a los hechizos de los populistas del último cuadrante. Seguramente. Y puede también que haya algo de condescendencia, soberbia o falta de análisis en dicha afirmación.
- #acampados y demás: Asambleas trasnochadas: en la línea de los primeros, pero supuestamente apartidistas… aunque a más proponen, más excluyen a muchos de la pluralidad inicial del movimiento.
- #acampados y demás: Votante que se debate entre el exilio y el suicidio: eminentemente de izquierdas (aunque se defina como apartidista), no sabe qué hacer viendo dónde están las izquierdas y, sobre todo, cuánto crecen los cuadrantes de la Política como mercado de votos.
- Derecha que gobierna y vaya si gobernará: ha entendido que el mundo ha cambiado y, lo que es mejor, ha cambiado en su propio sentido político. Hace una propuesta afín y recoge los beneficios. A uno puede gustarle o no, pero por ahora, el mundo es así.
- Izquierda que gobernaba y tardará en volver a gobernar: tampoco parece haber entendido que el mundo ha cambiado y, lo que es peor, intenta arreglarlo a base de nadar y guardar la ropa, operaciones de maquillaje y brindis al sol. Descalabro garantizado.
- Cínicos, populistas, corruptos y frescos en general: los que se benefician del mar revuelto y, viendo lo revuelto que está, lo mucho que todavía les queda por beneficiarse. Son estos los que tienen el país hecho jirones: algunos de la derecha y otros tantos de la izquierda.
Este es, a mi parecer, el panorama.
Un panorama dominado por los tres cuadrantes de la desinformación y la política como mercado: partidos desorientados, partidos cuyo fin son el partido mismo, y lacras sociales y políticas que se aprovechan del resto.
Si queremos más y mejor democracia, necesariamente la situación debe reconducirse hacia ampliar el cuadrante de los informados y comprometidos con sus ideas, a poder ser participando de las instituciones democráticas (gobiernos, partidos, sociedad civil organizada).
Es urgente recuperar la confianza en las instituciones democráticas a la vez que reinventamos la ciudadanía porque la alternativa es el caos.
Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 22 mayo 2011
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Me debato, supongo que como muchos otros, en qué debe quedar todo el movimiento del 15m, si en solamente una protesta sin propuestas, un conjunto de propuestas de mínimos o bien un conjunto de propuestas rayano a lo maximalista.
En mi opinión, ninguna de las anteriores: una única propuesta basada en el único punto en común entre todos los que se han manifestado: mejorar la democracia; y una única propuesta, además, basada en lo que es ahora posible en contraposición con lo que ahora tenemos, de la misma forma que ha sido ahora posible organizar una protesta de forma descentralizada y en red cuando antes costes y barreras lo impedían: la Sociedad de la Información.
Si algo tiene que salir de las protestas del 15m — y creo que sería una lástima que no saliese nada más que la constatación de un amplio y profundo descontento — debería ir en la línea de obtener el compromiso de los partidos de trabajar en una Ley de actualización del ejercicio de la democracia en la Sociedad de la Información durante la X legislatura de España. El nombre pretende ser únicamente descriptivo, aunque ya tenemos leyes con nombre parecido, como la Ley de Acceso Electrónico de los Ciudadanos a los Servicios Públicos (LAECSP) o Ley 11/2007.
Actualización porque entiendo que lo que ha echado a la gente a la calle no es un cambio de sistema, sino poner al día el que tenemos a base de pulir las aristas que le han ido saliendo. En la Sociedad de la Información porque, después de analizar a fondo las posibilidades, son precisamente las nuevas herramientas que ahora tenemos las que nos permiten plantearnos dicha actualización.
Así pues, lo que se podría pedir a partidos y gobernantes, vehementemente, con legitimidad y consenso, de ahora en adelante y hasta las próximas elecciones legislativas, es la inclusión en todos y cada uno de los programas electorales de la propuesta de trabajar en dicha Ley de actualización del ejercicio de la democracia en la Sociedad de la Información.
Esta petición no debería tener, a mi entender, un formato cerrado, es decir, un texto específico y explícito del contenido de dicha Ley, sino, insisto, el compromiso de debatir cómo hacer mejor el ejercicio de la democracia, en general, y algunos focos específicos donde las mejoras son más plausibles. Pero, una vez más, apuntar los focos, no las soluciones concretas.
Si lo que queremos mejorar es la democracia, parece lógico centrar nuestras propuestas en el procedimiento y fundamento del ejercicio democrático. Me permito a continuación apuntar una suerte de procedimiento y qué se podría proponer en función de lo dicho hasta ahora. Para ejemplificar, en lugar de pedir democracia directa (y punto) creo que es más prudente pedir mejorar los procesos de participación ciudadana, que puede ser democracia directa en algunos casos, deliberativa en otros, representativa (como hasta ahora) en el resto, etc.
- Información: necesitamos estar más y mejor informados para poder ejercer nuestros derechos democráticos en igualdad de condiciones. La transparencia es fundamental, y la digitalización de archivos y comunicaciones hacen posible que podamos estar más y mejor informados, especialmente a través de instrumentos tan valiosos como los que proponen las iniciativas de datos abiertos o gobierno abierto. Aportar toda la información no es más caro si se incorpora en el diseño organizacional de las instituciones. Toda la información debe ser pública y manipulable tanto manual como automáticamente.
- Deliberación y argumentación: Las nuevas tecnologías hacen más fácil y barato (con independencia del tipo de recurso que se considere: tiempo, dinero…) poner en común ideas, opiniones, puntos de vista. Ello incluye no solamente las relaciones horizontales (entre ciudadanos, entre instituciones) sino verticales: ciudadanos con instituciones. Necesitamos espacios de encuentro donde confluyan información con necesidades y, fruto de la reflexión, den como resultado propuestas concretas. Espacios web de las instituciones, redes sociales, (nuevamente) gobierno abierto, política 2.0, democracia 2.0… son conceptos y herramientas que pueden contribuir a mejorar la práctica de la deliberación de forma sustancial.
- Formación, debate y negociación de preferencias: Hechas las propuestas, cada uno debe escoger su opción. Y ver a qué beneficios y qué costes y renuncias supone la elección. La elección final no tiene por qué coincidir con la propuesta inicial. Debe ser posible generar espacios que faciliten y catalicen la generación de consenso. Herramientas de trabajo colaborativo, de dinámicas de personas, de gestión de proyectos se han puesto en marcha en muchos ámbitos con éxitos notables. Ahora mismo, junto con la deliberación, la negociación es el estadio más desatendido de la democracia, cuando debería ser posible hacerlo participativo (o, al menos, participado), público, abierto, transparente.
- Explicitación de preferencias y sufragio: Hay muchas formas de votar y muchos cuándos donde hacerlo. Los prohibitivos costes de elecciones y referenda hacen que por ahora se celebren cada cuatro años o solamente cuando la ocasión es de trascendental importancia. Esos costes se han reducido, en lo instrumental, a cero, y solamente quedan los costes humanos que cualquier ejercicio democrático requiere: informarse, deliberar, negociar… Es necesario repensar el ritmo de la democracia, diseñar nuevos procesos donde la participación directa o representada se alternen según necesidades, importancia y coste.
- Rendición de cuentas: Para cerrar el círculo, es imprescindible realizar la evaluación de impacto de las políticas públicas, así como la eficiencia y eficacia de nuestros gestores. Como en el caso de la información, la rendición de cuentas se basa en la información abierta y, sobre todo, en la posibilidad de actuar con prontitud y a menudo en tiempo real según sean los datos. Así pues, deben mejorar no solamente los procesos informativos sino los procesos de toma de decisiones, de redefinición de políticas y, por supuesto, de recompensa o castigo a las malas gestiones.
Esta es una propuesta de mínimos. Más conceptual que concreta. Y, precisamente por su imprecisión, debería ser posible ser adoptada como propuesta de trabajo (no propuesta finalista) que llevar a las elecciones de la próxima legislatura, para que en ella, y por cargos electos legitimados, se pudiese llegar a un sólido consenso de mejora de la democracia.
Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 21 mayo 2011
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¿Qué es un político?
Se hace difícil definir a un político de una forma menos vaga que «aquel que se interesa por las cuestiones de la polis«, definición en la que cabemos (casi) todos.
Podemos definir al político como «aquel que se gana el sueldo trabajando en política» o bien «aquel que es elegido para actuar en representación de sus conciudadanos en una institución, ejecutiva o legislativa». La segunda definición deja fuera muchos cargos que, sin ser electos, se ganan la vida haciendo política (p.ej. un ministro que no iba en las listas); la primera definición deja fuera muchos cargos electos cuya principal ocupación es su profesión de toda la vida (p.ej. un maestro que es el alcalde de un pequeño pueblo).
Además, tras estas cabezas visibles están muchas otras personas anónimas que «trabajan» en política, que ayudan a estos en su día a día, a llegar donde están, a hacerlo lo mejor que puedan. Definamos político como aquel que cree y participa activamente en el partido como principal instrumento de gestión de la cosa pública, siendo un partido la institución que escoge los candidatos a unas elecciones.
He conocido a muchos políticos que se ajustan a esta definición, desde personas prácticamente anónimas dentro del partido sin más aspiraciones que contribuir con su granito de arena, hasta cargos con buen sueldo y responsabilidades sobre decisiones y presupuestos de magnitudes impactantes, pasando por eternos candidatos a diputado o concejal que jamás saldrán de ese limbo político.
La mayoría de ellos eran personas cualesquiera, con plena confianza en la democracia representativa, en los proyectos compartidos, en arrimar el hombro, en construir ideas, en debatir sobre las ideas y las ideologías, en intentar encontrar soluciones a los problemas de la mayoría y de las minorías.
Para la mayoría de políticos que he conocido el partido era el medio para sumar esfuerzos e intentar poner en marcha un programa de ideas (otros hemos buscado y a veces encontrado formas alternativas de hacer eso mismo). Se daba forma al programa, se hacía público y se buscaban resonancias entre los conciudadanos. Si las había, se ponía en marcha. Si no las había, o bien se insistía en las bondades del mismo o bien, y sencillamente, se abandonaba: el equivocado debo ser yo.
No obstante, para una minoría, el partido se ha convertido en el fin. La ideología y el programa no son endógenos, no nacen de dentro, fruto de las propias convicciones y (sobre todo) reflexiones internas, sino que es externo, adaptable en extremo y viene dado por oleadas de circunstancias. La ideología se aparca al servicio de la comunicación y la mercadotecnia. El programa no se propone, se construye según la reacción del vendedor de votos. Así, se acaba defendiendo un programa que va contra las ideas de uno.
De alguna forma, arcana e incomprensible para el ajeno, los segundos han conseguido imponerse sobre los primeros. La política de los votos se ha impuesto a la política de las ideas en los partidos, es decir, la política de (presuntamente) unos pocos se impone sobre la de (presuntamente) unos muchos.
Es incomprensible no porque no responda a una lógica racional (ganar unos votos para ganar un puesto), sino porque no parece responder a los deseos de la mayoría que aúpa a esa minoría hacia esa lógica mercantilista de la democracia.
Políticos: ¡indignaos!
Si, como afirmáis, «no todos somos así», indignaos por ser cosificados, manipulados y utilizados por vuestros propios compañeros. Indignaos por ver alteradas, transformadas y deformadas vuestras ideas — y, con ellas, vuestras identidades.
Los que somos ajenos a la dinámica interna de los partidos no comprendemos los extraños vasallajes que parecen darse en su seno. «No todos somos así» y sin embargo se toleran y se encumbran algunas medianías intelectuales o morales que mercadean con la ética y las ideas. «Son las cuotas»: ¿qué cuotas, las de la mediocridad? ¡¡Indignaos!!
Políticos: ¡rebelaos!
Rebelaos contra la lentitud de la justicia, que mantiene en vuestras listas la lacra de los corruptos y el estigma sobre los inocentes. Rebelaos contra el ignorante, contra el incompetente, contra el populista, contra el cínico que hace de vosotros unas espaldas sobre las que descargar la construcción de su carrera personal. Rebelaos contra el fanático, contra el obcecado, contra el sectario que ensordece con la suyas vuestras palabras y obstruye vuestros oídos. Rebelaos contra los medios que tergiversan vuestras ideas y rebelaos contra quienes os privan de dialogar con los mismos.
Retomad, por favor, vuestro papel central en democracia. Legitimad vuestro papel de vertebración del diálogo, vuestro papel de representación, vuestro papel de gestores eficientes y eficaces, vuestro papel de legisladores informados.
Indignaos y rebelaos porque el resto, el resto no es política.
Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 21 mayo 2011
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La democracia representativa se inventó para hacer la gestión de la cosa pública más fácil. Gestionar no es sólo tomar decisiones, sino tomarlas después de tener una opinión formada y, sobre todo, informada. Y como informarse tiene un coste (a menudo en dinero y siempre en tiempo), como sociedad decidimos que era más eficiente (cada vez menos en dinero, y quizás tampoco en tiempo) que hubiera quien se dedicara profesionalmente a informar en profundidad sobre las cuestiones públicas y a tomar las decisiones en nombre de todos.
El populismo se aprovecha de esta asimetría de información para conseguir votos a través de medias verdades, hipérboles y, a menudo, mentiras en toda la regla. Decía Rabindranath Tagore que cuando el dedo del sabio señala la luna, el imbécil se queda mirando el dedo. El populismo es un mecanismo bien engrasado cuyo objetivo es llamar la atención sobre el dedo.
De ciudadanos que se miran el dedo hay de dos tipos. Hay los que, como decía Tagore, son imbéciles rematados y les gusta oír lo que quieren oír, hacerse la ilusión de que los ecos (imbecilidades) que oyen son cantos de sirena, y que el hecho de que otros hablen más alto los exime a ellos de la obligación de pensar, facultad que los humanos tenemos para distinguirnos de los chimpancés. Contra estos solamente cabe la resignación.
Hay un segundo grupo de ciudadanos que aunque se miran el dedo —afortunadamente mayoritario— lo que necesitan y quieren es más información. Más información que les haga notar que es a la luna adonde debemos mirar, y no al dedo que la señala. Y quien les ha de proporcionar esta información es, naturalmente, quien la tiene: los (otros) políticos y los medios.
Tanto unos como otros han conseguido una nueva iteración en el aforismo de Tagore. El sabio señala la luna, los imbéciles se miran el dedo, y los medios y políticos se miran a los imbéciles, los sacan en primera página y parlotean hasta la náusea.
En los últimos años ha aparecido una nueva especialidad periodística. Lo llaman «periodismo de datos»: el análisis, desde un punto de vista comunicativo, de la ingente y exponencialmente creciente cantidad de datos que la digitalización ha hecho posible. Seguramente es lo que ahora mismo nos haría más falta: abandonar el primer plano de los imbéciles y girar las cámaras hacia los datos, hacerlos comprensibles y que nos ayuden a votar con conocimiento de causa. A veces sólo es cuestión de poner un poco de voluntad.
Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 19 mayo 2011
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Esta es una doble entrada que pretende analizar las protestas activadas por la plataforma
Democracia Real Ya y que sacaron a la calle a decenas de miles de pesonas en toda España el 15 de mayo de 2011, tomando como centro más visible la Plaza del Sol de Madrid. En
De Tahrir a Sol (I): qué ha pasado y por qué intentaré hacer un análisis más objetivo de hechos y motivos, mientras que en (proximamente)
De Tahrir a Sol (II): perspectivas y propuestas pasaré a un plano más subjetivo sobre lo que podría y debería pasar.
Aunque la comparación con entre la (a estas alturas ya autoproclamada) #spanishrevolution y la primavera árabe es constante, vale la pena detenerse a ver cuán diferentes son, ya que a partir de estas diferencias podremos intentar deducir lo que es más probable que suceda en el futuro (próximo y no tan próximo).
Sin ánimo de entrar en el debate de las etiquetas y los conceptos, podemos definir una revolución como un cambio radical en el sistema: la revolución bolchevique que cambió el sistema social y económico en los entonces futuros (y ahora ex-) países soviéticos, o la revolución industrial del s.XVIII que cambió el sistema productivo; es una ruptura y lo que viene suele definirse en oposición a lo que teníamos. Una revuelta aspira a hacer grandes cambios, pero cambios mayormente dentro del sistema, y los exige en base a la insurgencia, a desafiar el sistema, a incumplir sus leyes y sus normas; las revueltas árabes han desafiado el poder y han hecho que cambie de manos, habrá cambios en el sistema, pero a grandes rasgos serán evoluciones del mismo. Una protesta es una muestra de desacuerdo con una determinada situación, de índole política, económica o social; es de alto voltaje, pero no desafía al poder, no incumple las normas de forma abierta y sistemática; de hecho, pretende que el sistema continúe, pero que se corrijan determinadas disfunciones en el mismo.
La #spanishrevolution es, a mi modo de ver, una protesta en toda la regla. Y su impacto, si no evoluciona a revolución, deberá medirse con la regla de medir las correcciones en las disfunciones del sistema que han provocado la protesta. Ni más… ¡pero tampoco menos!
Pero hacer prospectiva de lo que sucederá el 22M es complicado, complicadísimo: hay demasiadas variables y muchas de ellas actúan en sentidos opuestos. Saber cuál predominará se me hace harto complicado.
Ejercicio de la democracia
Un impacto directo, no en el futuro sino en el presente, que está teniendo lugar ya, ahora mismo, es un incremento del debate en la ciudadanía. Si de verdad creemos que el ejercicio de la democracia es algo más que votar, que empieza con la información, la gestación de una opinión, el debate, la negociación… #spanishrevolution es ya un éxito. La cantidad de debate generado es ejercicio democrático en estado puro. Afirmar que esto es rebeldía o contestación, incluso ingenuidad o utopía es negar lo más fundamental de la democracia: es muy sintomático que quien niega al independentismo vasco su derecho a expresarse en las urnas niegue también al descontento expresarse en la plazas plazas de las ciudades o de Internet.
Esto es demoscopia y barómetro político en tiempo real y sin filtros ni cortapisas. ¿Qué más se puede pedir?
Impacto en las elecciones del 22M
Por una parte, es cierto que el movimiento tiene un fuerte sesgo a favor de la población joven, estadísticamente levemente más escorada a la izquierda. Sin embargo, esto es especialmente cierto en quienes mantienen las ocupaciones de las plazas (también hay infinidad de gente mayor que, sin acampar, pasan el día en la plaza), pero deja de serlo cuando finaliza la jornada laboral y se les añaden ciudadanos de todo estrato social y edad.
Por otra parte, es probablemente cierto que el movimiento tenga un sesgo a la izquierda. Años de estadística así lo corroboran: el votante de derechas es fiel, el votante de izquierdas castiga.
Una tercera consideración es el distinto conocimiento del funcionamiento del sistema electoral español, así como la existencia o inexistencia de un comportamiento estratégico. Esto tiene que ver con los umbrales mínimos que permiten a una lista obtener escaños en unas elecciones en España.
Así, pues, tres variables a tener en cuenta: mayor o menor sesgo a la izquierda, mayor o menor propensión a emitir un voto válido o no válido (nulo y abstención), y en caso de que sea válido, emitirlo a favor de un gran partido o de uno sin o con poca representación.
Complicado. Puede que salgan ganando los partidos pequeños de izquierdas (Izquierda Unida, Iniciativa per Catalunya, Esquerra Republicana, Piratas, Bildu o los centenares de partidos locales o «anónimos») o incluso los no tan de izquierdas (Ciudadanos, UPyD).
En mi opinión, el éxito de las movilizaciones debería medirse en tres ejes:
- Número de abstenciones y votos nulos;
- número de votos emitidos (no escaños obtenidos) a partidos pequeños;
- caída de votos del PSOE (significativamente por debajo de lo que marcaban las encuestas antes del domingo) y, sobre todo, caída de votos del PP.
Considero que el éxito no debería ser el número de escaños — dado que es probable que no haya cambios significativos — sino cuanta gente (suma total nacional) ha apoyado las protestas de una u otra forma. Porque lo que debe votarse ahora es si se apoya la propuesta de cambios de las distintas plataformas votando «alternativamente». Si la gente vota mayoritariamente igual que siempre, será hora de recoger las carpas e irse a dormir a casa. Si no, aunque no haya cambios significativos en los escaños, la legitimidad ganada será el éxito real de las movilizaciones. Esta será mi interpretación personal.
Extensión a otros países
¿Se extenderá a otros países (de la Unión Europea)?
Parece ser que se extiende ya a Italia. Esta era fácil de prever. Después de Grecia, que ya tuvo una primera cata de protestas hace unos meses, Portugal y España completan el trío donde la crisis se ha cebado con más fuerza. Con Italia se completa el cuarteto donde la calidad de los dirigentes es especialmente lamentable, motivo principal de las protestas. Sería pues, previsible, una reedición o réplica en los países mediterráneos de la Unión Europea (incluyo de forma algo tácita a Francia, con su historial de hace unos años). Y no solamente porque comparten situaciones parecidas (sobre todo en comparación con sus vecinos del norte) sino porque (hay que insistir en la cuestión) esta es una reivindicación para una mejor democracia, y parte de esta se administra en Bruselas.
En este sentido, hay que ser consciente que no basta con movilizarse dentro de un país, sino dentro de la Unión Europea en su totalidad.
Propuestas a corto plazo: complicidades y compromisos
Mi primera propuesta sería ganarse la legitimidad en las urnas. La legitimidad, no los escaños. Los escaños conseguidos (municipios y algunas autonomías) no servirán para operar cambios significativos en el sistema democrático, máxime algunos gestos que difícilmente se consolidarán en el futuro. Hay que conseguir un apoyo que se medirá en gran medida en función de la votación «alternativa» que muchas plataformas proponen y, en menor medida, sumando el no a todo de nulos y abstenciones. Sin ese apoyo, habrá que reconocer que la protesta es cosa de unos cuantos, la ciudadanía no apoya y retirarse dignamente: esto también es democracia.
Para ganarse la legitimidad, hay que dar un mensaje inequívoco, comprensible, articulado en una única propuesta (desplegada con sub-propuestas, si cabe). Y creo que la propuesta debe ser más y mejor calidad democrática, incluyendo instituciones, procesos y actores. La tendencia por ahora no es exactamente esta y, además, tiene dos facciones opuestas: o bien el cajón de sastre de «ya que salimos a la calle, vamos a pedirlo todo», o justo la inversa «salimos a quejarnos, no a proponer, que propongan los responsables de todo». Mi opinión no es tanto que haya que venir con propuestas entendidas como soluciones (aunque nunca está de más), pero sí con propuestas en el sentido de mensajes claros. ¿Es más y mejor democracia? Pues más transparencia, más rendición de cuentas y más consultar a la ciudadanía. Personalmente creo que despista mezclar el mensaje con medidas económicas o sociales o mantenerse en el plano «con mi indignación basta».
Por cierto, hablo del fondo, no de las formas: demasiado chorizo para tan poco pan
y similares son una forma clara y concisa de pedir mayor rendición de cuentas y justicia para quien usa lo público en beneficio de lo privado, reivindicaciones que caben dentro de más y mejor democracia.
Propuestas a largo plazo: impactar el legislativo con cambios estructurales en la regulación de la democracia
Relacionado con lo anterior, si a corto plazo hay que pedir legitimidad a partir de un mensaje claro, a largo plazo hay que hacer entrar ese mensaje en la agenda política de la liga de los mayores: las legislativas de 2012. Ahí es donde se puede (por ejemplo) cambiar la ley electoral, o se pude cambiar (ni que sea a través de minorías decisivas) la dinámica de pactos de las dos cámaras estatales.
Un apoyo significativo, no marginal, de la población a las protestas el 22M debe ser a la vez motivo suficiente y necesario para continuar dichas protestas durante el largo año electoral (la campaña de las legislativas empieza el 23M, por supuesto).
Y durante ese año sí debe haber propuestas concretas. Debe haber programa electoral.
Y debe haber trabajo para que dicho programa electoral o bien sea representado por una formación que pueda llevarlo a cabo o bien la propuesta debe introducirse, en paralelo, en el mayor número de formaciones posibles. El primer caso es complicado: si es una formación nueva, probablemente no pueda llevarlo a cabo aunque consiga representación; si no es una formación nueva, la pluralidad de las protestas (por muy sesgadas que estén) no permitirá una única filiación política y desintegrará el movimiento. Por otra parte, el sistema la mayor parte de la veces se cambia desde dentro, haciendo evolucionar a las instituciones y por consenso.
Veo más fácil votar a «mi» partido bajo la condición que incorporen medidas para mejorar la democracia, que hacer un voto ecuménico de la mano de muchos conciudadanos con quienes únicamente tengo en común que quiero más y mejor democracia.
Creo que esa es la opción, aunque requiera la cabeza más fría y el esperanza del corredor de fondo.
Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 19 mayo 2011
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Esta es una doble entrada que pretende analizar las protestas activadas por la plataforma
Democracia Real Ya y que sacaron a la calle a decenas de miles de pesonas en toda España el 15 de mayo de 2011, tomando como centro más visible la Puerta del Sol de Madrid. En
De Tahrir a Sol (I): qué ha pasado y por qué intentaré hacer un análisis más objetivo de hechos y motivos, mientras que en (proximamente)
De Tahrir a Sol (II): perspectivas y propuestas pasaré a un plano más subjetivo sobre lo que podría y debería en mi opinión personal pasar.
En los pocos más de 30 años que España viene viviendo en democracia desde la muerte del dictador, los políticos han pasado de ser los héroes que redactaron una nueva (y en muchos aspectos muy moderna) Constitución y la pusieron en práctica haciendo posible una transición hacia las libertades y el progreso, a los villanos que, entre otras cosas, implicaron al país en una guerra con oposición frontal de Naciones Unidas y la población en pleno, o negaron — y con ello empeoraron — una crisis con consecuencias devastadoras. Los políticos, y lo dicen las encuestas una y otra vez, han dejado de ser la solución para ser el problema. Por activa.
Al final, los ciudadanos, más allá del hartazgo, salieron el 15 de mayo a tomar las plazas, tal y como sucedió en el norte de África durante la llamada primavera Árabe a principios de 2011. ¿Alguna relación?
Diferencias
Hay tres diferencias fundamentales — más adelante hablaremos de una cuarta — que hacen que, en esencia, los movimientos árabes sean muy distintos de las revueltas españolas, aunque en la superficie puedan compartir algunas herramientas y prácticamente coincidan también en el tiempo.
La primera gran diferencia es la situación de partida, el contexto socioeconómico. A pesar de la gravedad de la crisis que asola España — con tasas de paro del 20% que se elevan al 45% en el caso de los jóvenes, o con crecientes impagos de hipotecas y problemas para llegar a final de mes — el sistema de protección social funciona (tanto el que proveen las instituciones como las familias) y, dicho en lenguaje llano, «nadie muere en España de hambre» ni «nadie muere en España por sus ideas» (ojo a las comillas). En Egipto, o en Túnez, sí, tanto lo primero como, cada vez más, lo segundo. Mientras la demanda en Egipto es el acceso a una cartera elemental de derechos humanos, en España la demanda es sobre la calidad de dichos derechos, especialmente las libertades ciudadanas y los derechos políticos.
Una segunda gran diferencia, muy relacionada con la anterior, es de carácter sistémico: en Egipto, la ciudadanía ha llegado al límite de lo que da de sí el sistema y claman por un cambio radical. Habiendo recorrido ya todos los caminos posibles de los -ismos (imperialismo colonial, comunismo, nacionalismo radical, totalitarismo oligárquico) piden entrar de lleno en la democracia. Democracia y punto. En España se pide exactamente lo opuesto y lo mismo a la vez, es decir: no cambiar de sistema, sino sanear y regenerar el presente. Las manifestaciones en España no son antisistema sino todo lo contrario, pro-sistema: más participación, más transparencia, más rendición de cuentas. En definitiva, más y mejor democracia.
La última diferencia radica en el cómo, aunque está también relacionada con las diferencias de perfil socioeconómico de los países árabes en relación a España. En el caso de los primeros, la mucho menor penetración de Internet — y más de la Internet móvil de banda ancha — así como la menor extensión de la formación entre la población hacen que, por construcción y necesariamente, las revueltas las activen una minoría muy formada y con fácil acceso a la tecnología. Una vez esta élite intelectual está coordinada y articulada, la revolución se extiende al resto de la población. Pero la chispa está muy localizada en las grandes urbes y en determinados estratos sociales. No parece ser este el caso de España, en parte porque el uso de Internet está mucho más expandido, en parte por tener una muy elevada proporción de población con educación formal, mucha de ella con secundaria y educación superior. Si se suele hablar de la primavera árabe como un movimiento de base, este adjetivo empalidece ante la pluralidad de las protestas en España. Hubo un precedente el 13 de marzo de 2004 y la réplica del 15 de mayo de 2011 ha sido mucho más fuerte, distribuida, reticular.
Similitudes
La primera similitud, como prácticamente en cualquier revuelta, es que esta se hace porque no hay nada que perder. En el caso de Egipto se sale porque la vida, lo único que queda a muchos, también se está perdiendo por la violencia de la pobreza o la violencia del Estado. En España, ante la perspectiva de unas elecciones — las del 22 de mayo — en las que ya está todo decidido de antemano, no se pierde nada con salir a protestar.
La segunda, mucho más importante, es porque se puede. Se puede salir a protestar porque, a diferencia de épocas anteriores donde hace falta una infraestructura para salir a protestar (una organización que lidere, medios económicos para producir material informativo, acceso a controladísimos canales de comunicación donde difundir dicha información), actualmente no hace falta ninguna: la coordinación puede hacerse de forma descentralizada y sin pasar por ninguna organización formal, la producción de material informativo multimedia se puede realizar desde el más básico de los ordenadores, y su difusión solamente requiere un acceso a Internet.
Lo nos lleva a una tercera similitud, y es el uso intensivo de las Tecnologías de la Información y la Comunicación para esa coordinación, producción y difusión de las revueltas. Sin embargo, y como veremos más adelante, el caso español ha sido, en mi opinión, muy distinto del caso árabe.
Una última similitud, y consecuencia directa de la anterior, es la ausencia de un puente de mando centralizado en la gestión de las revueltas. Aparecerán portavoces, o emergerán algunas cabezas más visibles que otras, pero la toma de decisiones, la elaboración de propuestas, la gestión de la mecánica es en red, no es jerárquica. No es nuevo: Al-Qaeda lleva años haciéndolo y muchos años más llevan algunas redes de profesionales en sectores intensivos en conocimiento. Pero si es rompedor en un mundo, la política, fuertemente encorsetado por las jerarquías, las disciplinas de partido, el concepto de aparato o la figura del líder.
El papel de las redes sociales
En el uso de las redes sociales en concreto, y de las Tecnologías de la Información y la Comunicación en general, hay dos tipos de movimientos muy diferentes entre sí, a la vez que complementarios.
Un primer sentido del movimiento es horizontal. Se basa en una comunicación entre pares que persigue difundir una idea de forma viral, capilar, involucrar a cuantos más mejor, articular una masa crítica, consensuar un ideario, un discurso, y promover la acción.
Hay un segundo sentido del movimiento mucho más vertical. La base de la ciudadanía, empoderada con medios de producción y difusión digital, persigue alcanzar los centros de toma de decisiones que hay sobre ellos, ya sea directamente o indirectamente a través de los medios tradicionales de comunicación.
Si bien ambos movimientos han estado presentes tanto en la primavera árabe como en España, en mi opinión en las revueltas en Túnez y, sobre todo, en Egipto predominó este movimiento vertical, mientras que en España ha predominado aquel movimiento horizontal.
Por dos motivos.
El primero por la diferente situación socioeconómica a la que apuntábamos al principio: en España la coordinación de una base muy amplia ha sido posible gracias al mayor acceso a Internet. Así el movimiento en horizontal ha podido ser posible con mayor magnitud en España que en el norte de África. En España valía la pena y era posible alcanzar a esa gran masa educada, crítica y dispersa por toda la geografía. En Egipto, la coordinación en algunas ciudades y universidades era clave, pero era también difícil ir más allá por medios digitales (que se suplieron por otros medios más tradicionales: octavillas, charlas, telefonía fija).
El segundo por la diferente distancia entre la ciudadanía y el poder. A pesar de las (más que legítimas) críticas y reivindicaciones, los españoles están mucho más cerca del poder que los egipcios. Entre otras cosas, porque los egipcios no solamente eran encarcelados por sus ideas, sino que comprendían que un cambio de gobierno pasaba por el apoyo de la comunidad internacional, especialmente la Secretaría de Estado Norteamericana. En España, mejores o peores, hay elecciones y es posible cambiar el color de algunos gobiernos. En este movimiento de comunicación digital vertical, podemos constatar la importancia que tuvo la cadena Al-Jazeera, que actuó de correa de transmisión entre manifestantes y los poderes internacionales, dando ingente difusión al material gráfico generado por los primeros. En España, un desapego y revueltas que hacía meses que se iban gestando, seguían apareciendo en las páginas de Tecnología de los principales medios, en lugar de las más apropiadas secciones de Actualidad, Política o España.
La democracia no es solamente ser libre de hacer cuanto uno quiera dentro del sistema, sino la posibilidad de cambiar el sistema mismo. Hasta ahora, las Tecnologías de la Información y la Comunicación habían empoderado a la ciudadanía para tener más libertad de movimientos dentro de la pecera. Lo que ahora se está intentando es usar esas mismas tecnologías para hacer la pecera más grande. O para salir de ella.