¿Qué es un político?
Se hace difícil definir a un político de una forma menos vaga que «aquel que se interesa por las cuestiones de la polis«, definición en la que cabemos (casi) todos.
Podemos definir al político como «aquel que se gana el sueldo trabajando en política» o bien «aquel que es elegido para actuar en representación de sus conciudadanos en una institución, ejecutiva o legislativa». La segunda definición deja fuera muchos cargos que, sin ser electos, se ganan la vida haciendo política (p.ej. un ministro que no iba en las listas); la primera definición deja fuera muchos cargos electos cuya principal ocupación es su profesión de toda la vida (p.ej. un maestro que es el alcalde de un pequeño pueblo).
Además, tras estas cabezas visibles están muchas otras personas anónimas que «trabajan» en política, que ayudan a estos en su día a día, a llegar donde están, a hacerlo lo mejor que puedan. Definamos político como aquel que cree y participa activamente en el partido como principal instrumento de gestión de la cosa pública, siendo un partido la institución que escoge los candidatos a unas elecciones.
He conocido a muchos políticos que se ajustan a esta definición, desde personas prácticamente anónimas dentro del partido sin más aspiraciones que contribuir con su granito de arena, hasta cargos con buen sueldo y responsabilidades sobre decisiones y presupuestos de magnitudes impactantes, pasando por eternos candidatos a diputado o concejal que jamás saldrán de ese limbo político.
La mayoría de ellos eran personas cualesquiera, con plena confianza en la democracia representativa, en los proyectos compartidos, en arrimar el hombro, en construir ideas, en debatir sobre las ideas y las ideologías, en intentar encontrar soluciones a los problemas de la mayoría y de las minorías.
Para la mayoría de políticos que he conocido el partido era el medio para sumar esfuerzos e intentar poner en marcha un programa de ideas (otros hemos buscado y a veces encontrado formas alternativas de hacer eso mismo). Se daba forma al programa, se hacía público y se buscaban resonancias entre los conciudadanos. Si las había, se ponía en marcha. Si no las había, o bien se insistía en las bondades del mismo o bien, y sencillamente, se abandonaba: el equivocado debo ser yo.
No obstante, para una minoría, el partido se ha convertido en el fin. La ideología y el programa no son endógenos, no nacen de dentro, fruto de las propias convicciones y (sobre todo) reflexiones internas, sino que es externo, adaptable en extremo y viene dado por oleadas de circunstancias. La ideología se aparca al servicio de la comunicación y la mercadotecnia. El programa no se propone, se construye según la reacción del vendedor de votos. Así, se acaba defendiendo un programa que va contra las ideas de uno.
De alguna forma, arcana e incomprensible para el ajeno, los segundos han conseguido imponerse sobre los primeros. La política de los votos se ha impuesto a la política de las ideas en los partidos, es decir, la política de (presuntamente) unos pocos se impone sobre la de (presuntamente) unos muchos.
Es incomprensible no porque no responda a una lógica racional (ganar unos votos para ganar un puesto), sino porque no parece responder a los deseos de la mayoría que aúpa a esa minoría hacia esa lógica mercantilista de la democracia.
Políticos: ¡indignaos!
Si, como afirmáis, «no todos somos así», indignaos por ser cosificados, manipulados y utilizados por vuestros propios compañeros. Indignaos por ver alteradas, transformadas y deformadas vuestras ideas — y, con ellas, vuestras identidades.
Los que somos ajenos a la dinámica interna de los partidos no comprendemos los extraños vasallajes que parecen darse en su seno. «No todos somos así» y sin embargo se toleran y se encumbran algunas medianías intelectuales o morales que mercadean con la ética y las ideas. «Son las cuotas»: ¿qué cuotas, las de la mediocridad? ¡¡Indignaos!!
Políticos: ¡rebelaos!
Rebelaos contra la lentitud de la justicia, que mantiene en vuestras listas la lacra de los corruptos y el estigma sobre los inocentes. Rebelaos contra el ignorante, contra el incompetente, contra el populista, contra el cínico que hace de vosotros unas espaldas sobre las que descargar la construcción de su carrera personal. Rebelaos contra el fanático, contra el obcecado, contra el sectario que ensordece con la suyas vuestras palabras y obstruye vuestros oídos. Rebelaos contra los medios que tergiversan vuestras ideas y rebelaos contra quienes os privan de dialogar con los mismos.
Retomad, por favor, vuestro papel central en democracia. Legitimad vuestro papel de vertebración del diálogo, vuestro papel de representación, vuestro papel de gestores eficientes y eficaces, vuestro papel de legisladores informados.
Indignaos y rebelaos porque el resto, el resto no es política.
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9 Comments a “Políticos: ¡Indignaos!” »
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La política perdio el norte desde el momento en que los partidos dejaron de elegir como candidato a la persona que mejor representaba al partido y eligieron el que tenía más posibilidades de ganar. Desde ese momento, PSOE, PP y otros muchos, cambiaron el medio (ganar para llevar a cabo sus ideas) por el fin (ganar por encima de todo).
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Llego tarde al post, pero un comentario o aclaración colateral:
«Definamos político como aquel que cree y participa activamente en el partido como principal instrumento de gestión de la cosa pública, siendo un partido la institución que escoge los candidatos a unas elecciones.»
Me gusta más la definición de la polis pero, aceptando tu definición para el tema que nos atañe, le haría unas enmienda a la noción de «partido como principal instrumento de gestión de la cosa pública»
Sé que a mucha gente no organizada políticamente les gusta pensar así, pero creo que esto olvida algo muy importante que explica cierto comportamiento de voto que algunos consideramos autolesivo: todos y cada uno de los partidos (podríamos poner excepciones a analizar a parte como la CORI y alguno más difuso) se crean para representar los intereses de un sector/es o clase/s social.
A pesar de lo que digan sus respectivas campañas donde todos defienden los intereses de los ciudadanos, lo cual nos llevaría a desear el fin de la política para dejar paso a una suerte tecnocrática al servicio de la ciencia como camino hacia un objetivo que todos compartiríamos, igual que todos compartimos que hay que acabar con el SIDA.
Esto es, en principio, especialmente cierto en el caso de los partidos «obreros» (no esconden sus siglas), es decir, socialdemócratas y comunistas. Entre estos los hay que no se presentan a las elecciones por no creer en la via institucional «burguesa» y otros que decidieron que el trabajo tenía que tener dos patas: los movimientos sociales y la institución (institución como medio o al menos como altavoz).
Luego dices:
«Para la mayoría de políticos que he conocido el partido era el medio para sumar esfuerzos e intentar poner en marcha un programa de ideas (otros hemos buscado y a veces encontrado formas alternativas de hacer eso mismo).»
Permíteme que lo dude (a no ser que no descartes organizaciones en general), y te cito a Manuel Sacristán (ya salido del PSUC):
«Quiero decir, yo no comparto el capricho, muy frecuente entre intelectuales, de considerar que lo bueno es no estar en un partido. Todo lo contrario. Yo siempre he considerado que es una desgracia.
También me parecen muy impertinentes y no aprecio nada la gente que se levanta desde fuera de los partidos a darles consejos.»
Pero principalmente es que no creo que el impacto de tu trabajo sea el mismo dentro que fuera de una organización. El partido, o en general cualquier organización, es el instrumento (y el espacio) a través del cual (si funciona) debates, decides te coordinas y ejecutas colectivamente.
Aquí dejo una buena lectura sobre el origen de esta concepción de partido:
http://www.espai-marx.net/es?id=5896
Alberto, de alguna forma había que definir político/partido. Definiciones hay muchas y creo que es mucho más vigente la de “maximizador de votos”, pero este no era el debate en esta ocasión. Se trataba más de identificar a determinadas personas que no a los porqués de su afiliación a unos partidos o a de la existencia de estos.
Sobre lo de militar, no había ningún juicio de valor en mi observación. Era, como puede leerse, totalmente neutral. En ningún momento he dicho que fuese bueno o malo, o más o menos eficiente. He dicho, sencillamente, que era una forma de hacer cosas. Hay otras muchas diferentes: el trabajo con organizaciones no gubernamentales distintas de los partidos, formar parte de un gobierno (sin formar parte del partido ni ONG), sindicatos, la empresa privada, la iniciativa individual, las bandas armadas… Hay un sinfín de opciones, cada una con sus pros y sus contras. Insisto: no había juicio de valor en mi afirmación.
Y no digo que lo hubiera!, pero tiendo a atacar toda concepción de a) partido-máquina electoral y b) partido mero gestor de la cosa pública
En el fondo lo que más me chirría es que tu definición me considere político a mí, pero a ti no. Creo que en el fondo a lo que te refieres es a los «militantes de base». Con el resto estoy totalmente de acuerdo, y el origen se debe a la dependencia económica creada por los ingresos que te da la institución. Esa dependencia impregna especialmente a los líderes, cargos y sus camarillas, que se hacen a menudo con el control del aparato. Como el que milita más es el liberado, estos tienen más facilidad para orientar la organización hacia donde consideren oportuno, ya sea bajo un criterio político o bajo un criterio de mantenerse en la institución por no tener un oficio fuera del partido.
Por poner un ejemplo, aunque pasa en todas partes en mayor o menor medida, conozco algunos militantes críticos en el PSOE, pero pierden todos los congresos. Es un caso sangrante de un aparato con una dependencia increíble de la institución. Cuando la fuerza te la da la institución y no las bases y el tejido social, no hay 15M que le de la vuelta a eso. Es una contradicción que sólo tiene una solución (a parte de optar por opciones puras como las anarquistas): lo que algunos llaman la «vigilancia revolucionaria» de las bases. Algo que los especialistas en agarrarse al sillón evitan desarticulando el partido y no convocando asambleas que podrían cuestionarle algunas cosas.
Si me añado yo como político, el grupo no es el público objetivo al que yo me refería con esta entrada. Si lo limitamos a militantes de base, quedan los que no son «tan de base», que también eran objetivo de esta entrada.
La definición que yo quería dar no era tal, sino intentar acotar el grupo de personas al que iba dirigida mi interpelación. Ya he empezado diciendo que definir qué era un político era difícil y dependía de en qué pie cargáramos el peso.
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