Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 31 mayo 2010
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¿Qué tienen en común Grecia e Israel?
- Grecia está en bancarrota (económica).
- Israel está en bancarrota (moral).
- El año pasado la Unión Europea le vendió una fortuna en armamento a Grecia. Ahora le pedimos que recorte el gasto en todas las partidas sociales… pero que nos siga comprando armamento.
- El año pasado la Unión Europea le vendió una fortuna en armamento a Israel. Ahora le pedimos que deje(n) de matar(se)… pero que nos siga comprando armamento.
Con una mano nos damos pechadas como una plañidera en un velatorio, nos rasgamos las vestiduras, llamamos a consultas a embajadores y cónsules, firmamos declaraciones y manifestos, exigimos orden y concierto. Con la otra repartimos sanguijuelas que chupan sangre en sentido figurado y en sentido estricto.
— No es tan simple — murmuran quienes tienen en sus manos la posibilidad de cambiar las cosas.
Búsquenme en las elecciones. Ante la abstención, aquellos mismos declamarán:
— No supimos transmitir nuestro mensaje a los desafectados.
A lo que habrá que responder:
— No es tan simple. O, de hecho, es mucho más simple que eso.
Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 30 mayo 2010
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Todos los que utilizamos Internet — y por suerte cada vez somos más — hemos recibido alguna vez un mensaje de esos donde un personaje ilustre pontifica sobre la vida, la muerte, o lo que hay entre ambos estadios. Tarde o temprano, una de las víctimas de nuestros reenvíos nos hace notar que la atribución del escrito es falsa: porque (ilustre como es el personaje) sus biógrafos niegan la autoría, porque todavía está vivo y lo niega él mismo, o porque está fechado 200 años después de su muerte.
Hay, sin embargo, una cierta dificultad en verificar la autoría del escrito y, de todos modos, (a) lo que importa es lo que se dice y no tanto quién lo dice y (b) tampoco somos nosotros nadie para ir de investigadores por la vida, que la prioridad es pagar la hipoteca.
Cuando esto lo hacen los medios — por activa o por pasiva — la cosa cambia. Pongamos dos ejemplos.
El primero lo leo en casa de José Antonio Donaire bajo el título Fakes Polítics, donde explica que corre por Internet una falsa noticia supuestamente publicada por France Soir, noticia en que el diario presuntamente le arrancaba la piel a tiras al actual presidente español.
Donaire se ha tomado la molestia de buscar la noticia original y no la ha encontrado. Yo personalmente me he tomado la molestia de buscar la noticia original y buscar también un desmentido por parte de France Soir y no los he encontrado.
En mi opinión, France Soir debería haber respondido. Porque su reputación está en juego. ¿Y cómo sabrá France Soir que le están haciendo saltar por los aires su reputación en la red? Hay formas, muchas formas (publicidad: señores de France Soir, por una módica contribución a mi hipoteca, yo les echo una mano desinteresadamente ;).
El segundo ejemplo es, para mí, todavía más jugoso. A principios de este mes de mayo, el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) publicó su barómetro mensual sobre política española. Como era de esperar, la casta política ninguneó y despreció el dato más relevante (todos los políticos suspenden estrepitosamente y, de vivir el s.XVIII, la población les hubiera cortado la cabeza en la plaza del pueblo), y en cambio se ensañó sobre la metodología, las injerencias del gobierno en la encuestología, en el partidismo o neutralidad del ente científico, etc. Un caso de manual de matar al mensajero.
La mayoría de medios de comunicación se limitaron a amplicifar las voces de manipulación, contramanipulación y desmanipulación del CIS, también tapando, de paso, la noticia sobre la baja nota de nuestros políticos, y convirtiendo el caso de manual de matar al mensajero en un caso también de manual de cortina de humo.
Ante tantos casos de manual (y de juzgado de guardia), Alberto Penadés, de la Unidad de Apoyo del Centro de Investigaciones Sociológicas (fácilmente comprobable en la propia web del CIS), publicó un artículo en Debate Callejero titulado La encuesta de intención de voto y las mentiras sobre el CIS, donde defendía la actuación del CIS y, sobre todo, denunciaba cuan fácil era comprobar los argumentos que él mismo aportaba para defender el buen trabajo de su centro.
Alberto Penadés es una persona real que realmente trabaja en el CIS. Pudiera ser, sin embargo, que el artículo en Debate Callejero se le atribuyese falsamente. Pero la cuestión es que, como en los mensajes humanitarios de los poetas que mencionábamos hace unos párrafos, el contenido del artículo es del todo pertinente y es lo que de verdad cuenta.
Cuando se abre la caja de los truenos sobre el periodismo ciudadano, sobre si quien tiene un blog es un periodista, sobre el papel de los periódicos, sobre la calidad contra la cantidad… invariablemente aparece como argumento de la defensa que los periódicos son necesarios porque son los garantes de la democracia, porque son el cuarto poder que mantiene los candidatos a decapitación a raya, porque son los que pinchan donde duele hasta que la información ve la luz.
Y la pregunta es: mientras la arena política española se convertía en una insufrible y atronadora perrera, ¿que hacían los medios? ¿Denunciaban el maltrato a los animales? ¿O les quitaban el bozal y hacían sus apuestas? Yo, personalmente, hubiera agradecido un editorial explicando cómo funciona el CIS y su barómetro, dejando en evidencia los que suspenden no porque el profe los tenga manía, sino porque no hay forma de que se pongan a estudiar.
Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 17 mayo 2010
Categorías: Política
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Ayer tuvo lugar un proceso participativo para la reforma de la Avenida Diagonal de Barcelona. La consulta partía del punto que una de las principales arterias viales de la ciudad debía reformarse para mejorar la movilidad dentro de la misma. Se ofrecían tres opciones: dos de cambio y una tercera que significaba dejar las cosas como están. Ganó esta última con un 80% de los votos de una exigua participación del 12% del censo.
En el momento de conocerse los resultados, el alcalde Jordi Hereu afirmó que se había puesto de manifiesto el distanciamiento del consistorio con la ciudadanía, y aunque con otras palabras, calificó el proceso participativo de fracaso total. Sí con estas palabras lo tildaron propios y extraños, pidiéndose dimisiones — tan devaluadas como las huelgas de hambre… — a diestro y siniestro.
Lo que fue mal
Dos grandes aspectos fueron mal — o fatal — en la consulta.
El primero fue de carácter técnico: durante todo el proceso fueron apareciendo irregularidades que, a mi modo de ver, deberían haber invalidado el mismo de forma fulminante. Desde la probada suplantación de identidad en el voto hasta la presentación nada equitativa de las distintas opciones a ser votadas, donde la visibilidad de la opción C (no cambiar nada) palidecía a la sobra de las otras dos.
El segundo aspecto fue, a tenor de las críticas, el partidismo del gobierno por una de las dos opciones y, en cualquier caso, contra lo que muchos han tildado de inmobilismo. El último ejemplo apuntado en el anterior párrafo es uno de tantos otros donde el gobierno no solamente ha sido parcial, sino tendencioso.
Lo que fue bien
En mi opinión, y ligando con mi última afirmación, no creo que un gobierno deba mantenerse neutral. Aunque seguramente es más higiénico que lo haga su grupo político, también considero transparente que el Alcalde y su equipo se pronuncien sobre su opción preferida. Entre otras cosas porque son quienes tienen más y mejor información sobre el asunto.
Por supuesto, que uno se pronuncie no debe ir en detrimento de la publicidad de las otras opciones y, ni mucho menos, confundir informar a los ciudadanos con hincharlos a propaganda para loor y gloria del alcalde — que es lo que muchos, oposición y ciudadanía han achacado a este proceso.
Dicho esto, lo que fue bien, en mi modesta opinión, fue que se diera el hecho en sí, que hubiera una consulta, que esta tuviese lugar con independencia del resultado final.
Y es ahí donde discrepo con la mayoría de afirmaciones que he oído entre ayer y hoy.
¿Democracia?
La democracia no es convencer ni ganar, sino participar. Y no solamente en la votación, sino en el debate previo.
Identificar una consulta cualquiera — con las excepciones naturales de unas elecciones o una moción de confianza/censura — con un plebiscito sobre el gobierno es un signo de lo enfermas que están nuestras democracias. Es insultar al ciudadano que se ha tomado su tiempo en informarse, en debatir, en contrastar. Por no hablar del tiempo que se ha tomado en votar.
Me parece inaudito que el alcalde crea que su gobierno está lejos de la ciudadanía
y no ha sabido escucharla
, precisamente cuando ha tenido el valor y energías para consultarle su opinión. Solamente se entienden estas afirmaciones si al alcalde le importaba un rábano la opinión de sus conciudadanos y lo que buscaba era un baño de multitudes que confirmara su visión de estadista.
La misma opinión me merece la oposición, por idénticos motivos y por pensar que una consulta es algo tan extraordinario como unas elecciones, o por pensar que las consultas se ganan o se pierden porque los votantes son rebaños amansados que deben responder a sus consignas abyectas.
De las mil teorías que intentan describir la democracia y la acción política que en ella se circunscribe, me quedo con dos:
- La primera dice que los gobernantes son personas elegidas entre sus pares, personas que abandonan sus propias convicciones para erigirse en gestores del interés común, así como sabios capaces de ver un poco más allá — ese más allá es el que difiere según ideologías, claro — y guiar a la comunidad hacia metas que hagan incrementar el bienestar de todos.
- La segunda afirma que gobernantes, políticos y partidos son maximizadores de votos. Ni ideas, ni metas, ni gestión, ni niño muerto. Se comportan como un comercial cuyo objetivo es maximizar ventas, pero en lugar de p.ej. coches, venden votos: montan su campaña comercial, atacan a la competencia, invierten todo el dinero en el envoltorio, se aseguran que su producto esté en todos los medios y en los mejores lugares del supermercado (político).
Y mientras algunos votaron por una u otra Diagonal en Barcelona, confiados que les pedían su opinión, su implicación en la construcción de su ciudad, lo que otros tenían en mente era un estudio de mercado.
Algunos se estarán riendo entre dientes tildándome de ingenuo: mientras, nosotros cabalgamos.
Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 16 mayo 2010
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La televisión pública es, o debería ser, un bien de interés general.
Los bienes de interés general responden a dos grandes necesidades:
- Proveer de forma colectiva a los individuos de aquellos bienes que, a pesar de necesitarlos, no se pueden permitir aunque haya un gran consenso sobre su bondad y conveniencia. Por ejemplo, la educación.
- Proveer de forma colectiva bienes que en público se reconoce que son necesarios, pero que en privado nunca uno se gastaría un duro en ellos. Por ejemplo, la creación de un cuerpo de defensa cuando ningún enemigo nos ataca o la construcción de un hospital cuando nos encontramos muy bien.
La cultura forma parte de estos bienes de interés general: todo el mundo quiere bibliotecas, y auditorios, y bardos y juglares, y todavía más bibliotecas, pero puestos a elegir dónde gastar el sueldo, preferimos ir al estadio (de fútbol) y dejar la cultura para el día del libro. Así las cosas, el Estado se apropia de la televisión como una plataforma inigualable de transmisión cultural, el continente se confunde con el contenido y aparece la televisión pública como bien de interés general.
El contenido (de interés público y pagado con los impuestos de todos, que de eso versan los contratos sociales) es difundido de forma gratuita por las ondas hertzianas. Si alguien lo quiere bajo demanda, debe pagar. ¿Por qué? En una era anterior a la digital, el almacenamiento tiene un coste, la localización del original requiere un tiempo (y el dinero de quien lo consume), la copia tiene un coste, y el envío tiene también un coste. Como el uso individual sobrepasa el ámbito del interés público, toca sacar la cartera.
De un tiempo a esta parte, muchas televisiones se han apuntado a la moda de colgar los contenidos en Internet. Con la digitalización de los contenidos, y si la maquinaria de gestión interna está bien diseñada, el coste de hacerlo es ínfimo (es cierto que no es nulo pero, insisto, un buen diseño lo hace irrisorio en comparación con otros descalabros presupuestarios ). El almacenamiento para el depósito o para ponerlo a disposición del público es prácticamente el mismo, el coste de localizar los «originales» es nulo si la catalogación está bien hecha, el coste de la presentación puede incluirse en el mismo proceso de catalogación y almacenamiento, y la distribución, si bien no tiene un coste nulo ni despreciable, es, de nuevo, pequeño en comparación con otras partidas.
Para mi sorpresa, sin embargo, muchos de estos programas que se ponen a disposición del público en formato digital — 3alacarta o TVE a la carta, por poner sólo dos ejemplos — no permiten ser descargados al ordenador, ya sea para su conservación, para verlos más tarde y sin conexión, para pasárselos a un familiar o amigo sin nuestra infraestructura, etc. En Televisión Española he sido incapaz de encontrar la forma (la forma fácil: formas siempre hay), y en 3alacarta sólo algunos (no todos los) programas tienen la opción de hacerlo a través del podcast, una opción tan escondida como arcana para una buena parte de la población.
¿Por qué este «sí pero no»?
La única razón que encuentro es la que nos cuenta «Tita Cervera» parodiada por Muchachada Nui, verdaderos pioneros de la televisión española por Internet que, mucho antes de tener la web oficial que ahora tienen, se dedicaban a subir sus vídeos en YouTube:
Es decir, eso del YouTube está muy bien, pero mira la tele que la audiencia es la audiencia. Que los vídeos de las televisiones a la carta obedecen, a mi humilde entender, al mismo criterio: id a la página que lo que cuenta son las métricas, las visitas al sitio web (oficial), y el número de veces y el total de minutos que habéis empotrado vuestros ojos en la web, en nuestra web, en la oficial.
En mi opinión, hemos subvertido los términos. Lo que era un bien de interés general no era la televisión, sino los contenidos que producía y emitía. Que esto haya ido unido lo uno a lo otro durante 80 años no debería cambiar la naturaleza de las cosas. Repetimos: lo que es un bien de interés general es la cultura, no el soporte con que la distribuimos.
Los programas de producción propia ya están pagados, y con los impuestos de los contribuyentes (o con los anuncios, aunque a final de cuentas, vamos a parar allí mismo): el resultado es o debería ser de los ciudadanos, y debería perseguir , por ondas hertzianas o por ADSL, el objetivo de desembrutecerlos y sacarlos de la inmundicia cultural a que son sometidos de forma constante. Y eso quiere decir que, una vez hecho el producto (cultural), cuanto más se extienda, mejor.
Señores de las televisiones públicas, si les place, hagannos fácil descargarnos los programas para desburrificar, que vienen elecciones y, a pesar del desconsuelo y la desesperanza, intentaremos votar y votar informados.
Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 01 mayo 2010
Categorías: Comunicación, Política
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En metalurgia, la escoria son las impurezas del metal que, una vez fundido y refundido, quedan aparte del lingote limpio y reluciente, listas para ser tiradas a la basura — o para ser destinadas a usos menores o marginales al proceso que importa.
Cualquier democracia tiene también tiene sus escorias. Hay quien participa de la política para gestionar y mejorar la vida de la polis y quién tiene usos menores o marginales dentro del proceso, impurezas que hay que eliminar.
El problema es que a menudo se hace difícil distinguir unos de otros (especialmente cuando la subversión de las proporciones hace repensar los conceptos de menor o marginal). En un mundo donde la información es escasa y dosificada a conveniencia, requiere a menudo un esfuerzo titánico separar el grano de la paja. Siguiendo con los símiles de Física y Química de bachillerato, nos intentan convencer de que todos son carbono, mientras la realidad es que la composición interna de los unos los convierte en diamantes para la sociedad, y la composición interna de los demás les hace ser carbón del que traen los Reyes Magos (a los votantes).
Estos son tiempos, sin embargo, de abundancia de información, de luz, de comunicación. Estos son tiempos, sin embargo, que nos permiten:
- Ver, aunque fuese en papel y no estuviésemos allí para recogerlo con repugnancia, después relativice hasta la náusea , que efectivamente la Sra. Sánchez-Camacho participaba alegremente de la fiesta xenófoba.
- Constatar que, por suerte, no todo el mundo piensa así, que existe por ejemplo la plataforma Badalona Som Totes i Tots [Badalona Somos Todas y Todos] que trabaja para la integración (y no la desintegración) de la ciudadanía.
- Ser notificados que la plataforma Badalona Som Totes i Tots participa en pleno municipal de Badalona el día 27 de abril de 2010.
- Darnos cuenta, por fin, de lo que diferencia metal precioso de escoria, de lo que diferencia el diamante del carbón (que los Reyes Magos traen a los votantes).
Cuando toda una sociedad se convierte en luz y taquígrafos, incluso dentro de un pleno municipal, ya no vale nadar y guardar la ropa.
Hace unos días un amigo me comentaba que estaba flirteando con un partido político cuya ideología repugna a su padre. Yo pensaba que era vox populi e hice un comentario ante ambos. Momentos después mi amigo me reprendía por levantar la liebre ante su padre.
Siempre matamos al mensajero: es más fácil que responsabilizarse de las propias acciones. Pero sinceramente espero que pronto habrá tantos mensajeros a matar que no se dará abasto, y aunque sea a regañadientes, se tendrá que acabar dando la cara.
Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 27 abril 2010
Categorías: Política, SociedadRed
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El Pew Internet Project acaba de publicar Government Online, su último informe sobre gobierno electrónico. Aunque los dados se refieren a la población de los Estados Unidos para 2009, en España no estamos muy lejos — por detrás o por delante, según indicador — del caso norteamericano, por lo que resulta interesante recuperar aquí las principales conclusiones del informe.
Siempre para el caso americano
- Un 82% de los usuarios de Internet accedieron servicios y contenidos en línea desde webs gubernamentales;
- es decir, un 61% del total de adultos americanos;
- un 48% buscó información sobre políticas públicas;
- y un 46% consultó la oferta de servicios públicos;
- un 35% consultó datos o información pública.
Aunque los datos sobre un nivel superior de interacción son más modestos (19% aplicaron a un trabajo público, 15% pagó una multa), el informe deja claro que la información pública tiene una demanda creciente a través de Internet.
Es más, el informe también explica que los esfuerzos de las agencias gubernamentales de abrir su datos y ponerlos a disposición del público están teniendo su respuesta en los ciudadanos
y que los ciudadanos se organizan alrededor de plataformas en línea
, que las interacciones ciudadano-gobierno van más allá de la página web
y que en muchos casos los ciudadanos quieren compartir sus puntos de vista personales sobre la gestión del gobierno
. Dicho de otro modo, los datos públicos son la gasolina de la participación ciudadana, y cuando hay transparencia, hay incentivos para una mayor y mejor rendición de cuentas y un mayor compromiso ciudadano con su gobierno.
En España son seguramente paradigmáticas las plataformas e-Catalunya, la iniciativa de participación electrónica de la Generalitat de Catalunya, o el recién creado pero imparable Irekia, el proyecto de gobierno abierto del Gobierno Vasco (que incluye Open Data Euskadi para compartir datos públicos).
En mi opinión, y estos últimos datos me refuerzan en mis convicciones, los proyectos de gobierno electrónico basados en poner a disposición de la ciudadanía toda la batería de servicios e información pública en Internet tienen tres grandes impactos:
- Mayor eficiencia y eficacia de la Administración Pública, tanto a nivel interno, como externo, es decir, la relación con el administrado y el tiempo y recursos que este destina a la Administración también se hacen más eficientes.
- En base a esa mayor eficiencia, hay un impulso de la demanda de infraestructuras tecnológicas y, más importante, de competencias digitales, lo que redunda en una población más y mejor preparada para los retos de la Sociedad de la Información (es decir, reducimos la brecha digital).
- Se hacen cada vez más evidentes los motivos de la supuesta desafección ciudadana por la política y la gestión pública. En mi opinión, muchos ciudadanos dejan de participar en política no por falta de interés, sino por hastío de ver su tiempo y energías malgastados tontamente en beneficio de las agendas individuales de muchos políticos y gobernantes, que divergen de las de aquellos (esto último evidente con un repaso rápido a la prensa diaria).
En otras palabras, y adaptando el dicho: que la clase política y los gobiernos no tengan una estrategia clara y decidida en relación a la Sociedad de la Información, no solamente no los hace partícipes de las soluciones que otros están construyendo, sino que los hace parte del problema.