¿Hace falta el Partido X, Partido del futuro?

Hoy se ha presentado oficialmente el Partido X, Partido del futuro, tal y como sus impulsores habían ido avanzando en su canal de Twitter, Facebook o YouTube. Si el medio es el mensaje, el mensaje está claro: el Partido X nace en una sociedad plenamente digital, sin fronteras, sin centros neurálgicos ni jerarquías, y donde basta un acceso a Internet para informar y estar informado, para dialogar, para participar, para contribuir.

Ante la poca información que ha habido — y todavía hay — sobre la formación en sí, así como lo que reivindica o propone, ha sido interesante ver cómo la incipiente entrada de un nuevo partido en la arena política ha sido recibido en algunos casos con fuertes críticas a (1) los objetivos y (2) las formas — en suma, una enmienda a la totalidad.

Me gustaría repasar estas críticas a la luz de lo que sabemos hasta ahora.

Programa / objetivos

El principal objetivo del partido es Democracia y punto: democracia representativa enriquecida con democracia directa, redacción colaborativa y abierta de leyes, transparencia. Y variaciones y combinaciones de estos conceptos.

Se critica al nuevo partido que estos no son objetivos reales o ambiciosos, u objetivos reales y que abarquen el conjunto del ámbito de actuación de la política, sino objetivos parciales, u objetivos sobre las herramientas, dado que la democracia no es un bien en sí mismo sino un medio.

Sobre si tener por objetivo la democracia es un objetivo parcial, cabe recordar que hay partidos que defienden a las mujeres, al medio ambiente, o a los animales. Incluso si tenemos en cuenta la democracia como un conjunto de instituciones, instrumentos al servicio de otros fines, también tenemos partidos que defienden otras instituciones como, por ejemplo, la familia. Si en ninguno de estos casos parece descabellado que un partido haga una apuesta por una cuestión en concreto, ¿por qué debería ocurrir lo contrario con Partido X? Es más, se pueden trazar los postulados del partido años atrás hasta el Partido de Internet — que se concentra en devolver la soberanía al ciudadano, restándola de los representantes electos, o en algunas de las posiciones que defiende el Partido Pirata (como la forma de trabajar de su capítulo alemán). Partidos que conviven con total naturalidad con otros más tradicionales.

Dicho esto, el objetivo de ¿Democracia y punto es pertinente?

Repasemos un par de gráficos:

En resumen: más desencanto con la política, más abstención, creencia que la situación política es mala y empeorará, convencimiento de que los políticos y la corrupción son el tercero y cuarto mayores problemas para los españoles. Se me antoja que pedir más y mejor democracia es, como poco, muy acorde con los tiempos y las inquietudes de muchos ciudadanos.

Forma

Separemos, dentro de la forma, lo que se refiere estrictamente a la estética. Resetear, venir del futuro, hacer un ERE en el Congreso… no es la forma en que yo me expresaría. Pero es, al fin y al cabo, cuestión de estilos, de gustos. Mientras haya respeto por los demás — y lo hay —, nada que objetar.

Pero fuera de la estética hay otras cuestiones formales. Cuestiones que para mí son relevantes.

El Partido X ha querido mantenerse en el total anonimato — aunque es evidente que tampoco se han mantenido en el total secreto y clandestinidad: contactos ha habido. Pero sí ha trascendido el motivo: no personalizar, no capitalizar en individuos el mensaje. También ha trascendido la forma cómo se ha gestado el partido: durante un año, en red, unas 90 personas han participado en su creación. Y también es explícito lo que debe ir sucediendo ahora: participar, si se quiere.

La comunicación del Partido X es en red y es previsible que así lo siga siendo. ¿Interlocutores? La rueda de prensa es distribuida, global y en tiempo real, como ya sucedió en el 15M, y como seguramente veremos cada vez más con el paso del tiempo: la adhesión a las ideas, a las plataformas, se hará por comunicación, y la comunicación será la adhesión. Las personas, los «líderes», en cierto modo, quedan al margen para dar más relieve a las ideas.

Pero no solamente la comunicación es en Red: el partido es en Red. Como en el caso de las CUP catalanas — un ejemplo paradigmático de los nuevos partidos-red que con mucha probabilidad están por venir — el Partido X nace de asambleas locales, formadas al calor de las acampadas de los indignados, de las plataformas por el derecho a la vivienda, a la sanidad y la educación públicas. No hay personas delante un partido, sino que hay ideas sustentadas por personas, que se articulan alrededor de estas ideas.

Fijarse en la arquitectura del Partido X es leer un programa electoral implícito, un programa que se lee entre líneas digitales. Reza el refrán: haz lo que yo te diga pero no lo que yo haga. Esta ha sido la política de la Política en los últimos años en España: desde el referéndum de la OTAN (de entrada, no ¿no?) hasta el recorte en las pensiones. El Partido X opta por lo contrario: predicar con el ejemplo: desintermediación dentro del partido con estructura totalmente plana, la posibilidad de votar con clic, participando directamente en la creación de ideas y propuestas, optando por un concepto de transparencia que va de abajo-arriba y no de arriba-abajo.

Sentido del Partido X

Encabezaba esta reflexión con una pregunta: ¿Hace falta el Partido X, Partido del futuro?

Se me ocurren, al menos, dos motivos importantes por los cuales este partido es necesario.

El primero es poner sobre la mesa todo lo dicho hasta ahora. Es decir, sensibilizar a los ciudadanos de que la calidad de las instituciones democráticas puede y debe mejorar. Por una parte porque hay quienes las utilizan para fines para los cuales no fueron diseñadas. Por otra parte, porque el mundo ha cambiado radicalmente con la irrupción de Internet, y las instituciones se han quedado rezagadas en su adopción, mejora y transformación de sus funciones. Y aunque parezca que los ciudadanos están sensibilizados a tenor de los barómetros del CIS, las urnas parecen todavía decir lo contrario. Hay otras formas de hacer política, otras formas de concurrir a un proyecto cívico, incluso sin salir de las instituciones democráticas, transformándolas desde dentro. Lo que nos lleva al segundo punto.

El segundo es porque — y esto es una opinión muy personal — muchas instituciones no están preparadas para ser cambiadas desde fuera, tanto por la inercia que llevan como por los bastiones de resistencia que algunos de sus ocupantes edifican desde dentro. Montar un partido, aunque pueda parecer una contradicción con todo lo dicho hasta ahora, es el lenguaje que habla la política en este país. Y aunque personalmente no comparto que la política solamente suceda en las instituciones — lo que algunos han venido a llamar la Política con P mayúscula — sí comprendo que la primera aproximación probablemente es mejor hacerla por los canales establecidos. Por arduos y arcanos que puedan llegar a ser.

Dicho esto, ¿hasta dónde llegará el Partido X? Quién sabe. Probablemente lo mejor que podríamos hacer es aprender de la experiencia, que promete ser compartida, abierta, participativa. Probablemente el destino del Partido X no sea gobernar, sino que quienes gobiernen lo hagan mejor. Eso ya sería todo un triunfo.

NOTA: no tengo ninguna vinculación formal con el Partido X.

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La abstención como catalizador del tercer eje político

Esta es una entrada en dos partes sobre los resultados de las elecciones autonómicas catalanas del 25 de noviembre. El análisis se centra en si, además de los llamados eje nacional y eje social, hay un tercer eje que se opondría a la forma de hacer política de los partidos tradicionales con partidos más abiertos, más horizontales, más participados, es decir, incorporando como eje una mejora de la calidad democrática. En la primera parte, Otro análisis del 25N: de los partidos tradicionales a los partidos red apuntamos algunas definiciones y damos rienda suelta a la imaginación. En esta segunda parte, La abstención como catalizador del tercer eje político aprovechamos los datos preelectorales de Metroscopia para ahondar en el tema y ver la abstención como un colector de indecisos/indignados que después reactiva al electorado hacia los partidos del tercer eje.

Comentábamos en Otro análisis del 25N: de los partidos tradicionales a los partidos red que además de los consabidos eje social (izquierdas vs. derechas) y eje nacional (catalanismo vs. españolismo), en los resultados de las elecciones autonómicas del 25N en Catalunya podría haber indicios de un tercer eje en emergencia: el eje tradicional/en red.

Para ilustrarlo, dibujábamos un esquema que venía a ilustrar una suposición: los partidos tradicionales — el llamado bipartidismo PP-PSOE, que en Catalunya suma un tercer partido, CiU — se veían drenados de votos que alimentaban a otros partidos más pequeños, más flexibles y, sobre todo, más enraizados en las plataformas y movimientos ciudadanos, con las CUP como partido paradigmático.

Lo que sigue es un análisis ya no basado en la intuición, sino en datos, basados esta vez en la encuesta preelectoral del 18 de noviembre de 2012 que Metroscopia realizó para El País.

En la siguiente tabla se presenta la transferencia de votos de un partido a otro, así como los ciudadanos que solían abstenerse y que decidieron ir a votar:

Los dos siguientes grafos presentan los flujos netos entre partidos de las tablas anteriores. El grueso de los nodos es proporcional al total de votos obtenidos. El grueso de las aristas o flechas que unen cada nodo corresponden, en el primer caso, al total de votos, y en el segundo caso, a la proporción de votos que una formación recibe en relación al total de votos obtenidos. Como se puede deducir, el sentido de la flecha representa el sentido del resultado neto de trasvase de votos entre dos formaciones.

Grafo del trasvase de votos el 25N
Elaboración propia a partir de Metroscopia.
[Clic para ampliar en ventana nueva]
Grafo del trasvase de votos el 25N
Elaboración propia a partir de Metroscopia.
[Clic para ampliar en ventana nueva]

Algunas observaciones rápidas que ya da cuenta de ellas José Pablo Ferrándiz Magaña en el artículo original de El País:

  1. Lo primero que podemos observar en los grafos es lo que fue más evidente la noche electoral: el incremento de participación, representado aquí por esas flechas grises que van de la abstención a alimentar a la mayoría de partidos.
  2. Lo segundo, la centrifugación de CiU en beneficio de prácticamente todos los demás, la centrifucgación del PSC sobre todo hacia las izquierdas, así como la «reabsorción» de SI por parte de ERC.
  3. La activación del voto con todo tipo de (presuntos) motivos: para reforzar el españolismo (PP, PSC, Cs), reforzar el catalanismo (ERC, CUP) y para castigar al gobierno de derechas (ERC, CUP, ICV)

Dicho esto, ¿qué más podemos interpretar de los datos?

Por supuesto, el gran crecimiento de las CUP y de Ciutadans, pero un crecimiento que no bebe en su mayoría de otros partidos, sino básicamente de la abstención. Al margen de los motivos que hacen reactivarse a todo ese electorado que se abstenía (sea el eje nacional en un sentido u otro, sea el eje social), la cuestión es que ese electorado no se reactiva volviendo a su partido de origen, sino que va a partidos o bien de nuevo cuño (CUP) o bien con un estilo y discurso muy distinto (aunque sea en las formas) de los partidos tradicionales (Cs). Aunque habría que ir a los datos oficiales de elecciones anteriores, es evidente que esa gran bolsa de abstención ha sido alimentada a lo largo de los años por los grandes partidos: CiU, PSC (seguramente quien más) y PPC (seguramente menos en unas elecciones autonómicas).

Lo mismo sirve para ICV-EUiA y, sobre todo, ERC: el crecimiento de ambas no se explica (creo) solamente por una reactivación del electorado, sino por una reactivación en un determinado sentido: de mayor flexibilidad o de mayor cercanía a la ciudadanía, las plataformas ciudadanas y, en definitiva, a los movimientos sociales que han zarandeado la sociedad española y catalana los últimos 18 meses (por acotar en el tiempo).

Podemos ver, no obstante, como CUP y Cs siguen marcando la diferencia, dado que no solamente recuperan abstencionistas para sí, sino que también provocan trasvases de otros partidos a sí mismos dentro de una cierta afinidad ideológica.

Cabría preguntarse si, más allá de lo excepcional de las elecciones del 25N, empezaremos a ver una vuelta atrás en la abstención. Una vuelta atrás en el sentido de que, habiendo vaciado a los principales partidos de votantes decepcionados o directamente indignados con su gestión y, sobre todo, con su forma de hacer, ahora vendrá a alimentar a partidos mucho más cuidadosos con la participación, la democracia interna… o también una catalización hacia una anti-política y una forma de hacer populista, que es la cara opuesta de esa democracia más deliberativa y participada de los partidos de fuerte componente local.

Dicho de otra forma, se me antojan tres vías de evolución a medio plazo de la actual situación de desencanto, deconfianza y desafección política:

  1. Los grandes partidos siguen igual, la abstención engrosa, las instituciones se vacían de legitimidad y el caos acaba desembocando en rebelión, habida cuenta de que la situación de desgobernanza es ya insostenible.
  2. Los grandes partidos siguen igual, la abstención devuelve votantes, pero lo hace hacia partidos extremistas y populistas, relajándose la situación en la superficie («éstos tienen la solución») pero empeorando en el fondo. Es lo que probablemente hemos visto en Europa los últimos 10 años.
  3. Los grandes partidos siguen igual, pero la abstención devuelve votantes hacia nuevos partidos y formaciones, organizados de forma más horizontal y fuertemente vinculados con las plataformas ciudadanas. Las instituciones reciben nueva sangre, tanto en su composición como en las formas, y se recupera paulatinamente la gobernanza del sistema.

Personalmente, me gustaría que fuese lo tercero.

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Desintermediación en democracia ¿en qué sentido?

¿Es la democracia directa, la proliferación de referendos y consultas ciudadanas, la única forma de desintermediar el ejercicio de la democracia?

A menudo parece que la única respuesta a dicha pregunta es un sí rotundo. Las Tecnologías de la Información y la Comunicación — Internet, la telefonía móvil… — han supuesto, sin duda alguna, una revolución en el potencial de la participación directa: información ingente, ubícua y a coste prácticamente nulo; incontables formas de deliberar y negociar con nuestros pares, sin límites de espacio ni de tiempo; crecientes posibilidades de emitir votos u opiniones de forma fiable y segura; etc.

Sin embargo, y a pesar de las grandes oportunidades que ofrecen dichas tecnologías, hay dos grandes barreras que todavía estamos lejos de salvar:

  1. Que el ejercicio de la democracia directa requiere tiempo, mucho tiempo: informarse, deliberar, negociar y, finalmente, votar, para después pasar cuentas con quien ha implementado la política elegida. Todo el tiempo que uno pasa “votando” no lo pasa “pagando la hipoteca”. Votar, pues, tiene un coste por mucho que reduzcamos las barreras técnicas que dificultan su ejercicio. El coste del tiempo invertido en el ejercicio de la democracia o, mejor dicho, el coste de oportunidad de dejar de hacer otras cosas por tener que participar, como por ejemplo ganarse el propio sustento o pasar más tiempo con los seres queridos.
  2. Que el ejercicio de cualquier modalidad de democracia pasa por ejercer un voto bien informado, y que para estar bien informado no basta con tener acceso a la información y poder leerla, sino que hay que comprenderla. Y comprender una determinada información a veces hay que realizar grandes inversiones en comprender información previa más elemental: ¿cuándo hay que desmantelar una central nuclear?, ¿qué terapias deben financiarse con fondos públicos? o ¿cuál es el presupuesto óptimo de un ministerio de cultura? no tienen respuesta ni inmediata ni fácil sin antes una profunda y amplia comprensión de la materia así como de su contexto.

Estas dos barreras no son en absoluto menores y son, en cierto modo, insalvables si nos obstinamos en en ese óptimo ideal de la democracia directa pura. Mientras queremos volver a la antigua democracia griega nos olvidamos que, entonces, la mayoría de ciudadanos o lo eran de segunda clase o eran, simplemente, esclavos que convertían el ejercicio de la democracia en, de hecho, un trabajo a tiempo completo.

Entre ese óptimo ideal de participar en literalmente todo — irrecuperable salvo que degrademos o esclavicemos a gran parte de los ciudadanos — y dejar las cosas como están cediendo toda la soberanía a los representantes electos, hay al menos tres vías posibles que, además, son más que factibles.

Comportamientos emergentes y reconocimiento de patrones

Hay un clásico durante las campañas electorales que es el del político entrando en un mercado y, besuqueo de niños mediante, le pregunta a la pescatera o al camarero de la tasca “qué es lo que le preocupa” y “qué es lo que habría que hacer para resolverlo”.

Convertida Internet en un mercado y en una tasca global, abierta todo el día para todo el mundo, donde cualquiera puede opinar y decir “qué es lo que le preocupa” y “qué es lo que habría que hacer para resolverlo“, no deja de ser sorprendente no lo poco que se llega a escuchar, sino lo mucho que se llega a despreciar el medio como lugar para hacerlo. Cabe preguntarse si lo que se desprecia es Internet o la población en general, también las pescateras y los camareros de bar.

Con sus sesgos, con sus altercados, con su intoxicación informativa, con todos sus fallos, Internet proporciona información en cantidad y en calidad para quien sabe escuchar. Y saber escuchar no es arrimar la oreja a esas cámaras de resonancia que nos dan la razón, o a dos o tres voces más o menos populares en la Red que se cierran sobre dos o tres lemas machacantes. Se trata de unir los miles de millones de puntos para que al final nos den como resultado una figura. Se trata de entender cada pequeña opinión, cada me gusta, cada comentario como millones de microvotos que no tienen peso en sí mismos, pero que ganan masa y velocidad una vez combinados y puestos en relación unos con otros.

Partidos abiertos

Un siguiente paso incluye ese mismo saber escuchar, pero esta vez dentro de las instituciones tradicionales de la democracia, especialmente los partidos.

Es una afirmación vehemente pero ampliamente difundida el decir que los partidos se han convertido en perfectas maquinarias de expulsar talento. Las complejas estructuras internas, verticales y jerarquizadas, con adscripciones a largo plazo y que fomentan la no disensión, acaban pasando por encima de participaciones más horizontales, puntuales, especializadas en un aspecto o interés concreto.

Si las jerarquías podían justificarse en aras de la eficiencia y la eficacia para organizar la empresa de ganar votos, Internet pone en tela de juicio ambos supuestos: ni la jerarquía es necesariamente más eficaz ni más eficiente.

Por contra, en el acto de decidir quién forma parte del partido y quién no, quien forma parte de la ejecutiva o la sectorial y quién no, necesariamente optamos por dejar fuera una importante cantidad de capital humano.

Los partidos pueden buscar talento más allá de la filiación política, de la adscripción al partido. Los partidos pueden colaborar puntualmente con plataformas ciudadanas, con ONG, incluso con otros partidos en cuestiones que les sean comunes — aunque difieran en otros puntos de los respectivos programas.

Este tipo de colaboración más horizontal requiere valentía: valentía para colaborar con “oponentes” políticos, valentía para poder actuar bajo “marcas blancas” para hacer visibles las políticas y no los políticos. Valentía, al fin y al cabo, para trabajar para los fines y no para los instrumentos (los partidos).

Participación híbrida

Por último, y sin necesidad de prescindir o reemplazar instituciones de la democracia representativa como los parlamentos o los partidos, sí es posible prescindir de algunas de sus funciones trasladándolas directamente al ciudadano.

La primera función con opciones a ser reemplazada ha sido, porpularmente, el voto. No el voto para elegir los representantes de los ciudadanos, sino el voto de dichos representantes para elegir las políticas públicas que se llevarán a cabo o las normas que van a regular la vida de los ciudadanos.

Vale la pena apuntar que el voto no es sino una pequeña fase del ejercicio de la democracia, precedido por la información, la deliberación y la negociación, para ser seguido por la transparencia y la rendición de cuentas.

Más allá, mucho más allá de la mera substitución de unos representantes por unas urnas virtuales, lo interesante es poder mejorar, enriquecer, el resto de procesos. Iniciativas como Democracia 4.0, herramientas como Liquid Feedback usada por el Partido Pirata alemán, o propuestas como el hybrid model of direct-representative democracy persiguen mantener las instituciones de la democracia representativa a la vez que pretenden (re)introducir al ciudadano en las mismas: en la medida que quiera, en la medida que pueda.

Se trata de que la información no circule únicamente entre instituciones o dentro de ellas, sino también entre los ciudadanos. Se trata de que estos puedan deliberar entre ellos así como con sus representantes electos, apuntándoles sus necesidades, contribuyendo con sus conocimientos especializados. Se trata de que en la elaboración de prioridades que persigue la negociación no se deje nada ni nadie de lado, a ninguna voz por escuchar. Se trata, también, por qué no, de recuperar la facultad de votar directamente cuando uno así lo considere conveniente. Se trata, por último, de realizar una acción de rendición de cuentas constructiva y no combativa, desde las ideas y no desde los partidos.

En el fondo, se trata de recuperar cierta soberanía sin morir en el intento, manteniendo lo que funciona en las instituciones y eliminando, transformando o traspasando al ciudadano lo que a este pueda interesar o donde este pueda contribuir.

Es co-responsabilizar (de nuevo) al ciudadano en la toma de decisiones. Es, sobre todo, más democracia.

Entrada originalmente publicada el 19 de noviembre de 2012 en el Bloc de Pirates de Catalunya.

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Otro análisis del 25N: de los partidos tradicionales a los partidos red

Esta es una entrada en dos partes sobre los resultados de las elecciones autonómicas catalanas del 25 de noviembre. El análisis se centra en si, además de los llamados eje nacional y eje social, hay un tercer eje que se opondría a la forma de hacer política de los partidos tradicionales con partidos más abiertos, más horizontales, más participados, es decir, incorporando como eje una mejora de la calidad democrática. En esta primera parte, Otro análisis del 25N: de los partidos tradicionales a los partidos red apuntamos algunas definiciones y damos rienda suelta a la imaginación. En esta segunda parte, La abstención como catalizador del tercer eje político aprovechamos los datos preelectorales de Metroscopia para ahondar en el tema y ver la abstención como un colector de indecisos/indignados que después reactiva al electorado hacia los partidos del tercer eje.

Ayer hubo elecciones autonómicas en Catalunya. La mayoría de análisis del día después — si no todos — se centran, evidentement, en los dos ejes sobre los que ha pivotado la campaña: el conocido eje nacional (soberanismo o catalanismo vs. unionismo o españolismo) y el eje social (izquierdas vs. derechas). Me gustaría proponer aquí un análisis con un punto de vista muy distinto: el desplazamiento del voto de la política tradicional a una política más centrada en la red, en la plataforma ciudadana.

Antes de nada, los resultados electorales:

Propongo un resumen rápido (vale la pena centrarse en los escaños, ya que el incremento de más de un 10% de la participación hace engañoso mirar únicamente los votos):

  • Los dos históricamente grandes partidos (CiU, PSC) pierden un considerable apoyo. A efectos prácticos, podemos decir que PPC queda aproximadamente igual.
  • Los dos partidos minoritarios (ERC, ICV) ganan apoyo, el singular crecimiento de ERC sin lugar a dudas por el carácter plebiscitario sobre la independencia de las elecciones.
  • Dos partidos «marginales» al sistema (Ciutadans, CUP) multiplican, en conjunto, su presencia por 4 — personalmente considero que Solidaritat Catalana per la Independència ha «devuelto» sus escaños a ERC (de donde salieron muchos de sus dirigentes) más que cederlos a las CUP, cuya respectiva naturaleza política no puede ser más distinta.

A continuación intento esbozar cómo han podido traspasarse estos votos de un partido a otro. Vale la pena enfatizar que el esquema que sigue es subjetivo, y ha tenido que basarse en la intuición personal a la espera que salgan los datos de las encuestas oficiales sobre voto emitido. En cualquier caso, y para disipar dudas, lo importante no es tanto si tal o cuál partido ha cedido más o menos votos a otras formaciones, sino la evolución global del voto de un tipo de formación política más tradicional, basada en la jerarquía y complejas estructuras internas, a otro tipo de formación política más horizontal, más asamblearia, más flexible, más participada, mas abierta y conectada con el exterior.

Veamos la composición de los tres ejes:

  • En el eje social: Izquierdas (ERC, PSC, ICV-EUiA, CUP, SI) vs. Derechas (CiU, PP, Cs) pasan de una ratio 52/83 a 57/78. Es un viro a la izquierda, pero leve (nota al margen, me cuesta ver a Cs como un partido progresista, igual que otros no ven a SI dentro de la izquierda. En cualquier caso, no es este el debate que me interesa ahora).
  • En el eje nacional: Catalanistas (CiU, ERC, ICV-EUiA, CUP, SI) vs. Españolistas (PSC, PP, Cs) pasan de 86/49 a 87/48. Probablemente puede situarse a ICV-EUiA fuera de este eje, donde tiene una posición bastante neutral: esta exclusión cambia por supuesto la relación Catalanismo/Españolismo (y esto está siendo objeto de debate para dirimir si hay mayor o menor mayoría soberanista o no en el Parlament) pero no cambia mucho la evolución de la ratio de unas elecciones a otras.
  • En el eje tradicional/en red, sí hay cambios mucho mayores: si tomamos únicamente como partidos en red a las CUP y Cs, la relación pasa de 3/132 a 12/123. Si somos algo más generosos y tenemos en cuenta la naturaleza asamblearia de ERC así como el tímido pero decidido acercamiento de ICV-EUiA a las plataformas ciudadanas (además de la naturaleza «de barrio» de algunos de sus componentes), la ratio partido red/tradicional cambia de 23/112 a 46/86.

En mi opinión, si algo ha salido en claro de las elecciones autonómicas catalanas del 25 de noviembre es una acentuación del abandono de los partidos tradicionales hacia formas más participadas de hacer política.

Ciutadans ya había irrumpido en 2006 en el Parlament de Catalunya — como UPyD en 2008 en el Congreso — con una forma distinta de hacer política. Recordemos que Ciutadans nace como plataforma política y tiene como eje importante en su discurso la oposición frontal a la «partitocracia».

Por su parte, Esquerra Republicana de Catalunya siempre ha sido un partido con un funcionamiento ligeramente distinto al tradicional, mucho más abierto y plural. De hecho, muchos achacan a su asamblearismo el no haber podido hacer compatible la política de bases con la política de un partido en el gobierno cuando estuvo en los dos tripartitos. Y si ha habido alguna evolución de ERC en el último año es, precisamente, librarse del «aparato» que desarrolló mientras gobernaba para volver a las esencias. La movilización de las plataformas soberanistas y la interacción del partido con ellas no ha hecho sino reforzar ese espíritu asambleario, de calle, del partido.

Esta evolución — aunque muchísimo más tímida — también se ha vivido en ICV-EUiA. Después de un inicial desconcierto durante el 15M y los meses posteriores, creo que es innegable que ha habido un acercamiento del partido a los movimientos sociales y plataformas ciudadanas — muchas de ellas participadas por sus bases más jóvenes. Ello, y el empuje de la crisis, ha hecho que en el acercamiento de partido y ciudadanía movilizada haya habido una cierta (e, insisto, todavía tímida) capilarización en nuevas formas de hacer, siendo el buque insignia la campaña Catalonia Is Not CiU, así como acercamientos a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) o a organizaciones como Coop57.

No obstante, la estrella de esta evolución de una política tradicional a un partido en red es, sin duda alguna, la Candidatura d’Unitat Popular (CUP). Las CUP, un partido asambleario como pocos, entró en el debate sobre si participar en las elecciones como solamente las CUP podían hacerlo: a través de un (largo) proceso de deliberación y voto entre sus bases y simpatizantes. También fue muy participada la recogida de avales para poder presentar una candidatura. De la misma forma, su campaña así como sus caras visibles se han centrado en dar la voz no tanto al candidato/partido sino a los destinatarios de sus políticas y, por extensión, a la ciudadanía en general. Las CUP son consideradas por muchos como lo más cercano o lo más compatible con el ideario del 15M.

¿Quién más? Aunque fuera del arco parlamentario, vale la pena poner de relieve los resultados de Plataforma per Catalunya y Vía Democrática, el PACMA, el Partido Pirata de Catalunya, la misma UPyD o FARTS.cat. Aunque sin escaños, han visto incrementados sus votos en un 30%, el triple del crecimiento de la participación en las elecciones (es decir, no atribuible o no solamente atribuible a una mayor participación). Estos partidos, aunque con idearios muy distintos, forman también parte de ese entramado de plataformas ciudadanas (neoliberales, anti-partidistas, de corte transversal o temáticas) que proponen nuevas formas de aproximarse a la política. No hay que subestimar su peso: en conjunto, suman más votos que las CUP con sus 3 escaños.

Más allá de la izquierda o la derecha, más allá del debate nacional, se erige como eje político que considerar no qué política se hace sino también cómo se hace dicha política. Cobra importancia una política de proximidad, más participada, y participada en el sentido de influir, no de ser consultado y, a veces, incluso escuchado por el propio partido.

Hay una plataforma ciudadana (o más) para cada problema y dichas plataformas están siendo cada vez más eficaces en la consecución de sus objetivos. Parecería que algunos partidos empiezan a ceder a la presión de planificar contra objetivos, abandonando la retórica de las grandes ideologías, y acercándose a una ciudadanía que cada vez está más organizada con la ayuda de la tecnología, y que se organiza con o sin los partidos — o contra ellos si hace falta.

Habrá que ver, en los próximos años, si esta impresión de una transición hacia el partido red, hacia la plataforma, es algo puntual a la espera de ser absorbido por «el sistema», o bien un primer aviso de un cambio que se avecina.

Actualización 17:59 26/11/2012: A raíz de algunos comentarios en Twitter, creo que vale la pena hacer dos comentarios.

  1. Que haya separado los partidos en dos bloques (tradicionales, en red) no significa, necesariamente, que los bloques sean homogéneos dentro de sí. Es evidente que las CUP son muy distintas de Ciutadans, o de UPyD, o de eQuo. Lo que tienen en común, no obstante, es que son diferentes en su aproximación a la política y a la forma de relacionarse con el ciudadano/votante que el resto de partidos tradicionales, éstos mucho más homogéneos entre sí. Dicho de otro modo, lo que hace similar a las CUP y Ciutadans es que son distintas a cualquier otro partido. Lo que nos lleva al siguiente punto.
  2. Un partido red, a diferencia de uno tradicional, es difícil de caracterizar, precisamente por su condición de red, que se compone y se descompone, crece, mengua, se transforma. Por tanto, su estructura interna es difícil de tipificar, por cambiante, lo que además hace difícil de compararla a la estructura de otro partido. No obstante, lo que sí es un rasgo común es la forma como esas redes son abiertas y colaboran, cooperan, se entrelazan y a menudo confunden con otras redes externas al partido, redes ciudadanas, plataformas cívicas. Es aquí donde me gustaría incidir: cuando hablo de estructuras organizativas distintas querría poner el énfasis en el partido en sí mismo como un nodo dentro de la red política/democrática, y no tanto en la estructura interna del partido.

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Desactivar el debate independentista para avanzar

Breve y parcial cronología de los hechos:

  • 2000: El Partido Popular gana las elecciones con mayoría absoluta. La confrontación entre el nacionalismo español y los nacionalismos periféricos pasa a primer plano, especialmente en Catalunya.
  • 2004: ERC sube de 1 a 8 escaños en el Congreso Español.
  • 2006: Se aprueba — en el Parlament de Catalunya y en las Cortes españolas — el nuevo Estatuto de Autonomía de Catalunya, con claro afán de conseguir mayor autonomía respecto al gobierno del Estado.
  • 2008: «Inicio» de la crisis financiera y económica.
  • 2010: El Tribunal Constitucional recorta severamente el texto del nuevo Estatuto. Manifestación multitudinaria el 10 de Julio.
  • 2010: CiU barre en las elecciones autonómicas catalanas.
  • 2012: Manifestación masiva el 11 de Septiembre, tras muchos meses de encuestas que muestran la creciente aceptación de la opción soberanista e independentista entre el electorado catalán, tanto por motivos identitarios como económicos y políticos.
  • 2012: Según las encuestas CiU barre (más todavía) en las elecciones autonómicas catalanas. Las políticas de austeridad no hacen mella en el gobierno, a diferencia de lo ocurrido con todos los otros gobiernos a lo ancho y largo de Europa (modificación post-elecciones: Las formaciones soberanistas crecen en las elecciones autonómicas catalanas. Las políticas de austeridad hacen mella en el gobierno pero sigue teniendo amplia mayoría, a diferencia de lo ocurrido con todos los otros gobiernos a lo ancho y largo de Europa).

Sirva la digresión anterior para ilustrar hasta qué punto la política y la economía están secuestradas en Catalunya por el debate sobre la independencia. No querría que se me malinterpretara: esta afirmación no tiene nada que ver sobre si la independencia sería buena o mala, o aspirar a ella algo legítimo o no legítimo. Lo que estoy intentando decir no es que la cuestión de la independencia ha ido ganando importancia hasta situarse en primer plano, sino que el debate copa de tal forma la agenda política y social que el resto de cuestiones parecen haber salido de la agenda, del todo.

En el mejor de los escenarios, la cuestión social y económica se aplaza a un futuro hipotético: «cuando seamos independientes…». Es el escenario de la aproximación económica de la independencia, la independencia como instrumento para mejorar, la independencia del expolio fiscal o del España nos roba. En este escenario, todos los planes son a futuro.

En el peor de los escenarios, la cuestión social y económica no tienen futuro. La independencia no solamente es un fin en sí misma sino que es el fin. La el progreso económico y social, la equidad y la justicia social ni están ni se les espera. En la aproximación identitaria de la independencia el plan es la independencia y la independencia es el plan.

Por supuesto, el reverso de las anteriores — la independencia traerá el caos económico, la independencia es ilegítima y no será — es igual en composición aunque con signo distinto: la cuestión es que hay una expulsión absoluta de otros temas de la agenda política. Acuciantes temas, cabría añadir.

No querría aquí entrar en priorizar si estos acuciantes temas lo son más o menos que la cuestión de la independencia. Cada uno tiene sus prioridades.

En lo que sí querría incidir es en la incompatibilidad de debatir en paralelo la cuestión de la independencia y el abordar el combate de la crisis. Porque, a los hechos me remito, lo que venía siendo una tendencia en los últimos años se ha convertido en una total evidencia en los dos últimos meses: a pesar de los intentos de algunos partidos y de muchísimas plataformas ciudadanas, ha sido imposible mantener el debate sobre los famosos eje nacional y eje social en paralelo. Siempre ha pasado uno por delante del otro y, de forma inexorable, el ganador ha sido el eje nacional. Valga como ejemplo la visita de Alexis Tsipras a Barcelona el pasado 22 de noviembre. Ante la posibilidad de preguntar al líder de Syriza cómo su formación se ha convertido en abanderada — en Grecia y fuera de Grecia — de otra forma de hacer política y otra forma de entender la política, las primeras cuestiones en la rueda de prensa oficial trataron sobre cuál era su opinión sobre la independencia de Catalunya.

Considero, pues, necesario desactivar el debate independentista para poder seguir avanzando (o, al menos, parar la caída libre) en materia de sociedad y economía. Insisto: no digo que la independencia sea buena o mala, pero sí que la larga duración sobre el debate independentista sí que está siendo de una terrible malignidad. No se pueden aplazar ya más determinadas cuestiones.

De las diversas opciones que hay para desactivar el debate, personalmente prefiero la pacífica y, a ser posible, que transcurra dentro de la legalidad. A estas alturas de la partida, y desde un punto de vista muy personal, votar una formación soberanista me parece la mejor opción para desencallar el callejón sin salida en el que estamos metidos. No la única, pero seguramente sí la mejor opción de superar el debate es un referéndum vinculante sobre la independencia de Catalunya. Y esta opción es al margen de cuál sea su resultado final: el referéndum sobre la autodeterminación es, ahora mismo, la mejor salida para afrontar la crisis, porque sin él no habrá debate serio sobre la crisis, sobre el paro, sobre las hipotecas, sobre la privatización de la sanidad o de la educación o de la justicia, sobre el despilfarro de muchos gobiernos y la corrupción de muchos gobernantes.

Esta será mi opción en las elecciones autonómicas del 25 de noviembre de 2012. Esta y aquella que me garantice que, mientras no llega dicho referéndum, concentrará sus esfuerzos en volver a poner sobre la mesa de la agenda política la cuestión social y la cuestión económica. Aquella que dará por descontado que el camino — termine como termine — será largo y que no podemos sentarnos a esperar y ver qué pasa, cuando pase, si pasa.

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Instituciones tradicionales y ciudadanos en red: el caso de la web del Senado

El pasado 12 de noviembre se publicó la nueva versión de la web del Senado. La Cámara Alta del Parlamento español quiso remarcar la transcendencia del evento organizando las jornadas Parlamento abierto: El Senado en la red, con objetivo de reflexionar alrededor de la transparencia de las instituciones democráticas y cómo las tecnologías digitales pueden contribuir en hacer de las aquellas lugares más abiertos y participados.

El coste de la página web y su diseño son todavía materia de controversia, lo que en parte motivó que quisiera justificar mi participación en las jornadas para explicar que, independientemente del acierto de la web, valía la pena aprovechar la ocasión de dar a conocer la propia opinión sobre la encrucijada entre la Democracia y la Sociedad de la Información (que es de lo que creo que va todo esto en el fondo).

Esto no es la crónica de dichas jornadas — que puede encontrarse en el blog académico en tres partes sobre transparencia y comunicación, accesibilidad y reutilización de la información del sector público y participación ciudadana y parlamentos en la Red, así como en el apunte de Miguel Ángel Gonzalo ?Balance de #senadored — sino una suerte de reflexión de qué sucedió allí, por qué y qué debería suceder a partir de ahora.

La nueva web del Senado

Decía que la web del Senado ha sido duramente criticada tanto por su coste como por algunas de sus características. Mis conocimientos de tecnología no me permiten hacer un análisis a fondo como han hecho otros, ni tampoco es este mi interés. Así que haré solamente tres breves comentarios al respecto, sobre todo para que no esté esta cuestión presente en las siguientes reflexiones.

  1. Viendo lo que requerían los pliegos técnicos y lo que se aceptó en un concurso competitivo, así como las explicaciones de los técnicos del Senado, mi humilde y limitadamente informada opinión es que la web del Senado vale lo que costó. Dicho de otro modo, lo que se entregó — y se ha publicado — cuesta el dinero que se pagó.
  2. La web tiene muchas deficiencias técnicas de todo tipo que se han apuntado en varios lugares, entre otros en la misma sesión de presentación en el Senado. Muchas de ellas solventables (cuestiones de programación, de accesibilidad, de usabilidad), otras de ellas no tanto: aunque pueda aceptar — como se afirmó en el Senado — que el programario libre pueda tener costes de adaptación tan o más elevados a corto plazo que el propietario, se me hace difícil pensar que a medio o largo plazo la primera no sea la mejor opción. La mayor comunidad de programadores redunda en mayor seguridad y funcionalidades, además de coste cero en mantenimiento de licencias y actualizaciones. Y también es una cuestión (personal) de filosofía, de principios.
  3. Esta no es la web que yo hubiese encargado. Aceptando que la web vale lo que cuesta, aceptando sus errores técnicos e incluso la opción por el programario propietario, qué hacer con ese dinero y esos programas sí tiene muchas otras opciones. Y yo, personalmente, hubiese tomado otros caminos. Datos y API abiertos, agregación de contenidos generados por los senadores y los ciudadanos (p.ej. agregadores de blogs, de cuentas de Twitter, de hashtags), segmentación por temas de actualidad, correlación de las actividades entre las cámaras… en definitva, una web útil como herramienta de trabajo, con claro afán bidireccional, que pueda usarse como referencia por senadores y ciudadanos para fundamentar argumentos, como fuente de información, de debate, de deliberación. Plataforma para realizar consultas, también a los ciudadanos (oficiosas, no vinculantes). Referente en rendición de cuentas al detalle. No creo que sea este el espíritu, que es el que yo querría.

Políticos 1.0, ciudadanos 2.0

Decía que el espíritu de la web no es el de una web como herramienta de trabajo. Pero sí es, considero, un primer paso hacia más transparencia. Esto se desprendió de toda la sesión del 12 de noviembre, y no solamente por la web (puede compararse con su predecesora), sino por el tono mismo de las jornadas.

De 10 intervenciones — además de las de los dos vicepresidentes — 6 de ellas fueron de personas ajenas al hemiciclo. Los 4 senadores se esforzaron en explicar cómo utilizaban Internet en general, y las redes sociales en particular, para preparar sus sesiones, para compartir los debates, para hablar con los ciudadanos. Los 6 invitados externos no tuvieron reparos en exponer su idea de democracia en una sociedad digital. Con moderación, pero sin concesiones, se habló del (mejorable) papel de los medios de comunicación, de la necesidad de tener cargos electos (digitalmente) formados y abiertos al diálogo, de las múltiples formas de excluir a los ciudadanos, de la (necesaria y todavía no alcanzada) transparencia en democracia, de la diferencia entre estar en la red y formar parte de ella para una democracia más participada, o de las nuevas formas de democracia extra-parlamentaria que pueden complementar a las instituciones (si se dejan).

¿Lugares comunes? A lo mejor. ¿A muchos puede sonar a ya antiguo? Seguro. Y sin embargo allí sonó vanguardista. Sin segundas: más allá de echarse las manos a la cabeza porque suene a vanguardista lo que otros parlamentos o parlamentarios parecen tener superado (tampoco tantos…), lo significativo fue el sincero convencimiento de que se estaba dando un paso decisivo hacia un Senado (y un Parlamento, por construcción) mejores. Y tanto la web como las inéditas jornadas que acompañaron su puesta de largo son mascarones de proa de algo que se esta fraguando en el Parlamento español.

(Abro paréntesis: voy a recordar que la web no tiene el espíritu que yo quería y que mi intervención no se limitó a pedir más democracia sino otra democracia. Cierro paréntesis).

Hay tres tipos de personas en el uso de la tecnología: quienes reniegan de ella, quienes la abrazan con pasión y quienes se están incorporando en su uso, venciendo los temores de los primeros con la ayuda entusiasta de los segundos. Lo que personalmente vi el 12 de noviembre en el Senado fue a muchos de estos últimos saliendo del armario, convencidos de que una tecnología que acaban de descubrir (y que, sí, es verdad, muchos ven ya antigua o «normal») les va a ayudar a hacer mejor política — porque había consenso que iba de esto, de democracia, no de tecnología.

Creo que sobre el primer grupo — los renegados, o refuseniks en el argot — no hay mucho debate: hay que echarlos de sus escaños. No por tecnófobos (que también: estas son herramientas para hacerlos más eficientes y eficaces en su trabajo, que pagamos entre todos), sino porque el diálogo con el ciudadano solamente les interesa para pagar su voto. Hay pues, motivos profesionales y motivos éticos para deshacerse de los representantes políticos que hacen mal su trabajo. Y, a estas alturas, no creo que haya que hacer muchas más concesiones en este terreno.

Pero, más allá de los renegados de convencimiento, ¿qué hacer con los otros, esos que a muchos les parecerán dinosaurios mientras ellos mismos se ven a sí mismos redescubriendo la política a través de Internet? ¿Nos arrimamos a los vanguardistas de verdad y despreciamos al resto?

Tendiendo puentes

Personalmente considero que las instituciones democráticas deben sanearse. Urgentemente. De entre las muchas formas de hacerlo, no obstante, tengo la sospecha que una vía importante empieza desde dentro, indignando a los políticos que las habitan, para que pueda salvarse la política aun a costa de los/algunos políticos.

Pero indignar no es lo mismo que enfurecer. Indignar es hacer que quienes están en el tránsito de abrir más su forma de hacer política, hacerla más transparente, más participada, más «2.0», se alíen con los pioneros para echar de sus escaños a los legajos de la democracia caciquil y de pelotazo. Enfurecer es hacer que quienes están en el tránsito de abrir más su forma de hacer política, hacerla más transparente, más participada, más «2.0», se alíen con los sedimentos de caspa del Parlamento para echar de él a los «enfants terribles» de la política, los vendehumos de la participación digital que los abocaron a las fauces de una ciudadanía que los espera de uñas en las redes sociales.

Cuando leía, o cuando leo, las críticas a la nueva web del Senado, creo que se pueden agrupar en dos tipos. La primera es la crítica técnica, objetiva, sentida… que puede ser ácida o vehemente, pero que no se aleja de lo constructivo. Está, después, la crítica sangrante, destructiva, aniquiladora. Todos tenemos malos días y todos tenemos días ocurrentes: lo que importa son las tendencias.

De entre lo mucho que aprendí en mi visita al Senado el pasado 12 de noviembre — y por lo que estoy muy profundamente agradecido a Miguel Ángel Gonzalo, Imma Aguilar, José Ángel Alonso y otras personas que tuve el gusto de encontrar allí — lo más relevante fue constatar los sinceros esfuerzos que algunos (puede que pocos, pero algunos) hacen para mejorar la democracia desde dentro. Y el terrible daño que los disparos al azar y las balas perdidas hacen entre esas filas, especialmente entre los pocos que tiran de los demás.

No creo que haya que rebajar el tono de la crítica cuando sea merecida (al contrario). Ni ser más condescendiente. Ni, en absoluto, entrar en el paternalismo.

Pero sí creo que hay que discriminar. Ver quiénes son aliados. Ver dónde están. Y evitar que sean alcanzados por fuego amigo. O, dicho de otro modo, cuando haya críticas, ver hacia donde se dirigen y si habrá daños colaterales que puedan dar al traste con los puentes que, desde dentro, se intentan tender día a día.

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