Por qué hay fanáticos más fanáticos que los líderes más fanáticos: trabajando hacia el Führer

Ian Kershaw, historiador británico, se preguntaba cómo podía ser que un líder carismático pudiese llegar a controlar una cantidad ingente de seguidores ciegos, fanáticos.

Y ponía el ejemplo de Adolf Hitler, que consiguió convertir una gran parte de un país al nazismo.

Kershaw rápidamente niega la posibilidad de un control directo del Führer sobre todos los ciudadanos. Niega, también, que sea posible un control indirecto a través de una densa y fiel trama jerárquica. Demasiado complicado. Demasiado lento. Demasiado capilar. Demasiado fidelidad.

Kershaw propone el concepto «trabajar hacia el Führer» (working towards the Führer, en el original en inglés). Este concepto —que podríamos aplicar desde el funcionamiento de Al Qaeda hasta cualquier religión organizada— consiste en al proclamar algunos preceptos básicos —en el caso del nazismo, bastante conocidos— y esperar que estos preceptos sean no aplicados al pie de la letra, sino interpretados para cada situación particular y esperar que cada uno los haga cumplir… a iniciativa propia.

Por ejemplo, en el caso del cristianismo, uno sabe de sobras cómo trasladar el «amarás al prójimo como a ti mismo» cuando un desconocido pide ayuda para cruzar la calle. No hay un manual de instrucciones que detalle todos y cada uno de los casos aplicados de cómo amar al prójimo. Simplemente, se sabe (o se cree saber) qué hacer en cada caso como el descrito. Del mismo modo, dice Kershaw, cada alemán (especialmente los más afines al régimen nazi, pero no sólo) sabía cómo debía tratar un judío, aunque no tuviera instrucciones detalladas de cada caso particular. Esta aplicación particular es «trabajar hacia el Führer».

En el caso del nazismo, sin embargo, hay algunos factores especiales, y es que de una manera o de otra quien «trabaja hacia el Führer» sí espera algo a cambio. Puede ser el más básico: evitar la exclusión social. Puede ser más ambicioso: un reconocimiento personal. O puede ir mucho más allá: como en cualquier trabajo, cuando se «trabaja hacia el Führer» se espera una contrapartida explícita, con la particularidad de que aquí primero se trabaja y luego llega la orden —que nunca llega como tal, claro.

Como generalmente no hay orden explícita, el «trabajar hacia el Führer» incorpora una parte de iniciativa propia para destacar, para que de esta forma sí que acabe llegando esa contrapartida, y ahora sí, explícita: un reconocimiento formal, una recompensa monetaria, un progreso en el partido, un opositor eliminado.

De este modo, el «trabajar hacia el Führer» acaba convirtiéndose lo que hemos dado en llamar «ser más papista que el Papa»: el nazi acaba siendo más nazi que el mismo Führer, el fanático más fanáticamente militante que el líder.

Esto tiene, a medio plazo, dos efectos claros.

  1. Primero, se genera una cultura conductual («trabajar hacia el Führer») que es mucho más poderosa que el control directo. Dura más, llega a más lugares, funciona 24 horas al día, 7 días a la semana. Además, la cultura sigue funcionando aunque el líder no esté, o no diga nada, no haya dicho nada sobre esos casos particulares. La cultura genera «jurisprudencia».
  2. Segundo, se exalta, distorsiona, amplifica el mensaje original. Se realimenta y retroalimenta y se refuerza. Y ser radicaliza, cada vez más, radicalizando a su vez la misma cultura en una espiral de extremización.

Aunque el Führer y su cortejo demostraron tener una catadura moral que rebasó muchos umbrales, es también cierto que muchos seguidores fueron mucho más lejos de lo que, tal vez, el mismo Adolf Hitler hubiera podido nunca pensar. Como dice Hannah Arendt de Adolf Eichmann, «él sólo seguía órdenes», él sólo aplicaba esa cultura. En términos de Kershaw, más allá de las órdenes, se diría que quien no seguía órdenes simplemente «trabajaba hacia el Führer».

Esto nos da pistas para explicar el aparente control sobre las masas que algunos líderes tienen. Confundimos haber creado una cultura por tener el control sobre la población. Y es distinto.

Nos da pistas, también, del porqué a menudo vemos seguidores más fanáticos que sus propios líderes.

Y esto ayuda a explicar, en definitiva, por qué hay gente que dice y hace cosas completamente extremas, incluso extremadas en el extremismo, sin que necesariamente nadie se las haya mandado. Sin que nadie se las haya ni siquiera pedido. Trabajan hacia el líder.

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