En democracia, es peor el hedor que la basura

Hoy nos hemos levantado indignados, clamando contra la comunicación (política) que se superpone al discurso político, que lo determina en lugar de mantenerse como algo accesorio, que secuestra las ideas y pone sobre la mesa la política de las formas desplazando los debates de fondo.

El motivo bien podría ser que más de 100 candidatos implicados en causas judiciales concurran en las listas de las próximas municipales y autonómicas, pero no ha sido este el motivo.

El motivo tampoco son las declaraciones de la cuenta en Twitter del PSOE de Écija justificando la corrupción política (aunque parece ser que hay dudas sobre la legitimidad de dicha cuenta).

La indignación proviene, precisamente, de que las declaraciones de la supuesta cuenta del PSOE de Écija son verosímiles. Sean finalmente falsas o no, muchos creemos capaces a muchos partidos y políticos de justificar cualquier atropello a la gestión pública. De hecho, más que dudar de si alguien sería capaz o no de justificar la corrupción, la duda está sobre si alguien sería lo suficientemente estúpido de hacerlo abiertamente en público: lo otro, se da por supuesto. Porque por supuesto que sí se es capaz de justificar lo injustificable: hay pruebas de ello a diario.

Lo peor de esta política de pose en la que estamos plenamente imbuidos no es la falta de ideas, ni que un sinnúmero de medianías intelectuales alcancen altísimas cotas de poder, ni que lo hagan con el apoyo directo o la connivencia indirecta de los sátrapas que pretenden reemplazarlos por la espalda.

No, lo peor no es eso. Lo peor es romper el sistema.

Porque un sistema infectado puede arreglarse acabando con la bacteria o el virus invasor. Tardará en reponerse, pero muerto el perro, muerta la rabia.

Pero nuestro sistema democrático no está infectado, sino que está roto. No bastará con barrer las ingentes cantidades de basura que ahora lo pueblan, porque quedará el hedor. Quedará el hedor de la desconfianza en el sistema judicial, vencido por los vientos populistas y electorales de los partidos; quedará el hedor de las propuestas económicas (de ajuste) parciales y sesgadas; quedará el hedor de las políticas de bienestar interesadas.

Quedará, en definitiva, la sensación de que el poder no es para cambiar el mundo, sino que el poder es para mandar.

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