Consecuencias del 15O: ¿hacia un nuevo Bretton Woods?

El 15 de octubre de 2011 pasará — o, en mi modesta opinión, debería pasar — a la historia porque ciudadanos de 1000 ciudades de más de 80 países en todo el mundo salieron a la calle a protestar por un mundo mejor.

Aunque las formas y la cronología han venido a poner en el mismo saco la Primavera Árabe, el Movimiento del 15M y similares en otros países, y el reciente Occupy Wall Street, creo que si bien están relacionadas, son completamente distintas. Por una parte, la Primavera Árabe tenía un objetivo a corto plazo y claramente delimitado: echar a los dictadores de los respectivos países y restaurar en ellos la democracia. El 15M perseguía ese mismo objetivo, pero dentro de democracias modernas bien establecidas: así pues, pedía mejorar la calidad de la democracia y, a través de ello, llegar a acciones más concretas en el ámbito de lo socioeconómico. Por último, Occupy Wall Street volvía a una única petición concreta, que aunque relacionada con el ejercicio de la democracia, se concretaba en pedir una mejor distribución de la riqueza así como una independencia del poder ejecutivo del económico.

Relacionadas y distintas todas ellas, tienen dos importantes rasgos en común: las ya mencionadas formas y, sobre todo, el hecho de pedir cambios dentro del sistema, es decir, transformaciones del mismo sistema imperante pero sin sustituirlo por uno nuevo. Sin embargo, esos árboles unidos bajo el bosque del 15 de octubre adquieren un nuevo significado: el cambio de sistema (la Primavera Árabe, aunque sí pide un cambio de gobierno, no pide un cambio sistémico en profundidad, como lo fue, p.ej. el nacionalismo comunista de mediados del s.XX).

La crisis del ’29, la Segunda Guerra Mundial y los Acuerdos de Bretton Woods

El siglo XX se caracteriza por dos grandes crisis situadas ambas en su primera mitad: la crisis económica de 1929 y la crisis política que representa la Segunda Guerra Mundial. Juntas representan las dos caras de la misma moneda: el fin del estado-nación y la necesidad de tratar las relaciones internacionales no desde lo local, sino desde lo global.

El cambio de sistema económico se debate en julio de 1944 dando lugar a los llamados Acuerdos de Bretton Woods. Firmados por los entonces 44 países aliados, se acuerda la creación del Fondo Monetario Internacional, el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (parte del Banco Mundial), el GATT (el Acuerdo General sobre Comercio y Aranceles, semilla de la Organización Mundial del Comercio) y la reforma del sistema de divisas mundial (con la adopción de un patrón oro-divisas centrado en el dólar americano). Es decir, la creación de un mercado financiero mundial así como las instituciones para promoverlo.

Y aunque ha habido cambios sustanciales desde entonces — como el abandono de la convertibilidad del dólar en 1971 —, en general ese ha sido el sistema que se ha mantenido, reforzado… y desbocado.

Hacia un nuevo Bretton Woods…

La reunión del G20 en Washington el 15 de noviembre de 2008 se convocó, precisamente, para comprobar en qué medida el actual sistema económico mundial seguía siendo válido. Lo cuentan con gran detalle Eric Helleiner y Stefano Pagliari en Towards a New Bretton Woods? The First G20 Leaders Summit and the Regulation of Global Finance y John Vandaele en Por un nuevo Bretton Woods. Lo que ambos artículos nos explican es que, a grandes rasgos, el G20 — y a iniciativa de Nicolas Sarkozy — consideró un nuevo acuerdo al estilo del de 1944 para volver a encauzar la economía mundial, especialmente en lo que se refiere al ámbito de las finanzas.

Mi impresión, no obstante, es que no hay lugar para un nuevo acuerdo en el plano de lo económico, y mucho menos restringido en el ámbito de la economía financiera, regida por la especulación como fin en sí mismo. Es el sentir de muchos de los autores que contribuyeron al especial que el periódico The Guardian dedicó a esta cuestión en A new Bretton Woods. Juan Torres López hablaba en ¿Un nuevo Bretton Woods? de la necesidad de una nueva autoridad, nuevas reglas y nuevas instituciones.

…sin Bretton Woods

Da la impresión que, efectivamente, hay bastantes voces que claman por un cambio. No obstante, el cambio es desde dentro: sanear el sistema, depurar el sistema, renovar el sistema, hacer que el sistema vuelva a funcionar. El sistema económico, el sistema financiero.

En mi opinión, el sistema económico funciona perfectamente. Y la prueba es que quien tiene los medios sigue enriqueciéndose, y mucho, con él. ¿Hace falta mejor prueba que esa?

Lo que está profundamente roto es el sistema político, la gestión de lo público, la organización de la sociedad como algo colectivo por encima de los desarrollos individuales.

En este sentido, no es necesario volver a regular la economía, cambiar las normas del juego, modificar la forma como vigilamos a los agentes económicos y sus acciones para que no se salgan de madre. Dado que aquellos están, ahora mismo, por encima del bien y del mal, da lo mismo que las normas escritas cambien, porque las normas tácitas, las de verdad, se fijan con el quehacer diario de dichos agentes económicos.

Lo que hace falta es restablecer el orden de las cosas, recuperar la gobernanza del sistema. Hace falta que las preferencias individuales se agreguen en decisiones colectivas, y que estas determinen los límites de las actuaciones individuales de nuevo. Y no que las actuaciones individuales dicten las decisiones colectivas a base de manipular o coartar las preferencias individuales.

Lo que hay que cambiar, pues, no son las normas ni los objetivos, sino la forma como unas se fijan y los otros se llevan a cabo.

Y, según mi personal interpretación, esto es lo que pidieron 1000 ciudades en todo el mundo el 15 de octubre de 2011. Más allá de los contextos locales de cada uno, las especificidades, los puntos de vista, los matices, lo que se pidió fue un cambio en la gobernanza global.

Y aunque con cautelas y salvaguardas, lo que cabría esperar de las elecciones legislativas en España el 20 de noviembre no es si el candidato electo procederá a recortar más o menos el estado del bienestar, o si luchará con mayor o menor ahínco contra el desempleo mientras repara los estragos de dicha situación, o si pondrá tal o cual impuesto o tasa en el limitado patio particular del ámbito jurisdiccional de su estado.

Lo que cabría esperar del nuevo presidente electo y de los futuros líderes de la oposición es la capacidad para llegar a un acuerdo a nivel nacional que les permita llegar a otro acuerdo a nivel internacional. Sobre la política, sobre la forma de entender el proyecto comunitario que es ahora a nivel global. Es hora de volver a poner la política por encima de la economía.

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