De Tahrir a Sol (II): perspectivas y propuestas

Esta es una doble entrada que pretende analizar las protestas activadas por la plataforma Democracia Real Ya y que sacaron a la calle a decenas de miles de pesonas en toda España el 15 de mayo de 2011, tomando como centro más visible la Plaza del Sol de Madrid. En De Tahrir a Sol (I): qué ha pasado y por qué intentaré hacer un análisis más objetivo de hechos y motivos, mientras que en (proximamente) De Tahrir a Sol (II): perspectivas y propuestas pasaré a un plano más subjetivo sobre lo que podría y debería pasar.

Aunque la comparación con entre la (a estas alturas ya autoproclamada) #spanishrevolution y la primavera árabe es constante, vale la pena detenerse a ver cuán diferentes son, ya que a partir de estas diferencias podremos intentar deducir lo que es más probable que suceda en el futuro (próximo y no tan próximo).

Sin ánimo de entrar en el debate de las etiquetas y los conceptos, podemos definir una revolución como un cambio radical en el sistema: la revolución bolchevique que cambió el sistema social y económico en los entonces futuros (y ahora ex-) países soviéticos, o la revolución industrial del s.XVIII que cambió el sistema productivo; es una ruptura y lo que viene suele definirse en oposición a lo que teníamos. Una revuelta aspira a hacer grandes cambios, pero cambios mayormente dentro del sistema, y los exige en base a la insurgencia, a desafiar el sistema, a incumplir sus leyes y sus normas; las revueltas árabes han desafiado el poder y han hecho que cambie de manos, habrá cambios en el sistema, pero a grandes rasgos serán evoluciones del mismo. Una protesta es una muestra de desacuerdo con una determinada situación, de índole política, económica o social; es de alto voltaje, pero no desafía al poder, no incumple las normas de forma abierta y sistemática; de hecho, pretende que el sistema continúe, pero que se corrijan determinadas disfunciones en el mismo.

La #spanishrevolution es, a mi modo de ver, una protesta en toda la regla. Y su impacto, si no evoluciona a revolución, deberá medirse con la regla de medir las correcciones en las disfunciones del sistema que han provocado la protesta. Ni más… ¡pero tampoco menos!

Pero hacer prospectiva de lo que sucederá el 22M es complicado, complicadísimo: hay demasiadas variables y muchas de ellas actúan en sentidos opuestos. Saber cuál predominará se me hace harto complicado.

Ejercicio de la democracia

Un impacto directo, no en el futuro sino en el presente, que está teniendo lugar ya, ahora mismo, es un incremento del debate en la ciudadanía. Si de verdad creemos que el ejercicio de la democracia es algo más que votar, que empieza con la información, la gestación de una opinión, el debate, la negociación… #spanishrevolution es ya un éxito. La cantidad de debate generado es ejercicio democrático en estado puro. Afirmar que esto es rebeldía o contestación, incluso ingenuidad o utopía es negar lo más fundamental de la democracia: es muy sintomático que quien niega al independentismo vasco su derecho a expresarse en las urnas niegue también al descontento expresarse en la plazas plazas de las ciudades o de Internet.

Esto es demoscopia y barómetro político en tiempo real y sin filtros ni cortapisas. ¿Qué más se puede pedir?

Impacto en las elecciones del 22M

Por una parte, es cierto que el movimiento tiene un fuerte sesgo a favor de la población joven, estadísticamente levemente más escorada a la izquierda. Sin embargo, esto es especialmente cierto en quienes mantienen las ocupaciones de las plazas (también hay infinidad de gente mayor que, sin acampar, pasan el día en la plaza), pero deja de serlo cuando finaliza la jornada laboral y se les añaden ciudadanos de todo estrato social y edad.

Por otra parte, es probablemente cierto que el movimiento tenga un sesgo a la izquierda. Años de estadística así lo corroboran: el votante de derechas es fiel, el votante de izquierdas castiga.

Una tercera consideración es el distinto conocimiento del funcionamiento del sistema electoral español, así como la existencia o inexistencia de un comportamiento estratégico. Esto tiene que ver con los umbrales mínimos que permiten a una lista obtener escaños en unas elecciones en España.

Así, pues, tres variables a tener en cuenta: mayor o menor sesgo a la izquierda, mayor o menor propensión a emitir un voto válido o no válido (nulo y abstención), y en caso de que sea válido, emitirlo a favor de un gran partido o de uno sin o con poca representación.

Complicado. Puede que salgan ganando los partidos pequeños de izquierdas (Izquierda Unida, Iniciativa per Catalunya, Esquerra Republicana, Piratas, Bildu o los centenares de partidos locales o «anónimos») o incluso los no tan de izquierdas (Ciudadanos, UPyD).

En mi opinión, el éxito de las movilizaciones debería medirse en tres ejes:

  • Número de abstenciones y votos nulos;
  • número de votos emitidos (no escaños obtenidos) a partidos pequeños;
  • caída de votos del PSOE (significativamente por debajo de lo que marcaban las encuestas antes del domingo) y, sobre todo, caída de votos del PP.

Considero que el éxito no debería ser el número de escaños — dado que es probable que no haya cambios significativos — sino cuanta gente (suma total nacional) ha apoyado las protestas de una u otra forma. Porque lo que debe votarse ahora es si se apoya la propuesta de cambios de las distintas plataformas votando «alternativamente». Si la gente vota mayoritariamente igual que siempre, será hora de recoger las carpas e irse a dormir a casa. Si no, aunque no haya cambios significativos en los escaños, la legitimidad ganada será el éxito real de las movilizaciones. Esta será mi interpretación personal.

Extensión a otros países

¿Se extenderá a otros países (de la Unión Europea)?

Parece ser que se extiende ya a Italia. Esta era fácil de prever. Después de Grecia, que ya tuvo una primera cata de protestas hace unos meses, Portugal y España completan el trío donde la crisis se ha cebado con más fuerza. Con Italia se completa el cuarteto donde la calidad de los dirigentes es especialmente lamentable, motivo principal de las protestas. Sería pues, previsible, una reedición o réplica en los países mediterráneos de la Unión Europea (incluyo de forma algo tácita a Francia, con su historial de hace unos años). Y no solamente porque comparten situaciones parecidas (sobre todo en comparación con sus vecinos del norte) sino porque (hay que insistir en la cuestión) esta es una reivindicación para una mejor democracia, y parte de esta se administra en Bruselas.

En este sentido, hay que ser consciente que no basta con movilizarse dentro de un país, sino dentro de la Unión Europea en su totalidad.

Propuestas a corto plazo: complicidades y compromisos

Mi primera propuesta sería ganarse la legitimidad en las urnas. La legitimidad, no los escaños. Los escaños conseguidos (municipios y algunas autonomías) no servirán para operar cambios significativos en el sistema democrático, máxime algunos gestos que difícilmente se consolidarán en el futuro. Hay que conseguir un apoyo que se medirá en gran medida en función de la votación «alternativa» que muchas plataformas proponen y, en menor medida, sumando el no a todo de nulos y abstenciones. Sin ese apoyo, habrá que reconocer que la protesta es cosa de unos cuantos, la ciudadanía no apoya y retirarse dignamente: esto también es democracia.

Para ganarse la legitimidad, hay que dar un mensaje inequívoco, comprensible, articulado en una única propuesta (desplegada con sub-propuestas, si cabe). Y creo que la propuesta debe ser más y mejor calidad democrática, incluyendo instituciones, procesos y actores. La tendencia por ahora no es exactamente esta y, además, tiene dos facciones opuestas: o bien el cajón de sastre de «ya que salimos a la calle, vamos a pedirlo todo», o justo la inversa «salimos a quejarnos, no a proponer, que propongan los responsables de todo». Mi opinión no es tanto que haya que venir con propuestas entendidas como soluciones (aunque nunca está de más), pero sí con propuestas en el sentido de mensajes claros. ¿Es más y mejor democracia? Pues más transparencia, más rendición de cuentas y más consultar a la ciudadanía. Personalmente creo que despista mezclar el mensaje con medidas económicas o sociales o mantenerse en el plano «con mi indignación basta».

Por cierto, hablo del fondo, no de las formas: demasiado chorizo para tan poco pan y similares son una forma clara y concisa de pedir mayor rendición de cuentas y justicia para quien usa lo público en beneficio de lo privado, reivindicaciones que caben dentro de más y mejor democracia.

Propuestas a largo plazo: impactar el legislativo con cambios estructurales en la regulación de la democracia

Relacionado con lo anterior, si a corto plazo hay que pedir legitimidad a partir de un mensaje claro, a largo plazo hay que hacer entrar ese mensaje en la agenda política de la liga de los mayores: las legislativas de 2012. Ahí es donde se puede (por ejemplo) cambiar la ley electoral, o se pude cambiar (ni que sea a través de minorías decisivas) la dinámica de pactos de las dos cámaras estatales.

Un apoyo significativo, no marginal, de la población a las protestas el 22M debe ser a la vez motivo suficiente y necesario para continuar dichas protestas durante el largo año electoral (la campaña de las legislativas empieza el 23M, por supuesto).

Y durante ese año sí debe haber propuestas concretas. Debe haber programa electoral.

Y debe haber trabajo para que dicho programa electoral o bien sea representado por una formación que pueda llevarlo a cabo o bien la propuesta debe introducirse, en paralelo, en el mayor número de formaciones posibles. El primer caso es complicado: si es una formación nueva, probablemente no pueda llevarlo a cabo aunque consiga representación; si no es una formación nueva, la pluralidad de las protestas (por muy sesgadas que estén) no permitirá una única filiación política y desintegrará el movimiento. Por otra parte, el sistema la mayor parte de la veces se cambia desde dentro, haciendo evolucionar a las instituciones y por consenso.

Veo más fácil votar a «mi» partido bajo la condición que incorporen medidas para mejorar la democracia, que hacer un voto ecuménico de la mano de muchos conciudadanos con quienes únicamente tengo en común que quiero más y mejor democracia.

Creo que esa es la opción, aunque requiera la cabeza más fría y el esperanza del corredor de fondo.

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De Tahrir a Sol (I): qué ha pasado y por qué

Esta es una doble entrada que pretende analizar las protestas activadas por la plataforma Democracia Real Ya y que sacaron a la calle a decenas de miles de pesonas en toda España el 15 de mayo de 2011, tomando como centro más visible la Puerta del Sol de Madrid. En De Tahrir a Sol (I): qué ha pasado y por qué intentaré hacer un análisis más objetivo de hechos y motivos, mientras que en (proximamente) De Tahrir a Sol (II): perspectivas y propuestas pasaré a un plano más subjetivo sobre lo que podría y debería en mi opinión personal pasar.

En los pocos más de 30 años que España viene viviendo en democracia desde la muerte del dictador, los políticos han pasado de ser los héroes que redactaron una nueva (y en muchos aspectos muy moderna) Constitución y la pusieron en práctica haciendo posible una transición hacia las libertades y el progreso, a los villanos que, entre otras cosas, implicaron al país en una guerra con oposición frontal de Naciones Unidas y la población en pleno, o negaron — y con ello empeoraron — una crisis con consecuencias devastadoras. Los políticos, y lo dicen las encuestas una y otra vez, han dejado de ser la solución para ser el problema. Por activa.

Al final, los ciudadanos, más allá del hartazgo, salieron el 15 de mayo a tomar las plazas, tal y como sucedió en el norte de África durante la llamada primavera Árabe a principios de 2011. ¿Alguna relación?

Diferencias

Hay tres diferencias fundamentales — más adelante hablaremos de una cuarta — que hacen que, en esencia, los movimientos árabes sean muy distintos de las revueltas españolas, aunque en la superficie puedan compartir algunas herramientas y prácticamente coincidan también en el tiempo.

La primera gran diferencia es la situación de partida, el contexto socioeconómico. A pesar de la gravedad de la crisis que asola España — con tasas de paro del 20% que se elevan al 45% en el caso de los jóvenes, o con crecientes impagos de hipotecas y problemas para llegar a final de mes — el sistema de protección social funciona (tanto el que proveen las instituciones como las familias) y, dicho en lenguaje llano, «nadie muere en España de hambre» ni «nadie muere en España por sus ideas» (ojo a las comillas). En Egipto, o en Túnez, sí, tanto lo primero como, cada vez más, lo segundo. Mientras la demanda en Egipto es el acceso a una cartera elemental de derechos humanos, en España la demanda es sobre la calidad de dichos derechos, especialmente las libertades ciudadanas y los derechos políticos.

Una segunda gran diferencia, muy relacionada con la anterior, es de carácter sistémico: en Egipto, la ciudadanía ha llegado al límite de lo que da de sí el sistema y claman por un cambio radical. Habiendo recorrido ya todos los caminos posibles de los -ismos (imperialismo colonial, comunismo, nacionalismo radical, totalitarismo oligárquico) piden entrar de lleno en la democracia. Democracia y punto. En España se pide exactamente lo opuesto y lo mismo a la vez, es decir: no cambiar de sistema, sino sanear y regenerar el presente. Las manifestaciones en España no son antisistema sino todo lo contrario, pro-sistema: más participación, más transparencia, más rendición de cuentas. En definitiva, más y mejor democracia.

La última diferencia radica en el cómo, aunque está también relacionada con las diferencias de perfil socioeconómico de los países árabes en relación a España. En el caso de los primeros, la mucho menor penetración de Internet — y más de la Internet móvil de banda ancha — así como la menor extensión de la formación entre la población hacen que, por construcción y necesariamente, las revueltas las activen una minoría muy formada y con fácil acceso a la tecnología. Una vez esta élite intelectual está coordinada y articulada, la revolución se extiende al resto de la población. Pero la chispa está muy localizada en las grandes urbes y en determinados estratos sociales. No parece ser este el caso de España, en parte porque el uso de Internet está mucho más expandido, en parte por tener una muy elevada proporción de población con educación formal, mucha de ella con secundaria y educación superior. Si se suele hablar de la primavera árabe como un movimiento de base, este adjetivo empalidece ante la pluralidad de las protestas en España. Hubo un precedente el 13 de marzo de 2004 y la réplica del 15 de mayo de 2011 ha sido mucho más fuerte, distribuida, reticular.

Similitudes

La primera similitud, como prácticamente en cualquier revuelta, es que esta se hace porque no hay nada que perder. En el caso de Egipto se sale porque la vida, lo único que queda a muchos, también se está perdiendo por la violencia de la pobreza o la violencia del Estado. En España, ante la perspectiva de unas elecciones — las del 22 de mayo — en las que ya está todo decidido de antemano, no se pierde nada con salir a protestar.

La segunda, mucho más importante, es porque se puede. Se puede salir a protestar porque, a diferencia de épocas anteriores donde hace falta una infraestructura para salir a protestar (una organización que lidere, medios económicos para producir material informativo, acceso a controladísimos canales de comunicación donde difundir dicha información), actualmente no hace falta ninguna: la coordinación puede hacerse de forma descentralizada y sin pasar por ninguna organización formal, la producción de material informativo multimedia se puede realizar desde el más básico de los ordenadores, y su difusión solamente requiere un acceso a Internet.

Lo nos lleva a una tercera similitud, y es el uso intensivo de las Tecnologías de la Información y la Comunicación para esa coordinación, producción y difusión de las revueltas. Sin embargo, y como veremos más adelante, el caso español ha sido, en mi opinión, muy distinto del caso árabe.

Una última similitud, y consecuencia directa de la anterior, es la ausencia de un puente de mando centralizado en la gestión de las revueltas. Aparecerán portavoces, o emergerán algunas cabezas más visibles que otras, pero la toma de decisiones, la elaboración de propuestas, la gestión de la mecánica es en red, no es jerárquica. No es nuevo: Al-Qaeda lleva años haciéndolo y muchos años más llevan algunas redes de profesionales en sectores intensivos en conocimiento. Pero si es rompedor en un mundo, la política, fuertemente encorsetado por las jerarquías, las disciplinas de partido, el concepto de aparato o la figura del líder.

El papel de las redes sociales

En el uso de las redes sociales en concreto, y de las Tecnologías de la Información y la Comunicación en general, hay dos tipos de movimientos muy diferentes entre sí, a la vez que complementarios.

Un primer sentido del movimiento es horizontal. Se basa en una comunicación entre pares que persigue difundir una idea de forma viral, capilar, involucrar a cuantos más mejor, articular una masa crítica, consensuar un ideario, un discurso, y promover la acción.

Hay un segundo sentido del movimiento mucho más vertical. La base de la ciudadanía, empoderada con medios de producción y difusión digital, persigue alcanzar los centros de toma de decisiones que hay sobre ellos, ya sea directamente o indirectamente a través de los medios tradicionales de comunicación.

Si bien ambos movimientos han estado presentes tanto en la primavera árabe como en España, en mi opinión en las revueltas en Túnez y, sobre todo, en Egipto predominó este movimiento vertical, mientras que en España ha predominado aquel movimiento horizontal.

Por dos motivos.

El primero por la diferente situación socioeconómica a la que apuntábamos al principio: en España la coordinación de una base muy amplia ha sido posible gracias al mayor acceso a Internet. Así el movimiento en horizontal ha podido ser posible con mayor magnitud en España que en el norte de África. En España valía la pena y era posible alcanzar a esa gran masa educada, crítica y dispersa por toda la geografía. En Egipto, la coordinación en algunas ciudades y universidades era clave, pero era también difícil ir más allá por medios digitales (que se suplieron por otros medios más tradicionales: octavillas, charlas, telefonía fija).

El segundo por la diferente distancia entre la ciudadanía y el poder. A pesar de las (más que legítimas) críticas y reivindicaciones, los españoles están mucho más cerca del poder que los egipcios. Entre otras cosas, porque los egipcios no solamente eran encarcelados por sus ideas, sino que comprendían que un cambio de gobierno pasaba por el apoyo de la comunidad internacional, especialmente la Secretaría de Estado Norteamericana. En España, mejores o peores, hay elecciones y es posible cambiar el color de algunos gobiernos. En este movimiento de comunicación digital vertical, podemos constatar la importancia que tuvo la cadena Al-Jazeera, que actuó de correa de transmisión entre manifestantes y los poderes internacionales, dando ingente difusión al material gráfico generado por los primeros. En España, un desapego y revueltas que hacía meses que se iban gestando, seguían apareciendo en las páginas de Tecnología de los principales medios, en lugar de las más apropiadas secciones de Actualidad, Política o España.

La democracia no es solamente ser libre de hacer cuanto uno quiera dentro del sistema, sino la posibilidad de cambiar el sistema mismo. Hasta ahora, las Tecnologías de la Información y la Comunicación habían empoderado a la ciudadanía para tener más libertad de movimientos dentro de la pecera. Lo que ahora se está intentando es usar esas mismas tecnologías para hacer la pecera más grande. O para salir de ella.

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¡Copiad, malditos!: viaje a ninguna parte

Ayer en casa vimos el documental de Stéphane M. Grueso ¡Copiad, malditos! sobre los nuevos retos éticos y morales sobre la propiedad intelectual que plantea la revolución digital. Y no nos gustó.

En España — especialmente, aunque también en muchos otros lugares del mundo — el debate alrededor de la propiedad intelectual es en realidad la confrontación sorda de dos monólogos:

  • Los que creen que nada ha cambiado, que todo siempre se ha hecho así, y que, por lo tanto, así debe seguir, porque siempre se ha hecho así, etc.
  • Los que afirman que todo ha cambiado, que hay que hacer las cosas de forma distinta, porque se puede, porque no se puede evitar, porque todo ha cambiado, etc.

En la tierra de nadie que separa estas dos «propuestas» reina la nada más yerma, y los que se atreven a deambular por este desierto, mueren en el camino o al intentar arribar con sus palabras a uno u otro de los dos extremos. Por herejes y blasfemos.

¡Copiad, malditos! es una oportunidad de oro perdida de plantar un oasis en dicho desierto.

Si bien es legítimo que un autor tome partida en un bando sobre una cuestión abierta como la que trata el documental, en mi opinión habría sido más interesante que adoptara una posición más constructiva, más conciliadora, y más habida cuenta de lo complicado de acercar posiciones en la situación actual. Por otra parte, creo que esta debería ser la posición si es así como el documental parece presentarse al público, como una visión ecléctica e imparcial del tema.

Pero el documental es parcial, y con ello no hace sino reafirmar a unos en su enroque, así como irritar a la parte opuesta. Y dejar como estaba a quien — mayormente por ignorancia del tema — no había tomado partido.

En mi opinión, esto último es lo más criticable al documental, ya que no solamente fracasa en su intento de informar sobre algunos tecnicismos legales a quien se embrolla en la maraña de términos, sino que, además, consigue desinformar utilizando erróneamente dos de los más importantes.

El primer error de bulto es la todavía extendidísima creencia que las licencias Creative Commons son algo opuesto al copyright. Lo explicamos en El copyleft es copyright: para que uno pueda licenciar una obra con Creative Commons, necesariamente debe poseer el copyright. Es decir, las licencias, todas las licencias, se construyen encima del copyright. Solamente el abandono en el dominio público (que no es, técnicamente, una licencia) es una oposición al copyright, ya que, precisamente, supone una renuncia a los derechos de propiedad intelectual.

El segundo error no es tan grave en sí mismo, aunque sí lo es en un documental que se supone… documentado: no todas las licencias (Creative Commons u otras) son copyleft; no todo lo que no es «todos los derechos reservados» es copyleft. De hecho, el director afirma repetidas veces que quiere (y al final afirma haber conseguido) licenciar su documental con copyleft. Sin embargo, la licencia de ¡Copiad, malditos! es una Creative Commons Reconocimiento – No Comercial, es decir, no una licencia copyleft. Para que fuese copyleft, debería añadir el Compartir Igual. Es el compartir igual (en inglés, el share alike), es decir, la obligatoriedad de que cualquier obra derivada deba licenciarse con la misma licencia, lo que hace que una licencia sea copyleft.

Lo peor de todo es que el material al que he podido acceder y tener tiempo de mirar o escuchar es de primera. Lástima que en la tijera final el montaje no fuese, desde mi punto de vista, tan interesante como prometedora era la materia prima.

En cualquier caso, celebro — y mucho — que se haya decidido subir todo este material para que se pueda consultar o utilizar tanto para otras iniciativas culturales como para complementar el siempre exiguo espacio de un documental para TV. Mi reconocimiento y agradecimiento al equipo del documental como al de la televisión pública por ello.

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Los seis grados de separación de ETA y Terra Lliure

Una de las teorías más populares de la Psicología Social es la teoría de los seis grados de separación, en la que se postula que cualquier persona está relacionada con cualquier otra a través de, como máximo, cinco intermediarios (que constituyen seis grados o pasos de separación).

En términos de política, la teoría de los seis grados nos dice que si nos lo proponemos (y hay muchos ejemplos e investigaciones al respecto en multitud de escenarios) seremos capaces de vincular a cualquier persona con, por ejemplo, un actor famoso como Kevin Bacon, el gobierno del dictador Francisco Franco, o el terrorismo de ETA.

Como en la teoría de los seis grados da igual dónde se empiece y dónde se acabe — porque siempre habrá un màximo de seis grados de separación — lo simpático de la teoría es que podemos acabar relacionando a un terrorista falangista con un terrorista separatista (en mi opinión, con muchos menos de seis grados, pero esa es otra historia).

Sin llegar a ejemplos tan extremos como el anterior, es fácil suponer que un sindicalista está más cerca de un partido progresista que un empresario, este último normalmente más afín a un partido de derechas. Y que un nacionalista periférico estará más cerca de un independentista que del binomio que conforman el centralista y el nacionalista españolista.

Sin tanto teorizar, esto es lo que al parecer se comprendió en Catalunya durante los años noventa alrededor del terrorismo nacionalista catalán de Terra Lliure. Esquerra Republicana de Catalunya, con tan estrechos lazos ideológicos con los terroristas como diferencias fundamentales (entre ellas, el rechazo a la violencia), se convirtió en el catalizador del fin del terrorismo, integrando en sus filas a los miembros de la banda sin causas criminales, mientras estos últimos pasaron por una serie de pactos y amnistías para su reinserción (mucho más fácil en su caso que en el de ETA por la prácticamente nula existencia de delitos de sangre, dicho sea de paso).

A casi 25 años del (último) atentado de Terra Lliure en el Juzgado de Borges Blanques [Joan Carles Isal apunta en su comentario que este no fue el último atentado, sino que fue en 1992 — vale la pena leer dicho comentario porque da detalles sobre el fin de Terra Lliure más fieles a la realidad que las generalizaciones que yo he manejado en mi apunte], la disolución de Terra Lliure en Esquerra Republicana de Catalunya ha tenido dos consecuencias indiscutibles:

  • A nadie le entra en la cabeza, hoy en día, cometer un atentado terrorista en Catalunya en nombre de la independencia;
  • el movimiento (y el sentir) independentista tienen mejor salud que nunca, se puede hablar abiertamente del tema (a favor y en contra) en la calle y, según estadísticas y analistas, jamás la independencia ha estado tan cerca de poder llevarse a referéndum vinculante (que no de conseguirse, lo que para lo que nos ocupa es irrelevante).

La comparación con el caso vasco es descorazonadora.

Si bien nunca han sido casos fáciles de comparar, dada la mucho mayor virulencia de ETA, los estertores finales de esta última y la posición de las fichas en el tablero hoy en día si dan ahora pie a comparaciones.

Las diferencias entre la vinculación de Terra Lliure con ERC en 1991 no deben ser mucho mayores que las que hay entre Sortu, Bildu y ETA en 2011. Y, sin embargo, esas y no las diferencias entre ETA y Terra Lliure son las que realmente deberían contar de cara a construir un futuro.

Y ese futuro, desde mi perspectiva, tiene dos opciones claras:

  1. Seguir como hasta ahora, con una aproximación estrictamente criminal o penal de conflicto, rendir a ETA por las armas, y en 20 años, tener un terrorismo todavía más debilitado, pero todavía con capacidad de maniobra que, por mínima que sea, pueda seguir siendo letal. El independentismo seguirá siendo algo proscrito, probablemente minoritario, y se seguirá muriendo y matando por su culpa.
  2. Construir en paralelo a la vía criminal (que debe continuar, por supuesto) una vía política que normalice el independentismo y deslegitime la violencia. En 20 años (si creemos que el caso catalán puede repetirse) no habrá habido más muertes por su causa, aunque como todo debate político, es harto probable que tanto el nacionalismo como el independentismo se traten abiertamente e incluso se incorporen en serio a la agenda política del legislativo y el ejecutivo.

Solucionar el problema del terrorismo tiene, entre otras cosas, aceptar que el nacionalismo y su extremo, el independentismo, son una cuestión que puede entrar en política con normalidad. Que cada cuál decida qué precio está dispuesto a pagar (y con él, el resto de ciudadanos) por que esto último no suceda.

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Perseguir a ETA

Perseguir al que asesina.
Perseguir al que secuestra.
Perseguir al que extorsiona.
Perseguir al que amenaza.
Perseguir al que quema y destruye.
Perseguir al que promueve y planifica.
Perseguir al cómplice.
Perseguir al que celebra y ensalza.
Perseguir al connivente.
Perseguir al que discrepa.
Perseguir al condescendiente.
Perseguir al tolerante.
Perseguir al ecléctico.
Perseguir al que opina.
Perseguir al dialogante.
Perseguir al propositivo y constructivo.
Perseguir al resto.

En algún lugar hay la delgada línea que separa lo inaceptable de lo aceptable.

Aunque me esfuerzo, todavía no he encontrado sus coordenadas precisas.

Los hay que trabajan a diario por encontrar esa línea y por fundamentar el porqué de su posición.

Mientras, otros siguen empujándola hacia abajo o, simplemente, la dejan caer.

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En democracia, es peor el hedor que la basura

Hoy nos hemos levantado indignados, clamando contra la comunicación (política) que se superpone al discurso político, que lo determina en lugar de mantenerse como algo accesorio, que secuestra las ideas y pone sobre la mesa la política de las formas desplazando los debates de fondo.

El motivo bien podría ser que más de 100 candidatos implicados en causas judiciales concurran en las listas de las próximas municipales y autonómicas, pero no ha sido este el motivo.

El motivo tampoco son las declaraciones de la cuenta en Twitter del PSOE de Écija justificando la corrupción política (aunque parece ser que hay dudas sobre la legitimidad de dicha cuenta).

La indignación proviene, precisamente, de que las declaraciones de la supuesta cuenta del PSOE de Écija son verosímiles. Sean finalmente falsas o no, muchos creemos capaces a muchos partidos y políticos de justificar cualquier atropello a la gestión pública. De hecho, más que dudar de si alguien sería capaz o no de justificar la corrupción, la duda está sobre si alguien sería lo suficientemente estúpido de hacerlo abiertamente en público: lo otro, se da por supuesto. Porque por supuesto que sí se es capaz de justificar lo injustificable: hay pruebas de ello a diario.

Lo peor de esta política de pose en la que estamos plenamente imbuidos no es la falta de ideas, ni que un sinnúmero de medianías intelectuales alcancen altísimas cotas de poder, ni que lo hagan con el apoyo directo o la connivencia indirecta de los sátrapas que pretenden reemplazarlos por la espalda.

No, lo peor no es eso. Lo peor es romper el sistema.

Porque un sistema infectado puede arreglarse acabando con la bacteria o el virus invasor. Tardará en reponerse, pero muerto el perro, muerta la rabia.

Pero nuestro sistema democrático no está infectado, sino que está roto. No bastará con barrer las ingentes cantidades de basura que ahora lo pueblan, porque quedará el hedor. Quedará el hedor de la desconfianza en el sistema judicial, vencido por los vientos populistas y electorales de los partidos; quedará el hedor de las propuestas económicas (de ajuste) parciales y sesgadas; quedará el hedor de las políticas de bienestar interesadas.

Quedará, en definitiva, la sensación de que el poder no es para cambiar el mundo, sino que el poder es para mandar.

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