Esta entrada ha acabado teniendo dos partes: la primera, Toros no: centrando el debate, antes de que la iniciativa legislativa popular para prohibir los toros fuese aceptada por el Parlament de Catalunya, y la segunda, Toros no: cuestión de libertad, después de la prohibición de las corridas por el Parlament y a colación de las primeras reacciones a la misma. Esta es la primera parte.
Hace unos años decidí ir a ver una corrida de toros. Por muchos motivos, pero sobre todo para ver y comprender.
No es este el lugar para extenderse, pero fue una tarde sobre la que los periódicos hablaron con más elogios de lo habitual. Y una tarde que me dejó simple y llanamente impresionado. El que no haya estado en una corrida es difícil que pueda entender lo que ocurre en la arena: la esencia animal del hombre, la alegoría de la caza, la estética de la coreografía, la impresión de la primera embestida…
Quién no haya estado en una corrida es también difícil que entienda lo que ocurre en la arena: divisas, puyas, banderillas, rejones, estoques, sangre, ensañamiento y dolor, mucho dolor.
Lo primero es tan cierto como lo segundo y, además, van juntos de la mano y son indisociables lo uno de lo otro. A título personal decidí que el dolor del animal no justificaba el espectáculo. La atrocidad no legitimaba la belleza. Hay gente que piensa justo lo contrario y por ello los respeto: por decir, claramente, que su opción es la inversa.
Porque creo que es en estos dos términos en los que habría que medir las corridas de toros. De hecho, no creo que haya más: lo que se hace, ¿justifica el sufrimiento del animal sí o no?
Mañana se decide en el parlamento catalán si las corridas de toros dejan de estar permitidas en Catalunya o no.
Puede que sea deformación profesional y por eso me molesta (a) la falta de debate y (b) los falsos argumentos, que en el fondo, no hacen sino contaminar el debate y matarlo. Me gustaría aquí reconducir hacia la esencia del debate algunos de los argumentos que, de forma reiterada, van apareciendo en columnas de opinión, pancartas y bancadas de diputados. Mi intención no es adoctrinar, ni convencer a nadie de nada: simplemente que, por favor, debatan con la cabeza (no, en el mejor de los casos, con el corazón).
El toro no sufre
Sí sufre. Y muere, en la arena, sangrando por todos y cada uno de los agujeros que se le han infligido durante la corrida.
La cuestión es, simplemente, si ese sufrimiento paga el resto, si legitima el resto de argumentos. Para mí no. Es una opción personal, y en mi quehacer diario intentaré siempre que me sea posible evitar el dolor a los animales. Y esta es una de esas situaciones donde creo que se puede evitar.
Otros animales también sufren
Es cierto.
Pero.
Primero. Que otros animales sufran no tiene nada que ver con que el toro sufra. El argumento «pues las vacas lecheras en los establos también sufren» no tiene nada que ver con los toros. Los toros se torean y matan en la plaza con independencia del resto, de si hay vacas lecheras o no, por lo que merecen debates separados.
Segundo. Los motivos importan. Estabular vacas proporciona alimento a todo el mundo (es un decir). Matar toros proporciona un espectáculo.
La cuestión es, pues, primero, independiente de otros debates. Segundo, sobre si ese sufrimiento legitima el espectáculo. Para mí no. Es una opción personal, pero no tiene nada que ver con otros debates (por muy necesario que también sea tener aquellos).
El toro se extinguiría
A lo que habría que responder: pues toreemos linces ibéricos o tigres siberianos, en mucho mayor riesgo de extinción que el toro de lidia.
En lógica, a esto se le llama falacia, la falacia ad hoc: justificamos con un argumento general traído por los pelos a nuestro caso particular.
Siempre se ha hecho
Este es un argumento que no es tal y es también otra falacia, la llamada falacia ad populum. El mejor ejemplo para replicar a este argumento es el de la esclavitud: la esclavitud ha existido durante la mayor parte de la historia del hombre. Primero las clases más humildes, después los extranjeros, después los de otras razas y, casi siempre, las mujeres.
Siempre ha sido así, hasta que hace apenas unos pocos cientos de años se trabaja activamente para su erradicación en todo el globo.
La cuestión no es si siempre se ha hecho así, sino si queremos que siga así, si queremos vivir y ser recordados así. Yo no. Es una opción personal, pero no tiene nada que ver con el pasado, sino con el presente y el futuro.
Es una actividad económicamente beneficiosa
Sí, así es: el toreo es altamente lucrativo. Aunque no le puede hacer sombra a la esclavitud: imperios enteros se han edificado sobre las espaldas de los esclavos y los beneficios que comporta la mano de obra prácticamente gratuita. El proxenetismo, sin ir más lejos, es un gran negocio basado, en la mayoría de los casos, en la esclavitud.
El tráfico de armas, el tráfico de drogas y el tráfico de seres humanos son probablemente las tres actividades económicas más lucrativas del mundo.
La cuestión no es si da dinero o no, sino si queremos que siga siendo así, si queremos ganar dinero así. Yo no. Es una opción personal, pero no tiene nada que ver con si da o no dinero, sino con la formaen que uno lo gana.
Forma parte de la identidad de España
Este argumento es parecido al que defiende que siempre se ha hecho así, y a él me remito.
¿Justifica la identidad nacional (sea eso lo que sea) el sufrimiento del toro? Para mí no. Es una opción personal, y en la construcción de mi identidad personal (esa sí real e intransferible) intentaré siempre que me sea posible evitar edificarla sobre la dominación y el dolor.
Es un ataque de los nacionalistas a la identidad de España
Este argumento es parecido al que defiende que otros animales también sufren.
No soy un ingenuo: es cierto que hay personas que instrumentalizan las corridas para atacar lo que otros consideran su identidad colectiva. Pero, como en el caso de si otros animales sufren o no, ese es un debate que debe dirimirse aparte y por parte de las dos partes.
¿Justifica la instrumentalización del sufrimiento de un animal la lucha política que sus respectivas identidades colectivas deberían mantener en el plano político? Para mí no. Es una opción personal, y mi enfrentamiento (en caso que lo hubiere) con aquellos con los que no estoy de acuerdo sobre temas políticos no tiene que ver ni con permitir ni con denunciar el sufrimiento de un animal.
No vamos a imponer nuestra opinión a la de los demás
Pues sí: precisamente de eso trata la democracia. Y por ese mismo motivo, si sigue habiendo corridas, deberá acatarse la opinión de la mayoría, sea esta la que sea.
Pero no, este argumento no tiene nada que ver con respetar las minorías: respetar las minorías es darles voz y voto en igualdad de condiciones. Es que haya un debate abierto e incluso dar a las minorías un trato de favor con votos más valiosos que los de la mayoría (como el voto de las zonas rurales frente a los grandes núcleos urbanos). Pero la mayoría decide, porque precisamente eso es una democracia.
En resumen
Señores diputados, cuando ustedes mañana decidan si toros sí o no, por favor, pongan en orden sus prioridades y escalas de valores. Supongo que estamos de acuerdo en que el toro sufre y muere en la arena. Y lo hace por un placer estético y, a lo sumo, alegórico.
Pónganle ustedes un precio a eso: ¿unos puestos de trabajo? ¿la enseña de la identidad colectiva? ¿la renuncia a pensar en presente en lugar de en pasado? ¿condicionar el tener otros debates por una falsa correlación entre temas dispares?
Si votan sí, por favor, sean valientes. Digan: sí, voto sí a los toros porque creo que el espectáculo bien merece la sangre derramada y el sufrimiento y muerte del animal. Lo aceptaremos: en eso consiste la democracia.
Al menos, por favor, no insulten nuestra inteligencia con argumentos que provocan vergüenza ajena.
El profesor de la Universitat Autònoma de Barcelona Jordi Herrera, experto en cifrado, acaba de poner en marcha una prueba piloto de firma digital basada en el DNI electrónico y el certificado de la FNMT (el mismo que utilizamos para la declaración de la Renta).
Lo que su proyecto querría probar es que es posible hacer una campaña de recogida de firmas online que fuese tan válida como las que hacemos firmando en una hoja y acompañando a nuestra firma nuestro número de DNI.
Esta prueba piloto forma parte del proyecto MyCity, un proyecto Avanza I+D financiado por el Ministerio de Industria, Turismo y Comercio, que tiene como objetivo el fomento de la participación ciudanana.
Somos conscientes que intentar movilizar un conjunto amplio de la sociedad para realizar una prueba piloto no es tarea fácil y, por este motivo, hemos escogido de forma totalmente intencionada un tema polémico como la gestión de de los derechos de autor realizada por la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE).
Con ello, se hace una llamada a todos aquellos que tengan DNI electrónico o un certificado digital válido y vigente a que se adhieran a la campaña contra el canon digital. Por supuesto, la consulta no es vinculante, pero sí puede dar alguna idea sobre por dónde van los tiros y, sobre todo, una idea de la validez de esta metodología.
Hace unos meses, en un foro de educadores — soy incapaz de recordar dónde y con quién, aunque sí recuerdo que era de ámbito internacional, como puede deducirse a continuación — andábamos mareando la perdiz tratando de dirimir la diferencia entre education y training. En castellano estas palabras suelen traducirse ambas por educación, aunque la segunda a veces también recibe los sinónimos de formación o capacitación, que en ningún caso añaden el sentido de «práctica» que tiene un training.
Uno de los participantes — por algún motivo tengo en mente a Graham Attwell, pero bien podría haber sido otro, así es mi mala memoria — zanjó el asunto con un categórico:
¿Tú qué quieres que tu hija haga en la escuela, sexual education o sexual training?
A la carcajada siguió un asentimiento global: estaba meridianamente clara la diferencia entre ambos conceptos, quedando manifiesto el carácter «informativo» o «teórico» de education frente al absolutamente «práctico» o «aplicado» de training.
Dice San Juan (8,32) que veritas liberabit vos, a saber, que la verdad (n)os hará libres. No me atrevería a afirmar que la educación sexual sea la Verdad, pero sí que se compone de pequeñas verdades que ayudan a:
Prevenir enfermedades de transmisión sexual;
contribuir a la comprensión de uno mismo;
contribuir a la comprensión de los demás, especialmente los del sexo opuesto;
hacernos más tolerantes, especialmente con las distintas formas de vivir la sexualidad;
desmontar mitos igual de aterradores como sometedores y esclavizantes;
etc.
Como todo el mundo, yo también tengo una opinión de cuán lejos debería llegar la educación sexual en las escuelas, a medio camino entre no enseñar «nada» y enseñar «todo» (ciertamente más cerca del «todo», pero no es este el punto de esta entrada).
Lo que sí sé es que la educación sexual que se da hoy en día en las escuelas no es sexual training. Mucha o poca, demasiada o demasiado poca, lo que se da en las escuelas es información, no práctica. La educación sexual ni promueve la homosexualidad (dejemos al margen si puede promoverse algo como la homosexualidad o la heterosexualidad…), ni la masturbación, ni la felación, ni el aborto, ni el sexo libre, ni los tríos, ni las orgías multitudinarias — menos la homosexualidad, el resto sí lo encontramos en los mítines y ruedas de prensa de políticos y partidos, mireusté. La información jamás impone, obliga, fomenta, promueve, alienta, anima. La información libera. Y lo que haga canda uno con ella, asunto suyo es.
Si queremos tener un debate sereno y, sobre todo, que lleve a alguna parte, deberíamos evitar mezclar realidad y ficción. A continuación, dos cortos sobre el tema. Respeto el derecho de sus autores a expresar su opinión, aunque desearía que (a) hubiese cierta reciprocidad y (b) se hiciese más honor a la verdad de los hechos.
Lo que peor me sabe de todo esto es que, habiendo tanto desmadre sexual en las instituciones educativas, yo sea profesor de una universidad virtual, donde todo nos lo hacemos en casa y por Internet. Una pena.
Me complace anunciar el VI Congreso Internet, Derecho y Política, en esta edición versando sobre Cloud Computing y los retos que esto supone para los campos de la Ley y la Política.
El evento tendrá lugar en Barcelona, el 7 y el 8 de Julio de 2010. Habrá traducción en castellano, catalán e inglés, la inscripción está abierta y es libre.
Programa
Miércoles 7 de julio del 2010
08.30 h
Acreditaciones.
09.00 h
Inauguración.
Pere Fabra, vicerrector de Ordenación Académica y Profesorado de la UOC.
Agustí Cerrillo, director de los Estudios de Derecho y Ciencia Política de la UOC.
09.30 h
Conferencia inaugural (keynote speech): «Privacidad en la nube, ¿un concepto difuso?»
Ronald Leenes, profesor de la Universidad de Tilburg (habrá traducción). Moderadora: Mònica Vilasau (UOC).
10.30 h
Pausa café.
11.00 h
«Mitos y realidades sobre el cloud computing.»
A cargo de EyeOS.
Moderador: Ismael Peña (UOC).
12.00 h
Mesa redonda: «Claves legales para llevar la empresa a la nube.»
Xavier Ribas, abogado, Landwell Global.
Manel Martínez Ribas, abogado, ID-LawPartners.
Ramon Miralles, coordinador de Auditoría y Seguridad
de la Información, Agencia Catalana de Protección
de Datos.
Moderador: Miquel Peguera (UOC).
14.00 h
Comida.
16.00 h
Mesa redonda: «Cloud computing: ¿una nueva dimensión del teletrabajo?»
Javier Thibault Aranda, profesor de la Universidad Complutense de Madrid.
Carmen Pérez Sánchez, investigadora IN3 (UOC).
Javier Llinares, director general, Autoritas Consulting.
Moderador: Ignasi Beltrán (UOC).
18.00 h
Conclusiones del primer día.
Karma Peiró, responsable de participación, 3cat24.cat.
Jueves, 8 de julio de 2010
9.30 h
Conferencia principal: «La sombra de la nube: el estado de las libertades en la red.»
Karin Deutsch Karlekar, senior researcher and managing editor, Freedom of the Press Index, Freedom House (habrá traducción).
10.30 h
Pausa café.
11.00 h
«De la Administración electrónica a la Administración nube.»
Debate con:
Nagore de los Ríos, directora de Gobierno Abierto y Comunicación
en Internet, Gobierno del País Vasco.
Joan Olivares, director-gerente del Consorcio Administración
Abierta Electrónica de Cataluña.
Moderador: Agustí Cerrillo (UOC).
12.30 h
Mesa redonda: «Persecución del crimen en la red.»
Rubèn Mora, responsable del Área de Seguridad en Tecnologías de la Información de los Mossos d’Esquadra.
Francisco Hernández Guerrero, fiscal, Andalucía.
14.00 h
Comida.
16.00 h
Mesa redonda: «Participación ciudadana en la nube: ¿riesgo de chaparrón?»
Evgeny Morozov. Yahoo! fellow, Georgetown University’s E. A.,
Walsh School of Foreign Service (habrá traducción).
Albert Batlle (UOC).
Moderador: Ismael Peña (UOC).
18.00 h
Conclusiones del segundo día.
Karma Peiró, responsable de participación, 3cat24.cat.
Leo en Nación Red que el Congreso rechaza la exención de derechos de autor en actos benéficos, así como los motivos que los contrarios a la propuesta esgrimieron, como por ejemplo que no cobren los técnicos o el daño infligido a los propietarios de los derechos de propiedad intelectual.
La naturaleza económica de los derechos de propiedad intelectual
Los derechos de autor no son lo que uno considera «trabajo», sino que se asemejan más al concepto de «capital», con lo que las rentas que generan dichos derechos de autor no son rentas del trabajo, sino del capital (valga la redundancia). Aunque en la creación de (pongamos) una grabación sonora (también conocida como canción) concurren muchas personas, estas ya cobran por su trabajo, ya sea directamente (el técnico de sonido o el guitarrista de estudio con un ingreso en cuenta según las horas dedicadas) o indirectamente (a través de una participación en los beneficios futuros).
Ahora bien, una vez tenemos la canción grabada, esta se parece mucho a un local que podemos alquilar, un dinero que podemos prestar o un telar que ponemos a producir (sólo que aquí no se produce una tela, sino unas sensaciones en los oyentes — para el caso, lo mismo).
¿Pagar o no pagar al autor?
Esta dicotomía es falsa en la mayoría de los casos: siguiendo con el caso de la música, los músicos menos conocidos (casi todos ellos) cobran un sueldo por grabar (por un trabajo) — o por fichar por la discográfica (entran en nómina en una empresa) — y el resultado de la grabación (el capital) se lo queda la discográfica. Y el dinero, el de verdad, lo hacen trabajando más: conciertos y demás. Es decir, el artista trabaja y el propietario (como el dueño de una empresa) hace trabajar el capital.
Lo que algunas personas proponen es, en el fondo, colectivizar la propiedad del capital y que los autores sean unos asalariados: se les paga por crear y, una vez está creado, si quieres cobrar más tienes que crear más. Es una opción tan válida como cualquier otra, pero que requiere cambiar el modelo de propiedad (intelectual) que tenemos ahora de arriba a abajo, por no hablar de cómo remunerar o incentivar a la creación a dichos autores.
En cualquier caso, lo que pone de manifiesto El País es que nuestros creadores se han convertido en capitalistas (en el sentido estricto de la palabra, sin ningún tipo de connotaciones). Como tales, están más interesados (incentivados sería más correcto) en gestionar y explotar su capital, que en crear más capital, ya que el retorno de la inversión es mayor en el primer caso. La pregunta lógica es: ¿es esto lo que queríamos al otorgar unos derechos de propiedad intelectual a los creadores? ¿Pretendíamos con ello que crearan más… o que pasasen su tiempo gestionando su (en muchos casos exiguo aunque jugoso) patrimonio?
¿Pagar o no pagar en actos benéficos?
Hecha la anterior distinción entre rentas del capital y rentas del trabajo, no ha lugar la comparación entre que el técnico de sonido trabaje gratis en un acto benéfico o que la música sea cedida gratuitamente. En el primer caso, el trabajador sale perdiendo: destina un tiempo (laborable) a una tarea que no le reportará nada, mientras que de hacerlo en otro evento (lucrativo), le reportaría un sueldo. En el segundo caso, el capitalista deja de ganar unas rentas del capital (la obra cuya propiedad ostenta), pero no pierde con ello. Perder y dejar de ganar es muy distinto (parece mentira que todavía estemos discutiendo estos conceptos elementales).
Dicho de otro modo: es como pedirle a nuestro vecino el albañil que nos arregle el baño o bien que nos preste la gaveta para que nos lo hagamos nosotros. En el primer caso, pierde dinero (podría estar arreglando otro baño y cobrar por ello). En el segundo, ni gana ni pierde (y menos si el capital es un intangible que podrá reproducirse simultáneamente en 1000 sitios distintos por los que sí vamos a cobrar).
Es más, se da a menudo la situación donde el músico (en condición de trabajador) está dispuesto a perder dando el concierto gratis, mientras que quién tiene los derechos de las canciones (en condición de capitalista) no está dispuesto a dejar de ganar.
Por supuesto, el capitalista está en su derecho de hacer con su capital lo que quiera. Sin embargo, teniendo en cuenta que el capital intangible no se desgasta con su uso, la propuesta del diputado Joan Tardá me parece moralmente loable a la vez que económicamente sostenible.
Sea como fuere, es cada vez más acuciante la necesidad de reformar el sistema de propiedad intelectual entero, para que nuestros creadores creen (en lugar de gestionar sus creaciones) y para que el bien común se beneficie de las creaciones de los mismos en su justa medida: ni más… pero tampoco menos.
Decirle al propietario de unos derechos de propiedad intelectual qué tiene que hacer con ellos es como decirle a una hija adolescente que deje a su novio porque no le conviene: es tan legítimo — e incluso bienintencionado — como contraproducente.
El problema es que mezclamos dos planos de la realidad distintos: un plano aplicado, práctico, de lo que es, relacionado con la gestión, con otro plano teórico, conceptual, de lo que debería ser, relacionado con los principios.
Uno de los argumentos habituales a favor de las descargas y el compartir archivos con copyright es que, en el fondo de los fondos, sale a cuenta. Lo leo, por ejemplo, en el último artículo de David Ballota en Nacionred, Informe Fedea: Legislar contra las descargas frena el desarrollo económico donde cita que un estudio afirma que no está demostrado que la industria del ocio vaya a perder a causa de las descargas y el intercambio de archivos.
En terminos generales, y en el plano de lo práctico, mi consejo suele ser parecido: Internet es un tren tan ancho que no se puede dejar pasar, porque o te subes o te arrolla; el poder transformador de las tecnologías de la información y la comunicación va más allá de un mero cambio de ciclo (económico, social, etc.).
Sin embargo, a menudo la cuestión no es esta.
Nos quejamos (y con razón) los consumidores que con la coartada de la lucha contra la (a veces más que supuesta) piratería, nuestros derechos se vulneran, desde nuestros derechos más fundamentales a otros derechos que a menudo pasan desapercibidos (como tomar notas en mi libro electrónico, leerlo en el dispositivo o dispositivos que quiera o hacerme una copia de seguridad, que la informática es muy traicionera).
Sin embargo, pasamos por alto la simetría en la salvaguarda de nuestros derechos. Que las distribuidoras de música se entesten o no en recrearse en un modelo de negocio caduco (o no) es, al fin y al cabo, su problema. Cada uno tiene el derecho a tirar el dinero como quiera.
Y, sobre todo, un autor debe ser libre de decidir si quiere vender discos o quiere utilizar estos para promocionar sus conciertos. Y decidir si quiere tocar en directo o prefiere quedarse en casa. Si con ello paga la hipoteca o se muere de hambre, es su derecho. Si un autor prefiere el papel y que su obra no se digitalice, está en su derecho.
A nivel práctico, a un nivel económico, estas pueden ser estrategias más o menos acertadas. A un nivel superior, al nivel de los derechos, no hay lugar para relativismo alguno. Pidamos, pues, respeto para los derechos, para todos los derechos, y solamente así el debate (y la solución) será posible.