Actualizando el perfil político en España tras el 15M

En mayo de 2011, tras las elecciones municipales, esbocé un perfil político en España tras el 22M. Como esbozo, no era ni análisis rigoroso ni análisis en absoluto, sino una forma de poner en colores lo gris que estaba la política en España recién pasadas las convulsiones del 15M y los resultados de aquellas elecciones, que para sorpresa de no pocos, no solamente no cambiaron de tendencia sino que acentuaron la que había, y que habría que culminar en las legislativas de aquel invierno.

La propuesta de perfil era la siguiente (la explicación del gráfico está algo elaborada en Perfil político en España tras el 22M):

El análisis del último barómetro del CIS de Julio 2012 nos retrotrae a aquel análisis y, en mi humilde opinión, lo confirma a fuego y lágrimas.

  • Sobre los cínicos, populistas, corruptos y frescos creo que huelga todo tipo de comentario. La credibilidad de muchas instituciones políticas está por los suelos y es, en parte, porque no solamente hemos visto proliferar más casos de estos, sino que, además, ha habido más casos de prescripción de delitos, impunidad, indultos y demás bulas.
  • La izquierda que gobernaba y tardará en gobernar es, hoy, más manifiesta que nunca: el otro gran partido de la democracia española no solamente pierde las elecciones sino que se ve incapaz para articular una oposición convincente. Y el votante del PSOE le penaliza por ello. Y lo importante, aquí, no es la poca intención de voto, sino la caída libre desde el 14M de 2004: 8 años de caída libre que no se recuperan ni con una aplastante crisis y un gobierno sin respuestas.

  • Las izquierdas que votan a derechas están, en gran parte, en esa caída en la intención de voto del PP. Son esa no-clase media que no puede pagar la privatización de la educación, la salud, la cultura, etc. porque, sencillamente, ni es clase media ni es clase acomodada, sino que forma parte de ese 80% que ingresa menos de 25.000€, o ese 50% que ingresa menos de 13.000€.
  • La su lado, la izquierda que no gobierna ni gobernará, recogiendo algo de la izquierda que gobernaba (PSOE) y algo de los «proletarios» que se «equivocaron» de partido. Ni aun recogiendo no consigue crecer por encima de los dos grandes partidos, ni acercarse peligrosamente. Izquierda Unida recoge lo que sembró, y no recoge lo que debió sembrar: capitalizar la institucionalización de parte de los movimientos y plataformas surgidos a la luz del 15M. Si alguien podía hacerlo, era la izquierda. Y no por principios, sino por flexibilidad interna y capacidad de transformación que siempre ha abanderado en sus palabras. En el fondo, se ha demostrado precisamente eso: que el fondo sigue siendo ese núcleo duro, durísimo, forjado a finales del s.XIX hasta mediados del s.XX. Y ahí están.
  • Los que quedan del cuadro verde — #acampados y demás — que no han pivotado hacia opciones más institucionales se han hecho fuertes en la abstención, el voto en blanco o el voto a fuerzas tan minoritarias que el CIS agrupa como «Otros». Como decíamos en el análisis del último barómetro del CIS de Julio 2012, si algo bueno (entre otras cosas) ha tenido el 15M ha sido la manifestación de las preferencias políticas, reduciéndose los no contesta, aunque sea a costa de mayor abstención, voto en blanco o indecisión.
  • Por último, la derecha que gobierna y vaya si gobernará. Y sí, ahí sigue. A pesar de su desgaste brutal, la ausencia de alternativas todavía sitúa al PP como la fuerza más votada. ¿Gobernaría? A saber. Seguramente no es ni relevante una vez se haya cedido lo que queda de soberanía a determinados organismos internacionales.

A estas alturas quedan poco menos que dos grandes opciones en la política española.

  1. Una opción «hacia abajo»: Traspasar algo de responsabilidad a los ciudadanos, en base a una cesión de más y mejor información para una toma de decisiones públicas más legitimada.
  2. Una opción «hacia arriba»: en el último estertor de soberanía nacional, intentar que lo que se llama Unión Europea y no es más que una unión monetaria sea, efectivamente, una unión socioeconómica, en lo monetario como en lo fiscal, en lo económico como en lo social. Si se va a ceder soberanía a otras instituciones superiores, que no sean estas solamente de lo económico, sino también de lo político.

Queda, a lo mejor, una tercera vía, una vía que consista, con la ayuda de las instituciones, en salvar la política aunque sea a costa o menoscabo de los partidos. Desafortunadamente, no hay voluntarios en las instituciones, centrados como están en el instrumento y no en la función.

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Análisis rápido del Barómetro del CIS Julio 2012

El Centro de Investigaciones Sociológicas acaba de publicar el avance de resultados del Barómetro de Julio 2012 (PDF). Los datos son para echarse a llorar. Comentémoslos a la luz de los gráficos.

El primer dato relevante es el de la situación política. La confianza de la ciudadanía en términos de política está prácticamente al nivel de antes de las últimas elecciones legislativas, lo que es doblemente grave: primero, por su valor extremadamente bajo; segundo, porque desaparece la esperanza del cambio que podía conllevar el cambio de gobierno y, con prácticamente toda la legislatura por delante, la ciudadanía ha agotado toda esperanza de mejora, como bien indican las expectativas. Este agotamiento del sistema se aprecia mejor en los dos siguientes gráficos.

Si bien la caída de confianza en el gobierno no debería sorprender — a tenor de las duras e impopulares medidas tomadas — lo que es realmente preocupante es que el papel de la oposición se valora igual de negativamente. Esto no es malo porque uno tenga simpatía o no por quién ocupa la oposición, sino por dos cuestiones de mucha profundidad: la primera, que quien no gobierna pero podría hacerlo no da impresión de tener tampoco ni una solución ni un plan que poner en marcha. La segunda por el peso específico de los respectivos partidos, como se ve en el gráfico de la intención de voto de los dos principales partidos:

Que la intención de voto del conjunto PP-PSOE esté bajo mínimos es realmente preocupante. Estos dos partidos suman casi el 85% de escaños en el Congreso y entre 17 y 20 millones de votos (según elecciones). Son muchas personas — votantes, ciudadanos — que andan entre perdidos y asombrados. El PP tiene una intención de voto peor que el desgaste político que le supuso el post 14M de 2004. De la misma forma, el PSOE se sitúa prácticamente al mismo nivel en el que se situó a finales del felipismo, con sus casos galopantes de corrupción y la sombra del terrorismo de estado pisándole los talones. El PSOE recogió bien el sentir 14M y las medidas populares pagadas con los superávit de la bonanza económica, pero para los malos tiempos, el votante le reconoce el mismo yermo de ideas que para el PP.

No deja de ser también ilustrativo que, ante tamaña caída de los dos principales partidos, el resto prácticamente se quedan como estaban. Izquierda Unida, pasada una primera capitalización de la sangría del PSOE y la resistencia al PP, no parece tampoco que, a la hora de la verdad, sepa aportar nada y vuelve a bajar o a mantenerse (si dejamos el margen del error estadístico), como se mantienen todo el resto de fuerzas — con, a lo mejor, la excepción de UPyD que se cobra el movimiento contra las Autonomías, pero tampoco de forma destacable como sí lo fue la anterior subida de IU.

No es de extrañar que, en un juego de suma cero, todo lo que baja en un sitio suba en otro, a saber: suben la abstención, el voto en blanco y los indecisos. Es interesante ver cómo los movimientos de abstención y «no contesta» tienen movimientos opuestos y centrados (a efectos estadísticos) a mediados de 2011: coincidencia o no con el movimiento del 15M, la ciudadanía refuerza su interés por la política — un dato más contra la tesis de la apolitización de los ciudadanos y el medaigualismo — y deja de ocultar sus preferencias para manifestarse fuertemente a favor de la abstención. Este grupo de ciudadanos que se opone al actual sistema de partidos — que no al actual sistema democrático — viene seguido de cerca por otro grupo, el del «no sabe» que se sitúa un paso por detrás: no se define por la abstención, pero claramente duda sobre el actual abanico de elección en materia de partidos.

En resumen:

  • Desconfianza en los actuales partidos, especialmente el binomio PP-PSOE.
  • Poca esperanza en que los partidos tengan propuestas alternativas o propuestas en absoluto.
  • Refuerzo del interés en política de los ciudadanos, que manifiestan más sus preferencias.
  • Crecimiento del rechazo a la actual oferta política a través de la abstención y el voto en blanco.
  • Clamor por un cambio, no de partido en el gobierno, sino de propuestas y modelos de política.

Impera que los partidos cambien de rumbo y recuperen la confianza aunque sea empezando por pequeños pero decididos pasos.

Esta entrada tiene una suerte de continuación en Actualizando el perfil político en España tras el 15M .

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Recuperar la confianza en los partidos políticos en tres simples pasos

Si hace un año los indicadores de la situación política del Centro de Investigaciones Sociológicas estaban en valores lamentables, la situación que el periodista José Pablo Ferrándiz Magaña presenta en De solución a problema, combinando datos del mismo CIS y Metroscopia, son ya para echarse a llorar.

No son pocos — especialmente desde las filas de los partidos — los que se defienden de dichas cifras con el ataque: ¿qué sería de la democracia de los partidos?, no al caos, no al nihilismo, no a la anti-política. Suframos, pues, el mal menor en aras de la democracia.

Sin embargo, también en este punto los datos cantan. Dice el barómetro del CIS que (en palabras de Ferrándiz Magaña):

Pese a todo, la amplia mayoría absoluta de los españoles sigue pensando que los políticos y los partidos son imprescindibles para que pueda haber democracia: no es la institución lo que se cuestiona, sino el modo en que a esta se le está haciendo funcionar.

Es decir, el ciudadano no niega la mayor, sino que pide nuevas formas de hacer política, con y sin los partidos.

Hoy en día es más posible que nunca que la información sea transparente, accesible, replicable y distribuible, y prácticamente a coste cero. En base a ello, se me ocurren al menos tres «simples» pasos que los partidos podrían dar para empezar a recuperar parte de la confianza perdida.

Cuáles son nuestros principios

Uno de los principales problemas de los partidos es que:

  1. no ponen en negro sobre blanco sus principios políticos/éticos;
  2. confunden instrumentos con principios;
  3. no tienen el valor de defender dichos principios y, en el peor de los casos
  4. los olvidan completamente si la coyuntura política lo hace conveniente.

Sobre las cuestiones 1 y 4 hay poco que hacer. Es una cuestión de principios — toda una tautología circular — y solamente se puede solucionar si la ciudadanía afea la actitud al partido o los propios militantes se ponen a solucionarlo.

La segunda cuestión es importante: «promover la escuela pública» no es un principio, sino un instrumento, igual que instrumento es «bajar los impuestos». El principio es que la educación es un bien público o un derecho humano o… igual que el otro principio es la creencia de que la economía funciona mejor con menor intervención del Estado.

La tercera cuestión emana de la segunda: una vez identificados los principios, hay que tener el valor de defenderlos. Si la educación es un derecho fundamental y ese derecho cuesta dinero, hay que tener el valor de p.ej. defender subidas de impuestos; si, por contra, se considera que el Estado debe menguar en funciones, hay que tener el valor de defender la privatización de la sanidad o la educación.

Cuáles son las opciones

En política — como en todas las ciencias sociales — casi jamás hay «una opción» porque casi jamás hay «una/la verdad». Incluso en los casos más sencillos, las opciones son muchas: dado que un presupuesto es la diferencia entre ingresos y gastos, cuadrar el presupuesto a cero se puede hacer subiendo los ingresos o recortando los gastos. De la misma forma, se pueden subir unos ingresos u otros, o se pueden recortar unos gastos u otros.

Harían bien gobiernos y partidos políticos en presentar todas las opciones que hay sobre la mesa a la hora de tomar una decisión. Y todas quiere decir todas: es precisamente al presentar lo (supuestamente) menos factible o lo (supuestamente) menos deseable que se es capaz de decidir o, en su defecto, de legitimar una decisión.

El manido argumento de que «la población no lo va a entender», además de condescendiente, suele ocultar dos verdades:

  • Que la ciudadanía si lo entiende, o bien porque está mejor preparada de lo que se tiende a creer, o bien porque tiene más información de la que se le supone (¿quién sabe mejor que uno mismo lo que le ayuda a llegar a final de mes?), o bien porque ya aparecerán quienes (medios de comunicación y especialistas) hagan comprensible lo complejo.
  • Que a menudo, las decisiones políticas se toman sin tener en cuenta toda la información relevante o, directamente, sin considerar todas las opciones posibles, sin sopesar sus relativos pros y sus contras.

Cuál es nuestra prioridad

Establecidos nuestros principios y todas las opciones posibles, el tercer punto se deriva por construcción: definir cuál es la priorización de opciones y, en consecuencia, hacer una elección o tomar una decisión política.

Se trata, aquí sí, de definir las herramientas en función de las opciones disponibles y la carga ideológica de cada uno. Y, de nuevo, se trata de tener el valor de defender la política a llevar a cabo, basándola en las opciones posibles y pasada por el tamiz de los principios.

En este punto, la comunicación política recobraría su sentido originario: explicar las opciones que hay y comunicar la elección que hace el gobierno o el partido. Nunca debió la comunicación política ser un instrumento de sondeo para acomodar la ideología y forjar instrumentos políticos ad hoc.

Confrontados con este modus operandi, muchos políticos se defienden con un «esto no hace ganar votos». Es cierto, pero es que el objetivo de los partidos jamás debió ser ganar votos, sino llevar a cabo las preferencias de los ciudadanos. La respuesta a esto último suele ser que «el objetivo de un partido es querer hacer algo y ganar para poder llevarlo a cabo». Lo que nos sitúa en la primera casilla del tablero: si un partido quería hacer algo y explicándolo abiertamente nunca llegó a ganar suficientes votos, a lo mejor es que ese algo no debió jamás ser llevado a cabo.

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¿Hacen falta informativos en los medios? Hacia el periodismo de datos y de análisis

A menudo hablamos de datos, información y conocimiento como si fueran la misma cosa, intercambiando las palabras como si se tratara de sinónimos para evitar redundancias en un redactado. Quizás (sólo quizás) una idea más clara de qué es cada uno nos ayudaría a confrontarlos con lo que los medios están haciendo hoy en día y qué es lo que algunos dicen que creen que necesita el ciudadano.

Siempre mejor un ejemplo:

  • Datos: 25, 14, 1024, 21, 16, 1012, 19, 17, 998. O, en palabras: la temperatura máxima y la temperatura
    mínima se acercan y la presión atmosférica está bajando.
  • Información: Se acerca una depresión atmosférica, está cambiando el tiempo y nos movemos hacia la inestabilidad; refrescará durante el día, viento y mayor probabilidad de lluvias.
  • Conocimiento: coged el paraguas u os mojaréis. Si podéis, evitad el coche: todo el mundo lo cogerá y se colapsarán las principales vías de comunicación. No aparquéis los coches en lugares con riesgo de avenidas o, cuando volváis, quizá no los encontréis. Los usuarios de la línea 1 de Cercanías de Barcelona, preparad la paciencia.

Otro ejemplo más complicado:

Unos años atrás, antes de la era Internet, los datos estaban en poder de quien los generaba, la información estaba en manos de quien era capaz de acceder a los datos, entenderlos y, en muchos casos, saber explicarlos. El conocimiento, por las dificultades de acceso a datos e información, así como datos e información complementaria a los primeros, estaban circunscritos al experto en una determinada materia.

Actualmente la información está prácticamente al alcance de todos. Todo el mundo cuenta lo que ve, su realidad más cercana, y lo hace público para el disfrute de los demás. La información, lo que sucede, es superabundante, y lo es porque todos nos hemos convertido en pequeños medios de comunicación que explican la actualidad desde un móvil, un ordenador o cualquier otro artilugio conectado a Internet.

Se da, sin embargo, la paradoja de que tanta información a menudo no está fundamentada en ningún dato objetivo: sabemos que llueve, pero no porqué, o sabemos que hay mineros que se rebelan, pero no estamos seguros de que los motivos que conocemos sean los verdaderos.

Se da también el hecho de que no sabemos qué hacer con tanta información. Llueve … pero ¿llueve mucho o poco para la época? Hay crisis financiera pero … ¿tenemos que sacar el dinero del banco y guardarlo en el colchón porque habrá «corralito» en la zona Euro?

Para remachar el trío de paradojas, muchos medios se van concentrando cada vez más en proveer información al ciudadano. Mientras somos bombardeados por docenas de canales diferentes que en Siria la ciudadanía es masacrada por el régimen, en la televisión o los periódicos o las radios se nos informa … que en Siria la ciudadanía masacrada por el régimen. Que nos recortan el sueldo o no encontramos trabajo ya lo sabemos, gracias, pero los medios dejan de contarnos (a) en qué se — en qué datos — el Gobierno su política económica y social y (b) qué alternativas hay y qué impacto tiene cada una a corto, medio y largo plazo — qué conocimiento tenemos de cada opción y lo que significa.

A veces ponemos nombre a las cosas y hablamos de la necesidad de un periodismo de datos o de un periodismo de investigación o de análisis. Y acabamos perdiéndonos en debates espurios sobre si los nombres están bien encontrados o no, o si obedecen a determinados intereses, o si todo es hablar por hablar, porque es fácil y no cuesta nada (no como hacer cuadrar sirialos balances y las nóminas a los medios).

Ejemplos de más y mejores datos, para fundamentar (y verificar) nuestra información: Qué hacen los diputados, Sueldos Públicos, ¿Dónde van mis impuestos? o el famós Mapa de Corrupción por Partidos Políticos o Corruptódromo.

Un perfecto ejemplo del conocimiento puesto en práctica, de cuál es el impacto de nuestras acciones (e inacciones), en Nada es Gratis.

Seguramente no hay tanta información de todas todas redundante y vamos faltos de porqués y para qués. Porque puede ser que el iceberg lo estemos viendo todos (información), pero que ni todo el mundo sepa que bajo el iceberg se esconde otro 90% de hielo (datos) ni que, si seguimos así, vamos a titaniquear de verdad de la buena (conocimiento).

Entrada originalmente publicada el 17 de julio de 2012, bajo el título Calen informatius als mitjans? Cap al periodisme de dades i d’anàlisi en Reflexions sobre periodisme, comunicació i cultura (blog de ESCACC, Fundació Espai Català de Cultura i Comunicació). Todos los artículos publicados en este blog pueden consultarse allí en catalán o aquí en castellano.

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Salvar la política, no los partidos

Escribe hoy Manuel Rico en El País La cultura y la izquierda hoy donde, aunque no con estas palabras, apela a la responsabilidad de los votantes para no destruir las instituciones políticas — apelar a la responsabilidad siempre me ha parecido una forma de esquivar la propia responsabilidad de fundamentar las ideas que uno defiende con argumentos de peso: quien piensa diferente, es un irresponsable.

Manuel Rico, que no habla de responsabilidad, sí habla de apoliticismo y nihilismo, del sentarse a mirar y a criticar sin ponerse a actuar, entendiéndose este actuar como militar en un partido y/o hacer un voto (¿responsable?) a dicho partido. Desde este punto de vista, movimientos como el 15M se ven como movimientos de contestación cuya militancia no entra en contradicción con militar (también) en la política de partidos.

El punto de vista de Manuel Rico — como el de otros que apuntan hacia el triunfo de la antipolítica o a los enemigos de la casta política — es que la Política, con mayúsculas, solamente puede hacerse desde las instituciones, siendo el resto de opciones que deben venir a reforzar, arropar, o dar legitimidad y autoridad a dichas instituciones.

Niego la mayor.

Si algo, creo, nos enseñan los movimientos que han surgido en los últimos años (¿meses?) fuertemente impulsados por las Tecnologías de la Información y la Comunicación, desde Túnez hasta Occupy Wall Street, con parada obligada en los Indignados españoles, es que estos movimientos no se tratan de una mera evolución sino una revolución en la participación ciudadana en democracia.

¿Significa esto que podemos o debemos prescindir de las actuales instituciones democráticas? En mi opinión, en absoluto. Considero que uno de los efectos secundarios de esta emergencia de goverati es que se están destruyendo las instituciones que unen el empoderamiento personal con la gobernanza del sistema, es decir, que se incrementa la distancia entre el ciudadano y la toma de decisiones. Y que instituciones intermedias como los gobiernos regionales y nacionales tienen un papel fundamental como cadena de transmisión de la voluntad o la soberanía del ciudadano.

No obstante, puede haber otras instituciones democráticas. Si nos preguntamos qué ha conseguido el 15M desde el prisma de la política representativa, el 15m ha conseguido, ciertamente, pocas cosas. No obstante, es probable que no estemos utilizando los indicadores apropiados. No es tanto lo que el 15M ha conseguido por sí mismo, sino lo que puede contribuir a conseguir: en este sentido, el 15M ha devenido una institución democrática en sí mismo, igual que otras plataformas y cuyo diseño están empezando a adoptar algunas nuevas formaciones políticas, estas sí, tradicionales en su estructura formal.

Y volvamos al tema del artículo.

Es sin duda antipolítica y nihilismo lo que muchos hacen al vivir instalados en la crítica mordaz y destructiva, en el purismo de las ideas, en hacer oposición a la oposición mientras esperan la caída — que no derribo — del adversario aunque con él arrastre al abismo al país y la cosa pública. De estos, haberlos haylos, por supuesto.

Hay otros que, desde un punto de vista centrado en las formas, parecen también habitar la antipolítica y el nihilismo. Sin embargo, en el fondo, lo que tratan es de salvar a la política, aunque sea a costa de sacrificar los políticos y los partidos. Hay en algunos movimientos una sincera y esperanzada actividad centrada en la función de la democracia y la participación, no en sus formas, y por supuesto no en sus instituciones.

Lo que muy probablemente estamos viviendo es la emergencia de nuevas formas de participación, de hacer política, nuevas instituciones democráticas que tendrán que aprender a convivir con las existentes. Esta nueva convivencia no se dará sin antes negociar qué instituciones son mejor para llevar a cabo qué funciones, olvidándonos del apriorismo de lo contrario, el axioma de que hay «cosas que tienen que hacer» los partidos, los parlamentos y los gobiernos.

Mientras esto sucede, las viejas instituciones, amenazadas, apelarán a la responsabilidad para defender su razón de vivir. Mientras esto sucede, las nuevas instituciones negarán todo lo aprendido por las tradicionales y amenazarán con lanzarlo por la borda, por inútil.

Y mientras esto sucede, mientras tanto, mientras debatimos sobre el cómo, se nos queda el qué en manos de unos desaprensivos.

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A quién penaliza el diferencial de IVA entre el libro de papel y el electrónico

La reforma del Impuesto sobre el Valor Añadido (IVA) que establece el Real Decreto-ley 20/2012, de 13 de julio, de medidas para garantizar la estabilidad presupuestaria y de fomento de la competitividad implica, entre muchas otras cosas, la aplicación de distintos tipos impositivos a los libros según su soporte: 4% para los libros en papel, 21% para los libros en soporte electrónico.

Esta medida ha sido criticada tanto por suponer una discriminación entre los lectores que utilizan distintos soportes para leer como por lo difícil de controlar una distinta imposición en el ámbito de la Unión Europea y para los contenidos electrónicos.

¿Tiene sentido esta discriminación? ¿A quién beneficia y a quién perjudica?

Un libro es un libro

Empecemos por definir algo básico: qué es un libro. Es habitual oponer el libro-libro al libro electrónico. El humorista gráfico El Roto — cuya opinión por lo general comparto — ha realizado algunas viñetas desde ese punto de vista:

En mi opinión, la identificación del continente por el contenido va en este caso más allá de la metonimia para entrar de lleno en el terreno de la falacia: el libro es el contenido, lo que se dice, la creación artística, con independencia de si se presenta en tóner sobre papel, en tinta sobre pergamino egipcio, en escritura cuneiforme sobre piedra sumeria… o como un archivo digital.

Es importante hacer esta distinción por dos razones:

  1. Por una mera cuestión de construcción, debemos suponer que el mismo libro no se puede gravar de forma distinta: la obra, la misma obra, no puede ser gravada de forma distinta. Es totalmente ajeno al sentido común.
  2. Si la misma obra no puede ser gravada de forma distinta, y sin embargo tenemos distintos tipos para soportes distintos, es evidente que lo que se grava es el distinto soporte. Los diferentes tipos de IVA para el libro en papel y el libro electrónico no gravan, pues, el libro en sí, sino los distintos soportes, al menos en lo que los diferencia: 17 puntos.

Dicho esto, y para simplificar, supongamos que:

  • El libro, la obra, el intangible, soporta un 4% de IVA;
  • el papel está libre de impuestos;
  • el soporte electrónico soporta un 17% de IVA (al que hay que añadir el 4% que soporta el libro).

Analicemos ahora a qué objetivos puede responder esta discriminación no entre libros, sino esta discriminación impositiva entre la industria del papel y la industria de la tecnología digital.

Consecuencias de gravar la tecnología digital en los libros

Dado que lo que discriminamos no es el mismo libro, sino los distintos soportes, veamos qué hay detrás de éstos y cuál es la composición de costes de los mismos.

En un artículo de marzo de 2010 en el New York Times, Math of Publishing Meets the E-Book, aparecía la separata The Economics of Producing a Book donde se desglosaban los costes de sacar un libro al mercado. Se planteaban 3 escenarios: libro en papel de 26$, libro electrónico de 13,99$ y libro electrónico de 9,99$.

A continuación se plantean estos tres escenarios — pasados a euros con una regla de 1 a 1 — y a su vez en tres escenarios distintos: sin IVA, con un IVA que se añade a los costes y con un IVA totalmente absorbido por los editores (se mantiene el precio a costa de los márgenes). Se presenta esta información de dos formas: en términos absolutos (€) así como términos relativos al total de los costes:

En los gráficos anteriores se pueden apreciar fácilmente las siguientes cuestiones — algunas obvias, otras no tanto y dependerán seguramente de cada editorial:

  • Imprimir un libro en papel cuesta mucho más que un libro electrónico. Se incrementan, sobre todo, los costes de producción así como los de intermediación por venta al detalle (librerías).
  • Los autores cobran más cantidad en un libro en papel, pero cobran menos en proporción sobre el total en el libro electrónico.
  • Los márgenes en el libro electrónico son iguales o superiores al papel en términos absolutos, pero el doble en términos relativos (NOTA: hablamos de márgenes del editor porque así lo apuntaban en el artículo original del NYT, «profit»; es muy probable, no obstante, que no toda la parte del editor sean beneficios).

El hecho de que los márgenes sean mucho mayores significa que es probable que haya lugar para absorber el IVA por parte de los editores, con lo que vamos a analizar el impacto del IVA en ambos casos: cuando el IVA se añade al total (lo habitual) o bien el precio queda inmutable porque el editor se come todo el impuesto a costa de sus beneficios.

El IVA como impuesto sobre los beneficios

Discriminar el IVA de los libros según su soporte físico podría tener un sentido económico tanto audaz como beneficioso (aunque más sobre esto después) si los editores compensan el impuesto contra beneficios. Así, el consumidor se quedaría igual y lo que estaríamos viendo no es realmente un impuesto sobre el consumo, sino un impuesto sobre los beneficios.

Hay, no obstante, dos objeciones a a que esto suceda o bien a que sea una cosa buena a largo plazo. Primero, la misma existencia de altos márgenes implica que el mercado de libro electrónico no está maduro o bien que hay ciertas inflexibilidades que alteran el equilibrio entre demanda y oferta. Aunque el tiempo lo dirá, no parece probable que el IVA vaya ir en detrimento de los beneficios.

Por otra parte, y como veremos con mayor detalle a continuación, el libro electrónico es (o debería ser) la parte más innovadora y lucrativa innovación de un sector, el editorial, más que maduro y consolidado. Si bien gravar los beneficios puede reportar ingresos a corto plazo, a largo plazo supone una losa en esa parte del sector más dinámica e innovadora, penalizando la renovación del sector a través de la inversión en I+D+i.

El IVA como impuesto a la innovación

Un impuesto, más allá de su objetivo recaudatorio, puede tener también un afán finalista: variar las pautas de consumo. Se puede gravar más el tabaco o la gasolina porque queremos disminuir comportamientos poco saludables (para la persona o para el medio ambiente). Lo mismo ocurre con las subvenciones: subvencionamos el cine o las energías renovables porque creemos que debe fomentarse la cultura o la protección del medio ambiente.

La estructura de costes del libro en papel y el libro electrónico tiene dos diferencias fundamentales:

  1. El coste medio de la la producción «física» del libro electrónico es 8 veces inferior a la del papel (aunque sin dudas es muchísimo inferior cuantas más veces se reedita un libro, dado que los costes marginales del libro electrónico tienen a cero).
  2. El coste de venta al detalle (distribución y librerías) que en el libro de papel es unas tres veces mayor que el electrónico.

En ambos casos se trata de diferencias estructurales, no coyunturales, fruto de la innovación tecnológica. Estas innovaciones ahorran tiempo, recursos humanos y recursos materiales. Siempre y para siempre.

Un impuesto sobre el soporte digital puede entenderse también al revés: como una subvención al soporte en papel. En ambos casos, si tomamos el IVA como un impuesto cuyo fin es (también) variar el comportamiento del consumidor, lo que estamos diciendo que es animamos al consumidor a apostar por una estructura de producción que gasta más recursos y contamina más. Estamos, también, fomentando la estructura de producción menos eficiente, menos competitiva y menos innovadora.

En mi opinión, lo lógico sería, precisamente, todo lo contrario: fomentar una transición cuanto más rápido mejor hacia la producción más limpia, eficaz, eficiente, innovadora y competitiva que supone el libro electrónico. En mi opinión, lo lógico sería, precisamente, que si realmente queremos discriminar a través del IVA, fuese el del papel el del 21% y el del electrónico el del 4%.

Aunque interesante en términos económicos, no creo, no obstante, que esta fuese una buena idea desde un punto de vista de fomento de la lectura ni de equidad en el acceso al conocimiento, habida cuenta de que los propietarios de tablets y lectores de e-book se hallan todavía en los estratos más acomodados de la sociedad.

En definitiva, discriminar el IVA del libro electrónico del libro en papel protege la parte más obsoleta de la industria editorial a la vez que penaliza la innovación, la eficiencia y la competitividad. Al mismo tiempo, pretende capturar rentas de un mercado poco flexible cuando lo deseable sería flexibilizarlo directamente, acabando con monopolios u oligopolios que todavía persisten, permitiendo la entrada de la competencia y que los precios todavía bajasen más, especialmente a costa de los elevados márgenes relativos que todavía existen.

Por cierto: dado que el autor cobra más en proporción por el libro electrónico, también estamos gravando más la creatividad en el libro electrónico que en el papel. Si lo que queremos fomentar es la creatividad, no podemos estar más equivocados con el modelo impositivo.

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