Los próximos párrafos no pretenden presentar una idea especialmente novedosa, aunque sí creo que es pertinente decir que pretende recuperar una vieja idea bajo un nuevo contexto.
Por otra parte, este es más un ejercicio de reflexión — o incluso de especulación — que no una proposición académica. No obstante, es lícito reconocer que esta reflexión no aparece de la nada. Al contrario, se basa firmemente en dos trabajos recientemente concluidos así como las respectivas bibliografías que los apoyan:
- Casual politics: del clicktivismo a los movimientos emergentes y el reconocimiento de patrones (bibliografía).
- Spanish Indignados and the evolution of 15M: towards networked para-institutions (bibliografía).
Por último, si bien esta reflexión ha ido macerándose los últimos meses, no puedo dejar de señalar que el último artículo de Daniel Innerarity — ¿El final de los partidos? — ha sido su desencadenante final. El artículo — de más que recomendable lectura — viene a afirmar que si bien el mundo ha cambiado, las instituciones de la democracia (gobiernos, parlamentos, partidos, sindicatos, oenegés, etc.) siguen siendo la mejor forma que tenemos de organizar nuestra vida en sociedad. Y que dichas instituciones seguramente merecen ser reformadas, pero que en esencia son las que están y las que están son las que son.
Instituciones y democracia
Simplifiquemos al máximo — con el consecuente riesgo a imprecisiones, generalizaciones y sesgos — en qué consiste una democracia liberal.
Dado que la política ha dejado de ser la gestión de la polis, la ciudadanía se ha visto alienada del ejercicio del gobernar directa y personalmente los asuntos públicos. Esto no responde a ningún plan urdido en la oscuridad para tomar el poder, sino que responde a razones de eficiencia: la polis se ha convertido en comarca, en región, en estado, en un mundo globalizado que requiere gobernantes a tiempo completo, profesionales que puedan gestionar la enorme complejidad de la política y que, por supuesto, sirvan a todos los ciudadanos y a ellos y a sus necesidades se deban. Nadie puede permitirse el dedicarse a gestionar la cosa pública y, a la vez, sus asuntos personales y obtener su sustento. Al menos no sin los esclavos que poseían nuestros ancestros griegos (algunos de nuestros representantes contemporáneos sí disponen de alguien que trabaja por ellos, o bien desatienden la cosa pública, pero esta es otra cuestión).
Hemos creado, pues, instituciones que nos representan en términos políticos y trabajan para todos. En el nivel más bajo de esas instituciones (p.ej. los partidos o los sindicatos) muchos ciudadanos participan (afiliándose, simpatizando, colaborando) para reunir información sobre las demandas y solicitudes de los ciudadanos, así como deliberando sobre las distintas soluciones posibles.
A otro nivel, unos pocos representantes (gobiernos, parlamentos) se encargan de tomar decisiones, después de negociar entre las voluntades de los distintos grupos representados. Al final del ciclo, este nivel se encarga de rendir cuentas de las decisiones tomadas al nivel inferior.
La población en general, dada la dificultad de informarse y participar, se mantiene ajena al proceso más allá de seguirlo a distancia a través de la prensa, la propaganda política y los momentos aislados de participación a través de las urnas.
Crisis de las instituciones
Hay al menos cuatro motivos por los cuales las actuales instituciones políticas han visto menguada su legitimidad en este proceso de democracia representativa (o institucional):
- Porque la profesionalización de los cuadros de ha convertido no en un medio, sino en un fin en sí mismo. Mantenerse en el puesto pasa a ser el objetivo de muchos en el cargo, desalineándose del que debería ser su objetivo genuino: servir al ciudadano al que representa. Este abandonamiento de la misión original de las instituciones, por supuesto, ha sucedido a costa de la legitimidad y el paulatino alejamiento de la ciudadanía.
- Esta profesionalización ha expulsado de las bases de las instituciones a ciudadanos que veían en la participación una vocación de servicio y no una vocación profesional. Esta expulsión se ha dado de forma activa o reactiva, pero su resultado ha sido claro: adelgazamiento de las bases y alejamiento del grueso de la ciudadanía.
- La creciente complejidad de la política, unida a la profesionalización y a la fuga de talento de las instituciones ha desembocado en la peor de las situaciones: trivialización y frivolización de lo complejo, simplificación del mensaje político y su la consecuente radicalización de las ideas. El debate político se torna exiguo, mediático, pueril, en lugar de fortalecerse el debate y de buscar el aprendizaje dentro del proceso democrático. Ante la falta de pedagogía política, desafección.
- Por último, aunque no por ello menos importante, muchas de las cuestiones anteriores podrían tener no una solución, pero sí un fuerte apoyo gracias a las nuevas Tecnologías de la Información y Comunicación (información y comunicación: cuán a menudo olvidamos el significado de las siglas TIC). Podría fomentarse la participación y la implicación de talento, la transparencia y la rendición de cuentas, el diálogo y el debate. Si no son una solución mágica, su negación sí supone una clara demostración de principios: aunque las TIC impliquen un gran potencial en todos los ámbitos de la política, no tenemos intención alguna de ponerlo en práctica. Más desafección, especialmente de quién podría y querría participar.
¿Consecuencias?
Por una parte, adelgazamiento de las bases de las instituciones, especialmente las más cercanas a la ciudadanía (partidos, sindicatos). Por otra parte, expulsión de la información y la rendición de cuentas “hacia arriba”: los mismos que negocian y toman decisiones son los mismos que se informan de lo que es “necesario” o “conveniente” hacer, y son también los mismos que se rinden cuentas entre ellos.
El resultado es una creciente desconexión con la ciudadanía por el achicamiento de las bases y la falta de recorrido en profundidad, en “vertical”, de las políticas llevadas a cabo. A la deliberación en la base ni se está ni se la espera. Sin información, la ciudadanía no puede deliberar. Además, sin estar “profesionalizada”, se convierte en un estorbo para la toma de decisiones. Todo para el pueblo.
Movimientos sociales
Expulsados por las instituciones, empoderados por las tecnologías digitales y con el acicate de las crisis (cada vez menos coyunturales y cada vez más estructurales, dada la velocidad del cambio en la nueva Sociedad de la Información) los ciudadanos se organizan. Ajenos a las instituciones. Incluso a pesar de las instituciones.
Se organizan, y es importante recalcarlo, de forma horizontal, lejos de las verticalidades de las jerarquías de los partidos. Y lo hacen de forma horizontal por dos motivos fundamentales:
- Porque ésta es la arquitectura que la nueva tecnología – la gran posibilitadora de las nuevas organizaciones – fomenta por excelencia. Una persona, un nodo. Si bien hay líderes, lo son en la medida en que aportan, no en la medida en la que medran. Y lo son en calidad de facilitadores, no de impulsores: facilitadores del trabajo de toda la red, no de la puesta en escena de sus propios proyectos personales.
- Porque los nuevos aglutinadores son los proyectos, no las grandes empresas. Aunque es cierto que, por agregación, los proyectos puedan generar programas y estos estrategias, en los nuevos movimientos lo importante son los árboles, no el bosque; los peces, no el banco. El objetivo inicial es salvar mi vivienda, no cambiar la ley, mientras que las grandes instituciones empiezan por cambiar la ley y, si se dan las circunstancias, salvar un puñado de viviendas. Y eso es lo que significa “de abajo arriba”: no solamente dónde se inicia la acción, sino que proceso en su totalidad está invertido.
El problema, como puede bien verse con el ejemplo anterior, es que la traslación de lo horizontal a lo vertical es muy complicada. Que el paso del proyecto a la estrategia, de lo local a lo global, de lo personal a lo público sí requiere una cierta verticalidad.
Es en este punto donde personalmente estoy de acuerdo con aquellos que defienden a capa y espada la existencia de las instituciones. Y es sin duda un punto crucial que me/nos separa de quienes apuestan por la eliminación de las instituciones o su reducción a la mínima expresión – esto incluye a los movimientos asamblearios y anarquistas, pero también, es conveniente no olvidarlo, al extremo liberalismo (los extremos acaban siempre tocándose).
Pero que necesitemos instituciones no significa ni que (a) necesariamente deban ser las que tenemos, ni que (b) incluso siendo las que tenemos su diseño deba ser el que ahora tienen. O, dicho de otro modo, hay un gran espacio de debate entre el mantenimiento del statu quo – las instituciones democráticas son las que son – y el demoler cualquier asomo de institucionalidad – democracia directa y asemblearismo.
En un mundo de grises, alejado del negro o blanco, seguramente hay lugar para una posible hibridación de ciudadanía organizada e instituciones tradicionales. Empezaba diciendo que la idea no era nueva, pero el contexto sí. Es posible que las grandes instituciones del pasado deban ahora romperse en distintas instituciones, algunas viejas (partidos, sindicatos) que vendrán a convivir con otras nuevas (o tampoco tan nuevas, pero sí renovadas en su organización: plataformas, movimientos). Considero que muchas de las funciones que tenían lugar dentro de las instituciones clásicas podrán acabar teniendo lugar fuera de ellas y dentro de las nuevas instituciones. Vehiculadas eficaz y eficientemente por la tecnología, sin barreras de tiempo ni de espacio, se me antoja posible e incluso deseable devolver la información a la base, a las nuevas instituciones de la sociedad civil organizada que se extenderán a lo largo y ancho de la ciudadanía. Por otra parte, dónde mejor si no ahí que tenga lugar la deliberación, una deliberación informada, de igual a igual, a la luz del día y con taquígrafos. Y lo mismo para la rendición de cuentas.
Para el resto, para unir lo global con lo local, lo colectivo con lo personal, para verticalizar las demandas en toma de decisiones, sí seguirán teniendo un importante papel las instituciones tradicionales… aunque con severas transformaciones: la de aprender a escuchar y la del trabajo colectivo, las primeras. Deberán ser más flexibles, seguramente más pequeñas, relegando poder, representación y muchas tareas en los nuevos movimientos sociales y sociedad civil organizada. Tendrán que trabajar conjuntamente y, en consecuencia, establecer formas de colaborar, de enriquecerse mútuamente, de repartirse el trabajo.
En definitiva, las bases de los partidos probablemente deberían “externalizarse” y mantenerse estos no ya como foros de reflexión y proposición (cosa que en gran parte han dejado de ser) sino facilitadores y ejecutores de propuestas. Del liderazgo, ya se encargará la sociedad civil.
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6 Comments a “Movimientos sociales y nueva institucionalidad de la democracia” »
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Gràcies per aquest treball que, en mi, ha estat inspiració pura. Per descomptat , et citaré.
Interesante reflexión que comparto en gran medida.
La transformación de los partidos (I)
http://nafarherria.wordpress.com/2013/08/14/la-transformacion-de-los-partidos/
El debate de las primarias. Liderazgos compartidos. La transformación de los partidos (II)
http://nafarherria.wordpress.com/2013/08/20/el-debate-de-las-primarias-liderazgos-compartidos-la-transformacion-de-los-partidos-ii/
Las nuevas formas de militancia. La Transformación de los partidos (III)
http://nafarherria.wordpress.com/2013/08/26/las-nuevas-formas-de-militancia-la-transformacion-de-los-partidos-iii/
Muchas gracias por los enlaces, Ander! :)
Me quedo con lo de utilizar las primarias para el debate y no para la adhesión.
También comparto tus reflexiones sobre Zabaltzen. En Catalunya el ejemplo más cercano seguramente es la plataforma Ciutadans pel Canvi, que inició su andadura para apoyar la candidatura de Pasqual Maragall a la Genralitat por el PSC, pero sin entrar en el partido en sentido estricto.
De nuevo, gracias por compartir tus reflexiones.
i.
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