En el yin y el yang de la comunicación política, si la cruz es el archiconocido y tú más
, la cara es, sin duda alguna, el y tú no
, es decir, dar lecciones, demostrar que uno ha hecho algo que el otro no ha hecho, o encontrar en la hemeroteca que uno ya proponía entonces lo que otros ni tan siquiera hoy otros se atreven a proponer mientras el tiempo «nos da la razón».
En sí mismo, recurrir al propio ideario y, sobre todo, recurrir a la hemeroteca no es sino algo positivo: demuestra convicción, suele traer a colación argumentos racionales y, si hablamos de una tendencia, es prueba de coherencia política y consistencia en el tiempo. Hasta aquí, todo bien. El problema es cuando a algo que un partido o sindicato ha hecho, dicho o propuesto, a la demostración de que ello ha sido así, se le añade el consabido y tú no
, sea en esta forma o en otras variaciones de la fórmula.
Lo importante, lo que llama la atención
Hay una historia/chiste (políticamente incorrecta) que viene al dedillo para ilustrar porqué, en mi opinión, es muy negativo convertir un logro propio en un arma arrojadiza contra el oponente político. La historia va más o menos así:
Un hombre se encuentra una lámpara. Al frotarla aparece un genio y le concede tres deseos. El afortunado le pide eliminar de la faz de la Tierra a los judios, a los negros y a los pececillos de color azul con jaspeado en verde. A lo que el genio contesta «¿¿¿y por qué los pececillos de color azul con jaspeado en verde???» a lo que el hombre responde «así, ¿te parece bien lo de los judíos y los negros?».
La historia de antes tiene dos mensajes. El primer mensaje, el importante, es el antisemitismo y el racismo atávicos, tan incorporados en el imaginario popular que pasan desapercibidos; el segundo mensaje es la frivolidad, lo divergente, la sorpresa, que aunque totalmente superficial es lo que acapara la atención… pasando a ser el mensaje importante, a pesar de su levedad.
Cuando un partido o un sindicato afirma que hace años que defiende determinadas ideas o propuestas de política, no hay interpretación posible sobre cuál es el mensaje. Cuando ese mismo partido acompaña esas afirmaciones de un ataque a otra formación, los mensajes son dos y se superponen: por una parte, esas ideas o propuestas de política; por otra, el ataque al oponente. Un mensaje es el importante: qué defiende el partido, qué ideas, que propuestas. El otro mensaje es meramente coyuntural, instrumental: hacer daño al oponente.
Sin embargo, la impresión que personalmente tengo es que, como en la historia del genio, lo frívolo, irrelevante y superficial acaba pasando a primer plano. El foco se desplaza del fondo a las formas, y acaban siendo estas últimas lo que los medios acaban recogiendo, lo que el ciudadano acaba percibiendo y lo que el votante acaba recordando.
El partido A recuerda que ellos son más demócratas, más transparentes, más ecologistas, más pacifistas, más sensible al drama del paro, etc. que el partido B
. Lo que llega al ciudadano no es el porqué se es más demócrata ni transparente ni ecologista ni pacifista ni sensible al drama del paro. Lo que llega al ciudadano no es qué políticas defendía el partido A para mejorar la democracia, para que haya rendición de cuentas, para preservar el medio ambiente, para evitar o solucionar los conflictos armados, para fomentar el empleo. No. Lo que llega al ciudadano es que, de nuevo, el partido A se lleva a la greña con el partido B. Y, mientras, los problemas por resolver.
Desafección y trinchera
Puede que no lo recordemos, pero tanto los indicadores de la situación política como los indicadores del sistema político están por los suelos. La percepción de la situación política actual está bajo mínimos (y bajando) y la confianza en el sistema de gobierno/oposición, la gestión del gobierno y la gestión de la oposición no dejan también de empeorar. ¿Tendrá algo que ver que los partidos políticos parezcan más interesados en pelearse que en resolver los problemas de los ciudadanos?
En una situación de desafección tan profunda, cualquier acto es más susceptible que nunca de ser interpretado de la peor forma. Como decíamos al principio, en otras circunstancias sería visto como un ejercicio de coherencia y de consistencia el reivindicar llevar tiempo defendiendo una idea, o incluso el hecho de defenderla. Al añadir la distorsión del ataque al otro partido, no solamente se cambia el foco de lugar, sino que los propios logros se acaban interpretando en clave populista: lo que ahora el partido quiere son votos, es caer en gracia, es buscar complicidades en un determinado grupo, y no hacer aportaciones de valor. Muchos grupos de izquierda vivieron esta interpretación en sus carnes durante la segunda quincena de mayo de 2011: partidos y sindicatos fueron tildados de oportunistas por el solo hecho de acercarse a las plazas.
Es realmente urgente dejar de alimentar la desafección abandonando todo lo que pueda parecer lucha por el poder per se, abandonando la política de trinchera y las guerras partidistas. En su lugar, es ciertamente urgente recuperar el debate de las políticas, de los contenidos, de las propuestas.
La evidencia empírica nos dice, cada vez con más datos, que las personas cada vez se adscriben menos a la grandes ideas, a los movimientos políticos, a las marcas. A cambio, las personas cada vez se hacen más eco de las causas, de los proyectos con un principio y un fin, con objetivos concretos. Los motivos son muchos, pero la crisis de la intermediación, la posibilidad de participar en directo (cambiar la sede del partido por el salón de casa y el ordenador o el móvil), la complejidad de la realidad (que ya no responde a explicaciones lineales o unimodales) y las necesidades acuciantes tienen mucho que ver en este cambio en la forma de participar en política.
Y mientras la ciudadanía torna hacia unas políticas «marca blanca», con alto poder transformador, sin liderazgo explícito, los partidos siguen empeñados en parecer que les importa más destruir al adversario que destruir las adversidades que soportan los ciudadanos.
Termino anticipando una crítica que suele hacerse a esta forma de política de tipo «conciliador»: para llevar a cabo una política hace falta gobernar, y para poder gobernar hacen falta votos, y para obtener votos, no se puede uno andar con según qué caballerosidades. En efecto, a veces hay que romper algunos huevos para hacer una tortilla. De hecho, así, por la fuerza de la espada, es como se instauró en Europa la Edad Media: 1.000 años de estancamiento e incluso retroceso social y oscuridad científica, acallados por el miedo a los señores de la guerra, primero, y a los monarcas absolutistas, después. Es, por supuesto, una opción tan respetable como cualquier otra.
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