Que Internet ha cambiado la forma en que los ciudadanos participamos en política o en proyectos cívicos es algo que ha dejado de ser una intuición para pasar a apoyarse en datos:
- Ante todo, la movilización política o ciudadana no disminuye con Internet, sino todo lo contrario: por norma general, encontramos que quien ya era activo «offline» lo es más todavía «online». O, en otras palabras, que Internet viene a multiplicar la actividad de quien ya participaba. A multiplicar la actividad y, también, los resultados, ya que hay ganancias en eficiencia y en eficacia (Rainie, Purcell & Smith, 2011).
- No obstante, Internet sí hace que en muchos casos (y de forma creciente cuanta más experiencia se tiene con las herramientas digitales) paulatinamente abandonemos el abanderar las grandes ideologías, que no militemos a largo plazo con las tradicionales instituciones ciudadanas (partidos, sindicatos, ONG), y prefiramos, en cambio, el apoyo a acciones a corto plazo, con objetivos concretos y, en consecuencia, que nos vinculemos puntualmente a una u otra plataforma que se hace y deshace en función de la consecución de dichos objetivos (Norris & Curtice, 2006).
- En última instancia, cuando las personas activas no encuentran acomodo en las instituciones tradicionales, ese transitar hacia nuevos modelos más cortoplacistas acaba en nuevas formas de participación extra-representacional y totalmente opuestas en sus formas a las institucionales (Cantijoch, 2009).
El último estadio de esta serie — de la transición hacia lo online y fuera de las instituciones hasta salirse de ellas del todo y adoptar formas extra-representacionales — es acabar creyendo en la política o la participación del clic, del «me gusta», del RT, o en términos más formales, el slacktivism. Evgeny Morozov, en The Net Delusion, da un buen repaso a la ciberutopía y tecnoeuforia de esa participación de salón y en zapatillas.
Hasta aquí, nada que objetar. Si las condiciones no cambian, es fácil que lo que antes era un firme compromiso político o ciudadano, las redes sociales vayan diluyendo el ciberactivismo en lowactivismo. Creo que este es un peligro real y comparto los temores sobre la deriva.
No obstante, eso es si las condiciones no cambian.
En 1956, Charles M. Tiebout escribió A Pure Theory of Local Expenditures, un artículo que trata sobre los impuestos municipales y en cómo los ciudadanos toman la decisión de vivir en un municipio o en otro en función de dichos impuestos. A ese comportamiento Tiebout lo llamó «votar con los pies»: si no me gustan los impuestos de mi pueblo, me voy al de al lado (en lugar de votar a un gobierno distinto).
Un político cualquiera no verá nada extraño en que un ciudadano abandone el municipio. Un político observador agregará esos votos con los pies y concluirá que su política fiscal no es del agrado de esos que se van, y en función de si son muchos o pocos, obrará en consecuencia.
Volvamos al slacktivism.
- Un «me gusta» a una noticia sobre política es poco menos que participación.
- Un RT en Twitter sobre esa misma noticia, seguramente es poco más.
- Posiblemente una entrada en un blog sea un nivel de participación que, sin ser militancia en un partido, sí supone ya un esfuerzo/compromiso por parte de quién lo escribe.
- ¿Los comentarios en ese blog? A caballo entre el «me gusta» y el RT y haber escrito la entrada.
Hay mil ejemplos más: una página web con información de fondo sobre una cuestión de actualidad política, un foro, un comentario en un foro, una imagen-denuncia o un vídeo que se reproduce viralmente, etc.
Todos y cada uno de ellos, probablemente entre nada y poca cosa — con algunas excepciones, claro.
Pero ¿y la agregación de todos ellos? ¿Cuánto se ha escrito, comentado, retwitteado, «me-ha-gustado» sobre una política en blogs, noticias de periódicos, páginas de partidos en Facebook, etc.?
Es posible que haya cuestiones sobre las que solamente unos pocos hablan. Es posible también que haya cuestiones sobre las que se oponen quienes no votaron al partido en el gobierno y cuestiones que jalean quienes votaron al partido que las propone. Es posible también que haya un sesgo — de edad, de nivel educativo, de nivel de renta, de género — en el uso de Internet en general y en el uso de determinadas plataformas digitales en particular. Es posible que la inmediatez haga de esas microparticipaciones algo irreflexivo. Todo ello es posible y seguramente tiene una elevada probabilidad.
Pero es también posible, no obstante, que haya información para quien quiera escuchar. Es posible que un voto con los pies sea tan irrelevante como relevantes puedan ser millones de votos con un clic.
Es muy posible que esto sea una nueva forma de hacer política, una política casual que podemos ejercer allí donde estemos y en el momento en el que estemos. Es la política que hacemos en el bar con los amigos, en casa con la familia, en el trabajo a la hora del café, pero que ahora, a diferencia de antes, puede agregarse. Y, agregándose, pueda ser que ahora cuente.
Puede ser que el hecho de que cuente, de que sea irrelevante o no, de que sea frívola o no, de que sea sesgada o no, de que sea irreflexiva o no, no tenga que dirimirse en origen, sino en destino: que sean unos nuevos políticos los que sepan escuchar esta nueva forma de hacer política, de participar en democracia.
Algo de bibliografía sobre el tema
International Journal of Electronic Government Research, 2 (2), 1-21. Hershey: IGI Global.
Journal of Political Economy, 64 (5), 416-424. Chicago: The University of Chicago Press.
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