Esta tarde, al volver de trabajar, me he cruzado en una avenida de Barcelona con un diputado del Congreso. Nos conocemos hace años. Yo iba en bicicleta, él iba a pie. Nos hemos saludado efusivamente en lo menos que breve del momento. Nos hemos encontrado en varias ocasiones y en distintos escenarios, habitualmente ajenos a la política institucional. A veces intercambiamos pareceres aquí y allá.
La semana pasada participé en una jornada sobre transparencia, participación y calidad democrática. La tercera en dos meses. Una la coorganizaba, personalmente, un diputado del Parlament. Las otras dos los concejales de los asuntos de participación ciudadana de sus respectivos ayuntamientos. En la primera jornada el diputado llevaba programa, ponentes e incluso daba una ponencia de «contenido» (no de propaganda); en una de las municipales, el concejal llevaba la reunión y tomó decisiones allí mismo, algunas corrigiéndose a sí mismo y reconociendo sinceramente su mala programación; en la otra municipal, el concejal co-dirigía personalmente la dinámica de grupos, tomaba nota, y se retiraba a un segundo plano dejando hablar a los ciudadanos. Con el primero nos hemos encontrado en varias ocasiones y en distintos escenarios, habitualmente ajenos a la política institucional. A veces intercambiamos pareceres aquí y allá. Con los segundos todo apunta a que volveremos a encontrarnos.
Hace quince días me enteré de que otro diputado, a quién también conozco, había tenido una cuestión familiar. Me enteré por un compañero que tiene una amiga que es su vecina. Da la casualidad que tengo su teléfono (el del diputado, no el de la vecina) y pude corroborar la noticia. Obtuve el teléfono de veras por casualidad pero nunca me pidió que se lo devolviese. Nos hemos encontrado en varias ocasiones y en distintos escenarios, habitualmente ajenos a la política institucional. A veces intercambiamos pareceres aquí y allá.
Hay más. Con algunos intercambio información, con otros echo cervezas; algunos están desvirtualizados, otros lo tenemos pendiente; algunos son candidatos a las europeas, otros a la alcaldía de su ciudad; unos van para representantes electos, otros son los que lo harán posible contribuyendo entre bambalinas. Algunos hasta me han prestado su ordenador facilitándome la clave de acceso por teléfono; a otros se lo he prestado yo.
Habrá quien piense que es debido a mi perfil que tengo acceso a estas personas. Algo de razón habrá en ello.
Sin embargo, yo tiendo a pensar, y cada vez más, que es debido a su perfil, el suyo, el de los políticos, más que al mío propio, que tengo acceso a ellos.
Porque da la casualidad que, siendo mi perfil mi perfil, no tengo acceso a todos los políticos, sino sólo a algunos de ellos. Cuento en los párrafos anteriores hasta nueve partidos distintos. Demasiado para mi humilde perfil: tiene que ser algo en su perfil.
No nos engañemos: soy el primero que a veces no entiende que parezcan no indignarse frente a según qué actuaciones de algunos de sus compañeros. Pero sí agradezco que estén ahí tendiendo puentes.
Saben cuánto cuesta un abono multiviaje porque lo usan como cualquiera, no porque un asesor de comunicación ha incluido esa información en la preparación de un discurso enlatado. Saben de hipotecas porque las tienen que pagar, no porque se lo ha contado la pescadera en su visita electoral al mercado de turno. Saben de abortos, saben de dependencia, saben de paro porque conocen a alguien que se encuentra en esos mimbres, no porque hayan leído las estadísticas del INE o las encuestas del CIS.
Mi voto no lo tiene garantizado ningún partido. Pero sí lo tienen garantizado esa franja de políticos que, estos sí, están entre nosotros.
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