Sindicatos y movimientos sociales: de la lucha de clases a la revolución 2.0

Hace unas semanas, Ana Sánchez Arjona me entrevistó para el semanario de economía El Nuevo Lunes para hablar de la crisis de los sindicatos — pérdida de afiliados, descenso de ingresos — y de si en esta crisis habían jugado un papel tanto Internet como los nuevos movimientos sociales. La pieza sobre el tema acabó siendo publicada como El 15-M pasa de las acampadas a la acción — he robado el título de esta entrada del despiece que hay en el artículo original.

A continuación apunto el texto con el que respondí a las preguntas originales. En cierta medida, este texto y el que su momento publiqué como Los sindicatos en la Sociedad Red para UGT se complementan uno a otro, por lo que invito a la lectura de ambos como un todo.

¿El actual modelo sindical está en crisis?

Los sindicatos, como los partidos políticos, están sufriendo una doble crisis.

Por una parte, una crisis de la intermediación, fruto de la creciente adopción de las Tecnologías de la Información y la Comunicación. Con la digitalización de la información y las comunicaciones, muchas de las funciones de los sindicatos pasan a ser, si no irrelevantes, si a estar más que cuestionadas: informar, coordinar, aglutinar masa crítica, crear entornos de debate, crear opinión, sensibilizar, representar, abogar por la rendición de cuentas son tareas que, con un determinado nivel de alfabetización digital, pueden realizarse sin ningún tipo de intermediación o con mucha menor intervención de terceras partes.

Por otra parte, una crisis de legitimidad política. Desde la Transición, partidos y sindicatos se han ido cerrando en sí mismos y alejándose de la calle tanto a la hora de recoger las sensibilidades de la ciudadanía como a la hora de explicar las decisiones tomadas. Este distanciamiento se ha agravado por la irrupción de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (que han hecho más prescindibles a los intermediarios y han hecho la información más transparente), por la globalización (toma de decisiones y dependencia política a niveles supranacionales) y por la crisis económica y financiera (mayor necesidad de conectar con las acuciantes necesidades del ciudadano).

¿Por qué tienen cada vez, (si es que tú opinas lo mismo), peor imagen ante los ciudadanos?

En muchos casos, la negación del poder organizativo de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (“Internet es una olla de grillos”) así como la afirmación de que la Política “con P mayúscula” solamente tiene lugar en las instituciones no ha hecho sino agravar la crisis de las actuales instituciones — que, hay que insistir, no es solamente de los sindicatos, sino de los gobiernos, parlamentos, partidos y, también, organizaciones no gubernamentales.

Al margen de estas dos cuestiones, al menos dos factores más han empeorado la imagen de los sindicatos ante los ciudadanos, las dos relacionadas con la incapacidad percibida de aportar soluciones.

La primera, la creciente sensación de connivencia de los sindicatos con los aparatos del poder (gobiernos y grupos de interés). Sea porque los sindicatos son incapaces de conectar la política institucional con los movimientos ciudadanos, sea porque la connivencia es real, crece la sensación de que los sindicatos claudican en sus demandas. Ejemplos que validan esta hipótesis son la gran dependencia económica de los sindicatos del erario público (subvenciones, concursos públicos, etc.) que, algunas veces, incluso han dado lugar a casos de corrupción en el seno de los sindicatos, lo que ha reforzado su imagen de sumisión así como de estar “demasiado cerca del poder”.

La segunda, la falta de respuestas a la creciente complejidad del mundo laboral, que poco a poco abandona la sociedad industrial en beneficio de la sociedad de la información. En una economía cada vez más terciarizada, más centrada en procesos productivos de intangibles, los obreros abandonan la fábrica para trabajar de una forma más flexible y descentralizada. Esta descentralización hace que las fábricas — nodos de concentración sindical — pierdan fuerza y, con ellas, los sindicatos. En el mismo sentido, el trabajador temporal y el trabajador autónomo (este último técnicamente un empresario, aunque de facto un obrero más) ni tienen una vinculación fuerte con la masa asalariada (a pesar de serlo) ni muy a menudo tienen en los sindicatos un grupo de presión que defienda sus intereses. Así, desarticulación de la fábrica y dispersión del trabajador, junto a la falta de respuesta a los nuevos perfiles profesionales (temporales, autónomos) han minado uno de los principales pilares de los sindicatos, que era la legitimidad de representar a la clase asalariada.

¿No han sabido jugar el papel que de ellos se esperaba en estos años?

Como a todas las instituciones políticas, la celeridad de los cambios (globalización, crisis, sociedad de la información) los ha cogido a contrapié y con una gran maquinaria en marcha cuyo rumbo era muy difícil de cambiar.

Es también posible que sus cuadros directivos no hayan visto a tiempo e incluso comprendido la magnitud y la naturaleza de estos cambios, lo que no ha hecho sino agravar el tiempo de respuesta, por no hablar de las propuestas mismas de cambio, a menudo insuficientes o inexistentes.

La emergencia de los movimientos sociales (el 15M como paradigmático en España, pero también la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, Iaioflautas, etc.) ha dejado todavía más en evidencia, si cabe, a los sindicatos y lo que deberían haber hecho y no han hecho.

¿Ya no está de moda el sindicato de clase?

Los sindicatos son más necesarios que nunca y las clases siguen siendo más que vigentes. La cuestión es que el concepto o la definición de clase han cambiado paulatina pero inexorablemente en los últimos 20 años.

Seguramente la definición de clase fundamentalmente basada en la distinción entre capitalista y el obrero — proveniente de la sociedad industrial y que daba pie a burguesía, clase media, proletariado… — debería complementarse con otra más acorde con la sociedad red: las élites que controlan los centros de poder, o nodos donde se concentra la mayoría de toma de decisiones, y el resto de nodos, descentralizados y alejados de esos concentradores del poder. El primer esquema es mucho más vertical y continuo que el segundo, mucho más horizontal y, sobre todo, discreto: la distancia entre los dos tipos de nodos se acrecienta en los últimos años, en un perverso efecto multiplicador.

Ni los sindicatos ni los partidos han sabido responder a este cambio estructural de la sociedad.

¿Piensas que serán capaces de reconvertirse?

A cualquier institución democrática le será tremendamente difícil reconvertirse, como le está siendo difícil reconvertirse, en otro ámbito de la sociedad, a la industria cultural, a los medios de comunicación, o a la universidad y la escuela, por citar otras instituciones con un fuerte rol de mediación entre la ciudadanía.

Hay, entre otros muchos, tres grandes obstáculos a superar para la reconversión.

El primero, la competencia digital, entendida esta en un sentido muy amplio. Para la reconversión, es esencial comprender el porqué y el cómo del cambio de etapa que estamos viviendo, de una sociedad industrial a una sociedad de la información. Sin una comprensión a fondo de los factores que han inducido el cambio, su naturaleza y el nuevo paradigma al que nos abocamos será tremendamente difícil poder hacer ningún tipo de propuesta de valor en el futuro más próximo.

El segundo, la fuerza de las inercias actuales. Las instituciones son, casi por definición, grandes estructuras funcionales y conceptuales que van más allá de una mera organización. Son formas de ver el mundo y de relacionarse con él, e incorporan en su diseño valores acumulados a lo largo de su (a menudo dilatada) existencia. Romper con esas estructuras o abandonar esos valores puede ser, además de difícil, peligroso: la transición debe ser pausada para evitar la ruptura y que, con ella, sobrevenga el caos.

El tercero, recuperar la legitimidad perdida. No basta con que la institución comprenda los cambios que deba emprender ni que sea capaz de ponerlos en marcha, sino que los mismos deben ser aceptados dentro y fuera de la institución. Los sindicatos deben reivindicar la pertinencia de (algunas de) sus funciones, y para ello deben desprenderse de las funciones que no son útiles a su (nueva) misión, así como poner en valor las que decida seguir articulando.

Los movimientos sociales, las redes, las asociaciones de ciudadanos ¿les han hecho la competencia?

No creo que los movimientos sociales hayan hecho la competencia a los sindicatos dado que operan en planos distintos. Los movimientos sociales se mueven en un plano horizontal, cohesionando y articulando un discurso alrededor de unos valores. En el límite, los movimientos sociales se concentran en el empoderamiento del ciudadano dentro del sistema, para que pueda hacer oír su voz y ejercer sus libertades dentro de ese sistema.

Los sindicatos, como otras instituciones democráticas, operan en un plano más vertical: en el de la cadena de transmisión que va desde la voluntad de los ciudadanos hacia la toma de decisiones. Dicho de otro modo, los sindicatos trabajan — o deberían trabajar — para la gobernanza del sistema, para gestionar y cambiar (si procede) el sistema dentro del cual los ciudadanos viven.

Lo que los movimientos sociales han provocado, más que una alternativa a los sindicatos, ha sido el evidenciar que todo el trabajo de base que hacían las plataformas quedaba truncado en algún punto porque la cadena de transmisión hacia la toma de decisiones estaba rota. Y uno de esos eslabones rotos — que no el único — son los sindicatos.

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Los sindicatos en la Sociedad Red

El sindicato UGT está preparando su próximo congreso confederal para Abril 2013. Desde el área de comunicación de UGT Catalunya han creado un cuestionario sobre el papel de los sindicatos en el nuevo escenario de la Sociedad de la Información, los movimientos sociales y el ciberactivismo. Me llega el cuestionario de la mano de Jose Rodríguez, quien ha sido tan amable de autorizarme a hacer públicas mis respuestas.

Antes de entrar en materia, no obstante, creo que procede hacer un par de aclaraciones importantes.

La primera es que muchas de las reflexiones que hago a continuación no son exclusivas de los sindicatos, sino que en gran medida son aplicables a cualquier tipo de intermediario político, a saber: sindicatos, partidos y ONG en general. En el fondo, lo que creo que debe ser repensado no son los sindicatos en sí, sino la forma como la ciudadanía toma sus decisiones colectivas y qué tipo de instituciones crea para ello.

La segunda cuestión es que creo que muchas de las funciones que hacen los sindicatos — y los partidos y las ONG — siguen tan vigentes y necesarias como siempre. Lo que pongo en cuestión es, pues, no dichas funciones, sino quién y cómo se llevan a cabo. Dicho de otro modo: hace falta periodismo, pero tengo mis dudas que los actuales periódicos sean la mejor forma de hacer periodismo. Lo mismo para los sindicatos: hace falta defender los derechos de los trabajadores y crear grupos de presión fuertes ante otros agentes económicos y políticos, pero tengo mis dudas de que los sindicatos, en su actual diseño, estén respondiendo con eficiencia y eficacia al desempeño de dichas funciones.

Grafo de contactos de la UGT en las redes.

Hemos detectado que hay unos cuantos nodos de contacto en nuestros perfiles comunicativos que son clave para difundir nuestros contenidos, más allá del entorno sindicalizado.

¿Qué creéis que tenemos que hacer para mejorar esta capacidad de tejer enlaces débiles en la red y fuera de esta que no están relacionados directamente con el mundo sindical?

Creo, personalmente, que es hora de darle a la vuelta a la cuestión del liderazgo, la generación de ideas y su defensa ante otras instituciones.

Desde la creación de las democracias modernas, lo más eficaz y eficiente es que (1) unos pocos representaran a unos muchos y (2) esos pocos fuesen los que se limitaran a pensar por los demás. No es una cuestión de demagogia, de clasismo intelectual o de representación mal entendida: es, simplemente, que conocer la opinión o las ideas de los demás tenía un coste elevado: o bien se accedía físicamente a todo el mundo (para escucharlo) o bien ese todo el mundo escribía y mandaba, por correo postal u otras vías, sus opiniones a un nodo central. Reunir a todo el mundo, de forma periódica, era o imposible o costosísimo. Por otra parte, no se trataba únicamente de opinar, sino de tener una opinión informada: informar a todo el mundo requería, de nuevo, o reunirlos de forma periódica o mandarles ingentes cantidades de papel. ¿Solución? Un partido o un sindicato que se encargue de centralizar la información, de procesarla y de hacer propuestas.

Hoy en día la información tiene un coste de reproducción y de difusión nulos. Saber qué está sucediendo, comparar, contrastar, enriquecer dicha información, deliberar sobre ella, negociar las distintas opciones, incluso votar una opción sobre otra solamente tiene un coste que se mide en tiempo, y aún así este se ha visto reducido drásticamente. ¿Deben ser los sindicatos los únicos que «comuniquen sus ideas» o los únicos que «tengan propuestas para los demás»?

En mi opinión, pues, la cuestión no es cómo comunicar los propios contenidos, sino cómo hacerse eco de los contenidos ajenos. Creo que la gran clave en la comunicación de sindicatos, partidos y ONG no es ni crear contenidos ni crear grandes propuestas: estos ya se crean en «origen» por los protagonistas en primera persona de cada situación. El papel fundamental de los sindicatos es, pues, ser facilitador, plataforma o altavoz de las situaciones, demandas y propuestas que generen colectivos afines. De esta forma:

  • El sindicato tiene menos músculo para crear propuestas que sus propios protagonistas, pero tiene mayor músculo (recursos, visibilidad) para que estas se hagan públicas. Con ello se consiguen «contenidos» o propuestas de calidad, totalmente legitimadas, fundamentadas.
  • Al dar voz a los demás, se gana de nuevo en legitimidad, al mismo tiempo que se crean redes: en la medida que la idea es lo importante, disminuye el recelo de que se esté intentando que el mensaje sea la marca y el mensaje se comunica más y mejor. La capitalización del esfuerzo de dar voz llegará por afinidad, no por márqueting.

En definitiva, para comunicar más y mejor, creo que la estrategia es comunicar menos lo propio y hacerse eco de lo de los demás, afiliarse a ideas de otros, apuntarse a ellas, ser canal, ser plataforma, ser filtro del ruido. El sindicato (y el partido y la ONG) debe virar a ser un editor y promotor de situaciones, demandas y propuestas, más que creador de las mismas.

Ciberactivismo

Somos capaces de movilizar la red y a nuestros activistas durante épocas concretas (huelga general) pero fallamos en el lanzamiento de algunas campañas (STOP Merkel).

¿Cómo podríamos mejorar este tipo de acciones en la red?

Personalmente desconfío del concepto «campaña». De nuevo, volvamos a la creación de las democracias modernas. La «campaña» (mucha información en un lapso de tiempo de tiempo corto) tiene sentido cuando la información es escasa y el coste de acceder a ella (crearla, difundirla) es elevado. Con la digitalización de contenidos y comunicaciones ello ya no es así. Se crean contenidos a diario, en cada declaración, en cada discurso, en cada «tweet», en cada «me gusta». Lo irónico o sorprendente es que, más allá de algunas hemerotecas, esa información no sedimenta, no queda. En lugar de hacer un programa continuo construido con la actividad diaria, seguimos empeñados en crear campañas o programas electorales discretos, aislados en el tiempo.

Considero urgente que los temas que se tratan en el día a día vayan posándose en una suerte de contenedor que albergue todo lo que se dice y piensa sobre una cuestión. No se trata, claro está, de guardar los tweets y vídeos y fotos, sino de guardar las ideas se que van generando, de forma que se genere un depósito que pueda devenir referente sobre una cuestión determinada, hoy, ayer y mañana — un depósito, dicho sea de paso, comprehensivo, sin sesgos, con todas las alternativas, con sus pros, con sus contras.

Establecidos los canales que comentaba anteriormente, y establecido ese referente de conocimiento (de demandas, de políticas) hacer una llamada debería consistir, simplemente, en eso, en llamar. Toda la árdua tarea de sensibilizar y movilizar ya estaría hecha por ese tejer diario de redes enriquecidas con contenidos de calidad.

En una red, tanto aportas, tanto vales. Sindicatos, partidos y ONG cada vez aportan menos: ni aportan contenidos ni aportan canales de comunicación ni foros de debate. Todo lo que se centre en «cómo comunicar(se) mejor» será presumiblemente espurio si no viene acompañado de una aportación de valor a la red que conforman los ciudadanos.

Relación con nuevos movimientos emergentes

La UGT de Catalunya ha hecho una aproximación al trabajo de los movimientos emergentes. Participamos de diversas plataformas antidesahucios en comarcas como el Baix Llobregat, Segrià o Vallès Oriental, o la ILP hipotecaria de la cuál somos impulsores junto a la PAH. También hemos impulsado las ocupaciones de hospitales.

A pesar de estas aproximaciones nuestra organización tiene mucho que mejorar para poder generar sinergias con los movimientos emergentes. De ahí que te pidamos algunas ideas o comentarios para ello.

En mi opinión, participar de plataformas ciudadanas y movimientos emergentes es una opción que comparto plenamente. Impulsar cosas conjuntas, todavía más.

Si hay un «pero» es en el funcionamiento de dichos movimientos en contraposición a la forma de funcionar de los sindicatos: mientras las plataformas y movimientos ciudadanos suelen ser de adscripción personal, los sindicatos suelen personarse en cualquier debate como una institución, como un conjunto. Ello, necesariamente, crea un choque en las distintas culturas de participación: la individual de la plataforma con la colectiva o representativa del sindicato.

Es problable que fuese más fácil personarse en dichas plataformas y movimientos a título personal. Y, una vez dentro, una vez participando como uno más, que el «sindicalista» ofreciese los recursos del sindicato, a los que tiene acceso en su condición de sindicalista. Pero no es el sindicato el que desembarca en la plataforma o movimiento, sino el individuo.

En el fondo, esto es lo que persiguen muchas plataformas: no que las instituciones participan de ellas, sino que participen los individuos y que estos, una vez de vuelta en sus respectiva instituciones, las «infecten» desde dentro con el mensaje de la plataforma o el movimiento, de forma que actúan de puentes entre ambas pero sin que se mezclen los dos ámbitos de activismo: uno más horizontal (plataformas) y otro más vertical (organizaciones).

Y volvemos al principio. Para mí, la estrategia es que los individuos (a título individual, valga la redundancia) participen de las actividades de ateneos, plataformas y movimientos. Que incorporen en el sindicato esas reivindicaciones, demandas y propuestas, y desde la institución se les dé voz, se les dé protagonismo, cerrando «por arriba» lo que ha sido compartido «por abajo». Cualquier relación de «tú a tú» entre ambas formas de participación (plataformas y sindicatos) será más difícil de articular (aunque no imposible) dada la distinta naturaleza de los actores implicados.

Imagen social – rol social. El sindicato como actor social.

Los sindicatos como instituciones estamos, junto a muchas otras, cuestionados. Hay puntos flojos que nos son propios (imagen anticuada, etc..). Aunque hay aspectos que creemos que matizan el debate:

Los movimientos emergentes por si solos no parecen estar provocando cambios (al menos a corto plazo), ¿creéis que las sinergias que se han creado entre unos y otros permitirían conseguir esos cambios? Al menos nosotros no percibimos ahora tanta hostilidad por parte de los movimientos emergentes hacia nosotros.

Las huelgas generales han mostrado ser una herramienta para catalizar un descontento social mayor. El seguimiento en sectores poco sindicalizados y el apoyo de los comité de barrio que ayudaron a que la huelga se visualizara o las enormes manifestaciones indican que la huelga general, una herramienta clásica del sindicalismo se ha puesto, intencionadamente o no, al servicio de movimientos emergentes y de un descontento social más amplio.

Nos gustaría que nos indiques tu opinión al respecto, y como podemos poner en valor aquello que por el momento hacen los sindicatos mejor que otras formas de organización social para mejorar nuestro rol de actor social.

Considero que la intermediación política — normalmente monolítica — debe dividirse en dos fases.

Una primera fase debe estar más cerca del ciudadano, de los problemas, de las realidades, de las propuestas. Debe ser, por construcción, una fase muy horizontal a la vez que «temática»: un solo tema, una sola causa, con los afectados o implicados directos, con quienes tienen las demandas y los que tienen el conocimiento para hacer propuestas de valor. Esta fase estará compuesta, predominantemente, por las plataformas y movimientos sociales.

Una segunda fase consiste en hacer de cadena de transmisión entre la anterior fase y los centros de toma de decisiones. Es una fase más vertical, más jerarquizada, más organizada y donde se agregan distintas problemáticas para hacer más eficiente — y más fuerte — esa traslación de las demandas y propuestas «hacia arriba». Veo en esta fase a los sindicatos, a los partidos y a las ONG.

Acualmente tenemos ambas fases mezcladas, con los roces que las acompañan: plataformas y movimientos que articulan muy bien, pero que (normalmente) no consiguen generar ningún impacto; e instituciones que, pudiendo generar impacto, se han alejado tanto de la fase propositiva y aplicada que carecen de legitimidad.

Creo que los sindicatos deben ser sensibles a los liderazgos emergentes, y darles oxígeno y voz, sin querer capitalizarlos. Su cometido es que esas voces lleguen a otras instituciones donde se tomen decisiones (gobiernos, parlamentos) y a las que los movimientos sociales, por su naturaleza acéfala, tienen difícil llegar.

Hay una cuestión que considero fundamental y que los sindicatos deberían afrontar con cierta urgencia: cuán representativos son.

Los sindicatos, aunque se presentan como una única organización, en realidad se trata de dos organizaciones distintas. Una, una empresa que provee a sus clientes con una serie de servicios determinados, de calidad y de precio asequible: asesoría legal, formación, etc. Otra, un partido político que defiende los intereses de sus afiliados. Aunque muchos de los clientes de la primera coinciden con los afiliados de la segunda, en sentido estricto no son lo mismo. Confundir usuarios de los servicios del sindicato con personas que se sienten representadas por él es, se me antoja, un salto conceptual que no debería realizarse. Muchas personas acuden al sindicato porque son los únicos que ofrecen un determinado servicio o lo ofrecen a un precio asequible, aunque no por ello comulguen con su ideología. Por otra parte, hay muchas empresas con listas únicas, o con muy pocos afiliados en el Comité de Empresa donde el hecho de que los «represente» un sindicato es una cuestión formal cuando no anecdótica.

Los sindicatos, en su vertiente política, no deberían confundir una cosa con la otra. Seguramente será difícil pedirle a un sindicato que se parta en dos, y separe la política de los negocios… aunque sería un ejercicio de higiene y honestidad que no solamente proveería legitimidad, sino que ayudaría a medir las fuerzas con las que realmente cuenta.

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