Instituciones tradicionales y ciudadanos en red: el caso de la web del Senado

El pasado 12 de noviembre se publicó la nueva versión de la web del Senado. La Cámara Alta del Parlamento español quiso remarcar la transcendencia del evento organizando las jornadas Parlamento abierto: El Senado en la red, con objetivo de reflexionar alrededor de la transparencia de las instituciones democráticas y cómo las tecnologías digitales pueden contribuir en hacer de las aquellas lugares más abiertos y participados.

El coste de la página web y su diseño son todavía materia de controversia, lo que en parte motivó que quisiera justificar mi participación en las jornadas para explicar que, independientemente del acierto de la web, valía la pena aprovechar la ocasión de dar a conocer la propia opinión sobre la encrucijada entre la Democracia y la Sociedad de la Información (que es de lo que creo que va todo esto en el fondo).

Esto no es la crónica de dichas jornadas — que puede encontrarse en el blog académico en tres partes sobre transparencia y comunicación, accesibilidad y reutilización de la información del sector público y participación ciudadana y parlamentos en la Red, así como en el apunte de Miguel Ángel Gonzalo ?Balance de #senadored — sino una suerte de reflexión de qué sucedió allí, por qué y qué debería suceder a partir de ahora.

La nueva web del Senado

Decía que la web del Senado ha sido duramente criticada tanto por su coste como por algunas de sus características. Mis conocimientos de tecnología no me permiten hacer un análisis a fondo como han hecho otros, ni tampoco es este mi interés. Así que haré solamente tres breves comentarios al respecto, sobre todo para que no esté esta cuestión presente en las siguientes reflexiones.

  1. Viendo lo que requerían los pliegos técnicos y lo que se aceptó en un concurso competitivo, así como las explicaciones de los técnicos del Senado, mi humilde y limitadamente informada opinión es que la web del Senado vale lo que costó. Dicho de otro modo, lo que se entregó — y se ha publicado — cuesta el dinero que se pagó.
  2. La web tiene muchas deficiencias técnicas de todo tipo que se han apuntado en varios lugares, entre otros en la misma sesión de presentación en el Senado. Muchas de ellas solventables (cuestiones de programación, de accesibilidad, de usabilidad), otras de ellas no tanto: aunque pueda aceptar — como se afirmó en el Senado — que el programario libre pueda tener costes de adaptación tan o más elevados a corto plazo que el propietario, se me hace difícil pensar que a medio o largo plazo la primera no sea la mejor opción. La mayor comunidad de programadores redunda en mayor seguridad y funcionalidades, además de coste cero en mantenimiento de licencias y actualizaciones. Y también es una cuestión (personal) de filosofía, de principios.
  3. Esta no es la web que yo hubiese encargado. Aceptando que la web vale lo que cuesta, aceptando sus errores técnicos e incluso la opción por el programario propietario, qué hacer con ese dinero y esos programas sí tiene muchas otras opciones. Y yo, personalmente, hubiese tomado otros caminos. Datos y API abiertos, agregación de contenidos generados por los senadores y los ciudadanos (p.ej. agregadores de blogs, de cuentas de Twitter, de hashtags), segmentación por temas de actualidad, correlación de las actividades entre las cámaras… en definitva, una web útil como herramienta de trabajo, con claro afán bidireccional, que pueda usarse como referencia por senadores y ciudadanos para fundamentar argumentos, como fuente de información, de debate, de deliberación. Plataforma para realizar consultas, también a los ciudadanos (oficiosas, no vinculantes). Referente en rendición de cuentas al detalle. No creo que sea este el espíritu, que es el que yo querría.

Políticos 1.0, ciudadanos 2.0

Decía que el espíritu de la web no es el de una web como herramienta de trabajo. Pero sí es, considero, un primer paso hacia más transparencia. Esto se desprendió de toda la sesión del 12 de noviembre, y no solamente por la web (puede compararse con su predecesora), sino por el tono mismo de las jornadas.

De 10 intervenciones — además de las de los dos vicepresidentes — 6 de ellas fueron de personas ajenas al hemiciclo. Los 4 senadores se esforzaron en explicar cómo utilizaban Internet en general, y las redes sociales en particular, para preparar sus sesiones, para compartir los debates, para hablar con los ciudadanos. Los 6 invitados externos no tuvieron reparos en exponer su idea de democracia en una sociedad digital. Con moderación, pero sin concesiones, se habló del (mejorable) papel de los medios de comunicación, de la necesidad de tener cargos electos (digitalmente) formados y abiertos al diálogo, de las múltiples formas de excluir a los ciudadanos, de la (necesaria y todavía no alcanzada) transparencia en democracia, de la diferencia entre estar en la red y formar parte de ella para una democracia más participada, o de las nuevas formas de democracia extra-parlamentaria que pueden complementar a las instituciones (si se dejan).

¿Lugares comunes? A lo mejor. ¿A muchos puede sonar a ya antiguo? Seguro. Y sin embargo allí sonó vanguardista. Sin segundas: más allá de echarse las manos a la cabeza porque suene a vanguardista lo que otros parlamentos o parlamentarios parecen tener superado (tampoco tantos…), lo significativo fue el sincero convencimiento de que se estaba dando un paso decisivo hacia un Senado (y un Parlamento, por construcción) mejores. Y tanto la web como las inéditas jornadas que acompañaron su puesta de largo son mascarones de proa de algo que se esta fraguando en el Parlamento español.

(Abro paréntesis: voy a recordar que la web no tiene el espíritu que yo quería y que mi intervención no se limitó a pedir más democracia sino otra democracia. Cierro paréntesis).

Hay tres tipos de personas en el uso de la tecnología: quienes reniegan de ella, quienes la abrazan con pasión y quienes se están incorporando en su uso, venciendo los temores de los primeros con la ayuda entusiasta de los segundos. Lo que personalmente vi el 12 de noviembre en el Senado fue a muchos de estos últimos saliendo del armario, convencidos de que una tecnología que acaban de descubrir (y que, sí, es verdad, muchos ven ya antigua o «normal») les va a ayudar a hacer mejor política — porque había consenso que iba de esto, de democracia, no de tecnología.

Creo que sobre el primer grupo — los renegados, o refuseniks en el argot — no hay mucho debate: hay que echarlos de sus escaños. No por tecnófobos (que también: estas son herramientas para hacerlos más eficientes y eficaces en su trabajo, que pagamos entre todos), sino porque el diálogo con el ciudadano solamente les interesa para pagar su voto. Hay pues, motivos profesionales y motivos éticos para deshacerse de los representantes políticos que hacen mal su trabajo. Y, a estas alturas, no creo que haya que hacer muchas más concesiones en este terreno.

Pero, más allá de los renegados de convencimiento, ¿qué hacer con los otros, esos que a muchos les parecerán dinosaurios mientras ellos mismos se ven a sí mismos redescubriendo la política a través de Internet? ¿Nos arrimamos a los vanguardistas de verdad y despreciamos al resto?

Tendiendo puentes

Personalmente considero que las instituciones democráticas deben sanearse. Urgentemente. De entre las muchas formas de hacerlo, no obstante, tengo la sospecha que una vía importante empieza desde dentro, indignando a los políticos que las habitan, para que pueda salvarse la política aun a costa de los/algunos políticos.

Pero indignar no es lo mismo que enfurecer. Indignar es hacer que quienes están en el tránsito de abrir más su forma de hacer política, hacerla más transparente, más participada, más «2.0», se alíen con los pioneros para echar de sus escaños a los legajos de la democracia caciquil y de pelotazo. Enfurecer es hacer que quienes están en el tránsito de abrir más su forma de hacer política, hacerla más transparente, más participada, más «2.0», se alíen con los sedimentos de caspa del Parlamento para echar de él a los «enfants terribles» de la política, los vendehumos de la participación digital que los abocaron a las fauces de una ciudadanía que los espera de uñas en las redes sociales.

Cuando leía, o cuando leo, las críticas a la nueva web del Senado, creo que se pueden agrupar en dos tipos. La primera es la crítica técnica, objetiva, sentida… que puede ser ácida o vehemente, pero que no se aleja de lo constructivo. Está, después, la crítica sangrante, destructiva, aniquiladora. Todos tenemos malos días y todos tenemos días ocurrentes: lo que importa son las tendencias.

De entre lo mucho que aprendí en mi visita al Senado el pasado 12 de noviembre — y por lo que estoy muy profundamente agradecido a Miguel Ángel Gonzalo, Imma Aguilar, José Ángel Alonso y otras personas que tuve el gusto de encontrar allí — lo más relevante fue constatar los sinceros esfuerzos que algunos (puede que pocos, pero algunos) hacen para mejorar la democracia desde dentro. Y el terrible daño que los disparos al azar y las balas perdidas hacen entre esas filas, especialmente entre los pocos que tiran de los demás.

No creo que haya que rebajar el tono de la crítica cuando sea merecida (al contrario). Ni ser más condescendiente. Ni, en absoluto, entrar en el paternalismo.

Pero sí creo que hay que discriminar. Ver quiénes son aliados. Ver dónde están. Y evitar que sean alcanzados por fuego amigo. O, dicho de otro modo, cuando haya críticas, ver hacia donde se dirigen y si habrá daños colaterales que puedan dar al traste con los puentes que, desde dentro, se intentan tender día a día.

Comparte:

Por qué sí iré a la presentación de la web del Senado

Una vez tuve un jefe que solía discrepar de las decisiones de sus jefes — es decir, los jefes de mi jefe. Un día le propusieron unirse a ellos, es decir, le ascendían y pasaba a formar parte de la cúpula directiva. Compartí con él mi sorpresa sobre el hecho de que acabase aceptando trabajar con alguien con quien tanto había discrepado (me consta que no había ánimo de medrar en la aceptación). La respuesta fue cordial pero directa: si no aceptas responsabilizarte de lo que tanto has criticado, si no aceptas la oportunidad de hacer lo que siempre has dicho que harías si algún día podías, no te quedará ya legitimidad para la crítica.

Mañana participo en las las jornadas Parlamento abierto: El Senado en la red, enmarcadas dentro de la inauguración de la nueva web del Senado.

Esta nueva web ha sido ampliamente criticada por su elevado coste, así como por otros muchos motivos técnicos: uso de software privativo e información en formatos poco abiertos, ausencia de formas de reutilizar la información pública, etc. Sin haber tenido acceso a la nueva página web, estas son opiniones que de ser ciertas comparto sin fisuras. Estas y muchas más que, sin mucho esfuerzo, aparecen en la lista de «sospechosos habituales» en cómo hacer y cómo no hacer una página web de un organismo público. Y más en un contexto de alta desafección política.

Y es, por este preciso motivo, que creo que vale la pena participar en la inauguración.

Apunta César Calderón que estar en la presentación significa aprobación, complicidad o al menos anuencia. Evidentemente, ese puede ser el significado si uno trae bajo el brazo un mensaje de aprobación, complicidad o anuencia.

Personalmente tengo intención de llevar a la cámara alta otro mensaje. Un mensaje que, básicamente, relativiza la importancia o el coste de la página web. Un mensaje que intentará centrarse no tanto en las aptitudes tecnológicas de la institución como en las actitudes tanto de la institución como de las personas que la componen.

Aprovecharé que me acompañarán en la mesa dos senadores, aprovecharé que las jornadas están presididas por el Presidente del Senado, aprovecharé que en otras mesas y en la sala habrá otros senadores, periodistas, representantes públicos para hablar de que lo importante (en mi opinión) no son las herramientas sino lo que se hace con ellas.

[clic para aumentar]

Intentaré explicar que una página web tiene dos filos: el de informar unidireccionalmente sobre la importante labor que hace la institución y el de escuchar a los ciudadanos sobre lo que éstos creen que debería hacer dicha institución. Que Twitter tiene dos filos: el de soltar propaganda como en cualquier otro canal y el de dar la oportunidad a los cargos electos de participar en las conversaciones de los ciudadanos. Que la democracia, en general, tiene dos filos: el de la representación per se, y el de la representación como segunda opción cuando la participación directa no es posible o no es eficaz o no es eficiente.

En mi presentación compartiré mi opinión de que las páginas web, la web social o cualquier instrumento se puede utilizar exactamente igual que el instrumento que sustituye, para conseguir mejoras marginales en el desempeño de unas funciones, o para transformar radicalmente la forma como trabajamos.

En mi presentación concluiré que el coste de una página web es poco irrelevante si ello nos lleva a una transformación en la forma de entender y poner a la práctica la democracia en este país, acorde con otras revoluciones que se están dando ya en el ámbito de lo económico o lo personal.

En mi presentación concluiré que el coste de una página web es infinito, por bajo que sea, si ello nos deja en el mismo lugar en el que estábamos.

Y, sobre todo, explicaré por qué, por qué pienso así.

Pero esto solamente lo podré decir y hacer llegar a las orejas pertinentes si voy y participo en la presentación de la página web del Senado. Por eso he aceptado la invitación de participar, porque me da la oportunidad de, aunque sea de forma ínfima, ser escuchado desde dentro.

Comparte: