Ley y derechos digitales: entre la forma y el espíritu de la Ley

Si en Ley y derechos digitales: entre el simplemente es y el debe ser se hablaba de como «son», «pueden ser» o «deben ser» las «cosas» en el ámbito estrictamente técnico, de la posibilidad factual, querría aquí centrar el debate en el ámbito de lo legal. Concretamente, querría hablar de las (abismales en algunos casos) diferencias entre lo que dice la ley, lo formal o textual, con lo que querría decir, su espíritu.

Y qué mejor que un par de ejemplos para clarificarlo.

Unos padres le dicen a su hija: «Si no apruebas todo en junio, no puedes ir de vacaciones con tus amigas este verano». Al llegar el verano, aparece por la puerta un chaval con su descapotable y se lleva de vacaciones a la chica, a pesar de haberle quedado una asignatura para septiembre. Según el «texto» de la «ley», la chicha ha cumplido: no se va de vacaciones con sus amigas, sino con el novio que acaba de echarse hace diez días. Según el «espíritu» de la «ley», la chicha debería quedarse sin vacaciones por suspender.

Ha habido varias sentencias exculpatorias a webs que proporcionan enlaces a archivos en redes P2P y que presuntamente violaban la ley de propiedad intelectual. Como explica Miquel Peguera la mera provisión de enlaces no constituye un acto de infracción de los derechos de propiedad intelectual. […] Si lo que se alega, y en lo que se fundamenta la demanda, es que los actos de demandado constituyen actos de reproducción y de comunicación pública, no parece posible otra conclusión que [desestimar la demanda]. Queda claro, pues, que tomando la ley al pie de la letra (que es como hay que tomarla), las webs de enlaces son legales. Sin embargo, el espíritu de esa ley (aprobado su texto refundido en abril de 1996) era otro muy distinto.

Tanto en el primer caso como en el segundo nos topamos con dos problemas. El primero, la interpretación del texto: si somos literales, no cumplimos el espíritu de la ley; si reinterpretamos el texto según el espíritu (y no lo que está explícitamente escrito), podemos caer en la discrecionalidad. El segundo, los cambios en el contexto: los padres del primer ejemplo no sabían lo del novio, ni tampoco sabían que la probabilidad de suspender en la carrera es mayor que en la ESO; en el segundo ejemplo, en 1996 no había ni redes P2P ni webs de enlaces. Son estos cambios los que acarrean el desfase entre la forma y el espíritu. ¿Qué opciones tenemos?

Mantenernos fieles a la forma

En el terreno de lo digital y, especialmente, de la propiedad intelectual, esto es lo que han hecho las defensas de la inmensa mayoría de los casos que han llegado a los tribunales. Esta práctica no solamente es lícita, sino que, en mi opinión, es la que debe ser. Hay que evitar, a toda costa, «reinterpretaciones» de la ley que puedan derivar en discrecionalidad e inseguridad jurídica.

Ahora bien, fuera de los tribunales, también opino que es poco honesto no admitir que hay un desfase entre la forma y el fondo. Por muy legal que sea la actividad ante el texto de la ley, creo que sería justo reconocer que hay aspectos que una ley de 1996 no podía prever, aspectos que han cambiado tanto el panorama que lo hacen irreconocible a ojos de dicha ley.

Mantenernos fieles al espíritu

Mutatis mutandis, con toda la legitimidad moral que pudiese tener mantenerse fieles al fondo, al espíritu que inspiró una ley (y no a la textualidad de la misma), el riesgo de discrecionalidad e inseguridad jurídica es demasiado elevado como para que sea una buena opción.

Además, los cambios que hacen poco útil dicha ley también pueden afectar el espíritu con que fue redactada: en términos económicos (y son estos los que inspiran, por ejemplo, la ley de propiedad intelectual) es indefendible ni tan solo una vaga similitud entre un bien tangible y uno intangible, entre robar un bolso o un coche y «piratear» un archivo digital. Hay una distancia tremenda (a menudo insalvable) entre el ánimo de lucro y el beneficio personal, y hay una distancia tremenda (a menudo insalvable) entre el robo de un bien y el lucro cesante por el potencial decremento de ventas de un bien.

Por muy legítimo que sea el espíritu tras una ley, creo que sería justo reconocer que hay aspectos que una ley de 1996 no podía prever, aspectos que han cambiado tanto el panorama que lo hacen irreconocible a ojos de dicho espíritu.

Cambiar la Ley

Hay dos motivos, pues, para cambiar algunas de las leyes que, de una forma o de otra, afectan y se han visto afectadas por los profundos cambios habidos en el ámbito de la economía digital:

  • Leyes cuya interpretación textual da resultados que están muy lejos del espíritu que las originó. Los padres del primer ejemplo quieren incentivar el esfuerzo a estudiar con la promesa de una recompensa en forma de vacaciones. El legislador del segundo ejemplo pretende proteger el monopolio sobre la propiedad intelectual de los bienes intangibles (no ha lugar decidir aquí si los padres son unos abusones, o si lo son el legislador y el propietario de los derechos: no juzgamos ahora la existencia de la ley, sino su funcionamiento).
  • Leyes cuyo contexto ha cambiado tanto que aparecen dilemas y nuevos problemas fruto de la aplicación de la ley. La joven del ejemplo puede alegar que aprobar en la facultad no tiene nada que ver con aprobar en la ESO; y sus padres pueden considerar que el novio entra dentro del concepto «amigas» (aunque cambie el número y el género). Los usuarios de contenidos digitales y los ciudadanos en general tienen mil motivos para ver muchos de sus derechos amenazados por una aplicación subjetiva de algunas leyes; igual que quienes antes estaban protegidos por estas ven como algunos cambios tecnológicos los ha dejado en un limbo legal absoluto.

En mi ingenuidad, me gusta pensar que en los tribunales uno tiene que ir a defender lo suyo como pueda — por eso incluso el terrorista más denostable tiene derecho a una defensa —, pero que, fuera de los tribunales, en el ágora pública, deberíamos ser capaces de abrir debates constructivos, de progreso, no enrocados.

John Rawls proponía que las leyes se escribiesen tras un «velo de la ignorancia»: no sabes quién eres (blanco o negro, católico o judío, rico o pobre) ni qué te deparará el destino, ¿cómo diseñarás tus leyes? No sabes si eres una discográfica, un músico, un escritor, el propietario de un videoclub, un proveedor de servicios de Internet, un abonado al ADSL, un melómano, un cinéfilo, rico, pobre, joven, viejo ¿cómo diseñarás tus leyes digitales? ¿cómo protegerás tus derechos en la Sociedad de la Información?

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Ley y derechos digitales: entre el simplemente es y el debe ser

Esta entrada empezó siendo un comentario a la de Enrique Dans en Wikileaks no es bueno ni malo… simplemente es. La extensión final me ha hecho pensar en la oportunidad de traerme el comentario aquí. Esta entrada tiene una cierta continuidad en Ley y derechos digitales: entre la forma y el espíritu de la Ley.

Enrique Dans, en su entrada Wikileaks no es bueno ni malo… simplemente es viene a justificar lo absurdo de perseguir a WikiLeaks y a sus promotores dado que la estructura de Internet permitirá una y cien veces el renacimiento de la iniciativa, con el mismo o distinto nombre, por los mismos o distintos promotores. Así, WikiLeaks no es ni bueno ni malo, «simplemente es».

Ya he dado a conocer mi opinión sobre WikiLeaks en otra parte, así que me centraré aquí en la parte del “simplemente es».

Creo que nos hacemos un flaco favor admitiendo que lo que no podemos controlar “simplemente es», porque nos va bien para lo que nos gusta, pero se nos girará en contra para lo que no nos guste.

La estructura de la red permite descargas de forma rápida y casi gratuita, y se pueden filtrar documentos secretos (secretos por seguridad o secretos por vergonzantes, no es esa la cuestión) de forma distribuida; eso “simplemente es». Y está bien que así sea (supongo), así que admitámoslo y claudiquemos. Quien ganaba dinero con ello, o quien ganaba escaños con ello, que cambie de modelo de negocio o se extinga.

La estructura de la red también permite entrar fácilmente en el ordenador de una persona y robarle sus datos bancarios (no haberlos dejado a la vista); también permite entrar en el de sus hijos, activar su webcam y traficar con sus fotos y jamás de los jamases poder borrar todas las copias existentes; eso también “simplemente es». Y está bien que así sea (supongo), así que admitámoslo y claudiquemos. Quien se creía seguro en la Red, o quien confiaba en la privacidad de sus hijos, que cambie de mentalidad o se extinga.

Técnicamente es más difícil compartir un archivo con copyright o subir documentos de la CIA a un servidor que soltarle un guantazo a la pareja de uno o rebanarle el pescuezo con el cuchillo de la cocina. La violencia de género «simplemente es», a qué tantos aspavientos.

Creo que a menudo tomamos el “puede ser” por el “debe ser», y el “debe o no debe ser” por el “simplemente es». Que la Ley esté desfasada (y lo está, y mucho) o que los modelos de negocio estén desfasados (y muchos lo están, y mucho), incluso que muchas mentalidades estén ancladas en el pasado y un tren les pasará irremediablemente por encima (y lo hará, lo veremos) no es óbice para claudicar de una convivencia ordenada, basada en aquello de «tus derechos acaban donde comienzan los míos».

Que los costes de la distribución online son mucho menores que la distribución de CD o DVD, eso simplemente es. Que por ello la música o el cine deban ser gratuitos… puede que sí, puede que no, puede que a lo mejor. Pero, simple, no es.

Que los costes publicar información en la Red son prácticamente nulos, eso simplemente es. Que haya que hacer públicos todos los datos (públicos, privados, corruptos o relacionados con la seguridad de los ciudadanos)… puede que sí, puede que no, puede que a lo mejor. Pero, simple, no es.

Que la sociedad suele ir por delante de la Ley, eso simplemente es. Que la Ley deba echarse a descansar… puede que sí, puede que no, puede que a lo mejor. Pero, simple, no es.

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El votante 2.0 a peso: más PDF y menos Twiter

Hace 10 años, Lou Marinoff escribió Más Platón y menos Prozac con la idea de abordar los problemas de la vida cotidiana no desde los síntomas, sino atacando las causas; no parcheando con química, sino reflexionando con profundidad sobre lo que nos angustia o nos preocupa.

Leo en El País — A la caza del votante 2.0 — que este otoño se prevé el asalto definitivo a Twitter por parte de los partidos catalanes con motivo de las inminentes elecciones autonómicas. Y que con ello se pretende contactar personalmente con el votante y escuchar su opinión. Permítanme que lo dude.

Que no se me malinterprete: creo que Twitter es una herramienta muy poderosa en el ámbito de la política y el ejercicio saludable de los derechos democráticos. Sin ir más lejos, el rendimiento que se le ha sacado a esta herramienta en los plenos del Parlament durante la legislatura que ahora termina ha sido extraordinario: ha habido información y transparencia, ha habido debate; y encontronazos; y propuestas. Creo que ha habido, en definitiva, más y mejor democracia, y por ello estoy personalmente agradecido, como ciudadano, al President Benach y a los diversos diputados (de todos los partidos) que se han unido a hacer de la actividad parlamentaria algo plural.

Pero el panorama político 2.0 de este otoño pinta muy distinto.

Instalados como estamos en una democracia como maximización de votos (frente a lo que uno desearía que fuese una democracia como ágora de participación), Twitter da a los partidos tres ventajas que antes no tenían:

  1. Por una parte, segmentar mucho más el mensaje y el receptor para que sea todavía más fácil que este último oiga lo que quiere oír. Y, habiendo oído lo que se quiere oír, facilitar al máximo la transmisión en cadena del eslogan. RT la transmisión en cadena del eslogan. RT la transmisión en cadena del eslogan.
  2. Por otra parte, saltarse el cedazo de los medios. Si ya nos hemos acostumbrado a las ruedas de prensa sin preguntas, ¿cómo no vamos a aceptar los mensajes de Twitter sin respuesta? Y, si no hay preguntas ni respuestas ¿para qué los intermediarios? (que, además, ya tomaron partido hace años y tampoco se espera análisis ni crítica por su parte, dicho sea de paso).
  3. Por último, datos cuantitativos sobre el «apoyo ciudadano» a las «propuestas» del partido en tiempo real. Tantos seguidores en Twitter, tantos otros en Facebook. Con independencia del sentido del apoyo, o de la calidad del mismo. El votante 2.0 a peso, como los libros que algunos amontonan en sus estantes.

Algunos creemos que la democracia es algo más que el apoyo incondicional al partido (y, simétricamente, la incondicional destrucción del contrario). Algunos creemos que la democracia es algo más que un sufragio puntual e irreflexivo por desinformado.

  • Cabría esperar, en las próximas elecciones, menos llamadas al apoyo y más incitación a la disensión. Es en la crítica y en el diálogo que aprendemos y crecemos, no en el consenso o la connivencia.
  • Cabría esperar, en las próximas elecciones, una proliferación apabullante de documentación de calado, datos, cifras, contrastes, análisis. Necesitamos información de calidad para fundamentar nuestras opiniones.

Cabría esperar un PDF por cada afirmación que se haga en Twitter. Cabría esperar un espacio de debate por cada PDF colgado en un servidor.

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La reputación de WikiLeaks

Según sus propias palabras, WikiLeaks publica y comenta sobre documentos filtrados que versan sobre la mala conducta del gobierno y las empresas. En las últimas semanas, la organización sin ánimo de lucro — y, especialmente, su fundador Julian Assange — se han colocado en el centro de una tormenta perfecta al filtrar miles de documentos con información sobre las actividades de los EUA en Afganistán.

Wikileaks genera reacciones de amor y odio a partes iguales. Amor por aquellos que ven en la organización a un faro que arroja luz sobre las muchísimas sobras que genera la acción de los gobiernos. Odio por aquellos que ven en sus actos amenazas a la seguridad de los ciudadanos por socavar esa misma acción de esos mismos gobiernos.

Personalmente, todavía no tengo una opinión clara al respecto. O la tengo: sí, pero.

La reputación de Julian Assange

La noticia de que WikiLeaks iba a publicar más documentación sobre la guerra de Afganistán fue contestada en los medios con otra noticia: Julian Assange era acusado de violación y abuso sexual en Suecia, aunque la orden de arresto fue retirada a unas horas de hacerse pública la acusación.

Muchos vieron aquí un claro ejemplo de las conspiraciones a las que nos tienen acostumbrados Hollywood y Washington D.C. (o viceversa): la acusación sería un movimiento para desacreditar a Assange y, con él, a WikiLeaks. La jornada de ayer se centró en crucificar o defender con sangre la reputación del fundador de WikiLeaks.

La pregunta, sin embargo, es: ¿qué más da si Assange es un violador o no a efectos de la validez de lo publicado en WikiLeaks? ¿Que Assange sea un acosador sexual — si lo fuere — afecta en algo lo que cuentan los miles de documentos sobre las actividades norteamericanas en Afganistán?

  • ¿Es la música de Wagner peor por haber sido utilizada como signo identitario del nazismo?
  • ¿Es la pintura de Pollock peor por él ser (en el más benevolente de los juicios) algo alcohólico y de trato «difícil»?
  • ¿Son menos válidos los descubrimientos en Física de Robert Oppenheimer por haberlos aplicado en el Proyecto Manhattan?
  • O, por contra, ¿serían las vacas capaces de volar si lo afirmara el mismísimo Albert Einstein?

La reputación de Julian Assange no debería tener nada que ver con la reputación de WikiLeaks, por mucho que nos cueste disociar lo uno de lo otro.

La reputación de WikiLeaks

En mi opinión, el debate debería ser, pues, no la reputación de Julian Assange, sino la reputación de WikiLeaks.

Dicho de otro modo: ¿justifica el fin los medios? ¿cuál es el fin y cuáles son los medios?

Personalmente no tengo claras las respuestas a las anteriores preguntas. Me inclino a pensar que los fines son justos y los medios proporcionales, pero estoy lejos de tener una opinión fundamentada.

Para acabar de añadir incertidumbre, recuperé hace poco una lectura de Lawrence Lessig, Against Transparency. The perils of openness in government, donde el aclamado autor de Free Culture alerta sobre los riesgos de la transparencia total cuando esta es sin reflexión y sin contexto.

Y la pregunta, de nuevo, es ¿proporciona WikiLeaks suficiente contexto para «comprender» los documentos filtrados? ¿O nos hemos lanzado a tumba abierta en una fiebre por abrirlo todo sin pensar en las consecuencias?

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Guía ilustrada para un doctorado

Matt Might, profesor de la Facultad de Informática de la Universidad de Utah, ha publicado su The Illustrated Guide to a Ph.D — o Guía ilustrada para un doctorado — donde, de forma gráfica, explica en qué consiste un doctorado.

La explicación es tan clara que le he pedido permiso para reproducirla aquí en castellano, y me lo ha dado. No tengo duda que lo utilizaré con mis propios estudiantes, incluidos los que hacen tesina de máster o trabajo de investigación de final de carrera, ya que el concepto de fondo es el mismo.

Aquí va la traducción, con sus más y sus menos. En alguna imagen ha quedado un «PhD», las siglas para «doctorado» en Inglés.

 

Imagina un círculo que contiene todo el conocimiento de la Humanidad:

 

Cuando terminas la educación primaria, sabes un poquito:

 

Cuando terminas la educación secundaria y el bachillerato, sabes algo más:

 

Cuando te gradúas en la universidad, consigues una especialidad:

 

Con un máster profundizas en dicha especialidad:

 

La lectura de literatura académica te lleva hasta la frontera del conocimiento de la Humanidad:

 

Una vez en el límite, te centras en un tema específico:

 

Empujas el límite durante unos años:

 

Hasta que, un día, el límite cede:

 

Y esa mella que has hecho se llama doctorado (PhD):

 

Por supuesto, el mundo te parece muy distinto ahora:

 

Pero no olvides tomar perspectiva:

 

Sigue empujando.

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La inutilidad de la banda ancha

Sin respetar la pausa estival, el Pew Internet & American Life Project nos regala un nuevo informe sobre la adopción de la banda ancha en Estados Unidos de América: Home Broadband 2010.

Una de los principales hallazgos es la desaceleración en la adopción de banda ancha por parte de los hogares, especialmente entre los blancos (los afroamericanos siguen con una adopción por encima de la media).

El segundo hallazgo — y sorprendente para el investigador que produce el informe así como para otras fuentes consultadas — es que son quienes no tienen banda ancha quienes más se oponen a que el acceso universal deba ser una prioridad del gobierno.

Para mí, sin embargo, ambas conclusiones del informe están en consonancia con algo que aparece repetidamente, una y otra vez, en las estadísticas oficiales: vista la progresión de los últimos años, la adopción de Internet parece no tender al 100% a largo plazo, sino a alguna cuota que se situaría por debajo de la adopción total: utilizando la tendencia de 2004 a 2008, unos cálculos totalmente apresurados con datos del Banco Mundial me dan una estimación del 88% para 2020 y estabilización alrededor del 88% para 2035.

Así, hay un grupo de personas que siguen sin verle utilidad a Internet, y es ese grupo de personas el que, con toda lógica, encuentra poco prioritario que el Gobierno fomente la Sociedad de la Información en general, y la banda ancha para todos en concreto. Y es ese el grupo que mayoritariamente conforma el hueco entre la adopción total y ese 88% que (sin mucho rigor) calculábamos más arriba.

¿Y qué utilidad puede tener Internet y, más específicamente, la banda ancha? Los que respondieron a la encuesta de este informe nos apuntan algunas ideas. Preguntados por qué problemas tiene el usuario de Internet que no navega con banda ancha en comparación con el que sí lo hace, los entrevistados listaron algunas actividades en línea que requerían banda ancha (y que aquí expresamos en positivo):

  • Encontrar oportunidades laborales y obtener competencias profesionales.
  • Acceder a información sobre salud.
  • Aprender nuevas cosas para mejorar y enriquecer la vida de uno.
  • Utilizar servicios gubernamentales.
  • Estar al día de noticias e información.
  • Estar al día de lo que sucede en la comunidad de cada uno.

Una de las últimas conclusiones del estudio vuelve sobre el tema anterior: un 21% de adultos (en los EEUU) no usa Internet. De estos, un 48% declara no tener interés alguno en lo que Internet le ofrece; un 90% no tiene intención alguna de entrar en Internet en el futuro; y un 60%, en caso de hacerlo, necesitaría ayuda de alguien (aunque el 80% reconoce que sería incapaz de hacerlo solo).

Mientras el 80% de la población norteamericana dice utilizar ya la red para temas profesionales, para formación, para salud y bienestar, para relacionarse con el gobierno, etc. el resto no le ve utilidad. Está claro que esta brecha digital va a ser difícil de cerrar.

Demoledor.

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