Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 09 octubre 2010
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A raíz de las declaraciones de César Alierta sobre romper con la neutralidad en la red, ya afirmamos aquí que las infraestructuras de telecomunicaciones probablemente deberían ser de titularidad pública, con lo que el tema de los costes y usura en la red probablemente dejarían de ser tema de debate.
Ahora es Microsoft quien se alinea con nuestro monopolio de facto particular y afirma que Telefónica tiene derecho a cobrar a Google (vía Nación Red), que las operadoras tienen derecho a cobrar un ‘peaje’ a los principales proveedores de Internet, que saturan sus redes y obligan a unas mayores inversiones
.
Se me ocurren dos comentarios a esta afirmación.
El primero es que si, en un mercado tan creciente y crecientemente oneroso como el de las telecomunicaciones, las operadoras son incapaces de hacer crecer su negocio, es probable que su problema no sean sus usuarios, sino sus estrategas y dirigentes en general. Pero uno no es ni tecnólogo ni empresario, así que esta cuestión no deja de ser una impresión personal con más intuición que fundamento práctico.
Lo que sí ha mostrado repetidas veces la historia es que uno se concentra en lo que le reporta beneficios a corto plazo, dejando al margen lo que no da beneficios o es relevante solamente en el muy largo plazo. En el caso de las operadoras, y por poco intuitivo que pueda parecer, su negocio es dar servicios de Internet, mover bytes arriba y abajo de hoy para mañana. No lo es mantener unas infraestructuras en condiciones y, ni mucho menos, en estado óptimo.
Si en España no tenemos una red mejor es, en gran parte, porque hay que amortizar la anterior, la que ya hay instalada, incluso aunque su substitución por una mejor pudiese dar mejor rendimiento (económico) a medio o largo plazo.
Si en España no tenemos una red mejor es, en gran parte, porque mientras aguante lo que hay, lo que da beneficios es mover bytes arriba y abajo. Y, como en la URSS quinquenialista, los incentivos de todas las cadenas de mando están concentrados en satisfacer las cuentas a corto, conseguir los bonos a final de año y contentar al jefe.
Sin embargo, Internet no es un servicio cualquiera ni la red que lo sustenta algo que pueda hacerse, deshacerse o replicarse de la noche a la mañana. Las redes de telecomunicaciones son infraestructuras estratégicas de primer orden. Como las carreteras, las vías, el espacio aéreo o las aguas jurisdiccionales, las redes de telecomunicaciones son vitales para la coordinación del tráfico de bienes y servicios analógicos, imprescindibles (por definición) para la provisión de bienes y servicios digitales, cruciales para la formación y la educación de aprendices y profesionales, crecientemente relevantes para el ejercicio de la participación ciudadana en democracia, clave para los cuerpos de seguridad, etc., etc., etc.
Y estamos dejando estas infraestructuras en manos de unas pocas empresas.
Que además se pelean en el patio del cole porque quieren más, más y más.
Más que salomónicos, lo que aquí procede es una solución gordiana, cortar por lo sano: la nacionalización de las infraestructuras.
El Estado, es decir, los ciudadanos, ya se encargará de mantener las infraestructuras, como mantiene todas las demás. Ello no significa, no obstante, que tome el control de su explotación, ni mucho menos: esta es una economía de mercado y a cada uno lo suyo. Lo que es de todos, de todos sea: las infraestructuras. Lo que es de unos, la explotación, el negocio, los servicios, los servicios sobre los servicios, para la libre empresa.
El Estado cobrará a cada cual según sus posibilidades, y con ello no solamente mantendrá la red, sino que la mejorará. Y lo que sobre — que sobrará — irá para escuelas y hospitales, que tampoco vamos sobrados.
El problema es que Telefónica no querrá soltarlas. No veo por qué, con lo que le cuesta mantenerlas y lo deficitarias que le son…
Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 29 septiembre 2010
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Hoy, día 29 de septiembre de 2010, hay convocada una huelga general contra la refoma laboral. A continuación — y con alguna que otra digresión — expongo los motivos por los cuales no voy a ejercer mi legítimo derecho a la huelga.
El cambio sistémico.
En los últimos años, y de forma acelerada, estamos viviendo (o sufriendo) la rápida transición de una sociedad industrial a una sociedad del conocimiento. Esta última se caracteriza por un cambio tecnológico profundo, centrado en procesos de digitalización a todos los niveles; en una globalización que añade el factor tiempo (la inmediatez) a la ya dominante internacionalización o mundialización; y un radical cambio en las estructuras de demanda (en el mercado de bienes y servicios, en el mercado de trabajo, en los mercados financieros), con un papel predominante de la información y las estructuras de red en su formación.
Esta transición es llamada por muchos revolución digital, tercera revolución industrial… revolución al fin y al cabo. Una revolución es una ruptura, un antes y un después, no es un resituarse, no es remozar la fachada: es un cambio de sistema.
Las instituciones democráticas, las instituciones educativas, los gobiernos, los partidos, la forma de ser activo en sociedad, la forma de producir cultura, muchos procesos de producción y otros tantos de distribución, los medios de comunicación… incluso la propia identidad están siendo cuestionados y transformados tan radicalmente que es probable que en dos generaciones sea difícil hacer comparaciones con lo que había «antes».
El vacío total.
Ante esta situación, los principales agentes socioeconómicos o bien no hacen propuesta alguna o bien «exigen» (hoy en día ya nadie pide nada) aplicar soluciones del pasado. Gobierno, oposición, sindicatos y patronal parecen estar de acuerdo en que nada ha cambiado — más allá de lo anecdóticamente coyuntural — y enarbolan consignas que a lo mejor han funcionado estos últimos 250 años. Antes del cambio sistémico.
Este es un momento tan desconcertante como apasionante para los científicos, analistas y estadistas. Apasionante por lo nuevo; desconcertante por lo desconocido. Dicen que la Economía es una ciencia que predice el futuro como si condujese un coche solamente mirando hacia atrás por el retrovisor. Así, puede que no sepamos qué hay delante del coche. Pero, definitivamente, sabemos qué dejamos atrás y, en cierta medida, por qué.
El pueblo de los Estados Unidos en la ficción de El Ala Oeste de la Casa Blanca tenía la suerte de tener un gran Presidente con un gran gabinete. Y no porque el Presidente fuese un Premio Nobel de Economía, sino porque leía. Leía él y leía todo su equipo, y había debate y disensión y, ante todo, ganas de aprender juntos. Se pasaban las noches leyendo informes, artículos académicos, opinión; y se pasaban el día debatiendo y argumentando sobre los mismos.
En nuestro país, el debate de las ideas es un vacío cósmico. Con toda su misma radiación y con toda su misma vacuidad.
Los medios por los fines.
Si de algo se habla aquí, es de los medios, pero de los medios como fines. La confusión de los instrumentos por los objetivos es escandalosa.
La huelga, cualquier huelga, no debería ser un referendo sobre los sindicatos. ¿Desde cuándo los sindicatos, su existencia, es el objetivo? El objetivo de los sindicatos, como el de las ONG, debería ser desaparecer, no perpetuarse.
Sindicatos y partidos han tergiversado completamente la acción democrática. Los partidos vencen elecciones y los sindicatos ganan huelgas. ¿Perdón? Unas elecciones no son una carrera: unas elecciones son decidir en quien se delegará la responsabilidad de intentar alcanzar unos fines (económicos, sociales… colectivos) con unos recursos (los de todos). Ganar, si se gana, es al final de la legislatura; y no gana el gobierno, gana la sociedad con la gestión de este. Y las huelgas, si algo tienen, como las guerras, son perdedores: jamás ganadores.
Cuánto más «ganan» los partidos y los sindicatos, más perdemos los ciudadanos: tiempo, esfuerzos y recursos consumidos en los instrumentos y no en los fines.
Tampoco podemos justificar las acciones ni por los éxitos pasados, ni por los actores que los consiguieron. Es falaz pensar que los aciertos pasados justifican, en sí mismos, las propuestas presentes o futuras. Lo que justifica una huelga no es el papel de los sindicatos en conseguir mayores cuotas de libertad y derechos para los trabajadores: lo que justifica una huelga son las propuestas que hay sobre la mesa y los fundamentos que las sustentan. En este sentido no puedo sino recurrir a la cuestión del cambio sistémico, el vacío ideológico y la confusión de los medios por los fines.
Entonces.
Entonces no iré a la huelga.
Rechazo una huelga cuyo planteamiento no comparto por centrarse en los síntomas y no en la enfermedad.
Rechazo igualmente una casta política (y aquí incluyo a los sindicatos) que no da la impresión de documentarse, de proponer constructivamente, de debatir los fondos y no las formas.
Rechazo así mismo los mal llamados grandes inversores internacionales, especuladores cortoplacistas asilvestrados por la globalización que han convertido otro medio, el dinero o la financiación, en otro fin en sí mismo, dinamitando el sistema desde dentro. La especulación financiera es a la Economía lo que la especulación con alimentos y vivienda es a los derechos humanos más elementales.
Rechazo, por último, la connivencia de los unos para con los otros y los otros para con los unos. Connivencia que tiene secuestradas las ideas, incrementa la distancia entre los que tienen y los que no, y mina, sobre todo, las posibilidades de que los que no tienen tengan.
Carlo Cipolla clasificaba los seres humanos en inteligentes, incautos, malvados y estúpidos, según sus actos beneficiasen o perjudicasen a uno mismo y/o beneficiasen o perjudicasen a los demás. Que cada uno se encasille donde pueda.
Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 12 septiembre 2010
Categorías: Política, SociedadRed
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En la última columna de Javier Marías para El País Semanal, Ustedes nos han hartado — reproducida en javiermarias.es —, el autor describe la pereza, aburrimiento infinito, gran desdén, desesperación, desaliento
que le provocan los políticos en España.
Marías se pregunta si no habrá en cada partido personas más inteligentes, menos pagadas de sí mismas, que no hablen como gañanes ni suelten tantas sandeces, que no roben y sean cabales
. Esta es una pregunta que yo personalmente me hago día sí y día también.
De vez en cuando uno cae en un blog de alguien que parece pertenecer a esa definición de un político mejor que la mayoría de los que aparecen en los principales medios de comunicación. De vez en cuando uno tiene la suerte de ir a un evento donde se ha invitado a un político a charlar, y cae en la cuenta que uno está tomando notas de ideas interesantes que aquel está proponiendo.
Los políticos buenos, como las meigas, haberlos haylos, pero deben estar enterrados bajo el aparato político.
Así, en el día a día, parece haber solamente dos perfiles:
- El primero, el político de las encuestas, el que Marías define como una persona
corrupta y ladrona, mendaz, desconsiderada y cínica, incoherente, contradictoria y con una cara que se la pisa
.
- El segundo, visto lo visto, el que traga con el primero. El que ante un caso de corrupción en el propio partido apunta a un caso (supuestamente) peor en las filas contrarias, en lugar de darle el empujón de gracia; el que siendo experto en una cuestión, aplaude las afirmaciones sandias e indocumentadas de su «líder», en lugar de corregirle con algo acorde con la realidad y los datos; el que calla su opinión por no «disentir», en lugar de enriquecer el debate a través del diálogo.
El problema es que el uso creciente de herramientas de creación de contenidos por parte de los políticos del «pelotón» (llamémosle la Política 2.0 «de verdad»), que dan su opinión en blogs o en servicios de publicación de vídeo, que conversan (aunque sea con los exiguos 140 caracteres) con los ciudadanos (o los votantes), que enlazan la opinión (favorable o contraria) de otros políticos, hace cada vez más insostenible la dicotomía anterior.
Cuando uno no sabe que hay políticos mejores que los que a uno le venden (literal, porque las elecciones son sobre la compra de una sonrisa forzada, no de un programa electoral), coge y se conforma con lo que hay. A lo sumo se resigna.
Cuando uno constata, sin embargo, el talento que hay en algunas filas y el poco o ningún peso o voz que se les da, la resignación da paso a la sublevación. Y las herramientas de la Política 2.0 son perfectas para dicha sublevación en el votante que sigue de cerca la vida política.
La cada vez mayor presencia de los políticos en todo tipo de medios, incluidos pseudo-blogs y pseudo-twitters y pseudo-facebooks, y la mayor independencia de algunos polílticos en sus poli-blogs y poli-twitters y poli-facebooks nos está llevando a una situación cada vez más insostenible intelectualmente.
Y digo intelectualmente, porque, para mi desazón, creo que los aparatos políticos se fortalecen, cierran filas y eluden la crítica y la reflexión gracias a los medios 2.0. El aparato está a salvo y con mejor salud que nunca, gracias.
Pero en el terreno de lo intelectual — no de la lucha por el poder — el panorama es espeluznante y cada vez más vergonzante: las alfombras bajo las que esconder la basura se están terminando y uno no sabe qué hacer ya para no tropezarse con ella.
Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 01 septiembre 2010
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Se atribuye a Séneca la frase «Errare humanum est, perseverare diabolicum», que traducida vendría a decir «equivocarse es humano, pero perseverar en el error es de tarugos rematados».
Como errar es humano, los medios de comunicación — producidos por humanos, por muy sorprendente que esta afirmación pueda sonar en muchos casos — contienen errores. En la prensa escrita esto es más grave, porque los errores perduran mucho más allá que el eco de las palabras en el área Temporal del cerebro. Para no perseverar en el error, se inventaron las fes de erratas. Como toda fe, el papel de las fes de erratas es en parte testimonio en parte acto de contrición. Testimonio y contrición de las erratas cometidas durante una edición anterior del periódico, normalmente la inmediatamente anterior.
En el mundo digital escrito, ante un error, hay varias opciones.
La primera es, simplemente, cambiar el texto original para la corrección. Aunque el resultado final queda limpio y repulido, siempre queda un cierto regusto a engaño y alevosía: «si ahora dice B y antes decía A, ¿qué no harán con las noticias de años atrás? ¿qué no harán con las declaraciones de aquel político que antes era tan simpático y ahora un completo desgraciado (porque ha caído en desgracia, se entiende)?
Para solucionar esto, algunos medios escritos digitales — y muy especialmente los blogs — ha optado por tachar los errores y poner la corrección a continuación, es decir, literalmente tachar los errores como si de una hoja de papel se tratara.
Otra opción es la tradicional fe de erratas, con dos particularidades: la primera es que en los medios impresos se tenía que rescatar el diario del día anterior para ver el contexto de la errata, la segunda es que si uno iba a la hemeroteca y daba con la pieza con la errata pero no a la de la fe de erratas, se llevaba la errata a casa a pesar de haber sido testimoniada y contricionada a posteriori. Hoy en día, los medios digitales permiten por un lado enlazar a la noticia original (la de la errata) desde la fe de erratas y, por otra, incluir la misma fe al inicio o al final del escrito original: sigue manteniendo la integridad del original y queda más elegante que la tachadura.
Hay, sin embargo, una última opción, y es empeñarse como un tarugo rematado en el error y no corregirlo. O, lo que es peor, no corregirlo aunque los comentarios de los lectores a la noticia lo hagan notar. Lo que, probablemente, pone de manifiesto un segundo error: habilitar la posibilidad de que el lector comente una noticia y o bien no leerlos o bien pasárselos por el arco de triunfo.
Eso es lo que le está pasando en estos momentos en el diario ABC en su versión digital, aunque podríamos encontrar ejemplos en otras cabeceras hasta llenar un blog entero.
En su noticia Un muerto al impactar un rayo contra un avión en el Caribe, el redactor de ABC confunde (el efecto de) la «Jaula de Faraday» con una «Campana de Gauss» en un error que debería hacer sonrojar al más desvergonzado. Los lectores llevan cuatro días (contando el mismo de la publicación) advirtiéndolo con más o menos humor los comentarios [nota: eran cuatro días al escribir el artículo original: ahora van ya 15]. Ni caso. Quizás en algún momento se corregirá (tal vez no), quizás se tachará o puede que haya una fe de erratas. Siempre nos quedará la captura de pantalla en el artículo de J. Miguel Rodríguez, mi fuente, en Salvados ¿por la campana? (De Gauss).
Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 26 agosto 2010
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Si en Ley y derechos digitales: entre el simplemente es y el debe ser se hablaba de como «son», «pueden ser» o «deben ser» las «cosas» en el ámbito estrictamente técnico, de la posibilidad factual, querría aquí centrar el debate en el ámbito de lo legal. Concretamente, querría hablar de las (abismales en algunos casos) diferencias entre lo que dice la ley, lo formal o textual, con lo que querría decir, su espíritu.
Y qué mejor que un par de ejemplos para clarificarlo.
Unos padres le dicen a su hija: «Si no apruebas todo en junio, no puedes ir de vacaciones con tus amigas este verano». Al llegar el verano, aparece por la puerta un chaval con su descapotable y se lleva de vacaciones a la chica, a pesar de haberle quedado una asignatura para septiembre. Según el «texto» de la «ley», la chicha ha cumplido: no se va de vacaciones con sus amigas, sino con el novio que acaba de echarse hace diez días. Según el «espíritu» de la «ley», la chicha debería quedarse sin vacaciones por suspender.
Ha habido varias sentencias exculpatorias a webs que proporcionan enlaces a archivos en redes P2P y que presuntamente violaban la ley de propiedad intelectual. Como explica Miquel Peguera la mera provisión de enlaces no constituye un acto de infracción de los derechos de propiedad intelectual. […] Si lo que se alega, y en lo que se fundamenta la demanda, es que los actos de demandado constituyen actos de reproducción y de comunicación pública, no parece posible otra conclusión que [desestimar la demanda]
. Queda claro, pues, que tomando la ley al pie de la letra (que es como hay que tomarla), las webs de enlaces son legales. Sin embargo, el espíritu de esa ley (aprobado su texto refundido en abril de 1996) era otro muy distinto.
Tanto en el primer caso como en el segundo nos topamos con dos problemas. El primero, la interpretación del texto: si somos literales, no cumplimos el espíritu de la ley; si reinterpretamos el texto según el espíritu (y no lo que está explícitamente escrito), podemos caer en la discrecionalidad. El segundo, los cambios en el contexto: los padres del primer ejemplo no sabían lo del novio, ni tampoco sabían que la probabilidad de suspender en la carrera es mayor que en la ESO; en el segundo ejemplo, en 1996 no había ni redes P2P ni webs de enlaces. Son estos cambios los que acarrean el desfase entre la forma y el espíritu. ¿Qué opciones tenemos?
Mantenernos fieles a la forma
En el terreno de lo digital y, especialmente, de la propiedad intelectual, esto es lo que han hecho las defensas de la inmensa mayoría de los casos que han llegado a los tribunales. Esta práctica no solamente es lícita, sino que, en mi opinión, es la que debe ser. Hay que evitar, a toda costa, «reinterpretaciones» de la ley que puedan derivar en discrecionalidad e inseguridad jurídica.
Ahora bien, fuera de los tribunales, también opino que es poco honesto no admitir que hay un desfase entre la forma y el fondo. Por muy legal que sea la actividad ante el texto de la ley, creo que sería justo reconocer que hay aspectos que una ley de 1996 no podía prever, aspectos que han cambiado tanto el panorama que lo hacen irreconocible a ojos de dicha ley.
Mantenernos fieles al espíritu
Mutatis mutandis, con toda la legitimidad moral que pudiese tener mantenerse fieles al fondo, al espíritu que inspiró una ley (y no a la textualidad de la misma), el riesgo de discrecionalidad e inseguridad jurídica es demasiado elevado como para que sea una buena opción.
Además, los cambios que hacen poco útil dicha ley también pueden afectar el espíritu con que fue redactada: en términos económicos (y son estos los que inspiran, por ejemplo, la ley de propiedad intelectual) es indefendible ni tan solo una vaga similitud entre un bien tangible y uno intangible, entre robar un bolso o un coche y «piratear» un archivo digital. Hay una distancia tremenda (a menudo insalvable) entre el ánimo de lucro y el beneficio personal, y hay una distancia tremenda (a menudo insalvable) entre el robo de un bien y el lucro cesante por el potencial decremento de ventas de un bien.
Por muy legítimo que sea el espíritu tras una ley, creo que sería justo reconocer que hay aspectos que una ley de 1996 no podía prever, aspectos que han cambiado tanto el panorama que lo hacen irreconocible a ojos de dicho espíritu.
Cambiar la Ley
Hay dos motivos, pues, para cambiar algunas de las leyes que, de una forma o de otra, afectan y se han visto afectadas por los profundos cambios habidos en el ámbito de la economía digital:
- Leyes cuya interpretación textual da resultados que están muy lejos del espíritu que las originó. Los padres del primer ejemplo quieren incentivar el esfuerzo a estudiar con la promesa de una recompensa en forma de vacaciones. El legislador del segundo ejemplo pretende proteger el monopolio sobre la propiedad intelectual de los bienes intangibles (no ha lugar decidir aquí si los padres son unos abusones, o si lo son el legislador y el propietario de los derechos: no juzgamos ahora la existencia de la ley, sino su funcionamiento).
- Leyes cuyo contexto ha cambiado tanto que aparecen dilemas y nuevos problemas fruto de la aplicación de la ley. La joven del ejemplo puede alegar que aprobar en la facultad no tiene nada que ver con aprobar en la ESO; y sus padres pueden considerar que el novio entra dentro del concepto «amigas» (aunque cambie el número y el género). Los usuarios de contenidos digitales y los ciudadanos en general tienen mil motivos para ver muchos de sus derechos amenazados por una aplicación subjetiva de algunas leyes; igual que quienes antes estaban protegidos por estas ven como algunos cambios tecnológicos los ha dejado en un limbo legal absoluto.
En mi ingenuidad, me gusta pensar que en los tribunales uno tiene que ir a defender lo suyo como pueda — por eso incluso el terrorista más denostable tiene derecho a una defensa —, pero que, fuera de los tribunales, en el ágora pública, deberíamos ser capaces de abrir debates constructivos, de progreso, no enrocados.
John Rawls proponía que las leyes se escribiesen tras un «velo de la ignorancia»: no sabes quién eres (blanco o negro, católico o judío, rico o pobre) ni qué te deparará el destino, ¿cómo diseñarás tus leyes? No sabes si eres una discográfica, un músico, un escritor, el propietario de un videoclub, un proveedor de servicios de Internet, un abonado al ADSL, un melómano, un cinéfilo, rico, pobre, joven, viejo ¿cómo diseñarás tus leyes digitales? ¿cómo protegerás tus derechos en la Sociedad de la Información?
Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 25 agosto 2010
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Enrique Dans, en su entrada Wikileaks no es bueno ni malo… simplemente es viene a justificar lo absurdo de perseguir a WikiLeaks y a sus promotores dado que la estructura de Internet permitirá una y cien veces el renacimiento de la iniciativa, con el mismo o distinto nombre, por los mismos o distintos promotores. Así, WikiLeaks no es ni bueno ni malo, «simplemente es».
Ya he dado a conocer mi opinión sobre WikiLeaks en otra parte, así que me centraré aquí en la parte del “simplemente es».
Creo que nos hacemos un flaco favor admitiendo que lo que no podemos controlar “simplemente es», porque nos va bien para lo que nos gusta, pero se nos girará en contra para lo que no nos guste.
La estructura de la red permite descargas de forma rápida y casi gratuita, y se pueden filtrar documentos secretos (secretos por seguridad o secretos por vergonzantes, no es esa la cuestión) de forma distribuida; eso “simplemente es». Y está bien que así sea (supongo), así que admitámoslo y claudiquemos. Quien ganaba dinero con ello, o quien ganaba escaños con ello, que cambie de modelo de negocio o se extinga.
La estructura de la red también permite entrar fácilmente en el ordenador de una persona y robarle sus datos bancarios (no haberlos dejado a la vista); también permite entrar en el de sus hijos, activar su webcam y traficar con sus fotos y jamás de los jamases poder borrar todas las copias existentes; eso también “simplemente es». Y está bien que así sea (supongo), así que admitámoslo y claudiquemos. Quien se creía seguro en la Red, o quien confiaba en la privacidad de sus hijos, que cambie de mentalidad o se extinga.
Técnicamente es más difícil compartir un archivo con copyright o subir documentos de la CIA a un servidor que soltarle un guantazo a la pareja de uno o rebanarle el pescuezo con el cuchillo de la cocina. La violencia de género «simplemente es», a qué tantos aspavientos.
Creo que a menudo tomamos el “puede ser” por el “debe ser», y el “debe o no debe ser” por el “simplemente es». Que la Ley esté desfasada (y lo está, y mucho) o que los modelos de negocio estén desfasados (y muchos lo están, y mucho), incluso que muchas mentalidades estén ancladas en el pasado y un tren les pasará irremediablemente por encima (y lo hará, lo veremos) no es óbice para claudicar de una convivencia ordenada, basada en aquello de «tus derechos acaban donde comienzan los míos».
Que los costes de la distribución online son mucho menores que la distribución de CD o DVD, eso simplemente es. Que por ello la música o el cine deban ser gratuitos… puede que sí, puede que no, puede que a lo mejor. Pero, simple, no es.
Que los costes publicar información en la Red son prácticamente nulos, eso simplemente es. Que haya que hacer públicos todos los datos (públicos, privados, corruptos o relacionados con la seguridad de los ciudadanos)… puede que sí, puede que no, puede que a lo mejor. Pero, simple, no es.
Que la sociedad suele ir por delante de la Ley, eso simplemente es. Que la Ley deba echarse a descansar… puede que sí, puede que no, puede que a lo mejor. Pero, simple, no es.