Nokia Siemens Networks hace tres años que publica su Connectivity Scorecard, una herramienta (más) para medir el estado del desarrollo de la Sociedad de la Información en el mundo, creada por el professor Leonard Waverman de la London Business School.
Como todos los índices compuestos, el Connectivity Scorecard tiene sus puntos fuertes y sus puntos débiles. Entre los débiles, como suele suceder, las ponderaciones y la construcción misma del índice. Entre los fuertes, sin lugar a dudas, el cálculo del índice según metodologías distintas según el país a analizar esté más o menos desarrollado. Esto último hace que los países sean comparados con los de su categoría y no con los que parten de un contexto totalmente distinto y que desfigura los análisis.
Con todo, a pesar de los puntos débiles y fuertes, similitudes y diferencias con otros índices, lo interesante es que las conclusiones son las mismas que aparecen una y otra vez en análisis de otras instituciones e investigadores.
Siempre en términos relativos a los demás países — es decir, que uno vaya bien en relación a los demás no significa que no se pueda mejorar ni que todo esté perfecto — España sigue destacando por el excelente trabajo de la Administración Pública en materia de Sociedad de la Información. Lo hemos apuntado ya aquí otras veces: la estrategia de Gobierno Electrónico en España es de las mejores del mundo y su impacto positivo en la adopción de las TIC está más que demostrado.
Esa apuesta por las infraestructuras tecnológicas en el gobierno no tiene, sin embargo, su espejo en la utilización así como en las competencias digitales en la misma Administración. La gestión del cambio, seguramente, es una de las mayores barreras para ello, tanto en el plano de los recursos humanos como en el legal, donde la Ley todavía va algo por detrás (aunque los esfuerzos han sido muchos y en muy buena dirección).
En el terreno de lo privado, la cosa no pinta tan bien. Tenemos estudios que indican que las empresas, sobre todo las PYMES y microempresas, tienen todavía un largo camino por recorrer tanto en materia de infraestructuras como, especialmente, competencia digital y aprovechamiento de las TIC para mejorar la competitividad y la eficiencia. El estudio de Waverman con el Connectivity Scorecard no hace sino reforzar las conclusiones sobre este aspecto.
En el caso de los ciudadanos — consumidores, según el Connectivity Scorecard — lo que sucede en la empresa es todavía más acusado en los hogares: infraestructuras francamente mejorables y un deplorable nivel tanto de uso como de competencias digitales.
Soluciones?
Los estudios de la OCDE sobre banda ancha insisten, una y otra vez, en que nuestro mercado de las telecomunicaciones no es competitivo (en el sentido de que no hay competencia) y que el usuario final (empresas y hogares) salen perjudicados, accediendo a peor servicio por mayor precio.
Cabe pues, con carácter de urgencia, incidir sobre el mercado de las telecomunicaciones para que haya más competencia, se eviten comportamientos monopolistas u oligopolistas, se incremente la oferta y la variedad de servicios, se mejore el tiempo de respuesta, se facilite el cambio de compañía, puedan entrar nuevos agentes, etc.
Por otra parte, la competencia digital como prioridad absoluta en cualquier acción de gobierno para la promoción de la Sociedad de la Información. Tenemos un país donde la gente aprende «informática» por su cuenta o consultando a amigos y familiares y donde los planes de alfabetización digital en la escuela no son tales, sino discutibles estrategias de infraestructuras. Es decir, no tenemos un plan: ni en la escuela ni, en absoluto, en la empresa.
Con ello, cerrar el círculo: apalancar el efecto de la Administración Electrónica para generar más demanda (tanto en los hogares como, sobre todo, en las empresas), y con esa mayor demanda el mayor uso asociado, que generará mayor demanda de competencias; mejores competencias darán mejores contenidos y servicios electrónicos (tanto en la esfera pública y la esfera privada), y vuelta a empezar.
No es, en absoluto, una tarea fácil. Pero, al menos, sabemos de qué mal vamos a morir y, en consecuencia, donde empezar a aplicar las soluciones.
Más información
Revista de Universidad y Sociedad del Conocimiento (RUSC), Monograph: Framing the Digital Divide in Higher Education, 7 (1). Barcelona: UOC.
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