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Desactivar el debate independentista para avanzar

Breve y parcial cronología de los hechos:

Sirva la digresión anterior para ilustrar hasta qué punto la política y la economía están secuestradas en Catalunya por el debate sobre la independencia. No querría que se me malinterpretara: esta afirmación no tiene nada que ver sobre si la independencia sería buena o mala, o aspirar a ella algo legítimo o no legítimo. Lo que estoy intentando decir no es que la cuestión de la independencia ha ido ganando importancia hasta situarse en primer plano, sino que el debate copa de tal forma la agenda política y social que el resto de cuestiones parecen haber salido de la agenda, del todo.

En el mejor de los escenarios, la cuestión social y económica se aplaza a un futuro hipotético: «cuando seamos independientes…». Es el escenario de la aproximación económica de la independencia, la independencia como instrumento para mejorar, la independencia del expolio fiscal o del España nos roba. En este escenario, todos los planes son a futuro.

En el peor de los escenarios, la cuestión social y económica no tienen futuro. La independencia no solamente es un fin en sí misma sino que es el fin. La el progreso económico y social, la equidad y la justicia social ni están ni se les espera. En la aproximación identitaria de la independencia el plan es la independencia y la independencia es el plan.

Por supuesto, el reverso de las anteriores — la independencia traerá el caos económico, la independencia es ilegítima y no será — es igual en composición aunque con signo distinto: la cuestión es que hay una expulsión absoluta de otros temas de la agenda política. Acuciantes temas, cabría añadir.

No querría aquí entrar en priorizar si estos acuciantes temas lo son más o menos que la cuestión de la independencia. Cada uno tiene sus prioridades.

En lo que sí querría incidir es en la incompatibilidad de debatir en paralelo la cuestión de la independencia y el abordar el combate de la crisis. Porque, a los hechos me remito, lo que venía siendo una tendencia en los últimos años se ha convertido en una total evidencia en los dos últimos meses: a pesar de los intentos de algunos partidos y de muchísimas plataformas ciudadanas, ha sido imposible mantener el debate sobre los famosos eje nacional y eje social en paralelo. Siempre ha pasado uno por delante del otro y, de forma inexorable, el ganador ha sido el eje nacional. Valga como ejemplo la visita de Alexis Tsipras a Barcelona el pasado 22 de noviembre. Ante la posibilidad de preguntar al líder de Syriza cómo su formación se ha convertido en abanderada — en Grecia y fuera de Grecia — de otra forma de hacer política y otra forma de entender la política, las primeras cuestiones en la rueda de prensa oficial trataron sobre cuál era su opinión sobre la independencia de Catalunya.

Considero, pues, necesario desactivar el debate independentista para poder seguir avanzando (o, al menos, parar la caída libre) en materia de sociedad y economía. Insisto: no digo que la independencia sea buena o mala, pero sí que la larga duración sobre el debate independentista sí que está siendo de una terrible malignidad. No se pueden aplazar ya más determinadas cuestiones.

De las diversas opciones que hay para desactivar el debate, personalmente prefiero la pacífica y, a ser posible, que transcurra dentro de la legalidad. A estas alturas de la partida, y desde un punto de vista muy personal, votar una formación soberanista me parece la mejor opción para desencallar el callejón sin salida en el que estamos metidos. No la única, pero seguramente sí la mejor opción de superar el debate es un referéndum vinculante sobre la independencia de Catalunya. Y esta opción es al margen de cuál sea su resultado final: el referéndum sobre la autodeterminación es, ahora mismo, la mejor salida para afrontar la crisis, porque sin él no habrá debate serio sobre la crisis, sobre el paro, sobre las hipotecas, sobre la privatización de la sanidad o de la educación o de la justicia, sobre el despilfarro de muchos gobiernos y la corrupción de muchos gobernantes.

Esta será mi opción en las elecciones autonómicas del 25 de noviembre de 2012. Esta y aquella que me garantice que, mientras no llega dicho referéndum, concentrará sus esfuerzos en volver a poner sobre la mesa de la agenda política la cuestión social y la cuestión económica. Aquella que dará por descontado que el camino — termine como termine — será largo y que no podemos sentarnos a esperar y ver qué pasa, cuando pase, si pasa.

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