Por qué y para qué los movimientos sociales

El Club de lectura ha convocado una sesión el 24 de enero de 2013 para debatir sobre el libro de Manuel Castells Redes de indignación y esperanza. Los movimientos sociales en la era de Internet, libro que repasa los principales movimientos sociales de los últimos meses (revoluciones árabes, 15M, Occupy Wall Street, etc.) y arroja algunas reflexiones sobre el futuro (¿presente?) de la política y su necesaria reforma.

La organización me ha invitado a ser quien conduzca la sesión, ante lo cual se abren dos opciones. La primera, intentar resumir el contenido del libro, lo que es injusto para quien trae los deberes hechos así como para el mismo autor del libro, que se ve recortado e interpretado de forma arbitraria. La segunda, intentar cubrir lo que el libro deja fuera, que en el caso de la presente obra son las dos preguntas que dan título a esta entrada:

  • ¿Por qué han sido posibles los movimientos sociales? Aunque Castells sí da datos sobre los movimientos que analiza en sí, deja bastante al margen (seguramente porque ya lo ha cubierto en su extensa obra) el marco global donde tienen lugar dichos movimientos y que es, en el fondo, el gran posibilitador es estos.
  • ¿Para qué — o «y ahora qué» — los movimientos sociales? O, dicho de otro modo, qué pasa, podría pasar o debería pasar o habría que hacer después de haber sido testigos (o protagonistas) de unas revueltas de naturaleza distinta a las de anteriores épocas.

Considero que ha llegado un momento de tablas en lo que al debate sobre los movimientos sociales — y la regeneración de la política en general — se refiere. Las posiciones están tomadas y los movimientos, tácticos, son poco productivos: no hay pedagogía y los argumentos se centran o bien en justificar el status quo o bien a defender un nuevo status quo donde la sospecha de reposición de unas élites por otras digitales (que no regeneración) está siempre en el aire. En este tablero donde es difícil avanzar, probablemente sea una buena idea, para alejarse de apriorismos y prejuicios, (1) analizar por qué y cómo han sido posibles los movimientos sociales para (2) ver, en consecuencia, cuáles pueden ser las líneas de actuación acorde con el sentido de la marcha de los cambios.

En esta línea, los puntos que me gustaría desarrollar y debatir durante el Club de Lectura son los siguientes:

¿Por qué los movimientos sociales? Respuesta rápida: porque las instituciones democráticas están en (múltiple) crisis y porque determinados instrumentos pueden facilitar el reemplazo de dichas instituciones por los ciudadanos (movimientos) directamente:

  1. Globalización y crisis funcional de las instituciones democráticas de los estados-nación.
  2. Digitalización y crisis organizacional de las instituciones democráticas de la sociedad industrial.
  3. Crisis financiera y crisis de gobernanza de las instituciones democráticas en una sociedad empoderada.
  4. Partitocracia y crisis de legitimidad de las instituciones democráticas en la democracia representativa.

¿Para qué / y ahora qué los movimientos sociales? Hay cuatro opciones (la primera de ellas casi una precondición), que pueden combinarse con distintas ponderaciones, dando como resultado del todo queda igual pero con ordenadores a la total revolución del sistema:

  1. Apropiación: las instituciones (y sus inquilinos) se hacen competentes digitales en un sentido estratégico, lo que les permite comprender el entorno y, sobre todo, anticipar cambios profundos del sistema. Ejemplos: asumir que hay nuevos choques de derechos en la Sociedad de la Información (p.ej. propiedad intelectual, derecho a la privacidad, a la libertad de expresión o al honor) que deben resolverse, que la participación electrónica es tan participación (o más) que la presencial, o que la transparencia y la rendición de cuentas cambian de definición en una sociedad digital.
  2. Adopción: las instituciones deben actualizar su caja de herramientas y abandonar las que son obsoletas, en un simple y puro ejercicio de eficacia y eficiencia. Ejemplos: el paso de la política de mitin y cartel y papel a una política de redes sociales y documentos en línea; o la apuesta decidida por la administración y la democracia electrónicas.
  3. Mejora: las instituciones deben optimizar los recursos pensando en digital por defecto, rediseñando procesos pensados para las barreras físicas del tiempo y el espacio. Ejemplos: apostar por políticas de datos abiertos y gobierno abierto, que trasladen responsabilidad (y tareas) al ciudadano; cambiar la naturaleza de de la publicación de información, los trámites administrativos y la comunicación con el ciudadano, de forma que sean posibles más y mejores consultas a los ciudadanos, plataformas para la deliberación.
  4. Transformación: las instituciones pueden abandonar las funciones que se han vuelto totalmente marginales o inútiles, cediéndolas a otros actores, para liberar recursos que concentrar donde la institución aporta más valor. Ejemplos: virar hacia estrategias centradas en proyectos con la concurrencia de otros partidos y plataformas ciudadanas, aunando recursos y dando visibilidad a iniciativas políticas de «marca blanca» que persigan la idea por encima del rédito político; convertirse en facilitadores y promotores de los actores con relación directa con las problemáticas a resolver (porque son quienes sufren la problemática, porque son expertos reputados en haber resuelto otras similares) en lugar de pretender liderar los procesos.

En mi opinión, estos «para qué» emanan directamente de las respuestas a las preguntas de «por qué». Y, como decía antes, en función del peso que se ponga en cada punto — o de la velocidad o resistencia que se le imprima a cada caso &mdahs; el resultado será uno u otro, con más o menos o diferentes damnificados por el camino.

De momento, seis millones de parados, corrupción política y fraude fiscal camino de ser generalizados, destrucción de tejido social y económico que tardará años en regenerarse y un país al borde de la revuelta. ¿O es que, de verdad, puede sostenerse esta tendencia — que agrava la situación — durante mucho tiempo más? ¿Hacen falta más indicios para pararse a pensar si la situación actual, como dice Joan Subirats, es cambio de época en lugar de una época de cambios?

NOTA: he dejado de lado en esta reflexión todos los aspectos relativos a conseguir cambios en materias o reivindicaciones concretas (p.ej. acceso a la vivienda) y me he concentrado en la cuestión de la regeneración democrática que apunta Castells en el último capítulo del libro. No obstante, creo que los logros concretos o coyunturales no serán en modo alguno ajenos a los logros de calado democrático o sistémico — o, de hecho, al revés.

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La mercantilización de la política: entrevista a Manuel Castells

La política es esencialmente mediática y, por tanto, adopta el lenguaje mediático caracterizado por la lógica del entretenimiento y el escándalo para ganar audiencia. Así se simplifican los mensajes políticos, se personaliza la política y se generaliza la política negativa basada en el denigramiento del adversario. Todo ello conduce a un desprestigio de la clase política y socava la confianza de los ciudadanos en sus representantes. Pero no son los medios los que activan los escándalos, son los propios políticos, utilizando los medios para sus fines, en connivencia con los intereses de los medios para ganar audiencia.

Así se despacha Manuel Castells con la clase política en la entrevista que le hace Anna Sánchez-Juárez en la UOC y a la que llego a través de Javier Velilla.

La entrevista trata sobre lo que Castells explica en su nuevo libro, Communication Power (Comunicación y Poder en Ariel). Podéis haceros una idea del libro leyendo el comentario que hace del libro Christian Fuchs en Some Reflections on Manuel Castells’ Book “Communication Power”, la reseña del seminario Manuel Castells: Politics and Internet in Obama era, o un artículo del propio Castells: Communication, Power and Counter-power in the Network Society.

Me quedo con la frase de Fuchs, con traducción bastante libre: Nuestra principal tarea en el ámbito de la poítica sería, ahora, la de desarrollar un contra-poder contra la mercantilización de todo, especialmente la política.

En eso estamos, en la mercantilización de la política. Como cualquier otra empresa, los partidos publicitan sus productos (candidatos) para mantener su cuota (asientos) de mercado (en el gobierno). Como el candidato es lo que se vende, las ideas y proyectos han pasado a segundo plano, desapareciendo del debate y, a la larga, de las agendas de los partidos. ¿La prueba del nueve?

  • Un partido no dice qué va a hacer, o cuáles son sus ideas, sino qué no va a hacer o cuáles no son sus ideas. Recurso útil en algunos casos, pero la definición por negación acaba siendo poco constructiva, especialmente cuando desaparece lo que uno negaba: se acabó la crisis, ¿qué propones ahora para que se sostenga la economía a largo plazo?
  • Un partido se define en oposición a otros partidos, nunca en términos absolutos (parecida a la anterior, pero no exactamente igual: ahora que el gobierno está en la oposición… ¿qué?).
  • La dialéctica del y tú más que (a) no propone nada para el futuro (b) porque acaba remontándose a tiempos inmemoriales (y tú más en 1890…)
  • La incesante petición de dimisiones, algunas veces justificada, otras muchas no
  • El cerrar filas en defensa de sus candidatos y miembros del partido ante cualquier imputación judicial, amparándose en la presunción de inocencia (legítimo) pero jamás condenando hechos o conductas en general.
  • No hemos sabido transmitir nuestro mensaje al electorado. Sí, lo habéis hecho, y muy bien. El problema es que el contenido del mensaje transmitís es una porquería.
  • Vamos a ganar / Vamos a ganar a. Muy bien. Y yo, ¿qué gano? ¿Esto iba de ganar o de aportar algo para construir?

En definitiva, publicidad y mercadotecnia, saturación del ágora de debate pero no para debatir, sino para entretener (peor que mejor).

Pero la web 2.0 dará luz a una nueva era de Política 2.0 donde la ciudadanía participará y hará oir su voz. Puede. O puede que no. Por una parte, González Bailón ya nos advierte que Internet no es muy distinta, en términos de concentración y control, de los medios de comunicación tradicionales. Por otra parte, si «inventamos» la democracia representativa es por los costes de ejercer nuestros derechos democráticos (informarse, debatir, crearse una opinión, etc.) en todos y cada uno de los temas que nos conciernen. La democracia directa es una interesante propuesta, pero ¿quién tiene el tiempo y los recursos para intervenir, directamente, en todas las cuestiones públicas? De momento, los partidos.

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