¿Hace falta el Partido X, Partido del futuro?

Hoy se ha presentado oficialmente el Partido X, Partido del futuro, tal y como sus impulsores habían ido avanzando en su canal de Twitter, Facebook o YouTube. Si el medio es el mensaje, el mensaje está claro: el Partido X nace en una sociedad plenamente digital, sin fronteras, sin centros neurálgicos ni jerarquías, y donde basta un acceso a Internet para informar y estar informado, para dialogar, para participar, para contribuir.

Ante la poca información que ha habido — y todavía hay — sobre la formación en sí, así como lo que reivindica o propone, ha sido interesante ver cómo la incipiente entrada de un nuevo partido en la arena política ha sido recibido en algunos casos con fuertes críticas a (1) los objetivos y (2) las formas — en suma, una enmienda a la totalidad.

Me gustaría repasar estas críticas a la luz de lo que sabemos hasta ahora.

Programa / objetivos

El principal objetivo del partido es Democracia y punto: democracia representativa enriquecida con democracia directa, redacción colaborativa y abierta de leyes, transparencia. Y variaciones y combinaciones de estos conceptos.

Se critica al nuevo partido que estos no son objetivos reales o ambiciosos, u objetivos reales y que abarquen el conjunto del ámbito de actuación de la política, sino objetivos parciales, u objetivos sobre las herramientas, dado que la democracia no es un bien en sí mismo sino un medio.

Sobre si tener por objetivo la democracia es un objetivo parcial, cabe recordar que hay partidos que defienden a las mujeres, al medio ambiente, o a los animales. Incluso si tenemos en cuenta la democracia como un conjunto de instituciones, instrumentos al servicio de otros fines, también tenemos partidos que defienden otras instituciones como, por ejemplo, la familia. Si en ninguno de estos casos parece descabellado que un partido haga una apuesta por una cuestión en concreto, ¿por qué debería ocurrir lo contrario con Partido X? Es más, se pueden trazar los postulados del partido años atrás hasta el Partido de Internet — que se concentra en devolver la soberanía al ciudadano, restándola de los representantes electos, o en algunas de las posiciones que defiende el Partido Pirata (como la forma de trabajar de su capítulo alemán). Partidos que conviven con total naturalidad con otros más tradicionales.

Dicho esto, el objetivo de ¿Democracia y punto es pertinente?

Repasemos un par de gráficos:

En resumen: más desencanto con la política, más abstención, creencia que la situación política es mala y empeorará, convencimiento de que los políticos y la corrupción son el tercero y cuarto mayores problemas para los españoles. Se me antoja que pedir más y mejor democracia es, como poco, muy acorde con los tiempos y las inquietudes de muchos ciudadanos.

Forma

Separemos, dentro de la forma, lo que se refiere estrictamente a la estética. Resetear, venir del futuro, hacer un ERE en el Congreso… no es la forma en que yo me expresaría. Pero es, al fin y al cabo, cuestión de estilos, de gustos. Mientras haya respeto por los demás — y lo hay —, nada que objetar.

Pero fuera de la estética hay otras cuestiones formales. Cuestiones que para mí son relevantes.

El Partido X ha querido mantenerse en el total anonimato — aunque es evidente que tampoco se han mantenido en el total secreto y clandestinidad: contactos ha habido. Pero sí ha trascendido el motivo: no personalizar, no capitalizar en individuos el mensaje. También ha trascendido la forma cómo se ha gestado el partido: durante un año, en red, unas 90 personas han participado en su creación. Y también es explícito lo que debe ir sucediendo ahora: participar, si se quiere.

La comunicación del Partido X es en red y es previsible que así lo siga siendo. ¿Interlocutores? La rueda de prensa es distribuida, global y en tiempo real, como ya sucedió en el 15M, y como seguramente veremos cada vez más con el paso del tiempo: la adhesión a las ideas, a las plataformas, se hará por comunicación, y la comunicación será la adhesión. Las personas, los «líderes», en cierto modo, quedan al margen para dar más relieve a las ideas.

Pero no solamente la comunicación es en Red: el partido es en Red. Como en el caso de las CUP catalanas — un ejemplo paradigmático de los nuevos partidos-red que con mucha probabilidad están por venir — el Partido X nace de asambleas locales, formadas al calor de las acampadas de los indignados, de las plataformas por el derecho a la vivienda, a la sanidad y la educación públicas. No hay personas delante un partido, sino que hay ideas sustentadas por personas, que se articulan alrededor de estas ideas.

Fijarse en la arquitectura del Partido X es leer un programa electoral implícito, un programa que se lee entre líneas digitales. Reza el refrán: haz lo que yo te diga pero no lo que yo haga. Esta ha sido la política de la Política en los últimos años en España: desde el referéndum de la OTAN (de entrada, no ¿no?) hasta el recorte en las pensiones. El Partido X opta por lo contrario: predicar con el ejemplo: desintermediación dentro del partido con estructura totalmente plana, la posibilidad de votar con clic, participando directamente en la creación de ideas y propuestas, optando por un concepto de transparencia que va de abajo-arriba y no de arriba-abajo.

Sentido del Partido X

Encabezaba esta reflexión con una pregunta: ¿Hace falta el Partido X, Partido del futuro?

Se me ocurren, al menos, dos motivos importantes por los cuales este partido es necesario.

El primero es poner sobre la mesa todo lo dicho hasta ahora. Es decir, sensibilizar a los ciudadanos de que la calidad de las instituciones democráticas puede y debe mejorar. Por una parte porque hay quienes las utilizan para fines para los cuales no fueron diseñadas. Por otra parte, porque el mundo ha cambiado radicalmente con la irrupción de Internet, y las instituciones se han quedado rezagadas en su adopción, mejora y transformación de sus funciones. Y aunque parezca que los ciudadanos están sensibilizados a tenor de los barómetros del CIS, las urnas parecen todavía decir lo contrario. Hay otras formas de hacer política, otras formas de concurrir a un proyecto cívico, incluso sin salir de las instituciones democráticas, transformándolas desde dentro. Lo que nos lleva al segundo punto.

El segundo es porque — y esto es una opinión muy personal — muchas instituciones no están preparadas para ser cambiadas desde fuera, tanto por la inercia que llevan como por los bastiones de resistencia que algunos de sus ocupantes edifican desde dentro. Montar un partido, aunque pueda parecer una contradicción con todo lo dicho hasta ahora, es el lenguaje que habla la política en este país. Y aunque personalmente no comparto que la política solamente suceda en las instituciones — lo que algunos han venido a llamar la Política con P mayúscula — sí comprendo que la primera aproximación probablemente es mejor hacerla por los canales establecidos. Por arduos y arcanos que puedan llegar a ser.

Dicho esto, ¿hasta dónde llegará el Partido X? Quién sabe. Probablemente lo mejor que podríamos hacer es aprender de la experiencia, que promete ser compartida, abierta, participativa. Probablemente el destino del Partido X no sea gobernar, sino que quienes gobiernen lo hagan mejor. Eso ya sería todo un triunfo.

NOTA: no tengo ninguna vinculación formal con el Partido X.

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La abstención como catalizador del tercer eje político

Esta es una entrada en dos partes sobre los resultados de las elecciones autonómicas catalanas del 25 de noviembre. El análisis se centra en si, además de los llamados eje nacional y eje social, hay un tercer eje que se opondría a la forma de hacer política de los partidos tradicionales con partidos más abiertos, más horizontales, más participados, es decir, incorporando como eje una mejora de la calidad democrática. En la primera parte, Otro análisis del 25N: de los partidos tradicionales a los partidos red apuntamos algunas definiciones y damos rienda suelta a la imaginación. En esta segunda parte, La abstención como catalizador del tercer eje político aprovechamos los datos preelectorales de Metroscopia para ahondar en el tema y ver la abstención como un colector de indecisos/indignados que después reactiva al electorado hacia los partidos del tercer eje.

Comentábamos en Otro análisis del 25N: de los partidos tradicionales a los partidos red que además de los consabidos eje social (izquierdas vs. derechas) y eje nacional (catalanismo vs. españolismo), en los resultados de las elecciones autonómicas del 25N en Catalunya podría haber indicios de un tercer eje en emergencia: el eje tradicional/en red.

Para ilustrarlo, dibujábamos un esquema que venía a ilustrar una suposición: los partidos tradicionales — el llamado bipartidismo PP-PSOE, que en Catalunya suma un tercer partido, CiU — se veían drenados de votos que alimentaban a otros partidos más pequeños, más flexibles y, sobre todo, más enraizados en las plataformas y movimientos ciudadanos, con las CUP como partido paradigmático.

Lo que sigue es un análisis ya no basado en la intuición, sino en datos, basados esta vez en la encuesta preelectoral del 18 de noviembre de 2012 que Metroscopia realizó para El País.

En la siguiente tabla se presenta la transferencia de votos de un partido a otro, así como los ciudadanos que solían abstenerse y que decidieron ir a votar:

Los dos siguientes grafos presentan los flujos netos entre partidos de las tablas anteriores. El grueso de los nodos es proporcional al total de votos obtenidos. El grueso de las aristas o flechas que unen cada nodo corresponden, en el primer caso, al total de votos, y en el segundo caso, a la proporción de votos que una formación recibe en relación al total de votos obtenidos. Como se puede deducir, el sentido de la flecha representa el sentido del resultado neto de trasvase de votos entre dos formaciones.

Grafo del trasvase de votos el 25N
Elaboración propia a partir de Metroscopia.
[Clic para ampliar en ventana nueva]
Grafo del trasvase de votos el 25N
Elaboración propia a partir de Metroscopia.
[Clic para ampliar en ventana nueva]

Algunas observaciones rápidas que ya da cuenta de ellas José Pablo Ferrándiz Magaña en el artículo original de El País:

  1. Lo primero que podemos observar en los grafos es lo que fue más evidente la noche electoral: el incremento de participación, representado aquí por esas flechas grises que van de la abstención a alimentar a la mayoría de partidos.
  2. Lo segundo, la centrifugación de CiU en beneficio de prácticamente todos los demás, la centrifucgación del PSC sobre todo hacia las izquierdas, así como la «reabsorción» de SI por parte de ERC.
  3. La activación del voto con todo tipo de (presuntos) motivos: para reforzar el españolismo (PP, PSC, Cs), reforzar el catalanismo (ERC, CUP) y para castigar al gobierno de derechas (ERC, CUP, ICV)

Dicho esto, ¿qué más podemos interpretar de los datos?

Por supuesto, el gran crecimiento de las CUP y de Ciutadans, pero un crecimiento que no bebe en su mayoría de otros partidos, sino básicamente de la abstención. Al margen de los motivos que hacen reactivarse a todo ese electorado que se abstenía (sea el eje nacional en un sentido u otro, sea el eje social), la cuestión es que ese electorado no se reactiva volviendo a su partido de origen, sino que va a partidos o bien de nuevo cuño (CUP) o bien con un estilo y discurso muy distinto (aunque sea en las formas) de los partidos tradicionales (Cs). Aunque habría que ir a los datos oficiales de elecciones anteriores, es evidente que esa gran bolsa de abstención ha sido alimentada a lo largo de los años por los grandes partidos: CiU, PSC (seguramente quien más) y PPC (seguramente menos en unas elecciones autonómicas).

Lo mismo sirve para ICV-EUiA y, sobre todo, ERC: el crecimiento de ambas no se explica (creo) solamente por una reactivación del electorado, sino por una reactivación en un determinado sentido: de mayor flexibilidad o de mayor cercanía a la ciudadanía, las plataformas ciudadanas y, en definitiva, a los movimientos sociales que han zarandeado la sociedad española y catalana los últimos 18 meses (por acotar en el tiempo).

Podemos ver, no obstante, como CUP y Cs siguen marcando la diferencia, dado que no solamente recuperan abstencionistas para sí, sino que también provocan trasvases de otros partidos a sí mismos dentro de una cierta afinidad ideológica.

Cabría preguntarse si, más allá de lo excepcional de las elecciones del 25N, empezaremos a ver una vuelta atrás en la abstención. Una vuelta atrás en el sentido de que, habiendo vaciado a los principales partidos de votantes decepcionados o directamente indignados con su gestión y, sobre todo, con su forma de hacer, ahora vendrá a alimentar a partidos mucho más cuidadosos con la participación, la democracia interna… o también una catalización hacia una anti-política y una forma de hacer populista, que es la cara opuesta de esa democracia más deliberativa y participada de los partidos de fuerte componente local.

Dicho de otra forma, se me antojan tres vías de evolución a medio plazo de la actual situación de desencanto, deconfianza y desafección política:

  1. Los grandes partidos siguen igual, la abstención engrosa, las instituciones se vacían de legitimidad y el caos acaba desembocando en rebelión, habida cuenta de que la situación de desgobernanza es ya insostenible.
  2. Los grandes partidos siguen igual, la abstención devuelve votantes, pero lo hace hacia partidos extremistas y populistas, relajándose la situación en la superficie («éstos tienen la solución») pero empeorando en el fondo. Es lo que probablemente hemos visto en Europa los últimos 10 años.
  3. Los grandes partidos siguen igual, pero la abstención devuelve votantes hacia nuevos partidos y formaciones, organizados de forma más horizontal y fuertemente vinculados con las plataformas ciudadanas. Las instituciones reciben nueva sangre, tanto en su composición como en las formas, y se recupera paulatinamente la gobernanza del sistema.

Personalmente, me gustaría que fuese lo tercero.

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Discriminación del catalán, discriminación del castellano

Admitámoslo: el castellano está discriminado en Catalunya. No es una opinión ni una intuición: hay todo tipo de ordenamientos jurídicos que promueven una discriminación del castellano al dar un trato prioritario al catalán. Sucede en educación, pero sucede también en muchos otros ámbitos de la sociedad.

Pero no se detiene aquí el afán discriminador de los catalanes.

También se discrimina a los ricos, que pagan tanto en términos absolutos como relativos mucho más en impuestos que sus compatriotas de menor renta. Y no solamente pagan más, sino que habitualmente reciben menos: los gastos en servicios sociales, transporte público colectivo o subsidios a determinados bienes suelen quedar fuera de los intereses de las clases con mayor poder adquisitivo.

Se discrimina también a los hombres en contraposición a las mujeres. Además de algunas normas que las favorecen o protegen de forma explícita, gozan también de beneficios indirectos por su condición de madres que los padres, como mucho, pueden aspirar a igualar, pero que suelen quedar por detrás en su disfrute.

¿Y los que pasan una determinada edad? La inmensa mayoría de adultos se ve discriminada en su condición de no-jóvenes de tantas y tantas ventajas sociales a favor de quienes no han sobrepasado todavía un determinado umbral de años: descuentos jóvenes, becas, premios, tasas especiales.

Peor todavía es la discriminación, claro, por no haber cumplido una determinada edad. Es decir, la discriminación que sufren lo que, sin ser jóvenes, no son lo suficientemente viejos para descuentos o gratuidad en transportes públicos, medicamentos, viajes, hogares de ancianos y residencias.

Hay más, hay muchas más discriminaciones: por no tener una discapacidad, por no tener suficientes hijos, por no hacer una actividad económica relacionada con la cultura o con la educación…

Todas estas «discriminaciones», sin embargo, no son fortuitas, sino deseadas y consensuadas por el grueso de la comunidad: se conoce con el nombre de discriminación positiva aquella que tiene por objetivo cerrar una brecha de desigualdad creando otra desigualdad de signo opuesto. Con ello se pretende compensar la desigualdad inicial para acelerar su desaparición o para sentar unas bases de equidad fuertes que dificulten su reproducción. Así es como «discriminamos» positivamente a pobres para que tengan igualdad de oportunidades, a las mujeres para luchar contra el sexismo, a los jóvenes para que puedan formarse e integrarse en la sociedad, a los mayores para que no se descuelguen de esta al dejar de ser «productivos», a los discapacitados para hacer su discapacidad irrelevante, a los hijos porque se ha acordado que la natalidad es buena, lo mismo que la cultura y la educación…

La discriminación positiva no es un ataque al fuerte, sino un asidero especial a quien está en desventaja. La discriminación positiva es destinar más horas y recursos al hijo que perdió horas de clase por una enfermedad, sin por ello dejar de querer a su hermano.

El castellano y el catalán son dos hermanos de la misma madre. Y el catalán ha ido perdiendo innumerables horas de clase al haber enfermado varias veces: desde el virus de Felipe V hasta el cáncer de Francisco Franco. Y es por ello que merece una discriminación, una discriminación positiva.

Y la prueba de que es una discriminación positiva (y no negativa) es que el resultado es una mayor equidad entre ambas lenguas, tanto en la esfera privada como en la pública, equidad que se pone a prueba cada día por las inercias del pasado (el cáncer tiende a la metástasis), las oleadas de inmigración (que traen consigo el castellano o lo adoptan por lengua más universal), el solapamiento de administraciones e instituciones que no tienen como lengua cooficial el catalán (aunque sí sirven a estos ciudadanos y contribuyentes) o el aluvión de contenidos a los que se puede acceder gracias a la digitalización (de texto, sonido e imagen).

La pregunta relevante no es si el catalán o el castellano están discriminados en Catalunya, sino por qué deberían estarlo. Como de costumbre, las preguntas que empiezan con «por qué» suelen ser las más difíciles de contestar. Y por ello las pasamos alegremente por alto.

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Desintermediación en democracia ¿en qué sentido?

¿Es la democracia directa, la proliferación de referendos y consultas ciudadanas, la única forma de desintermediar el ejercicio de la democracia?

A menudo parece que la única respuesta a dicha pregunta es un sí rotundo. Las Tecnologías de la Información y la Comunicación — Internet, la telefonía móvil… — han supuesto, sin duda alguna, una revolución en el potencial de la participación directa: información ingente, ubícua y a coste prácticamente nulo; incontables formas de deliberar y negociar con nuestros pares, sin límites de espacio ni de tiempo; crecientes posibilidades de emitir votos u opiniones de forma fiable y segura; etc.

Sin embargo, y a pesar de las grandes oportunidades que ofrecen dichas tecnologías, hay dos grandes barreras que todavía estamos lejos de salvar:

  1. Que el ejercicio de la democracia directa requiere tiempo, mucho tiempo: informarse, deliberar, negociar y, finalmente, votar, para después pasar cuentas con quien ha implementado la política elegida. Todo el tiempo que uno pasa “votando” no lo pasa “pagando la hipoteca”. Votar, pues, tiene un coste por mucho que reduzcamos las barreras técnicas que dificultan su ejercicio. El coste del tiempo invertido en el ejercicio de la democracia o, mejor dicho, el coste de oportunidad de dejar de hacer otras cosas por tener que participar, como por ejemplo ganarse el propio sustento o pasar más tiempo con los seres queridos.
  2. Que el ejercicio de cualquier modalidad de democracia pasa por ejercer un voto bien informado, y que para estar bien informado no basta con tener acceso a la información y poder leerla, sino que hay que comprenderla. Y comprender una determinada información a veces hay que realizar grandes inversiones en comprender información previa más elemental: ¿cuándo hay que desmantelar una central nuclear?, ¿qué terapias deben financiarse con fondos públicos? o ¿cuál es el presupuesto óptimo de un ministerio de cultura? no tienen respuesta ni inmediata ni fácil sin antes una profunda y amplia comprensión de la materia así como de su contexto.

Estas dos barreras no son en absoluto menores y son, en cierto modo, insalvables si nos obstinamos en en ese óptimo ideal de la democracia directa pura. Mientras queremos volver a la antigua democracia griega nos olvidamos que, entonces, la mayoría de ciudadanos o lo eran de segunda clase o eran, simplemente, esclavos que convertían el ejercicio de la democracia en, de hecho, un trabajo a tiempo completo.

Entre ese óptimo ideal de participar en literalmente todo — irrecuperable salvo que degrademos o esclavicemos a gran parte de los ciudadanos — y dejar las cosas como están cediendo toda la soberanía a los representantes electos, hay al menos tres vías posibles que, además, son más que factibles.

Comportamientos emergentes y reconocimiento de patrones

Hay un clásico durante las campañas electorales que es el del político entrando en un mercado y, besuqueo de niños mediante, le pregunta a la pescatera o al camarero de la tasca “qué es lo que le preocupa” y “qué es lo que habría que hacer para resolverlo”.

Convertida Internet en un mercado y en una tasca global, abierta todo el día para todo el mundo, donde cualquiera puede opinar y decir “qué es lo que le preocupa” y “qué es lo que habría que hacer para resolverlo“, no deja de ser sorprendente no lo poco que se llega a escuchar, sino lo mucho que se llega a despreciar el medio como lugar para hacerlo. Cabe preguntarse si lo que se desprecia es Internet o la población en general, también las pescateras y los camareros de bar.

Con sus sesgos, con sus altercados, con su intoxicación informativa, con todos sus fallos, Internet proporciona información en cantidad y en calidad para quien sabe escuchar. Y saber escuchar no es arrimar la oreja a esas cámaras de resonancia que nos dan la razón, o a dos o tres voces más o menos populares en la Red que se cierran sobre dos o tres lemas machacantes. Se trata de unir los miles de millones de puntos para que al final nos den como resultado una figura. Se trata de entender cada pequeña opinión, cada me gusta, cada comentario como millones de microvotos que no tienen peso en sí mismos, pero que ganan masa y velocidad una vez combinados y puestos en relación unos con otros.

Partidos abiertos

Un siguiente paso incluye ese mismo saber escuchar, pero esta vez dentro de las instituciones tradicionales de la democracia, especialmente los partidos.

Es una afirmación vehemente pero ampliamente difundida el decir que los partidos se han convertido en perfectas maquinarias de expulsar talento. Las complejas estructuras internas, verticales y jerarquizadas, con adscripciones a largo plazo y que fomentan la no disensión, acaban pasando por encima de participaciones más horizontales, puntuales, especializadas en un aspecto o interés concreto.

Si las jerarquías podían justificarse en aras de la eficiencia y la eficacia para organizar la empresa de ganar votos, Internet pone en tela de juicio ambos supuestos: ni la jerarquía es necesariamente más eficaz ni más eficiente.

Por contra, en el acto de decidir quién forma parte del partido y quién no, quien forma parte de la ejecutiva o la sectorial y quién no, necesariamente optamos por dejar fuera una importante cantidad de capital humano.

Los partidos pueden buscar talento más allá de la filiación política, de la adscripción al partido. Los partidos pueden colaborar puntualmente con plataformas ciudadanas, con ONG, incluso con otros partidos en cuestiones que les sean comunes — aunque difieran en otros puntos de los respectivos programas.

Este tipo de colaboración más horizontal requiere valentía: valentía para colaborar con “oponentes” políticos, valentía para poder actuar bajo “marcas blancas” para hacer visibles las políticas y no los políticos. Valentía, al fin y al cabo, para trabajar para los fines y no para los instrumentos (los partidos).

Participación híbrida

Por último, y sin necesidad de prescindir o reemplazar instituciones de la democracia representativa como los parlamentos o los partidos, sí es posible prescindir de algunas de sus funciones trasladándolas directamente al ciudadano.

La primera función con opciones a ser reemplazada ha sido, porpularmente, el voto. No el voto para elegir los representantes de los ciudadanos, sino el voto de dichos representantes para elegir las políticas públicas que se llevarán a cabo o las normas que van a regular la vida de los ciudadanos.

Vale la pena apuntar que el voto no es sino una pequeña fase del ejercicio de la democracia, precedido por la información, la deliberación y la negociación, para ser seguido por la transparencia y la rendición de cuentas.

Más allá, mucho más allá de la mera substitución de unos representantes por unas urnas virtuales, lo interesante es poder mejorar, enriquecer, el resto de procesos. Iniciativas como Democracia 4.0, herramientas como Liquid Feedback usada por el Partido Pirata alemán, o propuestas como el hybrid model of direct-representative democracy persiguen mantener las instituciones de la democracia representativa a la vez que pretenden (re)introducir al ciudadano en las mismas: en la medida que quiera, en la medida que pueda.

Se trata de que la información no circule únicamente entre instituciones o dentro de ellas, sino también entre los ciudadanos. Se trata de que estos puedan deliberar entre ellos así como con sus representantes electos, apuntándoles sus necesidades, contribuyendo con sus conocimientos especializados. Se trata de que en la elaboración de prioridades que persigue la negociación no se deje nada ni nadie de lado, a ninguna voz por escuchar. Se trata, también, por qué no, de recuperar la facultad de votar directamente cuando uno así lo considere conveniente. Se trata, por último, de realizar una acción de rendición de cuentas constructiva y no combativa, desde las ideas y no desde los partidos.

En el fondo, se trata de recuperar cierta soberanía sin morir en el intento, manteniendo lo que funciona en las instituciones y eliminando, transformando o traspasando al ciudadano lo que a este pueda interesar o donde este pueda contribuir.

Es co-responsabilizar (de nuevo) al ciudadano en la toma de decisiones. Es, sobre todo, más democracia.

Entrada originalmente publicada el 19 de noviembre de 2012 en el Bloc de Pirates de Catalunya.

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Internet no matará la tele, però ¿se comerá la tele a Internet?

En el debate de si Internet acabará con la televisión o si la televisión acabará con Internet, hay — como en la mayoría de debates — dos posiciones extremas opuestas:

  • Internet volverá irrelevantes los canales de televisión, al servicio del capitalismo y los gobiernos, y democratizará la información y la comunicación y la revolución no será televisada.
  • Los medios son los únicos tocados por la gracia divina de la verdad infundida, los garantes de la democracia bien democrática y el rigor, e Internet morirá aplastada por su propia irrelevancia, llena de ruido y cosas sucias.

Uno de los últimos informes del Pew Research Center, The Rise of the «Connected Viewer» (El surgimiento del televidente conectado), viene a decir dos cosas:

  1. La población en general encuentra este tipo de debates más bien estériles, y hace y deshace según le convenga en cada momento y al margen de consideraciones teleológicas y numismáticas.
  2. Un 58% de las personas que tienen teléfonos móviles inteligentes ven la tele con el móvil en la mano: se entretienen navegando durante los anuncios, comprueban en Internet que lo que dicen los bustos parlantes es verdad, visitan una web que ha salido en pantalla, intercambian mensajes SMS y alternativas con otras personas, comentan y leen los comentarios de otros en las redes sociales sobre el programa que están viendo e incluso algunos acaban participando en algún concurso.

En el fondo, estos datos no deberían sorprender a nadie. Y no porque esto haya sido ya teorizado hace diez años como transmedia, sino porque esta práctica es tan vieja como viejos son los medios.

El ejemplo más popular — exceptuando el caso de Internet, claro ‐ lo tenemos en ese «anunciado en TV» que acompañaba los anuncios de las marquesinas del autobús, los delantales en la prensa escrita o las cassettes de las gasolineras. «Anunciado en TV» y sabías que lo que comprabas era bueno, porque sólo lo que salía en la tele era de calidad.

La integración de los medios es antigua: los periódicos comprando radios, y las corporaciones de prensa y radio comprando cadenas de televisión. Mientras unos decían «la tele matará la radio», lo que hacían los demás era comprar cadenas de radio y cadenas de televisión y asegurarse de que el mensaje circulaba entre medios sin tropiezos. Con el tiempo, las estructuras de poder volvían a su sitio y aquí paz y mañana gloria.

¿Por qué, pues, esta insistente virulencia contra Internet como medio?

Por un lado porque de conservadores y reaccionarios hay en todas partes.

Por otra porque, probablemente, el problema es que Internet no se puede comprar. O, mejor dicho, no se puede comprar todo entero, y además cada vez parece más difícil hacerlo — especialmente desde que cualquier don nadie se puede hacer un blog o un usuario de Twitter. Vemos intentos: grandes corporaciones estableciéndose en Internet con gran despliegue de medios, compra de plataformas inicialmente «ciudadanas» por parte de corporaciones de medios, barreras legales a la entrada de nuevos micro-medios de comunicación personales, etc.

La diferencia, sin embargo, entre imprimir publicaciones «alternativas» y cerrar radios piratas es que las primeras costaban una fortuna y eran insostenibles y las segundas competían por un medio físico (las frecuencias de radio) que se debía regular y repartir (y pagar su reparto) para hacerlo practicable.

Internet no tiene ni estos costes ni estas limitaciones físicas. Así que quizás la estrategia de las grandes corporaciones de medios de comunicación, por una vez, tendrá que ser otra.

Entrada originalmente publicada el 16 de agosto de 2012, bajo el título Internet no matarà la tele, però es menjarà la tele Internet? en Reflexions sobre periodisme, comunicació i cultura (blog de ESCACC, Fundació Espai Català de Cultura i Comunicació). Todos los artículos publicados en este blog pueden consultarse allí en catalán o aquí en castellano.

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Otro análisis del 25N: de los partidos tradicionales a los partidos red

Esta es una entrada en dos partes sobre los resultados de las elecciones autonómicas catalanas del 25 de noviembre. El análisis se centra en si, además de los llamados eje nacional y eje social, hay un tercer eje que se opondría a la forma de hacer política de los partidos tradicionales con partidos más abiertos, más horizontales, más participados, es decir, incorporando como eje una mejora de la calidad democrática. En esta primera parte, Otro análisis del 25N: de los partidos tradicionales a los partidos red apuntamos algunas definiciones y damos rienda suelta a la imaginación. En esta segunda parte, La abstención como catalizador del tercer eje político aprovechamos los datos preelectorales de Metroscopia para ahondar en el tema y ver la abstención como un colector de indecisos/indignados que después reactiva al electorado hacia los partidos del tercer eje.

Ayer hubo elecciones autonómicas en Catalunya. La mayoría de análisis del día después — si no todos — se centran, evidentement, en los dos ejes sobre los que ha pivotado la campaña: el conocido eje nacional (soberanismo o catalanismo vs. unionismo o españolismo) y el eje social (izquierdas vs. derechas). Me gustaría proponer aquí un análisis con un punto de vista muy distinto: el desplazamiento del voto de la política tradicional a una política más centrada en la red, en la plataforma ciudadana.

Antes de nada, los resultados electorales:

Propongo un resumen rápido (vale la pena centrarse en los escaños, ya que el incremento de más de un 10% de la participación hace engañoso mirar únicamente los votos):

  • Los dos históricamente grandes partidos (CiU, PSC) pierden un considerable apoyo. A efectos prácticos, podemos decir que PPC queda aproximadamente igual.
  • Los dos partidos minoritarios (ERC, ICV) ganan apoyo, el singular crecimiento de ERC sin lugar a dudas por el carácter plebiscitario sobre la independencia de las elecciones.
  • Dos partidos «marginales» al sistema (Ciutadans, CUP) multiplican, en conjunto, su presencia por 4 — personalmente considero que Solidaritat Catalana per la Independència ha «devuelto» sus escaños a ERC (de donde salieron muchos de sus dirigentes) más que cederlos a las CUP, cuya respectiva naturaleza política no puede ser más distinta.

A continuación intento esbozar cómo han podido traspasarse estos votos de un partido a otro. Vale la pena enfatizar que el esquema que sigue es subjetivo, y ha tenido que basarse en la intuición personal a la espera que salgan los datos de las encuestas oficiales sobre voto emitido. En cualquier caso, y para disipar dudas, lo importante no es tanto si tal o cuál partido ha cedido más o menos votos a otras formaciones, sino la evolución global del voto de un tipo de formación política más tradicional, basada en la jerarquía y complejas estructuras internas, a otro tipo de formación política más horizontal, más asamblearia, más flexible, más participada, mas abierta y conectada con el exterior.

Veamos la composición de los tres ejes:

  • En el eje social: Izquierdas (ERC, PSC, ICV-EUiA, CUP, SI) vs. Derechas (CiU, PP, Cs) pasan de una ratio 52/83 a 57/78. Es un viro a la izquierda, pero leve (nota al margen, me cuesta ver a Cs como un partido progresista, igual que otros no ven a SI dentro de la izquierda. En cualquier caso, no es este el debate que me interesa ahora).
  • En el eje nacional: Catalanistas (CiU, ERC, ICV-EUiA, CUP, SI) vs. Españolistas (PSC, PP, Cs) pasan de 86/49 a 87/48. Probablemente puede situarse a ICV-EUiA fuera de este eje, donde tiene una posición bastante neutral: esta exclusión cambia por supuesto la relación Catalanismo/Españolismo (y esto está siendo objeto de debate para dirimir si hay mayor o menor mayoría soberanista o no en el Parlament) pero no cambia mucho la evolución de la ratio de unas elecciones a otras.
  • En el eje tradicional/en red, sí hay cambios mucho mayores: si tomamos únicamente como partidos en red a las CUP y Cs, la relación pasa de 3/132 a 12/123. Si somos algo más generosos y tenemos en cuenta la naturaleza asamblearia de ERC así como el tímido pero decidido acercamiento de ICV-EUiA a las plataformas ciudadanas (además de la naturaleza «de barrio» de algunos de sus componentes), la ratio partido red/tradicional cambia de 23/112 a 46/86.

En mi opinión, si algo ha salido en claro de las elecciones autonómicas catalanas del 25 de noviembre es una acentuación del abandono de los partidos tradicionales hacia formas más participadas de hacer política.

Ciutadans ya había irrumpido en 2006 en el Parlament de Catalunya — como UPyD en 2008 en el Congreso — con una forma distinta de hacer política. Recordemos que Ciutadans nace como plataforma política y tiene como eje importante en su discurso la oposición frontal a la «partitocracia».

Por su parte, Esquerra Republicana de Catalunya siempre ha sido un partido con un funcionamiento ligeramente distinto al tradicional, mucho más abierto y plural. De hecho, muchos achacan a su asamblearismo el no haber podido hacer compatible la política de bases con la política de un partido en el gobierno cuando estuvo en los dos tripartitos. Y si ha habido alguna evolución de ERC en el último año es, precisamente, librarse del «aparato» que desarrolló mientras gobernaba para volver a las esencias. La movilización de las plataformas soberanistas y la interacción del partido con ellas no ha hecho sino reforzar ese espíritu asambleario, de calle, del partido.

Esta evolución — aunque muchísimo más tímida — también se ha vivido en ICV-EUiA. Después de un inicial desconcierto durante el 15M y los meses posteriores, creo que es innegable que ha habido un acercamiento del partido a los movimientos sociales y plataformas ciudadanas — muchas de ellas participadas por sus bases más jóvenes. Ello, y el empuje de la crisis, ha hecho que en el acercamiento de partido y ciudadanía movilizada haya habido una cierta (e, insisto, todavía tímida) capilarización en nuevas formas de hacer, siendo el buque insignia la campaña Catalonia Is Not CiU, así como acercamientos a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) o a organizaciones como Coop57.

No obstante, la estrella de esta evolución de una política tradicional a un partido en red es, sin duda alguna, la Candidatura d’Unitat Popular (CUP). Las CUP, un partido asambleario como pocos, entró en el debate sobre si participar en las elecciones como solamente las CUP podían hacerlo: a través de un (largo) proceso de deliberación y voto entre sus bases y simpatizantes. También fue muy participada la recogida de avales para poder presentar una candidatura. De la misma forma, su campaña así como sus caras visibles se han centrado en dar la voz no tanto al candidato/partido sino a los destinatarios de sus políticas y, por extensión, a la ciudadanía en general. Las CUP son consideradas por muchos como lo más cercano o lo más compatible con el ideario del 15M.

¿Quién más? Aunque fuera del arco parlamentario, vale la pena poner de relieve los resultados de Plataforma per Catalunya y Vía Democrática, el PACMA, el Partido Pirata de Catalunya, la misma UPyD o FARTS.cat. Aunque sin escaños, han visto incrementados sus votos en un 30%, el triple del crecimiento de la participación en las elecciones (es decir, no atribuible o no solamente atribuible a una mayor participación). Estos partidos, aunque con idearios muy distintos, forman también parte de ese entramado de plataformas ciudadanas (neoliberales, anti-partidistas, de corte transversal o temáticas) que proponen nuevas formas de aproximarse a la política. No hay que subestimar su peso: en conjunto, suman más votos que las CUP con sus 3 escaños.

Más allá de la izquierda o la derecha, más allá del debate nacional, se erige como eje político que considerar no qué política se hace sino también cómo se hace dicha política. Cobra importancia una política de proximidad, más participada, y participada en el sentido de influir, no de ser consultado y, a veces, incluso escuchado por el propio partido.

Hay una plataforma ciudadana (o más) para cada problema y dichas plataformas están siendo cada vez más eficaces en la consecución de sus objetivos. Parecería que algunos partidos empiezan a ceder a la presión de planificar contra objetivos, abandonando la retórica de las grandes ideologías, y acercándose a una ciudadanía que cada vez está más organizada con la ayuda de la tecnología, y que se organiza con o sin los partidos — o contra ellos si hace falta.

Habrá que ver, en los próximos años, si esta impresión de una transición hacia el partido red, hacia la plataforma, es algo puntual a la espera de ser absorbido por «el sistema», o bien un primer aviso de un cambio que se avecina.

Actualización 17:59 26/11/2012: A raíz de algunos comentarios en Twitter, creo que vale la pena hacer dos comentarios.

  1. Que haya separado los partidos en dos bloques (tradicionales, en red) no significa, necesariamente, que los bloques sean homogéneos dentro de sí. Es evidente que las CUP son muy distintas de Ciutadans, o de UPyD, o de eQuo. Lo que tienen en común, no obstante, es que son diferentes en su aproximación a la política y a la forma de relacionarse con el ciudadano/votante que el resto de partidos tradicionales, éstos mucho más homogéneos entre sí. Dicho de otro modo, lo que hace similar a las CUP y Ciutadans es que son distintas a cualquier otro partido. Lo que nos lleva al siguiente punto.
  2. Un partido red, a diferencia de uno tradicional, es difícil de caracterizar, precisamente por su condición de red, que se compone y se descompone, crece, mengua, se transforma. Por tanto, su estructura interna es difícil de tipificar, por cambiante, lo que además hace difícil de compararla a la estructura de otro partido. No obstante, lo que sí es un rasgo común es la forma como esas redes son abiertas y colaboran, cooperan, se entrelazan y a menudo confunden con otras redes externas al partido, redes ciudadanas, plataformas cívicas. Es aquí donde me gustaría incidir: cuando hablo de estructuras organizativas distintas querría poner el énfasis en el partido en sí mismo como un nodo dentro de la red política/democrática, y no tanto en la estructura interna del partido.

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