Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 18 mayo 2010
Categorías: Cultura, Derechos
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Leo en Nación Red que el Congreso rechaza la exención de derechos de autor en actos benéficos
, así como los motivos que los contrarios a la propuesta esgrimieron, como por ejemplo que no cobren los técnicos o el daño infligido a los propietarios de los derechos de propiedad intelectual.
Creo que esto es mezclar las cosas y está muy relacionado con esta otra noticia: Los músicos ingresaron por primera vez en 2009 más por el canon digital que por la venta de discos, noticia que el El País encabezaba con un algo no funciona bien
.
La naturaleza económica de los derechos de propiedad intelectual
Los derechos de autor no son lo que uno considera «trabajo», sino que se asemejan más al concepto de «capital», con lo que las rentas que generan dichos derechos de autor no son rentas del trabajo, sino del capital (valga la redundancia). Aunque en la creación de (pongamos) una grabación sonora (también conocida como canción) concurren muchas personas, estas ya cobran por su trabajo, ya sea directamente (el técnico de sonido o el guitarrista de estudio con un ingreso en cuenta según las horas dedicadas) o indirectamente (a través de una participación en los beneficios futuros).
Ahora bien, una vez tenemos la canción grabada, esta se parece mucho a un local que podemos alquilar, un dinero que podemos prestar o un telar que ponemos a producir (sólo que aquí no se produce una tela, sino unas sensaciones en los oyentes — para el caso, lo mismo).
¿Pagar o no pagar al autor?
Esta dicotomía es falsa en la mayoría de los casos: siguiendo con el caso de la música, los músicos menos conocidos (casi todos ellos) cobran un sueldo por grabar (por un trabajo) — o por fichar por la discográfica (entran en nómina en una empresa) — y el resultado de la grabación (el capital) se lo queda la discográfica. Y el dinero, el de verdad, lo hacen trabajando más: conciertos y demás. Es decir, el artista trabaja y el propietario (como el dueño de una empresa) hace trabajar el capital.
Lo que algunas personas proponen es, en el fondo, colectivizar la propiedad del capital y que los autores sean unos asalariados: se les paga por crear y, una vez está creado, si quieres cobrar más tienes que crear más. Es una opción tan válida como cualquier otra, pero que requiere cambiar el modelo de propiedad (intelectual) que tenemos ahora de arriba a abajo, por no hablar de cómo remunerar o incentivar a la creación a dichos autores.
En cualquier caso, lo que pone de manifiesto El País es que nuestros creadores se han convertido en capitalistas (en el sentido estricto de la palabra, sin ningún tipo de connotaciones). Como tales, están más interesados (incentivados sería más correcto) en gestionar y explotar su capital, que en crear más capital, ya que el retorno de la inversión es mayor en el primer caso. La pregunta lógica es: ¿es esto lo que queríamos al otorgar unos derechos de propiedad intelectual a los creadores? ¿Pretendíamos con ello que crearan más… o que pasasen su tiempo gestionando su (en muchos casos exiguo aunque jugoso) patrimonio?
¿Pagar o no pagar en actos benéficos?
Hecha la anterior distinción entre rentas del capital y rentas del trabajo, no ha lugar la comparación entre que el técnico de sonido trabaje gratis en un acto benéfico o que la música sea cedida gratuitamente. En el primer caso, el trabajador sale perdiendo: destina un tiempo (laborable) a una tarea que no le reportará nada, mientras que de hacerlo en otro evento (lucrativo), le reportaría un sueldo. En el segundo caso, el capitalista deja de ganar unas rentas del capital (la obra cuya propiedad ostenta), pero no pierde con ello. Perder y dejar de ganar es muy distinto (parece mentira que todavía estemos discutiendo estos conceptos elementales).
Dicho de otro modo: es como pedirle a nuestro vecino el albañil que nos arregle el baño o bien que nos preste la gaveta para que nos lo hagamos nosotros. En el primer caso, pierde dinero (podría estar arreglando otro baño y cobrar por ello). En el segundo, ni gana ni pierde (y menos si el capital es un intangible que podrá reproducirse simultáneamente en 1000 sitios distintos por los que sí vamos a cobrar).
Es más, se da a menudo la situación donde el músico (en condición de trabajador) está dispuesto a perder dando el concierto gratis, mientras que quién tiene los derechos de las canciones (en condición de capitalista) no está dispuesto a dejar de ganar.
Por supuesto, el capitalista está en su derecho de hacer con su capital lo que quiera. Sin embargo, teniendo en cuenta que el capital intangible no se desgasta con su uso, la propuesta del diputado Joan Tardá me parece moralmente loable a la vez que económicamente sostenible.
Sea como fuere, es cada vez más acuciante la necesidad de reformar el sistema de propiedad intelectual entero, para que nuestros creadores creen (en lugar de gestionar sus creaciones) y para que el bien común se beneficie de las creaciones de los mismos en su justa medida: ni más… pero tampoco menos.
Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 05 febrero 2010
Categorías: Cultura, SociedadRed
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Hasta ahora, el periodismo (como el cine, la música y otras industrias ligadas a la cultura) aglutinaba tres aspectos: continente, contenido y persona (autor / intérprete /…). En un ejemplo fácil, bajo un periódico había, realmente el papel soporte, la noticia y el periodista.
Una primera cosa que ha cambiado con la revolución digital es que continente y contenido se han desligado. Para siempre. Y este es un primer cambio que tiene muchas consecuencias (que suelen ser el tema de debate urbi et orbe).
La otra es que el continente, en muchos casos, es superabundante, lo que también tiene consecuencias en el papel de la persona (que no suele ser el tema de debate, o es a menudo falaz).
Resumiendo lo que podría ser una larga exposición, y para el caso del periodismo en concreto:
- En mi opinión ya no es posible identificar diarios, emisoras o medios en general con los periodistas. Creo que la industria debe abandonar el apego que tiene sobre el continente. Las redacciones no deben vender papel.
- La información deja de ser escasa. Las redacciones deben plantearse si venden información… o conocimiento. Antes, distribuir información tenía un valor añadido: ¡hacerla pública! Ahora… ¿sigue teniéndolo?
- Todavía confío que la industria es necesaria: no para vender papel, ni para vender información, sino para validarla y enriquecerla, y no sólo necesaria, sino esencial. El problema es que esto hace que las redacciones tengan que abandonar estrategias tayloristas de producción industrial y masificada de información de bajo perfil. Hace que las redacciones tengan que abandonar estrategias basadas en el becario y otros profesionales escasamente competentes (no por ser incompetentes natos, sino, a menudo, porque los recursos con los que trabajan no les permiten más).
En definitiva, la revolución digital permite devolver los medios a su papel original — ser el cuarto poder — y abandonar su papel actual — una industria que da beneficios. Y, claro, para los industriales (que no suelen ser los periodistas), esto es muy duro. Pero (creo) es una segunda oportunidad para los periodistas (los de verdad) para volver a serlo.
Por supuesto el cambio de orientación requiere un cambio de modelo de negocio. Y viendo determinados programas de televisión y determinados periódicos, uno se pregunta cómo encaja un periodismo riguroso con semejante audiencia coprofílica y si habrá quien quiera pagar por un producto de calidad.
(Esta entrada se debe a un intercambio de correos con Àlex Gutiérrez en los que, después de dar varias vueltas, nos dimos cuenta que coincidíamos en casi todo. El detonante fue Gemma Urgell que nos habló de Media140.)
Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 01 febrero 2010
Categorías: Cultura, Política
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Anda el país revuelto y en huelga de cines por la futura Ley del Cine de Catalunya (aquí en castellano de Google).
Preguntados por la cuestión, el 82% de catalanes [está] de acuerdo con que las películas estén en catalán y castellano. Y en Swahili, añadiría yo. ¿Por qué no? La cuestión es: ¿a cambio de qué?
Básicamente, la propuesta de Ley el Govern aprobó en Enero impone la paridad Catalán-Castellano en las salas de proyección. La Ley prevé el fomento de la versión original subtitulada en Catalán (VOSC), entre otras medidas a través de la creación de salas concertadas, así como el fomento del doblaje, vía subvenciones al uso.
Entiendo los motivos que impulsan esta ley, básicamente que el 97% de las películas proyectadas en Catalunya estaban en Castellano, provocando una diglosia apabullante. Ahora bien, no comparto la solución propuesta. ¿Por qué?
- Hay que fomentar el acceso a la cultura tal como fue creada. Dicho de otro modo, creo que hay muchas razones para promover la versión original en las proyecciones. Normalmente se argumenta que se aprenden idiomas. Sin desmerecer este argumento, me parece todavía más interesante gozar de la interpretación y los guiones sin que medien traductores y actores de doblaje. ¿En qué nos basamos, si no, para exclamar «¡qué gran guión!», «¡qué gran actuación!» si vemos la película en modo esquizofrénico?
- Por razones de coste. Doblar es costoso, muy costoso. Ese dinero tiene, necesariamente, que tener un origen, que irremediablemente será el ciudadano. Vía impuestos, para las subvenciones; vía incremento del precio, al comprar la entrada.
- Por el coste de oportunidad. Decíamos que el 82% de catalanes quiere cine en Castellano y Catalán. Muy bien, ¿a cambio de qué? Si habrá subvenciones, y no subimos los impuestos, ¿qué recortaremos? El año pasado se aprobó un total de 1.320.000,00 euros para
la concesión de subvenciones para iniciativas destinadas a aumentar los estrenos comerciales de largometrajes doblados o subtitulados en lengua catalana
. El presupuesto para 2009 del Institut d’Estudis Catalans (PDF) — con competencias en materia de lengua, entre otras muchas, parecidas a la Real Academia Española — fue de 10.619.148,17 euros. La Generalitat presupuestó en 2009 1.929.530,00 euros para innovación educativa, 6.133.760,00 euros en formación de profesorado, 2.000.000,00 euros en equipamientos culturales. Si estamos de acuerdo que el cine es lengua y es cultura y es formación, ¿Qué estamos priorizando?
- Hay que subvencionar la cultura propia, no la extranjera. Hasta aquí podría acusárseme de mirar poco por los de casa. Bien. Doblando películas de Hollywood al Catalán, ¿qué cultura estamos promoviendo? ¿La catalana? ¿La de Estados Unidos de América? Y ¿qué industria estamos subsidiando? Me pregunto si no sería mejor subvencionar a la industria cultural catalana para que produzca más y mejor cine en lugar de ponérselo más difícil haciendo más barato el producto extranjero. En términos económicos (y culturales también) doblar películas de Hollywood es como subvencionar el champán francés para defender el cava catalán.
Resumiendo: sí a las versiones originales subtituladas en catalán. No, rotundamente, al doblaje.
Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 27 enero 2010
Categorías: Cultura, SociedadRed
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Interesantes — porque le obligan a uno a reflexionar — los monólogos que se están lanzando a la cara el expresidente de la Junta de Extremadura, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, y el escritor Antonio Muñoz Molina, aunque lamento profundamente que estén entrando en lo personal — «él fue primero»… ¿qué más da?:
Creo que aquí se tercia — antes de que la confusión entre fregonas y maletas, naranjas y melones, y tiramisues de limón sea total — unas aclaraciones sobre la diferencia entre contenido y continente, creador y distribuidor.
Cuando la cultura se transmitía de forma oral, las historias había que «consumirlas» con sabio anciano o juglar incluidos. El contenido — las historias — y el continente — el anciano de la tribu o el juglar — eran indisociables. La escritura cambió a la persona por un montón de papel, pero no alteró el fondo de la cuestión: la dependencia entre contenido y continente. Y lo mismo con los discos de vinilo y otros tipos de registro fonográfico.
Sí supuso, en cambio, el paso de una tradición oral a una cultura que podía ser fijada en un soporte (papel, vinilo o una muñeca que habla) es que el autor y el distribuidor podían dejar de ser el mismo: la historia podia contarla el anciano de la tribu o imprimirla en pasquines y empapelar el palacio de invierno — asumamos, por un momento y en beneficio de la simplicidad, que el anciano de la tribu y el juglar inventaban sus propias historias y canciones. El contenido se desvincula de su autor, pero sigue dependiendo de un soporte y, por tanto, de un distribuidor del mismo.
La revolución digital, por fin, rompe el último enlace: contenido y continente pueden separarse y el primero puede ya vivir con independencia del segundo, de forma que tanto el continente como el distribuidor pasan a ser irrelevantes.
Algunas consideraciones a vuelapluma:
- Lo importante pasa a ser el contenido y no el continente: querer cobrar por el soporte, que deviene innecesario, es algo que naturalmente tenderá a desaparecer.
- Atar el contenido al continente, en vistas de lo anteriormente dicho, se me antoja crear barreras innecesarias (con sus consecuentes intentos de saltárselas, por muy censurables que sean).
- No obstante, que el continente no sea necesario porque hay otras formas de distribución sin coste, no implica que el contenido tampoco deba tener coste: una cosa no conlleva la otra (aunque puedan darse ambas, claro está).
- Eso sí, la separación entre continente y contenido hace que uno pueda escoger cuánto contenido quiere adquirir, sin tener que comprarlo en paquetes cuya razón de ser era la eficiencia en la distribución.
- La creación puede ser 100% original (difícil), o construirse a partir de algo que ya existía (lo más habitual), pero siempre supondrá una aportación que añade valor, que añade algo que no existía — si no, no es creación, es plagio.
- Si alguien añade, si alguien aporta, justo es que pida algo a cambio — y en la justa medida de su aportación (y no, esto no tiene nada que ver con el soporte, ya hemos dejado claro este punto).
- Si alguien no quiere pagar porque cree que el autor no aporta nada, que no pague, pero que no intente legitimar con ello el libre (libertino) consumo el contenido con que «todo está inventado».
- Si alguien no quiere pagar porque quiere el contenido y le venden también el continente, que no pague, pero que no intente legitimar con ello el libre (libertino) consumo del contenido.
Resumiendo:
Se incrementa la identificación del creador con la creación. Recuperación de compensación por ello, antes en manos de los distribuidores. |
Cambio hacia tareas de mayor valor añadido: Transición hacia la edición y menor peso de la distribución. |
Incremento de libertad por desligar creación de distribución. Posibilidad de autoedición. |
Tendencia a desaparecer. |
Por supuesto, esto no soluciona los muchos problemas que tenemos enfrente. Simple y llanamente, lo que aquí se pretende es aclarar conceptos, quedando por resolver qué pasa con algunos conflictos abiertos como la copia privada, el acceso y reproducción de originales, o la comunicación pública (o no) de una obra. Pero, al menos, contribuye a centrar el debate.
Por Ismael Peña-López (@ictlogist), 20 enero 2010
Categorías: Cultura, SociedadRed
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Publicaba ayer El País un artículo del escritor Luisgé Martín, ¡Mueran los ‘heditores’! en el que hace una cerrada apología y defensa del papel del editor.
La suscribo. Al 100%. Sin fisuras.
Pero.
Parte de su discurso está basado en una disyuntiva — oclocracia o democracia — que ni comparto personalmente ni creo que sea, en absoluto, mayoritaria. Y no la comparto por dos motivos.
El primero porque no creo que se trate de una disyuntiva, sino de una dicotomía, es decir, que todo el mundo tenga acceso a la creación (incluida su prima Paqui
, lo que el autor considera que desemboca en una oclocracia) no tiene porqué ir en detrimento de una democracia real: ya aprenderemos a filtrar, ya encontraremos nuevas formas de separar el grano de la paja, ya inventaremos formas donde la creación de Cultura (en mayúsculas) — la democracia en términos de Luisgé Martín — pueda convivir con una amplia producción de contenidos de menor calidad (esto siempre es relativo, pero aceptemos unos mínimos) que son tan legítimos de existir como derecho tiene un adolescente de ensayar con su guitarra en el garaje.
Pero este, para mí, no es el tema relevante en este caso (aunque no por ello sea menos importante).
El relevante, para mí (insisto), es que el debate no es entre oclocracia o democracia, sino entre democracia y oligarquía o, incluso, cleptocracia.
Una de las consecuencias de la revolución digital es la caída drástica de muchos costes (reproducción, difusión, etc.) así como la práctica eliminación de la escasez de los bienes basados en la información (como los libros). Y cuando caen los costes, caen los precios y los modelos de negocio evolucionan o se extinguen.
Dados los altísimos costes de publicar un libro, vimos aparecer «fábricas» de libros donde, como ocurría con el textil, tenía sentido concentrar determinadas actividades como la autoría, la edición, la distribución e incluso la impresión bajo el mismo techo y firma. Ya no es así.
Lo que aquí se cuestiona no es el papel del editor, sino, por ejemplo, la impresión o los canales de distribución habituales. Lo que se cuestiona no es lo que sigue contribuyendo al parto de un libro, sino las barreras artificiales que algunos edifican en torno a él, creando escasez cuando no la hay, con el único fin de restringir la oferta para que los precios suban, menos libros y más caros, más margen por menos trabajo, en un comportamiento típico de los oligopolios (¿alquien duda que el mercado editorial no sea un oligopolio?).
En un mundo (digital) donde la información es más que abundante, sobrante, el papel del editor no debe tan sólo ponerse de relieve, sino revalorizarse. Lo que algunos estamos criticando es al que no solamente no aporta nada sino que, además, va poniendo la zancadilla. Y estos, por supuesto, no son los editores.