De la democracia industrial a la democracia red: por qué hay que reformar el sistema

Cuando oímos hablar de reformar la democracia, es habitual ver el debate centrado en si hay que tener más o menos democracia directa o participativa en detrimento de la actual democracia representativa. La mayoría de propuestas van en esta línea o se dirigen a ese nivel de reformas. Dado que no se aborda el por qué son necesarias dichas reformas, el análisis de estas acaba siendo cómo alteraría cada nueva propuesta el reparto de escaños en el arco parlamentario. En mi opinión, esto es solamente la punta del iceberg y perdemos la mayor parte del impacto por el camino.

Un poco de historia

En la Edad del Hierro, la participación en política de un agricultor gallego seguramente se limitaba a sentarse en el edificio comunal del castro junto con sus «conciudadanos». En el debían dirimirse las cuestiones menores referentes a la convivencia en el castro, la defensa del mismo, y probablemente poco más. La persona se representa a sí misma.

2.000 años después, en la España del s.XIX, si ese mismo agricultor quiere participar en política para defender sus intereses, no le queda otra que participar en los distintos niveles políticos/administrativos existentes, dado que las decisiones que se toman en otras ciudades, y en los grupos de ciudades, también le afectan.

Una opción sería que todos los agricultores se reuniesen una vez por semana en un lugar común — pongamos que hablo de Madrid — y debatir y decidir sobre las cuestiones comunes. Para facilitar el proceso, con anterioridad se han puesto sobre papel todas las cuestiones y propuestas (y las leyes que las gobiernan), se han copiado y se han distribuido (a caballo) por toda la península. Una vez se haya llegado a una decisión, se establecerá cómo se llevarán a cabo todas y cada una de las propuestas y cómo se verificará su cumplimiento. Los acuerdos también se escriben, se imprimen, se copian y se distribuyen por todo el territorio.

En términos estrictamente económicos, la democracia representativa nace para hacer más eficaz y, sobre todo, más eficiente la gestión de la cosa pública. En lugar de tener que ir a Madrid una vez por semana y hacer miles de copias de la documentación legal y política, esta (y unas pocas copias) residen en un archivo central, al que acceden nuestros representantes electos que se dedican, en exclusiva, a informarse, a deliberar y a decidir por nosotros. Esto es la democracia representativa y es muchos órdenes de magnitud más eficaz y eficiente que representarse uno mismo. Los costes de realizar gestiones políticas (costes de transacción), así como los costes de divulgar la información (fijada en un recurso escaso: el papel impreso) hacen impensable otra alternativa. Hasta la llegada de la digitalización de las comunicaciones y la información.

El fin de los costes

Las Tecnologías de la Información y la Comunicación han acabado con los costes de transacción y con la escasez:

  • Para estar informado sobre una cuestión, ya no hace falta acceder físicamente al archivo de papeles y legajos.
  • Para debatir un asunto con los conciudadanos ya no hace falta reunirse bajo un mismo techo.
  • Aún con democracia representativa, para entrevistarse con un diputado ya no hace falta ir a su despacho.
  • Ni siquiera hay que estar en el Parlamento o el Ayuntamiento durante un pleno para saber qué se habla en él.
  • Tampoco hace falta meter un papel en una urna para emitir un voto.

La democracia representativa, tal y como la conocemos, era más eficiente y eficaz que otras alternativas por los costes de informarse, deliberar y decidir en una sociedad industrial, donde hablar significaba viajar, e informarse significaba acceder al papel. Ambas restricciones han desaparecido en una sociedad digital. Edificamos nuestra democracia representativa sobre unos conceptos de eficiencia y eficacia que ya no son válidos.

Hay, sin embargo, un recurso que sigue siendo finito, escaso, y que la digitalización todavía no ha resuelto: el tiempo. Informarse, deliberar y decidir sigue tomando tiempo, mucho tiempo. Cuando pensemos en un nuevo modelo, tenemos que tener en cuenta que el recurso tiempo es caro y lo será cada vez más en relación a otros bienes. Es por el factor tiempo que una prenda de vestir cada vez es más barata en relación a una obra de teatro (el tiempo de un actor) o una cura de urgencias (el tiempo de un médico).

Una democracia más participada

Al margen del coste del tiempo, sabemos que una democracia más participada es más eficaz porque:

  • Permite hablar en primera persona, sin mediaciones, sin simplificaciones, sin tergiversaciones.
  • Implica un mayor compromiso con la gestión de la cosa pública, fortaleciendo la comunidad.
  • Posibilita la definición de una agenda más inclusiva, más comprehensiva, donde los aspectos, demandas o peticiones no es tan fácil que queden fuera.
  • Facilita la articulación de lo global con lo local, dado que todas las perspectivas pueden incluirse
  • Hace factible la concurrencia de más actores, más puntos de vista, más conocimiento arrojado sobre un problema, con lo que se aumentan la cantidad y la calidad de las soluciones propuestas.
  • Dificulta la manipulación, los errores por carencia de información, al aumentarse la transparencia y la rendición de cuentas.

Si hasta ahora hemos tenido democracias menos participadas es porque — seguramente con buen criterio — priorizábamos el factor de la eficiencia (económica). Cuando este factor cae en picado, es hora de volver a poner sobre la mesa el factor eficacia. Hacer más y mejor política, no solamente más barata. Necesitamos una Ley de actualización del ejercicio de la democracia en la Sociedad de la Información. O, al menos, hacer el camino hacia algo parecido.

En caso contrario, la combinación de barato y de peor calidad es lo que conocemos como saldo. Que es la democracia que tenemos ahora: de mercadillo.

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10 Comments a “De la democracia industrial a la democracia red: por qué hay que reformar el sistema” »

  1. Dices «han acabado con los costes de transacción y con la escasez» y yo creo que es «han acabado con muchos de los costes de transacción y con bastantes aspectos de la escasez».

    Porque creo que sigue habiendo dos bienes que representan una barrera y que siguen siendo escasos, muy escasos.

    El primero de ellos es la educación. La realidad nos demuestra que no es un bien más abundante entre la clase política que fuera de ella y que, por tanto, no debemos considerarlo un obstáculo a la hora de abrir más la democracia. (Y quiero puntualizar que no hablo de una educación más allá de la que debería obtenerse en la educación obligatoria. No se trata de exigir títulos académicos, entre otras cosas porque todos conocemos a imbéciles con un gran expediente académico.) Pero sí creo que sin consideramos la deficiencia estructural que tenemos, y somos conscientes que esto sólo se arregla con mucha inversión (de todo tipo, no sólo económica), muy prolongada en el tiempo, empezando a trabajar ya, pasaremos demasiado bruscamente de un bellísimo planteamiento utópico a una triste, dura y feísima realidad.

    El segundo bien que me parece escasísimo es el del tiempo (y las ganas) para participar. Las clases pudientes pueden participar y ya lo hacen más que los demás. Las clases medias que así lo deseen, efectivamente, ya podrían participar más de lo que les deja el sistema, porque disponen del tiempo (y las ganas) y los medios para hacerlo, gracias a la reducción de costes y escaseces que apuntas. Pero aún queda muchísima gente que no dispone del tiempo (¿y quizá de los recursos digitales?) para informarse y tomar decisiones e intervenir y aportar. De nuevo, creo que esto no debe ser un obstáculo: ya existen lobbies, y me da a mí que lo que se pretende se parece mucho a un buen sistema de lobbies (al actual es un asco, al menos para el 99% que no podemos participar de él, y ya solo reducir sensiblemente ese 99 sería todo un éxito). Pero, otra vez, creo que no explicitar las limitaciones actuales nos puede llevar, en este caso, a un sistema que no es con el que todos queremos soñar, a una especie de despotismo ilustrado, mucho mejor que el del siglo XVIII, pero aún así déspota.

    Hale. He dicho :-).

  2. En verdad en verdad os digo que algunos creés que esto no es un blog sino una eciclopedia universal de las cosas ;)

    César, estoy 100% de acuerdo.

    El tema tiempo es, definitivamente determinante y una de las principales razones por las que mucas personas se oponen a la democracia directa: se corre el peligro de abrir unanenorme brecha democrática entre los grupos de poder organizados y con recursos y el resto de ciudadanos. Yo creo que las TIC deben poder permitir crear masas críticas entre las minorías, pero, ajora mismo, veo más probable que se acabe dando más poder e influencia a los lobbies que no compensar el que ya tienen.

    Sobre el tema educación, de alguna forma yo lo inlcuía en el tiempo necesario para (in)formarse. Sé que es una simplificación algo radical, y ciertamente más optimista que tu descripción de la realidad (sin duda más ajustada, mal que nos pese…), pero tampoco pretendía yo aquí tocar todos los aspectos: ya están para eso los (buenos) comentaristas ;)

  3. Hola Ismael, súper interesante el punto de vista del costo en función del tiempo, que me ha hecho pensar en el precio del software en función del tiempo del programador, y no de la licencia, por ejemplo, pero entonces… la idea innovadora no tendría precio? En la sociedad de la información ya no se valora únicamente el esfuerzo físico (o el tiempo) como mano de obra sino también las ideas y el conocimiento (implícito de las personas o explícito de las organizaciones). Otra cosa es que sea ético pues muchas veces no lo es, siguiendo con el ejemplo de las licencias de software.

    El símil más cercano a la democracia participativa que se me ocurre es el de las asambleas de vecinos. Allí todo el mundo se representa a sí mismo y la gente suele acudir y participar en un alto porcentaje. Sin embargo cuando te toca la administrativa anual del edificio los problemas que surgen son precisamente por el tiempo que exige la gestión, y que hace que muchas comunidades deleguen dicha gestión en empresas de gestión externas. Y es que la libertad cuesta. Tiempo y algo más… ¿compromiso? Entonces el problema sería no sólo la gestión del tiempo sino además cómo motivar a la gente a participar, vista la participación como un fin en sí mismo, pues así se logra mayor eficacia, tal y como indicas.

    Un abrazo

  4. Andoni,

    Dos comentarios breves.

    El primero es que hay toda una corriente de opinión que, precisamente, afirma que las ideas (por muy innovadoras que sean) no tienen precio. Lo que tiene precio es el tiempo de la persona que las aplica a un caso especial. El negocio del software libre es, precisamente, eso. Y la consultoría, en muchos casos, también. ¿La formación? También (la mayoría de profesores enseñan algo que ya está dicho). Etc.

    El segundo comentario… la participación no paga hipotecas. Creo que habrá que encontrar el equilibrio entre animar a participar y saber delegar en representantes. Hay una tercera opción: la inteligencia artificial y que seamos capaces de inferir «decisiones» a base de comportamientos puntuales de las personas. Si los bancos, a partir de miles de pagos por tarjeta de crédito, saben qué queremos, ¿por qué no los gobernantes?

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