Lo que es, lo que debería ser y lo que uno querría que fuese

Hay una fea costumbre en política — en política en general, y en la política española en particular — de taparse los oídos y murmurar cuando habla un «contrario». Con ello, se consigue no oír — lo de no escuchar se da ya por descontado — lo que dice el otro, incluso en el remoto escenario donde se pudiera estar de acuerdo con él.

Entrecomillo lo de «contrario» con toda intención, ya que, paradójicamente, los partidos políticos no circulan en sentidos opuestos sino, a lo sumo, en sentidos paralelos: dirigidos todos ellos a maximizar el bienestar del ciudadano. Es esta la absurda oposición que, por construcción, hace que uno critique, torpedee y hunda lo que viene de todo lo que no es la propia trinchera.

Este hábito — que lo es — se ha extendido a todo aquello que supone el contraste de opiniones, algunas veces, y el raciocinio en general. Incluso cuando de lo que se trata es de interpretar algunos datos o, en el límite, de explorarlos y asumir sus verdades.

En estos últimos días, por distintos motivos, me he visto en la tesitura de tener que presentar algunas cuestiones en público. Seguramente por deformación profesional, intento siempre separar opinión personal de exposición de datos, evidencias, información pública objetiva y comprobable.

No obstante, cualquier exposición de lo que es, por objetiva que sea, acaba encontrándose con la crítica del que lo confunde con lo que debería ser e incluso con lo que uno querría que fuese.

Lo que debería ser

El primer ejemplo es sobre el uso de Twitter, Facebook y redes sociales en las revoluciones en el sur del Mediterráneo. Los datos de penetración de Internet, ADSL y ADSL móvil (entre bajos y muy bajos) nos obligan a ser como mínimo cautos a la hora de tildar dichas revoluciones de twitter-revoluciones, facebook-revoluciones o similares.

Lo mismo con los ordenadores en el aula y su impacto en la educación más allá de las competencias digitales: la (extensa) literatura científica nos dice que el impacto ni es claro, ni es directo, ni es inevitable, ni es unívoco, ni… sino que depende de una complicada constelación de factores en la que los ordenadores en sí acaban teniendo un papel como mucho modesto.

Que las redes sociales deberían ser un vector de democratización, de participación y de empoderamiento de la ciudadanía, de acuerdo. Que los ordenadores deberían ser un vector de educación para todos y de fuente de conocimiento universal, de acuerdo también. Que realmente lo sean, pues ni sí ni no: nos faltan datos y, a falta de ellos, más bien parece que todavía no.

¿Me opongo yo a una mayor democratización, participación y empoderamiento por ser cauto, conservador y crítico? En absoluto. Pero, señores, esto es lo que hay. Discutamos, si acaso, si la interpretación de los datos es más o menos optimista, pesimista, ecléctica, equidistante o pacata. Pero los datos son los que son.

Lo que uno querría que fuese

Ligado a lo anterior, aunque un paso más allá, está lo que uno desearía que fuese y que, contradicho por los datos, acaba cargando contra el mensajero.

Otro ejemplo. Todas y cada una de las licencias utilizadas para compartir de forma más abierta una obra cultural (Creative Commons, GPL, y otro tipo de licencias que incorporan la filosofía copyleft) se basan en el derecho de propiedad intelectual o copyright. Esto es así. Uno puede no estar de acuerdo con ello, uno puede estar incluso en contra, pero lo que uno no puede hacer es negarlo y mucho menos responsabilizar al que lo interpreta de… ¿fomentarlo?

Y, sobre todo, lo que uno no puede hacer es, cegado por lo que uno querría que fuese (y no es), cargar contra el que intenta sacarlo de su (sí, no seamos condescendientes ni políticamente correctos) error.

De alguna forma, hemos pasado de llevar mal las críticas a culpar a quien es portador de información que no nos gusta de alinearse en contra de nosotros.

Que a uno le guste una página hecha con tonos de rojo y marrón es estéticamente discutible y dependerá del gusto de cada uno. Que a uno le digan que dicha página carece de contraste suficiente para muchas de las deficiencias visuales más habituales no es discutible: oiga, es que es así, y no es que a mí me guste más o menos, es que mucha gente no lo va a ver bien. Y eso no es culpa mía.

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