El tesorero del partido: el nuevo buen samaritano

Esta mañana ha comparecido en el Parlament de Catalunya el President de la Generalitat, Artur Mas, para hablar del caso Palau y la (presunta) financiación ilegal de Convergència Democràtica de Catalunya. De la misma forma, el Presidente Rajoy comparecerá mañana en el Congreso para hablar del caso Bárcenas y la (presunta) financiación ilegal del Partido Popular.

Lo que dirá Mariano Rajoy lo han venido adelantando los medios de comunicación y otros miembros del Partido Popular a través de los mismos medios de comunicación. Lo que ha dicho Artur Mas lo hemos podido escuchar esta mañana. Es lo mismo y se resume así: el tesorero tenía poderes absolutos para hacer y deshacer; había en el tesorero una confianza tal que no había que hablar con él; la economía del partido iba bien porque el tesorero debía hacer bien su trabajo. ¿Para qué preguntarle, si todo iba bien? ¿Para qué hablar con él, si se confiaba en su persona? ¿Para qué reunirse, si ya tenía poderes para decidir por sí mismo?

Que el dinero ha volado de las instituciones y ha ido a parar a los partidos son hechos demostrados. Y que parte de ese dinero ha ido a los bolsillos de particulares, también. Y que además de saquearse instituciones se cobraba la mordida — por activa y por pasiva — a empresas ideológica o económicamente afines, también.

Todas estas acciones eran, cabe entender, a iniciativa propia del tesorero.

Alguien que, por lo visto, además de lucrarse personalmente, también enriquecía al partido. Pero lo hacía por iniciativa propia y sin esperar nada a cambio. No esperaba nada a cambio porque nadie sabía de sus actuaciones ilegales, sus sobres, sus mordidas, sus pagos cruzados, sus jaguares en las puertas o sus chalés de casi ocho cifras en los barrios altos de la ciudad.

Hay que ser buena persona, desprendido, altruista y filantrópico para arriesgar tanto sin esperar tan poco, ni tan solo el reconocimiento de los compañeros. ¡Qué digo el reconocimiento, si ni tan sólo había conocimiento!

Los tesoreros de los partidos dejan al buen samaritano de los evangelios a la altura el betún. Lo suyo sí es entrega desinteresada y el resto es falsa humildad.

A nivel penal, los jueces decidirán lo que tengan que decidir. O no. También tenemos en este país jueces corruptos, jueces partidistas, fiscales de la defensa y fiscales de confianza. Y si por una vez se condena en una sentencia, siempre se podrá indultar al condenado. O incluso cambiar la ley que no permitía a condenados-indultados ejercer cargos públicos o de alta responsabilidad.

Por su puesto, a nivel político, la ética ni se está ni se le espera. La dimisión o cese de cargos imputados, decisión política, se ha confundido y parapetado con la esfera judicial. No hay forma de que representantes públicos, cargos de partidos y todo aquel que acerca sus zarpas de la cosa pública comprendan que lo penal y lo político son dos cosas distintas, como lo son la ley y la ética.

Siempre nos quedarán las urnas. O no. Entre la falta de valor, el loco conocido contra el sabio por conocer, y la ley electoral, nos pasamos cuatro años despotricando en las encuestas de intención de voto para, en el último momento, acelerar a fondo y estamparnos a toda euforia contra la piedra de siempre.

¿En qué terminará todo esto?

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