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La Segunda Transición (VI). ¿Hacia una política extrarepresentativa?

Esta es una entrada en seis partes sobre el, según muchos indicios, cambio de tendencia en el clima político que se da a partir del punto de inflexión que suponen las elecciones del 14 de marzo de 2004. En esta serie se tratarán, en este orden, la elección de la intención de voto como síntoma del cambio de etapa, la creciente desafección política, la crisis del bipartidismo, la existencia o ausencia de alternativas al bipartidismo, la forma cómo se retroalimenta la desafección y, por último, unas conclusiones a la luz de la creciente participación en la política extrarepresentativa.

Los datos del Centro de Investigaciones Sociológicas sobre intención de voto en las elecciones generales nos han mostrado, al menos, las siguientes cuestiones:

Dicho esto, ¿dónde podemos ir a buscar las causas? Los datos no nos lo dicen. Podemos intentar aventurar algunas causas a partir de la hemeroteca así como en la literatura académica. Algunas intuiciones personales que, insisto, no se extraen en absoluto de los datos del barómetro del CIS.

Los hechos del 11 al 13 de marzo de 2004 y los resultados de las legislativas

Creo que, a estas alturas, es prudente afirmar que lo acaecido los días anteriores a las elecciones legislativas del 14 de marzo de 2004 afectaron no solamente el resultado de dichas elecciones, sino el clima político hasta nuestros días.

Por una parte los atentados de Atocha mismos nos abrieron los ojos a la geopolítica global como en su día lo hicieron los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos de América.

Los atentados tuvieron, al menos, tres efectos políticos colaterales de gran calado:

Es para mí bastante evidente que todos estos factores contribuyeron a dinamitar el bipartidismo y a alimentar la desafección. Especialmente visto en perspectiva y a más largo plazo.

Crisis financiera, crisis de gobernanza

Si los efectos del 14M (usurpación o intrusión, crispación) pudieron terminar al iniciarse la siguiente legislatura en 2008, ésta tuvo a cambio un nuevo protagonista: la crisis financiera, que a su vez puso de manifiesto la subyacente crisis de gobernanza.

La crisis ha desgastado, una vez más, a los partidos que han estado en el gobierno para intentar (sin éxito) superarla: el bipartidismo del PP y el PSOE. La profundidad de la crisis, la negación de la misma, los bandazos, la timidez en las políticas, los programas electorales incumplidos, el silencio ante los medios y los ciudadanos, los ataques de unos partidos a otros… no han sido precisamente un comportamiento ejemplar que diese confianza a los ciudadanos para seguir votando y menos para seguir votando a los partidos más votados.

La crisis de gobernanza se ha acentuado con el resto de crisis así como por la falta de confianza y de complicidades que han hecho más difícil articular propuestas que, además, trasladar «hacia arriba» a otros ámbitos de toma de decisiones supranacionales.

Crisis de la política institucional

A toda esta imposibilidad de los partidos — y ahora hablamos de todos los partidos — de dar respuestas convincentes se añaden, en muchos casos, programas electorales realizados ad hoc, sin tradición en el pasado en el mejor de los casos y con profundas contradicciones y cambios sin fundamentar en el peor de ellos.

La organización interna de los partidos tampoco ha facilitado la participación ciudadana ni la atracción de talento hacia sus filas, con lo que los problemas han debido buscar respuestas en filas cada vez más menguadas.

Menguadas y corruptas. Los casos de corrupción han sido rampantes en los últimos años. Y las respuestas de los partidos han tendido al cerrarse de filas, a la negación o al manido «y tú más».

¿Resultado? Más desafección y de forma más estructural, como estructurales parecen ser los organigramas y procesos de toma de decisiones de los partidos políticos.

Tecnologías de la Información y la Comunicación

Creo que es imposible olvidar en esta lista el impacto de la telefonía móvil e Internet en la política española y la internacional en conjunto. Ya hemos comentado de pasada el papel crucial que tuvo Internet durante el 11, 12 y 13 de marzo de 2004 para encontrar fuentes de información alternativas, así como el papel de la mensajería instantánea — los SMS y el famoso ¡Pásalo! — para movilizar a los ciudadanos contra el gobierno saliente.

2004 es, además, el año de auge de los blogs en España, aunque venían cociéndose de varios años antes. Después de los blogs, en 2007 se añaden a la caja de herramientas las dos redes sociales por excelencia: Facebook y Twitter.

Fuentes de información abundantes y alternativas, desintermediación, medios de autocomunicación de masas, inmediatez, horizontalidad, boca oreja, proximidad, confianza… hay tantas características que hacen que Internet cambie las normas de juego de la comunicación que es imposible que no tengan un impacto en la comunicación por excelencia: la política. De hecho, los resultados de investigación están ahí, y si algo está claro es que el usuario intensivo de Internet es más participativo, más crítico y, en consecuencia, más propenso a la abstención si no encuentra solución en las instituciones políticas.

Participación extrarepresentativa

Llamémosle 15M. Llamémosle PAH. Llamémosle ILP antitaurina (en Catalunya) o pro-taurina (en el conjunto del estado español). Mareas. Asambleas. Plataformas. Partidos red.

Aunque seguramente es todavía muy pronto para conocer con profundidad a los llamados movimientos sociales, la fuerza de su aparición en España — con las acampadas del 15 de mayo de 2011 y su posterior desarrollo como ejemplo más paradigmático — muy probablemente obedece a algo más que un efecto de calco de los movimientos asociados a la Primavera Árabe, entre otras cosas porque tanto en su origen como en su paulatina sedimentación y transformación han tenido más puntos de diferencia que de similitud entre ellos (por no hablar del contexto socioeconómico y político).

Lo que sí sabemos es que poco a poco, de forma más visible o de forma más tácita, los movimientos sociales van teniendo un impacto en la vida política, a base de capilarizar sus ideas en la agenda pública, de transformar prácticas de participación política o, directamente, ejerciendo presión sobre los tomadores de decisiones.

Cabría preguntarse hasta qué punto estos movimientos sociales son causa o consecuencia de los cambios percibidos a partir de marzo de 2004 en la intención de voto en España. No nos dejemos engañar por el corto plazo: si bien es cierto que la eclosión del 15M es años después del 14M, el ¡Pásalo! y la toma de conciencia de una forma alternativa de organizarse sí coincide en el tiempo. Que la maceración pueda haber sido larga es otra cuestión.

O cabría preguntarse — invirtiendo el orden de la causalidad — si no puede haber sido la crisis del bipartidismo, la desafección y la parcial falta de respuesta de las formaciones minoritarias lo que ha empujado a muchos ciudadanos no solamente a no votar, sino a optar por una participación fuera de las instituciones, extrarepresentativa, sin intermediarios, más directa, personal, flexible.

Es momento de hacerse todas estas preguntas. Porque el cambio está ahí, se ha dado y se ha medido. Y la tendencia no apunta hacia una vuelta atrás, sino que avanza por derroteros desconocidos en la política española en las últimas décadas.

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