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Fijar el subir los impuestos (y no el déficit) por Constitución

Ante el anuncio de una reforma de la Constitución para fijar un máximo de déficit público en el 3%, se ha desatado una avalancha de opiniones a favor y en contra del gasto público y del déficit. A menudo usando un término por otro y viceversa.

Muy brevemente apuntaré a continuación por qué creo que hay razones para subir los impuestos, por qué creo que es bueno que el Estado pueda tener déficit (cuánto, eso ya es otra cuestión sobre la que soy incapaz de pronunciarme), cuál es la relación entre gasto y déficit y por qué creo que no habría que fijar lo segundo en la constitución, sino un incremento de los impuestos.

Subir los impuestos

En los años 60, William Baumol teorizó sobre los costes crecientes de las artes escénicas en relación a otros sectores económicos. En resumidas cuentas venía a decir que hace 200 años, un concierto de Mozart ejecutado por un cuarteto de cuerda implicaba el mismo número de personas y horas que se necesitaban para (ejemplo inventado) ordeñar una docena de vacas. Sin embargo, en nuestros días, y gracias a la tecnología, conseguimos ordeñar muchísimas más vacas en mucho menos tiempo, mientras que el concierto de Mozart sigue durando lo mismo y requiere el mismo número de personas. Eso explicaría por qué la leche es cada vez más barata en relación a un concierto de Mozart… o por qué un disco de Mozart (o los respectivos MP3) es cada vez más barato que asistir en vivo a ese mismo concierto.

El sector público — burocracias al margen, que seguramente podrían tecnificarse, ser más eficientes, más eficaces y, con ello, más baratas — suministra, ante todo, servicios muy parecidos al cuarteto de cuerda de Mozart: educación, sanidad, justicia, defensa y seguridad, etc. Aunque la tecnología pueda contribuir, hay tareas para las que necesitamos un profesor, un médico, un juez o un militar y es difícil que puedan producir más por persona, o que se pueda reducir el número de profesionales sin afectar la calidad del servicio.

En el límite, podemos reducir el papel del Estado a la mínima expresión y limitarlo a un rey y a 10 miembros de la guardia real para protegerle/protegernos. Incluso en ese caso, esos 11 sueldos, en términos relativos, costarán cada vez más que cualquier otro bien en el que cada vez intervengan menos manos: en términos relativos (que es lo fundamental), los impuestos tendrán que subir para mantener esa mínima expresión del Estado. Y eso sucederá siempre (siempre… que haya progreso tecnológico y que no volvamos a la edad de piedra, claro).

Tener déficit

Hay dos grandes motivos por los cuales se puede aceptar la idea de tener déficit.

El primero es más técnico y pertenece a lo arcano de la ciencia económica. Limitémonos a decir que hay cierto consenso que el déficit es bueno para estabilizar la (macro)economía a corto y medio plazo. Y ese consenso se consigue tanto si uno se aproxima a la política económica por la derecha o por la izquierda, lo que sin duda le da un interesante valor añadido.

El segundo, más intuitivo para los que únicamente gestionamos nuestra economía doméstica es que el déficit público nos permite gastar dinero endeudándonos, como hacemos la mayoría de nosotros con la hipoteca, el coche o cada vez que utilizamos la tarjeta de crédito. La principal crítica a esta práctica es que es imperdonable que una generación se gaste el dinero de las generaciones futuras (las que van a tener que pagar el crédito). A esta crítica le corresponde una única respuesta: depende. Si lo que pagamos a crédito son gastos corrientes (la luz, el agua, los caprichos, el sueldo de los funcionarios), la crítica está más que fundamentada: que cada palo aguante su vela. Si, en cambio, lo que pagamos a crédito son inversiones que disfrutará más de una generación (una carretera, un hospital, una escuela), no solamente es legítimo sino incluso justo que lo paguemos entre todos: contribuyentes presentes y futuros.

Relación entre gasto público y déficit público

El gasto público y el déficit público están relacionados por una simple (y simplificada) ecuación:

Ingreso Público – Gasto Público = Déficit Público

Por tanto, es cierto que limitar el déficit público es una forma de poner bajo control el gasto público… siempre y cuando o bien olvidemos o bien mantengamos fijo el otro componente de la ecuación: la partida de ingresos.

Algunas afirmaciones habituales:

En definitiva, aunque el gasto público y el déficit público estén relacionados, a efectos prácticos son dos variables prácticamente independientes que merecen dos debates por separado.

Limitar el déficit público por Constitución

Tres motivos por lo que, personalmente, me opongo a ello: por principios económicos, por principios sociales y por principios jurídicos.

  1. Económicamente, hay motivos para pensar que fijar arbitrariamente una tasa máxima de déficit público puede ser económicamente negativo. Lo hemos dicho más arriba: hay cierto consenso que el déficit público puede (y debe) ser un estabilizador macroeconómico esencial. Lo malo no es el déficit: sino el uso perverso que muchos políticos hacen de esta herramienta económica.
  2. Socialmente, puede haber casos donde el déficit público es la forma justa de repartir determinados gastos e ingresos entre generaciones distintas. Esto se llama solidaridad intergeneracional.
  3. Por último, en el plano jurídico, creo que la Constitución debería recoger los derechos fundamentales sobre los que edificar una sociedad, dejando al margen el modelo económico (o modelos económicos) con el que edificar dicha sociedad. Dicho de otro modo, la Constitución debería hablar de fundamentos y objetivos (a largo plazo), no de instrumentos (que pueden y deben cambiar a corto plazo).

Fijar el incremento de ingresos del Estado por Constitución

Puestos a hacer propuestas, y puestos a reformar la Constitución, lo que yo añadiría en la carta magna es la obligatoriedad de los Estados de incrementar los ingresos del Estado de forma paulatina. En base a lo que hemos visto, no comparto la necesidad de fijar un déficit público por Constitución. Sin embargo, mientras haya monopolios naturales, eficiencias de escala y bienes públicos (no rivalidad, no exclusión), el papel del Estado lógicamente siempre será mucho mayor que el ejemplo de mínimos anterior. Y dado que la tecnología hace cada vez más cara la actuación humana y muchos de los servicios públicos son suministrados por personas, es lógico pensar que sí o sí el Estado necesitará cada vez más una mayor proporción de ingresos, incluso para mantener servicios de mínimos o la eficiencia en su suministro agregado.

Fijemos, pues, el incremento de impuestos por Constitución, con lo que no únicamente evitamos el caos y la anarquía en el futuro sino que, además, favorecemos la cohesión social, las instituciones y el crecimiento. Ahí es nada.

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