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¿El gobierno de los mejores o el gobierno de los que leen?

Decía el poeta que el poder es para cambiar el mundo. Y que los políticos no quieren el poder: lo que los políticos ansían es mandar.

Generalizando mucho — con las consecuentes injusticias de generalizar y más con el cedazo grueso — hay dos tipos de político:

Al margen de la valoración que haga cada uno de su gestión, de los primeros tenemos buenos ejemplos en Pedro Solbes y Rodrigo Rato en la cartera de Economía, o en Ángel Gabilondo o Federico Mayor Zaragoza en la de Educación, por mencionar algunos de los muchos casos que afortunadamente hay.

De los segundos tenemos también incontables casos. Se reconocen por su trayectoria meteórica: aparecen en la lejanía de una alcaldía periférica, ganan una dirección general, un ministerio y, como un cometa, después vuelven a perderse en el espacio estelar político, o bien volviendo a la administración local o catapultados hacia Bruselas, Naciones Unidas y demás cementerios de elefantes que tanto aportan al contribuyente a cambio de tan poco.

El presidenciable de las próximas autonómicas catalanas por Convergència i Unió, Artur Mas, insiste en su campaña en que quiere un gobierno de los mejores. La pregunta es a cuál de los dos tipos de político anteriormente mencionados se refiere Mas.

Teniendo en cuenta que la campaña sucede mayormente en mítines políticos — esa liturgia tribal dirigida a los miembros del partido y votantes incondicionales — uno querría comprender que «gobierno de los mejores» significa «compañeros, no me vengáis con el qué hay de lo mío cuando ganemos las elecciones», y que se creará un gobierno de competentes, no de incondicionales. No me parece mal.

Corre el peligro, sin embargo, que tan noble propósito se pase de frenada y, como denuncia José Antonio Donaire, ese gobierno de los mejores acabe en elitismo y aristocracia (cuyo origen del término es, precisamente, el gobierno de los mejores). Este riesgo ha sido históricamente una realidad que ha acuñado bonitos términos como despotismo ilustrado o maquiavelismo, por citar los más amables.

No comparto, sin embargo, algunas derivadas de la crítica a ese gobierno de los mejores, y que podemos resumir como (1) que tenga estudios y títulos no significa que vaya a ser mejor y (2) no solamente de técnicos vive la cosa pública, sino también de ideas/ideologías.

Creo que ambas aproximaciones son fruto de los desbocados relativismos moral e intelectual que nos sumen, respectivamente, en la impunidad y en la ignorancia.

Que uno tenga formación o experiencia en un área no es — ni debería ser — una condición suficiente, por supuesto. Sabemos que «doctores tiene la Iglesia» y que ello no es garantía de buen hacer. Sin embargo, sí debería ser, en mi opinión, una condición necesaria, una política de mínimos.

Exigimos al instalador del gas títulos y certificados de calidad para minimizar la probabilidad que nos vuele la casa por los aires; viajamos miles de kilómetros para que el cirujano que nos operará los juanetes tenga en su haber los juanetes de los mejores deportistas y vedettes de la televisión. Sin embargo, somos incapaces de exigir lo que damos por descontado en el último ayudante de la empresa a quien administrará un presupuesto multimillonario, público, y de quien acabará dependiendo no el presente, sino el futuro de un país (o una comunidad o una ciudad).

La segunda cuestión, la de que hay que construir los gobiernos con visionarios y no con autómatas, es condenable no en sí misma, sino por el lugar en el que nos deja a los demás. Creen algunos — como sucede con muchos religiosos — que solamente los políticos creen en algo, y que el resto de la humanidad cumple humildemente con su jornada laboral y deja para los demás el esfuerzo de pensar, o de imaginar, o de creer. Ocurre, no obstante, que es hasta probable que algunos «técnicos» tengan ideas, o incluso que piensen demasiado, tanto que no quepan en los aparatos de los partidos, como sospecho que fue el caso de Baltasar Garzón. Ideología sí, pero la justa.

Yo quiero un gobierno de los mejores. Sí, con mi dinero quiero contratar al mejor, como tengo el mejor coche que puedo permitirme o la mejor escuela que puedo pagar.

No quiero un gobierno de los mejores de cada partido, ni tampoco de unos mejores que de tan estupendos gobiernen de espaldas a la plebe, del resto de nosotros. Pero sí quiero un gobierno de unos mejores que saben de qué hablan, que conocen y comprenden los problemas a los que se van a enfrentar porque eran esos mismos problemas los que le quitaban el sueño antes de gobernar. Un gobierno de los mejores que lo son porque leen, porque se informan, porque son capaces de comprender, porque hablan y porque debaten.

Así entiendo yo ser mejor, y no creo que haya otra forma de serlo.

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