Del aprendizaje no formal al aprendizaje informal

La educación tiene dos grandes fines que tienen naturalezas muy distintas.

Por una parte, la educación debe formar a las personas que están en el mercado de trabajo, es decir, debe formar a las personas como trabajadores (anotemos aquí lo sorprendente de la expresión de «formar a los futuros trabajadores», que excluye a todos los trabajadores presentes de la necesidad de seguir formándose).

Por otra parte, la educación debe formar a las personas como personas, valga la redundancia. Es decir, deber formar a las personas como ciudadanos, responsables de sus actos y libres de hacerlos dentro del contrato social establecido.

Ambos se han solucionado, tradicionalmente, con una combinación de escuela, formación profesional y universidades. Combinación variable según el caso, pero dentro de un conjunto común de posibilidades.

En un futuro que ya es presente, la posibilidad de desinstitucionalizar la educación (especialmente en lo que se refiere a instituciones educativas) seguramente posibilitará que la demanda y la oferta de trabajadores formados tenga su equivalente en una demanda y una oferta de formación profesional más ajustada al mercado de trabajo. La histórica demanda de los empresarios («que las universidades produzcan más especialistas y menos generalistas») tendrá una contestación lógica: «inviertan ustedes también en el capital humano que más tarde van a rentabilizar, ahora es más fácil que antes».

Para el caso de la educación como edificadora de ciudadanos, la cosa está más complicada: por su naturaleza de bien público (todos lo queremos pero ninguno tenemos incentivos para asumir el coste), su demanda probablemente no aumentará. Y, en la medida que quede disociada de la demanda de educación como formación laboral, todavía será más difícil — en este mundo cortoplacista y economicista — justificar la inversión en formación de ciudadanos.

Añadido a este problema de subestimar la formación de ciudadanos frente a la formación de trabajadores, nos encontramos que el entorno tan cambiante provocado por la revolución digital hace que la necesidad de formarse — como ciudadanos, como trabajadores — sea algo que deja de formar parte de una etapa de la vida para pasar a tener lugar a lo largo de la vida.

Ante estos retos, conviene reflexionar sobre cómo llegar la educación al ciudadano, en todo momento y allí donde esté.

Puede que después del primer paso (o ampliación) de la educación formal a la educación no formal, deba seguirle una segunda etapa que vaya de la educación no formal a la educación informal, a la educación casual.

Si los museos, bibliotecas, entornos de trabajo, comunidades de práctica, etc. forman ya parte de la educación no formal, gracias a tecnologías que permiten la movilidad del aprendiz, la ubicuidad de contenidos y expertos, de realidad aumentada, de contextos semánticos e inteligencia artificial… debería ser posible anticiparse a las necesidades formativas (e incluso a las voluntades de formación, cabría añadir) de los ciudadanos y plantarlas allí donde las van a necesitar.

Las estrategias de emplazamiento de productos o de publicidad contextual han demostrado su poder para vender productos y servicios. ¿Por qué no probar con la formación, la formación de las personas? ¿Por qué no integrarla en el día a día, en la cotidianidad de los ciudadanos?

Esta entrada pertenece al un ciclo de entradas alrededor del Mozilla Drumbeat Festival que tendrá lugar en Barcelona del 3 al 5 de noviembre de 2010:

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