Hoy, día 29 de septiembre de 2010, hay convocada una huelga general contra la refoma laboral. A continuación — y con alguna que otra digresión — expongo los motivos por los cuales no voy a ejercer mi legítimo derecho a la huelga.
El cambio sistémico.
En los últimos años, y de forma acelerada, estamos viviendo (o sufriendo) la rápida transición de una sociedad industrial a una sociedad del conocimiento. Esta última se caracteriza por un cambio tecnológico profundo, centrado en procesos de digitalización a todos los niveles; en una globalización que añade el factor tiempo (la inmediatez) a la ya dominante internacionalización o mundialización; y un radical cambio en las estructuras de demanda (en el mercado de bienes y servicios, en el mercado de trabajo, en los mercados financieros), con un papel predominante de la información y las estructuras de red en su formación.
Esta transición es llamada por muchos revolución digital, tercera revolución industrial… revolución al fin y al cabo. Una revolución es una ruptura, un antes y un después, no es un resituarse, no es remozar la fachada: es un cambio de sistema.
Las instituciones democráticas, las instituciones educativas, los gobiernos, los partidos, la forma de ser activo en sociedad, la forma de producir cultura, muchos procesos de producción y otros tantos de distribución, los medios de comunicación… incluso la propia identidad están siendo cuestionados y transformados tan radicalmente que es probable que en dos generaciones sea difícil hacer comparaciones con lo que había «antes».
El vacío total.
Ante esta situación, los principales agentes socioeconómicos o bien no hacen propuesta alguna o bien «exigen» (hoy en día ya nadie pide nada) aplicar soluciones del pasado. Gobierno, oposición, sindicatos y patronal parecen estar de acuerdo en que nada ha cambiado — más allá de lo anecdóticamente coyuntural — y enarbolan consignas que a lo mejor han funcionado estos últimos 250 años. Antes del cambio sistémico.
Este es un momento tan desconcertante como apasionante para los científicos, analistas y estadistas. Apasionante por lo nuevo; desconcertante por lo desconocido. Dicen que la Economía es una ciencia que predice el futuro como si condujese un coche solamente mirando hacia atrás por el retrovisor. Así, puede que no sepamos qué hay delante del coche. Pero, definitivamente, sabemos qué dejamos atrás y, en cierta medida, por qué.
El pueblo de los Estados Unidos en la ficción de El Ala Oeste de la Casa Blanca tenía la suerte de tener un gran Presidente con un gran gabinete. Y no porque el Presidente fuese un Premio Nobel de Economía, sino porque leía. Leía él y leía todo su equipo, y había debate y disensión y, ante todo, ganas de aprender juntos. Se pasaban las noches leyendo informes, artículos académicos, opinión; y se pasaban el día debatiendo y argumentando sobre los mismos.
En nuestro país, el debate de las ideas es un vacío cósmico. Con toda su misma radiación y con toda su misma vacuidad.
Los medios por los fines.
Si de algo se habla aquí, es de los medios, pero de los medios como fines. La confusión de los instrumentos por los objetivos es escandalosa.
La huelga, cualquier huelga, no debería ser un referendo sobre los sindicatos. ¿Desde cuándo los sindicatos, su existencia, es el objetivo? El objetivo de los sindicatos, como el de las ONG, debería ser desaparecer, no perpetuarse.
Sindicatos y partidos han tergiversado completamente la acción democrática. Los partidos vencen elecciones y los sindicatos ganan huelgas. ¿Perdón? Unas elecciones no son una carrera: unas elecciones son decidir en quien se delegará la responsabilidad de intentar alcanzar unos fines (económicos, sociales… colectivos) con unos recursos (los de todos). Ganar, si se gana, es al final de la legislatura; y no gana el gobierno, gana la sociedad con la gestión de este. Y las huelgas, si algo tienen, como las guerras, son perdedores: jamás ganadores.
Cuánto más «ganan» los partidos y los sindicatos, más perdemos los ciudadanos: tiempo, esfuerzos y recursos consumidos en los instrumentos y no en los fines.
Tampoco podemos justificar las acciones ni por los éxitos pasados, ni por los actores que los consiguieron. Es falaz pensar que los aciertos pasados justifican, en sí mismos, las propuestas presentes o futuras. Lo que justifica una huelga no es el papel de los sindicatos en conseguir mayores cuotas de libertad y derechos para los trabajadores: lo que justifica una huelga son las propuestas que hay sobre la mesa y los fundamentos que las sustentan. En este sentido no puedo sino recurrir a la cuestión del cambio sistémico, el vacío ideológico y la confusión de los medios por los fines.
Entonces.
Entonces no iré a la huelga.
Rechazo una huelga cuyo planteamiento no comparto por centrarse en los síntomas y no en la enfermedad.
Rechazo igualmente una casta política (y aquí incluyo a los sindicatos) que no da la impresión de documentarse, de proponer constructivamente, de debatir los fondos y no las formas.
Rechazo así mismo los mal llamados grandes inversores internacionales, especuladores cortoplacistas asilvestrados por la globalización que han convertido otro medio, el dinero o la financiación, en otro fin en sí mismo, dinamitando el sistema desde dentro. La especulación financiera es a la Economía lo que la especulación con alimentos y vivienda es a los derechos humanos más elementales.
Rechazo, por último, la connivencia de los unos para con los otros y los otros para con los unos. Connivencia que tiene secuestradas las ideas, incrementa la distancia entre los que tienen y los que no, y mina, sobre todo, las posibilidades de que los que no tienen tengan.
Carlo Cipolla clasificaba los seres humanos en inteligentes, incautos, malvados y estúpidos, según sus actos beneficiasen o perjudicasen a uno mismo y/o beneficiasen o perjudicasen a los demás. Que cada uno se encasille donde pueda.