La clase política (y perdón por generalizar, aunque tampoco abundan los políticos que denuncian a sus malos compañeros)… la clase política, decía, nos tiene ya acostumbrados a su quejoso y tú más
. ¿Que hay una discrepancia sobre la gestión de un miembro de un gobierno? Y tú más. ¿Que hay una acusación de corrupción a un miembro de un partido? Y tú más. ¿Que un miembro de un partido se pasa por el arco de triunfo la hemeroteca y donde dije digo digo Diego? Y tú más. Y tú más. Y tú más.
El ejercicio del y-tú-más tiene un corolario, o una degeneración corrupta, que consiste o bien en cargarse al que viene con pruebas o bien en cargarse al que se pone en medio del y-tú-maseo. ¿Que viene un juez a impartir justicia? Nos cargamos el juez, la ley, el tribunal y lo que se interponga. ¿Que mueren unos bomberos en la extinción de un incendio? Nos cargamos el cuerpo porque la culpa fue del cha-cha-chá. ¿Que la policía actuó con demasiada o demasiado poca contundencia contra unos manifestantes? Nos cargamos el cuerpo por haber sido blandos en la rotundidad. ¿Que un personaje se funde los fondos públicos y el dinero del contribuyente para la promoción de la cultura? Pasamos del contribuyente y del que tenía que velar por sus intereses e y-tú-maseamos hasta que al respetable le acabe dando igual conforme lo dejen en paz.
Hasta aquí, la destrucción al poder.
En este eterno deshacer, míto de sísifo, Penélope destejiendo, etc. todavía había la esperanza de que algunos se dedicasen a construir algo… algo que los demás pudiesen cargarse, pero algo es algo al fin y al cabo.
Ya no es así: los buenos tiempos terminaron.
En los últimos meses se ha puesto en boga el y-tú-qué. Los partidos, los líderes (cualquier relación con la etimología inglesa es pura coincidencia), en lugar de hacer propuestas piden a los demás que las hagan: Sr. Fulano, defínase sobre su posición frente al nacionalismo; Sr. Fulano, diferénciese (o no) de sus (para mí, claro) repugnantes socios de gobierno; Sr. Fulano, la población quiere saber (y yo sin enterarme) si, en el caso que usted llegue al gobierno (no lo quiera el hado) al levantarse se pondrá primero la zapatilla del pie derecho o la del pie izquierdo. Sr. Fulano, aclare de una vez si su partido (y no el mío) tiene una crisis de analgesia. Sr. Fulano, por el amor del prójimo, diga algo para evitar el silencio que nos deje pensar.
La consecuencia directa del y-tú-queo es tan divertida (si a uno lo pillan cínico o socarrón) como surreal: mi respuesta a su pregunta es que yo no haré lo que usted me dijo que haría o hubiere hecho en caso de que usted obrara u obrase de acuerdo y en concomitancia con mi propuesta subsumida a la suya, ¡¡sino todo lo contrario!!
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Y mientras en el universo paralelo de la política analizan sintácticamente los diretes y los diremes, los votantes tenemos una cita en otoño (algunas autonomías), primavera (ayuntamientos) y el año próximo (generales).
Y nos pasa como en Facebook, que cuando alguien dice una barbaridad solamente encontramos el botón «Me gusta», pero el «Ni harto de vino», ese, ese brilla por su ausencia.
Como las propuestas de valor.
Y tú más.
Y tú qué.