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La politización de todo, la mercantilización de los derechos

Comentaba en Democracia como participación, democracia como maximización de votos que los partidos políticos han abandonado la ideología para dedicarse al marketing y conseguir el mayor número de ventas (votos) de su producto (diputados sentados en un escaño).

Que comercien con un ciudadano, puede sentar entre mal y peor. Que comercien con los derechos humanos ya me parece demasiado.

En los últimos días se ha hecho tristemente popular el periodista Eduardo García Serrano por sus insultos personales a la Consellera de Sanitat Marina Geli. En mi opinión, sin embargo, los insultos van más allá de lo personal y denigran profundamente a todo el género femenino, impresión que comparte el Ministerio de Igualdad (y al menos parte de la Comisión de Igualdad del Congreso) que va a expedientar al periodista.

Si bien el periodista se ha disculpado públicamente por su comportamiento, la existencia de otros registros de corte marcadamente homófobo, así como el tono habitual del periodista, hacen dudar de la sinceridad de sus palabras (aunque esto último reconozco que es ya una interpretación personal).

Hasta aquí, los hechos. Objetivamente lamentables, reprobables, condenables, etc., etc., etc.

Ayer el Ministerio de Igualdad convocó la Comisión de Igualdad del Congreso para comentar lo sucedido (lo que incluía el visionado de las declaraciones injuriosas originales) y comunicar que se expedientaría al periodista. El Partido Popular, aquejándose que el visionado de las disculpas del periodista no estaban en el orden del día, abandonó la sala (NOTA: no se pongan estupendos los anti-PP, porque harina de este costal la hay en todos los molinos).

Perdonen que haga una interpretación libre de lo sucedido ayer, pero tengo la impresión que lo que tenía que ser un debate y una condena unánime al sexismo y la misoginia — y ya, de paso, a la homofobia y otros extremismos del Sr. Serrano y la sociedad en general — se consiguió vender como una ofensa a la derecha y al catolicismo, epítetos con los que se identifica públicamente el Sr. Serrano, la cadena Intereconomía y el Partido Popular.

Hasta aquí podíamos llegar.

Estamos enfermos.

Somos incapaces ya de separar lo más sagrado, los derechos humanos, de la política más miserable y mezquina y el mercadeo de votos. Hemos llegado al punto donde cualquier posicionamiento respecto a cualquier tema se ve en clave electoralista.

Hoy en día es casi imposible defender la libre práctica de la religión pero quitando los crucifijos de la escuela pública. O uno o lo otro: ambas son incompatibles. O quemamos a los curas o quemamos a los rojos. Pero quemar, hay que quemar a alguien.

Condenar un ataque a un barco humanitario es antisemitismo; condenar la tortura machista del islamismo es anti-multicultural. Buscar la paz en Euskadi es alineamiento con los terroristas secesionistas; no tolerar el asesinato impune en defensa de la identidad nacional es represión e imperialismo. Defender el derecho a la vida del embrión humano es de derechona retrógrada y defender la calidad de vida de la mujer (que se ha quedado embarazada) es de rojos anarquistas. Respetar el medio ambiente es de ecologistas ludditas y antiprogreso, e intentar medir el impacto de las políticas verdes en la economía es de fachas ultraliberales. Alinear los sueldos con la productividad es cosa de la clase capitalista explotadora, y defender un trabajo digno, seguro y justamente remunerado es propuesta de sindicatos estalinistas. Defender los derechos de los homosexuales es típico de la debilidad mental de la izquierda; mientras que abogar por la libertad de credo y la práctica de la fe forma parte de la castradora derecha.

Y así, hasta la náusea.

Es indescriptible el hastío que siento por las etiquetas y quien las pone. Y sí, la clase política tiene mucha, pero mucha culpa de que hayamos llegado a esta situación. Por acción o por omisión. De uno y de otro lado. No se me pongan ahora estupendos.

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