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Mi opinión sobre el #manifiesto en defensa de los derechos fundamentales en internet

No me gusta la Disposición Final Segunda de la Ley de Economía Sostenible cuyo proyecto acaba de aprobarse. Por muchos motivos, entre los cuales:

Dicho esto, ¿por qué no suscribir el Manifiesto En defensa de los derechos fundamentales en internet? Con mis más sinceros respetos para con sus impulsores, y siempre desde mi personal punto de vista, por motivos parecidos a los que me provocan el rechazo a la Ley Sinde. A saber:

En definitiva, tanto gobierno como impulsores del manifiesto convierten — o hacen parecer — un debate sobre derechos humanos fundamentales en si es legítimo bajarse más o menos música y películas por Internet. Lo siento, pero esa es la impresión. Mi impresión, por supuesto.

Así, no es de extrañar que las potestas (sic) contra la Ley Sinde en Twitter no tienen el apoyo esperado. Claro, digo yo, porque no se trataba de Twitter o de Internet, sino de los derechos fundamentales. No de los derechos fundamentales en Internet, sino de los derechos fundamentales, punto.

Afirma César Calderón en El #manifiesto de Brian que había un movimiento plural y mayoritario y que no existe en nuestro país un movimiento internauta suficientemente maduro. Bien, creo que el movimiento no era ni plural ni mayoritario: no lo era dentro de los usuarios habituales de Internet — muchos menos de los que creemos — y, por descontado, no lo era «fuera» de Internet, precisamente porque se vendió como oposición digital-analógico. Y sobre el «movimiento internauta» ya he dado mi opinión con anterioridad. Creo que nos equivocamos pensando que todo el mundo está conectado a Internet todo el rato como nosotros y que pasa ese rato haciendo las mismas cosas que nosotros.

No quiero acabar esta diatriba sin romper no una sino todas las lanzas que hagan falta en favor de quienes redactaron el manifiesto y quienes perdieron su tiempo y esfuerzo en reunirse con partidos y gobiernos. No solamente tienen mi admiración, sino mi agradecimiento, aún a pesar de no compartir algunas de sus tesis.

De la misma forma que jamás me he sentido representado por estas personas, jamás he creído tampoco que estas quisieran representarme. Al contrario, siempre he pensado que tuvieron el coraje de dar a conocer su opinión en público y la suerte de ser escuchados en privado. Tener una opinión y poder contarla a tus representantes electos — o aspirantes a serlo — es un lujo que, más que denostar (lo que he llegado a leer sobre el tema…), habría que envidiar y desear para uno mismo.

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