Internet no matará la tele, però ¿se comerá la tele a Internet?

En el debate de si Internet acabará con la televisión o si la televisión acabará con Internet, hay — como en la mayoría de debates — dos posiciones extremas opuestas:

  • Internet volverá irrelevantes los canales de televisión, al servicio del capitalismo y los gobiernos, y democratizará la información y la comunicación y la revolución no será televisada.
  • Los medios son los únicos tocados por la gracia divina de la verdad infundida, los garantes de la democracia bien democrática y el rigor, e Internet morirá aplastada por su propia irrelevancia, llena de ruido y cosas sucias.

Uno de los últimos informes del Pew Research Center, The Rise of the «Connected Viewer» (El surgimiento del televidente conectado), viene a decir dos cosas:

  1. La población en general encuentra este tipo de debates más bien estériles, y hace y deshace según le convenga en cada momento y al margen de consideraciones teleológicas y numismáticas.
  2. Un 58% de las personas que tienen teléfonos móviles inteligentes ven la tele con el móvil en la mano: se entretienen navegando durante los anuncios, comprueban en Internet que lo que dicen los bustos parlantes es verdad, visitan una web que ha salido en pantalla, intercambian mensajes SMS y alternativas con otras personas, comentan y leen los comentarios de otros en las redes sociales sobre el programa que están viendo e incluso algunos acaban participando en algún concurso.

En el fondo, estos datos no deberían sorprender a nadie. Y no porque esto haya sido ya teorizado hace diez años como transmedia, sino porque esta práctica es tan vieja como viejos son los medios.

El ejemplo más popular — exceptuando el caso de Internet, claro ‐ lo tenemos en ese «anunciado en TV» que acompañaba los anuncios de las marquesinas del autobús, los delantales en la prensa escrita o las cassettes de las gasolineras. «Anunciado en TV» y sabías que lo que comprabas era bueno, porque sólo lo que salía en la tele era de calidad.

La integración de los medios es antigua: los periódicos comprando radios, y las corporaciones de prensa y radio comprando cadenas de televisión. Mientras unos decían «la tele matará la radio», lo que hacían los demás era comprar cadenas de radio y cadenas de televisión y asegurarse de que el mensaje circulaba entre medios sin tropiezos. Con el tiempo, las estructuras de poder volvían a su sitio y aquí paz y mañana gloria.

¿Por qué, pues, esta insistente virulencia contra Internet como medio?

Por un lado porque de conservadores y reaccionarios hay en todas partes.

Por otra porque, probablemente, el problema es que Internet no se puede comprar. O, mejor dicho, no se puede comprar todo entero, y además cada vez parece más difícil hacerlo — especialmente desde que cualquier don nadie se puede hacer un blog o un usuario de Twitter. Vemos intentos: grandes corporaciones estableciéndose en Internet con gran despliegue de medios, compra de plataformas inicialmente «ciudadanas» por parte de corporaciones de medios, barreras legales a la entrada de nuevos micro-medios de comunicación personales, etc.

La diferencia, sin embargo, entre imprimir publicaciones «alternativas» y cerrar radios piratas es que las primeras costaban una fortuna y eran insostenibles y las segundas competían por un medio físico (las frecuencias de radio) que se debía regular y repartir (y pagar su reparto) para hacerlo practicable.

Internet no tiene ni estos costes ni estas limitaciones físicas. Así que quizás la estrategia de las grandes corporaciones de medios de comunicación, por una vez, tendrá que ser otra.

Entrada originalmente publicada el 16 de agosto de 2012, bajo el título Internet no matarà la tele, però es menjarà la tele Internet? en Reflexions sobre periodisme, comunicació i cultura (blog de ESCACC, Fundació Espai Català de Cultura i Comunicació). Todos los artículos publicados en este blog pueden consultarse allí en catalán o aquí en castellano.

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¿Hacen falta informativos en los medios? Hacia el periodismo de datos y de análisis

A menudo hablamos de datos, información y conocimiento como si fueran la misma cosa, intercambiando las palabras como si se tratara de sinónimos para evitar redundancias en un redactado. Quizás (sólo quizás) una idea más clara de qué es cada uno nos ayudaría a confrontarlos con lo que los medios están haciendo hoy en día y qué es lo que algunos dicen que creen que necesita el ciudadano.

Siempre mejor un ejemplo:

  • Datos: 25, 14, 1024, 21, 16, 1012, 19, 17, 998. O, en palabras: la temperatura máxima y la temperatura
    mínima se acercan y la presión atmosférica está bajando.
  • Información: Se acerca una depresión atmosférica, está cambiando el tiempo y nos movemos hacia la inestabilidad; refrescará durante el día, viento y mayor probabilidad de lluvias.
  • Conocimiento: coged el paraguas u os mojaréis. Si podéis, evitad el coche: todo el mundo lo cogerá y se colapsarán las principales vías de comunicación. No aparquéis los coches en lugares con riesgo de avenidas o, cuando volváis, quizá no los encontréis. Los usuarios de la línea 1 de Cercanías de Barcelona, preparad la paciencia.

Otro ejemplo más complicado:

Unos años atrás, antes de la era Internet, los datos estaban en poder de quien los generaba, la información estaba en manos de quien era capaz de acceder a los datos, entenderlos y, en muchos casos, saber explicarlos. El conocimiento, por las dificultades de acceso a datos e información, así como datos e información complementaria a los primeros, estaban circunscritos al experto en una determinada materia.

Actualmente la información está prácticamente al alcance de todos. Todo el mundo cuenta lo que ve, su realidad más cercana, y lo hace público para el disfrute de los demás. La información, lo que sucede, es superabundante, y lo es porque todos nos hemos convertido en pequeños medios de comunicación que explican la actualidad desde un móvil, un ordenador o cualquier otro artilugio conectado a Internet.

Se da, sin embargo, la paradoja de que tanta información a menudo no está fundamentada en ningún dato objetivo: sabemos que llueve, pero no porqué, o sabemos que hay mineros que se rebelan, pero no estamos seguros de que los motivos que conocemos sean los verdaderos.

Se da también el hecho de que no sabemos qué hacer con tanta información. Llueve … pero ¿llueve mucho o poco para la época? Hay crisis financiera pero … ¿tenemos que sacar el dinero del banco y guardarlo en el colchón porque habrá «corralito» en la zona Euro?

Para remachar el trío de paradojas, muchos medios se van concentrando cada vez más en proveer información al ciudadano. Mientras somos bombardeados por docenas de canales diferentes que en Siria la ciudadanía es masacrada por el régimen, en la televisión o los periódicos o las radios se nos informa … que en Siria la ciudadanía masacrada por el régimen. Que nos recortan el sueldo o no encontramos trabajo ya lo sabemos, gracias, pero los medios dejan de contarnos (a) en qué se — en qué datos — el Gobierno su política económica y social y (b) qué alternativas hay y qué impacto tiene cada una a corto, medio y largo plazo — qué conocimiento tenemos de cada opción y lo que significa.

A veces ponemos nombre a las cosas y hablamos de la necesidad de un periodismo de datos o de un periodismo de investigación o de análisis. Y acabamos perdiéndonos en debates espurios sobre si los nombres están bien encontrados o no, o si obedecen a determinados intereses, o si todo es hablar por hablar, porque es fácil y no cuesta nada (no como hacer cuadrar sirialos balances y las nóminas a los medios).

Ejemplos de más y mejores datos, para fundamentar (y verificar) nuestra información: Qué hacen los diputados, Sueldos Públicos, ¿Dónde van mis impuestos? o el famós Mapa de Corrupción por Partidos Políticos o Corruptódromo.

Un perfecto ejemplo del conocimiento puesto en práctica, de cuál es el impacto de nuestras acciones (e inacciones), en Nada es Gratis.

Seguramente no hay tanta información de todas todas redundante y vamos faltos de porqués y para qués. Porque puede ser que el iceberg lo estemos viendo todos (información), pero que ni todo el mundo sepa que bajo el iceberg se esconde otro 90% de hielo (datos) ni que, si seguimos así, vamos a titaniquear de verdad de la buena (conocimiento).

Entrada originalmente publicada el 17 de julio de 2012, bajo el título Calen informatius als mitjans? Cap al periodisme de dades i d’anàlisi en Reflexions sobre periodisme, comunicació i cultura (blog de ESCACC, Fundació Espai Català de Cultura i Comunicació). Todos los artículos publicados en este blog pueden consultarse allí en catalán o aquí en castellano.

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¿Evolución o revolución en la participación ciudadana en democracia? De la transparencia al #15MpaRato

El día 4 de julio, a partir de las 19h en la (¡nueva!) sede de la UOC en Sevilla (Torneo, 32), participaré en la sexta y última jornada de los [sic] Debates sobre tendencias en la Sociedad de la Información y el Conocimiento. La inscripción puede realizarse en el formulario del evento. Los usuarios de Twitter, pueden seguir #debateSIC. Habrá también streaming de vídeo.

El objetivo de la sesión es reflexionar o repensar cuáles son o cuáles deberían ser las relaciones entre gobierno y ciudadanos después de la revolución digital, y ver si somos capaces de acabar de conformar esa nueva Sociedad de la Información.

Gianluca Misuraca, investigador del centro de investigación JRC-IPTS de la Comisión Europea, centrará su análisis en las relaciones entre Administración y ciudadanía, hablando sobre todo de administración o gobierno electrónico, datos abiertos, etc.

Por mi parte, la reflexión se referirá más a la relación de gobiernos, parlamentos y partidos políticos en materia de ejercicio de la democracia. Esta es, en síntesis, la presentación de mi introducción:

¿Evolución o revolución en la participación ciudadana? De la transparencia al #15MpaRato

Imaginemos un agricultor en el Delta del Ebro. De pronto se da cuenta que el agua baja sucia, demasiado sucia como para que los cultivos no peligren. Se sube al caballo (no hay coches, no hay Internet) y se dirige río arriba. 350km después, en el Valle de Pineta, se encuentra con unos ganaderos que están contaminando las aguas: la falta de pastos les ha obligado a estabular y utilizar piensos de dudosa calidad y peor impacto medioambiental. Se llega al acuerdo rápidamente: el agricultor suministrará hierba a los ganaderos, quienes, a cambio, mantendrán el agua limpia y suministrarán carne y leche al agricultor.

A medida que más agricultores y más ganaderos de toda la cuenca del Ebro/Cinca se añaden a los acuerdos, la gestión se vuelve compleja. Los trajines de unos y otros acaban por tener descuidados cultivos y ganado, con importantes pérdidas económicas: se dan cuenta de que sale a cuenta que algunos de ellos se dediquen en exclusiva a la actividad política, pagados entre todos. Se crea el «Parlamento del Ebro/Cinca» con sede en Fraga, donde hay sesiones semanales y donde se almacenan (en papel, no hay PDF) los documentos de las sesiones, informes técnicos, etc. Cada semana, los representantes políticos informan a sus respectivas comunidades de los acuerdos alcanzados.

Pero el Ebro tiene más afluentes y pronto hay que crear otros Parlamentos: el Parlamento del Ebro/Segre, el Parlamento del Ebro/Gállego, el Ebro/Jalón… y, por supuesto, un Parlamento de nivel superior, el Parlamento del Ebro, cuya sede se fija en Zaragoza. Se crean distintos niveles político-administrativos y pronto es imposible, ante tanta población, rendir cuentas cada semana. Se fijan algunas sesiones de debate de carácter anual y un gran evento cada cuatro años.

Revolución digital y democracia

La historia anterior seguramente tendría un argumento distinto en un mundo con telecomunicaciones y la posibilidad de digitalizar la información. Y probablemente tendría también actores distintos.

  • ¿En qué cambia el hecho de que el acceso a la información pueda realizarse ahora prácticamente sin coste alguno?
  • ¿Qué tipo de espacios y prácticas de deliberación podemos desarrollar cuando ya no hay límites de espacio ni de tiempo?
  • Con más y mejor información, con espacios distintos para la deliberación, ¿cómo formamos nuestra opinión? ¿cómo establecemos nuestras preferencias? Y, todavía más importante, ¿qué prácticas y qué agentes pueden o deben intervenir en la negociación entre opciones?
  • ¿Necesitamos repensar la forma como explicitamos nuestras preferencias? ¿Qué limitaciones hemos dejado atrás y qué limitaciones todavía tenemos a la hora de establecer (nuevas) formas de votación?
  • Y, por último, seguramente es posible que la rendición de cuentas sea no ya más transparente, sino «por defecto», más ágil, flexible, automatizada e incluso personalizada.

Intentaré no responder a estas preguntas, pero sí ponerlas en relación a cuestiones como la Primavera Árabe, las Acampadas en la Puerta del Sol y el 15M, las (mal llamadas) wikirrevoluciones, la iniciativa 15MpaRato o el proyecto para la nueva Ley de Transparencia.

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Los tertulianos que no amaban a Internet y los periodistas en las torres de papel

Una crítica que habitualmente se hace a los políticos es que han perdido el contacto con la gente de la calle. Se les acusa de vivir en una burbuja que los aísla de los problemas cotidianos de la ciudadanía, de sus tribulaciones, de lo que conforma su día a día.

La misma crítica se hace a menudo también a los académicos. Que viven en una torre de marfil, aislados de las distracciones mundanas, de lo prosaico y frívolo que les pueda distraer de lo que es «importante».

Leyendo los periódicos, escuchando la radio y viendo la televisión, uno tiene la impresión de que hay un buen grupo de profesionales de los medios que empiezan a desligarse de lo que solían reportar.

Por un lado están los sesgos e intereses habituales que, en cualquier grupo de poder, provocan desencuentros con la realidad. Estos desencuentros suelen resolverse a partir de cambiar una realidad por la propia «realidad». O por la desaparición de quien impulsa el cambio.

Por otro lado, hay un distanciamiento de la realidad debido a la repentina aparición de una nueva manera de explicarla y de vivirla: Internet.

Los tertulianos que no amaban a Internet

Durante los primeros años de Internet — y especialmente los primeros años de la llamada Web 2.0 — tuvimos que sufrir el espurio debate sobre si un blog era periodismo o no, o si existía algo parecido al periodismo ciudadano. Debate espurio y cortina de humo porque el verdadero debate estaba o está en otra parte, en la parte de si la retransmisión palabra por palabra de notas de prensa institucionales o de piezas de agencia es periodismo o no; o en la parte de si el apoyo acrítico a una opción política o grupo empresarial es periodismo o no.

Parapetados a la defensiva — una opción, por otra parte, totalmente comprensible — han pasado los años y todavía encontramos los mismos tertulianos negando Internet a la brava. Ni Internet es periodismo ni Internet es en absoluto. Internet, sencillamente, no es.

Ante la negación, un creciente número de ciudadanos (entre ellos también muchos periodistas) no entienden ya el puzzle de la información sin la pieza de Internet. La televisión se ve con los ojos y se comenta con los dedos en Twitter, los diarios se leen en papel y se busca su edición en línea para compartirla en Facebook; la radio se escucha, se graba, se edita y se pega un corte en el blog donde se añade el contexto que las ondas no han tenido tiempo de dar.

Pero Internet no sólo reproduce, sino que produce: Al-Jazeera — por poner un ejemplo cercano en el tiempo y neutral en casa — abrevó en Internet durante toda la revolución árabe, estableciendo una pauta que ahora es norma en muchos medios grandes y pequeños. En un excelente ejercicio de cinismo, abrevamos pero no reconocemos la fuente.

Y lo que hace realmente muy importante Internet es que, aun siendo «sólo» un instrumento, es un instrumento profundamente transformador que ha supuesto una Revolución Digital, a la altura de la del Neolítico o la Industrial. Una transformación que nos lleva a un cambio de era — la Sociedad Red.

Mientras muchos tertulianos siguen en su ciclo de Kübler-Ross negando Internet y dirigiéndole sus iracundos ataques, Internet se ha trascendido a sí misma y ha pasado a ser también un espacio: un espacio donde pasan cosas. Los estudios de radio y los platós de televisión hicieron posible que las cosas pudieran pasar fuera de las plazas, delante de un micrófono, ante un periodista: todos hemos sido testigos de cosas que han pasado en una entrevista. Del mismo modo, en Internet pasan cosas: se reúnen personas que se informan, deliberan, negocian y construyen nuevos proyectos de cualquier tipo. Pasan cosas. Mejores o peores, en Internet pasan muchas cosas. Cada vez más.

Pero, claro, para darse cuenta de ello hay que estar en Internet. Y pasar tantas horas como (todavía, también) pasamos frente al televisor o pegados a la radio.

Porque, en Internet, pasan cosas, estemos o no, como el agua baja río abajo tanto si estamos para verlo como si no.

Los periodistas en las torres de papel

Érase una vez que un político era alguien que salía de una comunidad de vecinos, de un ateneo, de un sindicato. Érase una vez que un científico trajinaba con legajos en la biblioteca, pasaba más tiempo con los cobayas del laboratorio que con la familia, viajaba sobre un barco desvencijado a «descubrir» nuevas culturas. Érase una vez que el periodista gastaba las suelas a pie de calle, no tenía más notas que las de su libreta y conocía personalmente el que-es-quién de su ámbito.

Todos tomamos distancia: hacemos equipos, nos especializamos, nos dividimos las tareas y nos hace más eficaces y más eficientes.

Hay periodistas que se sientan sobre una pila de papeles de periódico amontonados por las ondas hertzianas y la TDT. Hay tanto de papel amontonado que los pies les cuelgan, lejos del suelo. Es tan alta la pila de papel que hace falta quien la mantenga en su sitio: son los tertulianos que no amaban a Internet. Se cogen de las manos, de cara a la pila, y hacen un cinturón humano para estrechar en un abrazo mortal la torre de papel que tanto esfuerzo ha costado amontonar.

El periodista, con los pies colgando, se los mira desde su altura, altivo.

Los tertulianos, con la cara empotrada en el papel, se miran entre ellos — es todo lo que pueden hacer — y de vez en cuando miran de reojo hacia arriba.

Mientras tanto, en Internet pasan cosas.

Entrada originalmente publicada el 25 de mayo de 2012, bajo el título Els tertulians que no estimaven Internet i els periodistes a les torres de paper en Reflexions sobre periodisme, comunicació i cultura (blog de ESCACC, Fundació Espai Català de Cultura i Comunicació). Todos los artículos publicados en este blog pueden consultarse allí en catalán o aquí en castellano.

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La responsabilidad de los medios de la dosceromanía en las formas

Los medios parece que no se ponen al día con la tecnología. Un primer impacto de este retraso pertenece al terreno de la eficiencia y la eficacia como organizaciones (como empresas), así como en la calidad del servicio que dan de cara a los ciudadanos (los clientes). Sin embargo, podemos considerar que es todavía más importante el impacto que el desconocimiento de la tecnología tiene no tanto en la calidad del servicio, sino en la calidad de lo servido, es decir, la información, el hecho de informar y de formar a la ciudadanía que también debe comprender el uso y el impacto del uso de estas nuevas tecnologías.

En materia de Tecnologías de la Información y la Comunicación, hay un cierto consenso que en los últimos veinte años se han vivido, como mínimo, un par de puntos de inflexión. El primero, a mitad de la década de 1990, con la apertura de Internet al público en general y la generalización del protocolo GSM que significó la telefonía de segunda generación. El segundo, durante la siguiente década, con la llegada de una web más participativa (la llamada web 2.0) y la telefonía móvil de banda ancha o 3G.

Han sido veinte años durante los cuales, mientras las personas a título individual iban adoptando las nuevas tecnologías, las instituciones quedaban atrás. Así, hay varios estudios que dicen que los profesores utilizan Internet pero no las escuelas; que lo hacen los abogados pero no los juzgados; que los políticos sí pero los partidos no; y así con todas y cada una de las instituciones que imaginemos… hasta llegar a los medios.

Es sorprendente ver cómo los periodistas mantienen blogs y twittean en Twitter mientras los medios que conforman por agregación todavía son en gran medida ajenos a ello.

Se hace difícil de explicar, por ejemplo, que tras varios meses de Primavera Árabe, con consecuencias políticas, sociales y económicas a toda una región del planeta — por no hablar de la repercusión internacional de las revueltas —, muchos medios (la hemeroteca está llena de ejemplos) clasificaran el movimiento del 15M bajo la categoría de «Tecnología», y encargaran la cobertura a los mismos periodistas que, dos días antes, habían cubierto el CES en Las Vegas o la presentación del último artilugio tecnológico. Es como haber analizado la política económica del ex-presidente Zapatero en la sección de deportes porque que un día dijo que era del Barça (aunque sí que se analiza el Barça en clave de política, economía, nacional, internacional, cultura y lo que haga falta, pero esa es otra cuestión).

Mucho más recientemente encontrábamos cómo el gobierno español, durante la presentación de los Presupuestos Generales 2012, informaba que toda la documentación estaba ya colgada en la web y se podía acceder mediante un código BIDI. Resultó que el código BIDI no era tal, sino que se trataba de un código QR, error que reprodujeron ampliamente muchos medios. El ejemplo puede resultar frívolo, pero denota dos cuestiones de mayor profundidad que la mera confusión de códigos:

  1. Que muchos medios y muchos periodistas, fruto de su ignorancia tecnológica, fueron cadena de transmisión del error. Si esto puede parecer, como decíamos, peccatta minuta porque lo mismo da BIDI que QR, la reflexión es si también hay confusiones de este calado entre otros conceptos, digamos «próximos» entre ellos, como musulmán, islamista o yihadista.
  2. Y no sólo muchos medios fueron cadena de transmisión del error, sino que, sabedores de que el lector no sabe (no como ellos) qué es un código BIDI (o QR), se emplearon en explicarlo en sus páginas… explicando el uno por el otro (afortunadamente, el nivel de explicación era lo suficientemente superficial como para ser válido el intercambio).

Peor, sin embargo, que no dominar determinados conceptos, es hacer bandera que sí se conocen haciendo ostentación de la jerga del sector. Un ejemplo lo tenemos en la pieza del diario Ara Mazoni, en un vídeo viral en defensa del mercado de la música. Los vídeos virales, seguramente el concepto más doscerista y «moderno» del mundo de la comunicación y el marketing en Internet, son aquellos que se propagan rápidamente, boca-oreja, y en muy poco tiempo son vistos por un gran número de personas, en cierto modo de la misma forma como un virus infecta una población.

Pues bien, el concepto «viral» en ningún momento puede atribuirse ex-ante, al igual que una epidemia no lo es hasta que no hay un alto número de infectados. Por si fuera poco, el supuesto vídeo viral tiene, casi dos meses después de su lanzamiento, seis tweets, un compartido en Google+ y 67 me gusta en Facebook. No sólo se precipitó el medio, sino que, en estos momentos, está dando una información errónea: el vídeo, más que viral, es una enfermedad exótica.

Un último ejemplo, especialmente irritante por repetirse casi a diario, es el caso del conductor de El Matí de Catalunya Ràdio, Manel Fuentes, que utiliza reiteradamente los términos «hashtag» y «egosurfing» al presentar los temas y el personaje del día. Desgraciadamente, el uso que se hace de ambos términos es incorrecto. Del todo. Sin matices.

En mi opinión, este mal uso es doblemente criticable:

  • Por un lado, el uso incorrecto del término despista y desinforma a quien no lo conoce de primera mano, a quien tiene en un informativo una fuente de conocimiento. En Catalunya, esto sucede, seguramente, con la mayoría de oyentes de la emisora. Son oyentes que se acercan a un medio público para ser informados y, en cambio, salen desinformados y convencidos de lo contrario.
  • Por otro lado, el uso incorrecto del término desacredita el medio y el periodista ante el colectivo que sí conoce el significado correcto del término. Como decíamos antes sobre la confusión de los códigos BIDI y QR, uno empieza a dudar de la profesionalidad del medio, del periodista y de su equipo y, en consecuencia, pone también en cuarentena cualquier otra información que difunda: si no sabe qué es un «hashtag» (que ha revolucionado el Norte de África), ¿comprenderá qué es el bosón de Higgs y su importancia? ¿comprenderá la diferencia entre democracia representativa, directa y deliberativa?

Estos usos incorrectos no son tolerables para los medios, menos aún cuando se trata de informativos, y mucho menos aún en el caso de los medios públicos.

Además, da a entender que se está a punto de perder el tren del periodismo en el siglo XXI, dada la capital importancia de los nuevos medios digitales de comunicación. Más allá de mostrar que se conoce o no un tema, más allá de dar información errónea y así desinformar al ciudadano, más allá de todo esto, las Tecnologías de la Información y la Comunicación tienen también un impacto crucial en el mundo del periodismo. No distinguir un grupo de tweets de una revuelta (árabe o nacional), no distinguir un BIDI de un QR, no distinguir un «hashtag» del tema del día hace pensar en el agricultor que no distingue un tractor de una guadaña.

El futuro del periodismo, tan necesario el segundo como incierto el primero, pasa, también, para conocer las propias herramientas de trabajo. Porque, en el fondo, es de eso de lo que estamos hablando.

Entrada originalmente publicada el 9 de mayo de 2012, bajo el título La responsabilitat dels mitjans de la doszeromania en les formes en Reflexions sobre periodisme, comunicació i cultura (blog de ESCACC, Fundació Espai Català de Cultura i Comunicació). Todos los artículos publicados en este blog pueden consultarse allí en catalán o aquí en castellano.

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Más que cables. Indicadores de la sociedad de la información

El día 2 de mayo, a partir de las 19h en la sede de la UOC en Sevilla (Virgen de Luján, 12), participaré en la segunda jornada de [sic] Debates sobre tendencias en la Sociedad de la Información y el Conocimiento. La inscripción puede realizarse en el formulario del evento. Los usuarios de Twitter, pueden seguir #debateSIC. Habrá también streaming de vídeo.

La sesión está más pensada como debate que como una conferencia magistral. Marc Bogdanowicz — líder de grupo de Análisis de la Economía Digital del Centro Común de Investigación del Instituto de Prospectiva Tecnológica de la Comisión Europea — hará una breve introducción titulada Sociedad de la Información: ¿hacia dónde vamos? ¿y con quién?. Mi introducción pretende ser una crítica a la persistente fijación de las políticas con las infraestructuras, cuando, si bien necesarias y todavía en fase de despliegue, ya no deberían ser, en mi opinión, la principal prioridad.

Esta es, en síntesis, la presentación de mi introducción:

Más que cables. Indicadores de la sociedad de la información

Los conceptos “autopistas de la información” y “brecha digital” se acuñan a mediados de la década de 1990 para definir, por una parte, el gran potencial de Internet y, por otra, los riesgos de quedarse rezagado en lo que ha venido a denominarse la Revolución Digital.

Pasados casi 20 años, da la impresión de que algunos conceptos quedaron fijados en el pasado, mientras que la realidad cambia a ojos vista. Un ejemplo claro es la definición de “banda ancha”, que se fijó a nivel internacional en 256 Kbps hace más de 10 años y la definición sigue vigente. Aunque España actualizó el concepto en 2011 y consideró la velocidad de 1Mbps como servicio universal a partir del 1 de enero de 2012, es probable que esa velocidad sea considerada ya obsoleta para acceder cómodamente a muchos de los actuales servicios de Internet.

No obstante, el problema no es la poca actualización de los indicadores tecnológicos sino, precisamente, el absoluto sesgo hacia indicadores tecnológicos o relativos a la infraestructura. Así, todavía muchas de las decisiones públicas y políticas de desarrollo de la Sociedad de la Información se centran en el acceso a las infraestructuras dejando de lado, por ejemplo, cuestiones fundamentales como la competencia digital (que da lugar a la ya llamada segunda brecha digital), la existencia de contenidos y servicios de Sociedad de la Información, o la actualización del marco legal y regulatorio para acomodarlo a la creciente digitalización de la economía y la sociedad.

A medida que la penetración de Internet avanza y su uso está cada vez más extendido es necesario completar los indicadores de infraestructuras con otros indicadores de adopción y uso efectivo de las Tecnologías de la Información y la Comunicación. Y, en base a dichos indicadores, diseñar e implementar políticas de fomento de la Sociedad de la Información que respondan a las necesidades reales de la población y no a los intereses o presiones de determinados sectores industriales.

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