Recuperar la confianza en los partidos políticos en tres simples pasos

Si hace un año los indicadores de la situación política del Centro de Investigaciones Sociológicas estaban en valores lamentables, la situación que el periodista José Pablo Ferrándiz Magaña presenta en De solución a problema, combinando datos del mismo CIS y Metroscopia, son ya para echarse a llorar.

No son pocos — especialmente desde las filas de los partidos — los que se defienden de dichas cifras con el ataque: ¿qué sería de la democracia de los partidos?, no al caos, no al nihilismo, no a la anti-política. Suframos, pues, el mal menor en aras de la democracia.

Sin embargo, también en este punto los datos cantan. Dice el barómetro del CIS que (en palabras de Ferrándiz Magaña):

Pese a todo, la amplia mayoría absoluta de los españoles sigue pensando que los políticos y los partidos son imprescindibles para que pueda haber democracia: no es la institución lo que se cuestiona, sino el modo en que a esta se le está haciendo funcionar.

Es decir, el ciudadano no niega la mayor, sino que pide nuevas formas de hacer política, con y sin los partidos.

Hoy en día es más posible que nunca que la información sea transparente, accesible, replicable y distribuible, y prácticamente a coste cero. En base a ello, se me ocurren al menos tres «simples» pasos que los partidos podrían dar para empezar a recuperar parte de la confianza perdida.

Cuáles son nuestros principios

Uno de los principales problemas de los partidos es que:

  1. no ponen en negro sobre blanco sus principios políticos/éticos;
  2. confunden instrumentos con principios;
  3. no tienen el valor de defender dichos principios y, en el peor de los casos
  4. los olvidan completamente si la coyuntura política lo hace conveniente.

Sobre las cuestiones 1 y 4 hay poco que hacer. Es una cuestión de principios — toda una tautología circular — y solamente se puede solucionar si la ciudadanía afea la actitud al partido o los propios militantes se ponen a solucionarlo.

La segunda cuestión es importante: «promover la escuela pública» no es un principio, sino un instrumento, igual que instrumento es «bajar los impuestos». El principio es que la educación es un bien público o un derecho humano o… igual que el otro principio es la creencia de que la economía funciona mejor con menor intervención del Estado.

La tercera cuestión emana de la segunda: una vez identificados los principios, hay que tener el valor de defenderlos. Si la educación es un derecho fundamental y ese derecho cuesta dinero, hay que tener el valor de p.ej. defender subidas de impuestos; si, por contra, se considera que el Estado debe menguar en funciones, hay que tener el valor de defender la privatización de la sanidad o la educación.

Cuáles son las opciones

En política — como en todas las ciencias sociales — casi jamás hay «una opción» porque casi jamás hay «una/la verdad». Incluso en los casos más sencillos, las opciones son muchas: dado que un presupuesto es la diferencia entre ingresos y gastos, cuadrar el presupuesto a cero se puede hacer subiendo los ingresos o recortando los gastos. De la misma forma, se pueden subir unos ingresos u otros, o se pueden recortar unos gastos u otros.

Harían bien gobiernos y partidos políticos en presentar todas las opciones que hay sobre la mesa a la hora de tomar una decisión. Y todas quiere decir todas: es precisamente al presentar lo (supuestamente) menos factible o lo (supuestamente) menos deseable que se es capaz de decidir o, en su defecto, de legitimar una decisión.

El manido argumento de que «la población no lo va a entender», además de condescendiente, suele ocultar dos verdades:

  • Que la ciudadanía si lo entiende, o bien porque está mejor preparada de lo que se tiende a creer, o bien porque tiene más información de la que se le supone (¿quién sabe mejor que uno mismo lo que le ayuda a llegar a final de mes?), o bien porque ya aparecerán quienes (medios de comunicación y especialistas) hagan comprensible lo complejo.
  • Que a menudo, las decisiones políticas se toman sin tener en cuenta toda la información relevante o, directamente, sin considerar todas las opciones posibles, sin sopesar sus relativos pros y sus contras.

Cuál es nuestra prioridad

Establecidos nuestros principios y todas las opciones posibles, el tercer punto se deriva por construcción: definir cuál es la priorización de opciones y, en consecuencia, hacer una elección o tomar una decisión política.

Se trata, aquí sí, de definir las herramientas en función de las opciones disponibles y la carga ideológica de cada uno. Y, de nuevo, se trata de tener el valor de defender la política a llevar a cabo, basándola en las opciones posibles y pasada por el tamiz de los principios.

En este punto, la comunicación política recobraría su sentido originario: explicar las opciones que hay y comunicar la elección que hace el gobierno o el partido. Nunca debió la comunicación política ser un instrumento de sondeo para acomodar la ideología y forjar instrumentos políticos ad hoc.

Confrontados con este modus operandi, muchos políticos se defienden con un «esto no hace ganar votos». Es cierto, pero es que el objetivo de los partidos jamás debió ser ganar votos, sino llevar a cabo las preferencias de los ciudadanos. La respuesta a esto último suele ser que «el objetivo de un partido es querer hacer algo y ganar para poder llevarlo a cabo». Lo que nos sitúa en la primera casilla del tablero: si un partido quería hacer algo y explicándolo abiertamente nunca llegó a ganar suficientes votos, a lo mejor es que ese algo no debió jamás ser llevado a cabo.

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