Los tertulianos que no amaban a Internet y los periodistas en las torres de papel

Una crítica que habitualmente se hace a los políticos es que han perdido el contacto con la gente de la calle. Se les acusa de vivir en una burbuja que los aísla de los problemas cotidianos de la ciudadanía, de sus tribulaciones, de lo que conforma su día a día.

La misma crítica se hace a menudo también a los académicos. Que viven en una torre de marfil, aislados de las distracciones mundanas, de lo prosaico y frívolo que les pueda distraer de lo que es «importante».

Leyendo los periódicos, escuchando la radio y viendo la televisión, uno tiene la impresión de que hay un buen grupo de profesionales de los medios que empiezan a desligarse de lo que solían reportar.

Por un lado están los sesgos e intereses habituales que, en cualquier grupo de poder, provocan desencuentros con la realidad. Estos desencuentros suelen resolverse a partir de cambiar una realidad por la propia «realidad». O por la desaparición de quien impulsa el cambio.

Por otro lado, hay un distanciamiento de la realidad debido a la repentina aparición de una nueva manera de explicarla y de vivirla: Internet.

Los tertulianos que no amaban a Internet

Durante los primeros años de Internet — y especialmente los primeros años de la llamada Web 2.0 — tuvimos que sufrir el espurio debate sobre si un blog era periodismo o no, o si existía algo parecido al periodismo ciudadano. Debate espurio y cortina de humo porque el verdadero debate estaba o está en otra parte, en la parte de si la retransmisión palabra por palabra de notas de prensa institucionales o de piezas de agencia es periodismo o no; o en la parte de si el apoyo acrítico a una opción política o grupo empresarial es periodismo o no.

Parapetados a la defensiva — una opción, por otra parte, totalmente comprensible — han pasado los años y todavía encontramos los mismos tertulianos negando Internet a la brava. Ni Internet es periodismo ni Internet es en absoluto. Internet, sencillamente, no es.

Ante la negación, un creciente número de ciudadanos (entre ellos también muchos periodistas) no entienden ya el puzzle de la información sin la pieza de Internet. La televisión se ve con los ojos y se comenta con los dedos en Twitter, los diarios se leen en papel y se busca su edición en línea para compartirla en Facebook; la radio se escucha, se graba, se edita y se pega un corte en el blog donde se añade el contexto que las ondas no han tenido tiempo de dar.

Pero Internet no sólo reproduce, sino que produce: Al-Jazeera — por poner un ejemplo cercano en el tiempo y neutral en casa — abrevó en Internet durante toda la revolución árabe, estableciendo una pauta que ahora es norma en muchos medios grandes y pequeños. En un excelente ejercicio de cinismo, abrevamos pero no reconocemos la fuente.

Y lo que hace realmente muy importante Internet es que, aun siendo «sólo» un instrumento, es un instrumento profundamente transformador que ha supuesto una Revolución Digital, a la altura de la del Neolítico o la Industrial. Una transformación que nos lleva a un cambio de era — la Sociedad Red.

Mientras muchos tertulianos siguen en su ciclo de Kübler-Ross negando Internet y dirigiéndole sus iracundos ataques, Internet se ha trascendido a sí misma y ha pasado a ser también un espacio: un espacio donde pasan cosas. Los estudios de radio y los platós de televisión hicieron posible que las cosas pudieran pasar fuera de las plazas, delante de un micrófono, ante un periodista: todos hemos sido testigos de cosas que han pasado en una entrevista. Del mismo modo, en Internet pasan cosas: se reúnen personas que se informan, deliberan, negocian y construyen nuevos proyectos de cualquier tipo. Pasan cosas. Mejores o peores, en Internet pasan muchas cosas. Cada vez más.

Pero, claro, para darse cuenta de ello hay que estar en Internet. Y pasar tantas horas como (todavía, también) pasamos frente al televisor o pegados a la radio.

Porque, en Internet, pasan cosas, estemos o no, como el agua baja río abajo tanto si estamos para verlo como si no.

Los periodistas en las torres de papel

Érase una vez que un político era alguien que salía de una comunidad de vecinos, de un ateneo, de un sindicato. Érase una vez que un científico trajinaba con legajos en la biblioteca, pasaba más tiempo con los cobayas del laboratorio que con la familia, viajaba sobre un barco desvencijado a «descubrir» nuevas culturas. Érase una vez que el periodista gastaba las suelas a pie de calle, no tenía más notas que las de su libreta y conocía personalmente el que-es-quién de su ámbito.

Todos tomamos distancia: hacemos equipos, nos especializamos, nos dividimos las tareas y nos hace más eficaces y más eficientes.

Hay periodistas que se sientan sobre una pila de papeles de periódico amontonados por las ondas hertzianas y la TDT. Hay tanto de papel amontonado que los pies les cuelgan, lejos del suelo. Es tan alta la pila de papel que hace falta quien la mantenga en su sitio: son los tertulianos que no amaban a Internet. Se cogen de las manos, de cara a la pila, y hacen un cinturón humano para estrechar en un abrazo mortal la torre de papel que tanto esfuerzo ha costado amontonar.

El periodista, con los pies colgando, se los mira desde su altura, altivo.

Los tertulianos, con la cara empotrada en el papel, se miran entre ellos — es todo lo que pueden hacer — y de vez en cuando miran de reojo hacia arriba.

Mientras tanto, en Internet pasan cosas.

Entrada originalmente publicada el 25 de mayo de 2012, bajo el título Els tertulians que no estimaven Internet i els periodistes a les torres de paper en Reflexions sobre periodisme, comunicació i cultura (blog de ESCACC, Fundació Espai Català de Cultura i Comunicació). Todos los artículos publicados en este blog pueden consultarse allí en catalán o aquí en castellano.

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2 Comments a “Los tertulianos que no amaban a Internet y los periodistas en las torres de papel” »

  1. Lo que sucede es que les cuesta cambiar de chip. La eterna distinción entre real y virtual. Lo que pasa en internet es tan real como lo que sucede fuera de internet. Y a veces, cada vez más, lo que sucede en internet trasciende a las calles.

    Supongo que cuesta ver que eso es así, porque llevamos lustros de tópicos sobre internet que pintan al internauta como a alguien recluido en su casa frente al ordenador, alguien que no sabe socializarse en «el mundo real».

    Lo que más me preocupa es que estoy empezando a pensar que no es que sea difícil cambiar de chip, sino que puede llegar a ser algo imposible para alguna gente. Ubicados en su zona de confort, esperando que se pase la moda de internet.

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